Sobra, estorba… y aburre

Hubo un tiempo en que los comunicados de ETA eran recibidos en las redacciones con subidón de adrenalina y nerviosas carreras de pollos sin cabeza. Eso fue decayendo, y poco a poco, la recepción de las largadas de la banda (salvo que anunciasen un alto el fuego) fue empatando en impacto con la llegada del pronóstico del tiempo o el número premiado en la ONCE. Ahora, ni eso. Cuando parpadea la pantalla para avisar de la existencia de una nueva remesa de embutido de blablablá, a los periodistas nos invade la misma sensación de tedio que si tuviéramos que cubrir un maratón de toda la filmografía de Kurosawa y Antonioni o transmitir la misa del Gallo.

Este último, para colmo de modorra, nos ha llovido en medio de la canícula, con el depósito en la reserva y la única neurona en uso ocupada tratando de comprender el enésimo episodio de pánico en el edén económico. No son las mejores circunstancias para enfrentarse a la trigesimoquinta repetición de la misma coreografía. Ni un milímetro de margen para el factor sorpresa. Cero novedades en el texto y, por descontado, cero novedades en el repertorio de reacciones. “Paso en la buena dirección” o “más de lo mismo”.

La segunda opción es de compromiso. Ahí cabemos muchos, desde los apóstoles del no a toda costa y a lo que sea hasta los que, simplemente, estamos cansados de tanto marear la perdiz. Respecto a quienes se han alineado con la primera, lo del “progresa adecuadamente”, que Santa Lucía les conserve la vista y San Cucufato, el voluntarismo. Esta chapa estival de ETA encaja más bien poco con lo que le llevamos escuchado a Arnaldo Otegi en sus tres semanas de gira obligada en la Audiencia Nacional.

Al margen de eso, lo mejor es que las bombas y las pistolas siguen quietas. Aunque a Patxi López -¡menudo retrato!- le dé lo mismo una ETA que mate que una ETA que no mate, la mayoría de la sociedad preferimos lo último. La diferencia es grande.

Tocando las mociones

Ya está el PP tocando las mociones. Es algo superior a sus fuerzas. En cuanto los basagóiticos ven tres centímetros cuadrados de barro institucional para retozar y salpicar a los demás, allá que se van en plancha. Siempre, eso sí, vestidos de domingo y levantando el mentón para aparentar una dignidad y una altura de miras tan auténticas como una moneda de tres euros. Qué foto, la de Cristina Ruiz, la concejala ignota para el ochenta por ciento de sus votantes, mostrando a cámara con pose belenestebesca el papel para hacerles la prueba del algodón dizque democrático a los cargos recién electos de Bildu.

Si quieren ser acogidos a sagrado legal, los nuevos ediles y junteros de la formación sacada del purgatorio in extremis por el Constitucional deberán rezar en voz alta y clara la nueva versión del Yo, pecador escrita con plumas de gaviota. Y no vale una contrición general murmurada en plan letanía. Deben especificar que condenan, rechazan, reprueban, refutan y hasta repelen todos y cada uno de los 857 atentados que a saber qué contable le ha inventariado a ETA. Nada se dice sobre que tengan que hacerlo en posición de decúbito prono, por lo menos, en primera instancia. Si pasaran por el aro, se estudiará imponerles una reválida consistente en hacerles repetir la oración con acompañamiento de flagelo. En pelotas, por supuesto.

Una vez más, una peli que ya hemos visto y que, por eso mismo, sabemos que nunca termina bien. De hecho, es lo que buscan los que la han repuesto en la cartelera: que volvamos a enredarnos en el viejo pressing-catch y renunciemos a protagonizar el futuro que tocamos ya con la yema de los dedos. Sencillamente, no les gusta el papel que tienen reservado en ese porvenir. Contra ETA -una ETA creada a imagen y semejanza de sus intereses- viven mejor. Y, mate o no mate, extorsione o no extorsione, exista o no exista, la seguirán estirando por los siglos de los siglos.

