«¡Puigdemont a prisión!»

Oigo, patrioteros hispanistanís, vuestra aflicción. Más bien, la cuita reflejada en la consignilla coreada hasta la náusea en los diversos guateques, barbacoas y grescas varias a mayor gloria de la unidad supuestamente amenazada por la perfidia catalana. “¡Puigdemont a prisón!”, salmodian con gran ímpetu señoronas de triple capa de perlas, zotes irrecuperables de Foro Coches, funcionarios del orden de paisano a los que se les nota una hueva lo que son o, en fin, clones de Mauricio Colmenero producidos en serie.

Y esos son los más civilizados, pues en no pocas de las jaranas se barrita con el mismo denuedo y ardor la versión con tres rombos de la cantinela, que no deja de ser la amenaza que ni supo que había hecho el indocumentado Pablo Casado: “¡Puigdemont al paredón!”.Tal gritaba, por ejemplo, antes de liarse a sillazos en Barcelona el pasado 12-O, el malnacido ultra del Betis al que vimos agredir salvajemente a un hombre que se estaba tomando un café en la Plaza Nueva de Bilbao.

Vean qué plano más preciso del mecanismo del sonajero. Los tipos que andan reclamando que entrullen a un señor que simplemente ha puesto unas urnas se dejan acompañar por matones como esa montaña de mierda con nariz y orejas, que debería estar en la trena hace un buen rato. Desde antes, incluso, de la paliza de Bilbao, porque como ya escribí aquí mismo, el individuo y sus compinches las lían parecidas en cada lugar que pisan. Por supuesto, no espero que lo entiendan. Cómo van a hacerlo si jalean a su gurú, el novio de Isabel Preysler, cuando ante una marea rojigualda grita que el nacionalismo es la peor de las pestes.

DUI con freno y marcha atrás

Qué les voy a decir que no hayan pensado ya ustedes a la vista de la independencia que ha durado apenas un suspiro antes de irse al cajón hasta quién sabe cuándo. Si me tocase escribir argumentarios, me agarraría, claro, al clavo ardiendo de la altura de miras, la enorme generosidad, el sacrificio colosal de tender la mano cuando se roza con los dedos el objetivo por el que se han dejado quintales de sangre, sudor y lágrimas. No digo que no haya algo de eso, pero sí que a la fuerza ahorcan, que para este viaje han sobrado una hueva de alforjas y que, joder, es imposible no tener la sensación de haber vuelto a asistir al parto de los montes, cuyo fruto era finalmente un ratón.

Lo dije ayer. Era DUI o no DUI. Lo que se viene prometiendo desde hace ya tres años —¿no recuerdan el 9 de noviembre de 2014?— o claudicar otra vez. De acuerdo, por un bien superior, porque era peor el remedio que la enfermedad, porque lo otro era el abismo, porque, como cantaba Gardel, contra el destino nadie la talla. Ocurre que todo eso había que haberlo pensado antes. Sin la menor dote de escrutador de vísceras de pollo o politólogo, se veía a leguas que la desconexión encabronaría a la hidra de mil cabezas, y que de poco valía dejarse hostiar a modo. Mal vamos, si la fuente de legitimidad es recibir palos.

No, no diré como los ventajistas del otro lado que esto en una rendición en toda regla. Mejor que se cuiden antes de cantar victoria. Simplemente, anoto la frustración de quienes creyeron que era verdad lo que les decían. Es revelador que con los primeros que va a tener que dialogar Puigdemont sea con muchos de los suyos.

DUI o no DUI

DUI o no DUI, he ahí el dilema que, salvo no descartable intervención de las fuerzas del orden españolas, quedará resuelto hoy mismo en el Parlament. No hay lugar para las medias tintas. Solo hay dos respuestas posibles: o se declara unilateralmente la independencia de Catalunya o no se hace. Dirán que me he quedado calvo detrás de las orejas, pero con la de perdices que llevamos mareadas y las hojas de ruta convertidas en papel mojado, resulta procedente aclarar hasta lo más obvio. Y en este caso, lo más obvio es que ya no vale (o no debería valer) amagar y no dar. O bueno, sí que vale, pero sacando las conclusiones oportunas y asumiendo el significado del enésimo aplazamiento de lo prometido, que no es otra cosa que la desconexión de España. Por las buenas o por las malas.

No, no digo que yo sea partidario de tirar ya mismo por la calle de en medio. Creo, como el mismo Artur Mas en la largada al Financial Times con posterior reculada, que hay requisitos de la independencia real que todavía no se han conseguido. Pero, puesto que una y otra vez se ha asegurado que todo estaría listo para ponerlo en marcha en cuanto se terminase el recuento, se entenderá muy mal que no se cumpla la palabra dada.

Por supuesto que queda agarrarse a la voluta de humo del pie de la letra de la Ley de Transitoriedad, que no pone un plazo claro y bla, bla, bla, requeteblá. Allá quien, después de haberse partido literalmente la cara para votar el 1 de octubre, vuelva a aceptar la especie de que sigue sin tocar. Estará, eso sí, en su legítimo derecho de hacerlo. Como los demás de dudar que esto vaya a llegar a buen puerto.