La normalidad que queríamos

Los apocalípticos de la catacumba mediática llevan dos semanas vendiendo el gran resultado de Bildu el 22-M como un triunfo de ETA. Yo, y creo que no soy minoría por aquí arriba, pienso exactamente lo contrario. Para cualquiera que defienda aún la violencia, las 300.000 papeletas que llevaban adosado un compromiso exclusivo por las vías pacíficas sólo pueden saber a derrota y certificado de fin de trayecto. Esos votos, sumados a los otros centenares de miles depositados con la misma hambre de futuro, son el aval incontestable de un tiempo nuevo donde no hay lugar para las amenazas, la extorsión ni, por descontado, los asesinatos. Tampoco para los que se han aprovechado inmoralmente de todo ello.

Es imposible y, además, desaconsejable olvidar de dónde venimos. Tenemos mucho pasado por digerir aún y habrán de transcurrir generaciones hasta que lo consigamos del todo. Pero si de verdad albergamos la firme intención de no repetirlo, debemos tomar conciencia de que estamos abriendo un capítulo diferente. Para enfrentarnos a lo que nos aguarda han dejado de tener validez las herramientas, los rudimentos, las triquiñuelas y, desde luego, las excusas de ayer.

Deshagámonos del cortoplacismo y, en la misma patada, del miedo. Y aquí me dejo ya de figuras retóricas etéreas y traduzco a román paladino: allá donde Bildu ha obtenido un respaldo lo suficientemente amplio, nadie debería impedir que afronte la tarea de gobernar. Democracia representativa en estado puro. Es algo tan simple, que hasta ruboriza enunciarlo: le asiste idéntico derecho a intentarlo que a cualquiera. ¿Que puede salir mal? Tampoco están tan altos los listones; miremos a Nueva Lakua, donde dos partidos de supuesto pedigrí llevan un bienio vacío. En cualquier caso, si la cosa no resulta, dentro de cuatro años las urnas volverán a tener la palabra. Esa era la normalidad que ansiábamos. No es momento de sentir vértigo.

Riesgos de soñar

Como esas galletas de la fortuna que hemos importado últimamente por aquí, las elecciones del domingo traían una leyenda en el reverso del envoltorio: “Ten cuidado con lo que sueñas, porque puede convertirse en realidad”. Hamaikabat, Ezker Batua, Aralar y también el PNV, en ese papel de agridulce vencedor al que parece haberse abonado, no precisan de ningún nigromante que les interprete la sabia conseja. Ya son lo suficientemente explícitos sus respectivos números, que marcan desde la hora cercana al adiós de los dos primeros a un balcón con vistas al abismo para la formación de Patxi Zabaleta, pasando por la necesidad de hacer malabares aritméticos casi imposibles para los jeltzales.

Lo que no cabe ahora es engañarse. Aunque los cálculos anteriores a la sentencia del Constitucional sobre Bildu no contemplasen unos resultados tan espectaculares, hasta alguien que sólo leyera el Marca o el Hola tenía claro que la vuelta de la izquierda abertzale tradicional a la legalidad cambiaría el mapa. De momento, el del reparto de influencia institucional; el otro, ya veremos. Sabíamos que ocurriría y, de hecho, viendo las cifras en bloque, el fenómeno se ha producido de una forma muy similar a los deseos que se venían expresando en voz alta. ¿Abríamos la boca grande o la pequeña cuando hablábamos de la mayoría social de este pueblo?

Es comprensible el sentimiento de haberse inmolado o haber sufrido un tremendo bocado a cambio de nada o muy poco. Si ponemos las luces largas, sin embargo, comprobaremos que el sacrificio era necesario y, más allá de las siglas, la única inversión de futuro que cabía hacer. En ese sentido, incluso los que más han perdido (incluyo a una parte del PSE) pueden sentirse ganadores. Nos pasamos la vida proclamando que estrenamos tiempos nuevos, y esta vez tiene toda la pinta de que es verdad. Si este era el precio de deshacerse de ETA, bien pagado está. Mañana empieza hoy.