Cobrar por ser españoles

¡Milagro, milagro! El baranda de la Comunidad Valenciana ha visto la luz de la financiación territorial y ya no piensa que los ciudadanos de la CAV y Navarra son unos morrudos que viven a cuenta del sudor de los sufridos españoles. Gracias a la intercesión del lehendakari —¡Santo súbito!—, Ximo Puig salió de Ajuria Enea predicando que el Concierto (y entendemos que también el Convenio) no tiene nada de injusto ni es insolidario. Es verdad que, aún un poco apegado a su fe antigua, sostuvo que la prueba de la bondad del régimen propio está en que cabe en la Constitución española.

Le perdonaremos la minucia en atención a la rápida enmienda de su comportamiento anterior. Eso sí, a modo de penitencia, le sugerimos que haga labor de apostolado con su vicepresidenta, Mónica Oltra, que desde que se firmó el acuerdo sobre el Cupo no ha parado de soltar cargas de profundidad tiñosas. Y en las mismas anda el compañero de Oltra en Compromís, Joan Baldoví. Quién iba a sospechar que un tipo generalmente tan razonable, militante del Bloc Nacionalista Valencià, esté tan ofuscado con el supuesto privilegio. ¿Se ha parado a imaginar qué habría ocurrido en su Comunidad, donde se han batido récords siderales de mangoneo, si hubieran tenido que recaudar impuestos?

Claro que, en orden a decepciones, a este servidor le ha resultado especialmente doloroso, aunque nada sorprendente, que Carles Puigdemont haya escupido que hay españoles que cobran por serlo. Con amigos así, quién necesita enemigos. Qué reveladora, por cierto, la ovación que le han dedicado al president los notables del terruño que ustedes están pensando.

Casi imposible

Sabía lo que se hacía el portadista de El País cuando al entrecomillar las palabras de Iñigo Urkullu se dejó por el camino un casi. Sin el adverbio quedaba una frase de los más resultona, interpretable hasta el corvejón a gusto (y no digamos a disgusto) del lector: “En un mundo globalizado la independencia es imposible”. Allende Pancorbo, que le gustaba decir a Xabier Arzalluz, sonaba a sentencia balsámica, rozando lo claudicante o siquiera lo razonable, lo mínimamente admisible por el (re)centralismo que nos asola. Ahí va un vasco que, sin dejar de estar equivocado como todo nacionalista periférico, por lo menos no se emperra en quimeras, parecía ser el mensaje entre líneas, con recado implícito a Catalunya: ¡Qué diferencia, señor Puigdemont! No hay abrazo más dañino que el del oso.

Tampoco quedaba muy bien el lehendakari ante la parroquia del ande o no ande. Confirmando una vez más las teorías pavlovianas, los dedos acusadores se multiplicaron. Una nueva renuncia a los principios esenciales, una burla, una afrenta y, como resumen y corolario, una advertencia del portavoz de Sortu Arkaitz Rodríguez. Se dirigía —¡bravo por la empatía y la capacidad de tejer complicidades!— a un tal Partido del Negocio Vasco, y se enunciaba tal que así: “No permitiremos que 40 años después se vuelva a cometer un nuevo fraude contra este pueblo”. Nótese que habla en nombre de “este pueblo” el representante de una de las cuatro fuerzas de una coalición que en los últimos comicios tuvo el 21,26% de los votos, 16 puntos menos que la formación a la que se lanzaba la invectiva. Así sí que va a resultar del todo imposible.

Rajoy da pena

Gol en la Nova Creu Alta: un imitador de Carles Puigdemont de una radio catalana atraviesa todos los (supuestos) filtros telefónicos de Moncloa y se la cuela hasta el corvejón a Mariano Rajoy. La gran sorpresa para este que escribe es que cuando esperaba reír a mandíbula batiente, terminé de escuchar la broma sin saber dónde meterme, en medio de un indescriptible estallido de vergüenza ajena y, para resumir, con una sensación de pena infinita. Sí, ya sé que los más duros del lugar me van a decir que ante el responsable último de toneladas de dolor no hay que tener la menor compasión. Diré en mi defensa que lo que describo no es a favor del objeto de la guasa, sino todo lo contrario. No creo que haya nada más demoledor para alguien que ir por el mundo inspirando lástima.

En ese estadío me temo que se encuentra ahora el otrora señor del rodillo, con Gardel poniéndole la banda sonora: cuesta abajo en la rodada. Su situación es tan triste que le confiesa sin rubor al falso Puigdemont que tiene la agenda “muy despejada”. ¡En unas semanas que deberían ser frenéticas para quien se supone que está en el trance de ser conminado a formar gobierno! Quizá lo será hoy mismo, pero nadie nos va a quitar la sospecha de que ocurrirá a la fuerza. Ni media hora antes de hacerse pública la chufla de que fue objeto, no había esquina opinativa en la que no se le diera por definitivamente amortizado, en esta ocasión, a los acordes de Yira Yira, con otros —Sánchez o Soraya, según— probándose en sus mismas narices la ropa que va a dejar. Y, con todo, añadiría que no se confíen. No sería la primera vez que resucita.