Barcina y la pintada

Yolanda Barcina ya tenía una foto en Basaburua. Se la sacó en el mismo rally donde, pasándose por el arco del triunfo el código de la circulación, completó el álbum de instantáneas que atestiguaban que, siquiera por unos segundos, había pisado las 272 demarcaciones sobre las que aspira ordenar y mandar con la vara de su padrino, Miguel Sanz. Pero a la coleccionista compulsiva de imágenes le debía de saber a poco ese retrato apresurado y clónico de los otros 271 que se hizo al lado de las placas con el nombre de los pueblos. Necesitaba que la inmortalizaran junto a un souvenir gráfico con más intensidad dramática, algo que la presentara -sobre todo, ante quienes no la conocen y, por tanto, son más fáciles de engañufar- con ese coraje pinturero de sus ex-socias San Gil, Otaola o Esperanza Aguirre.

¿Qué tal una pared de ladrillo cutremente blanqueada sobre la que una firme mano armada con spray negro hubiera escrito Gora E.T.A., así, con puntos entre las siglas, a la antigua usanza? ¡Fantástico! Esa era la idea. Y allá que se puso en marcha rumbo al norte el Barcibús, sin que nadie se parase a solicitar el pertinente permiso municipal para hacer un acto público. ¿Para qué? ¿Acaso el Séptimo de caballería mandaba una instancia a los pieles rojas para advertirles de su llegada? Esas formalidades no proceden en las acciones de conquista, o sea, de reconquista.

La intrépida comitiva llevaba lo necesario para adentrarse en tierra hostil. Como se sabe, al kit básico -atril, megafonía, carteles- hay que añadirle como elementos imprescindibles unos aguerridos periodistas que cuenten la hazaña al mundo. En este caso, además, era menester completar el lote con un puñado de entusiastas que hicieran de asistentes al mitin, pues no se esperaba que hubiera muchos nativos por la labor.

Todo salió a pedir de boca. La prensa afín da gozosa fe de ello. Sepa la Chula Potra quién reparte aquí las bofetadas.

Se les acaba ETA

Al final va a ser verdad que todo es ETA… empezando por los ideadores, alimentadores y difusores de tal martingala. Desde hace mucho tiempo teníamos identificados a los bomberos pirómanos que vivían amorrados a la ubre de la serpiente y pedían al cielo que nunca les faltara un tantito de sangre con que regar su siniestra hacienda. Era muy fácil esconder su miseria moral disfrazada de dignidad bajo la repugnancia que provocaban los crímenes de sus antagonistas y paradójicos colaboradores necesarios. Pero el chollo se les está acabando. ETA ha entrado en ERE, ojalá que de extinción, y ha cundido la histeria en la manada de carroñeros que deben todo lo que son y lo que tienen -pero todo, todo- a la actividad de la banda.

Por eso cada vez disimulan menos y no se cortan en aparecer como hooligans irredentos que piden penalti ante un piscinazo que, para colmo, se produce en el centro del campo. El grotesco pisfostio que han montado por una pancarta de asignatura de manualidades ha sido el penúltimo episodio de la tragicomedia. En su desesperación, pretenden los gachós que una puñetera cartulina prueba sin discusión que prevaricaron los seis jueces del TC que se les escaparon del ronzal. No lo dicen por si cuela, no. Malacostumbrados a que su palabra sea la ley, están firmemente convencidos de que esa chorrada de foto va a hacer que se salgan con la suya. Y lo peor es que, después de la carretada de arbitrariedades que hemos visto, a muchos nos asalte el temor a que acaben dándoles el capricho.

Esperemos que no y que de verdad el 22-M sea ese primer día del resto de nuestras vidas que llevamos soñando desde hace tantos decenios. No quiero pillarme los dedos en el cuento de la lechera, pero con dos gotas de suerte y cuatro de cordura, en los siguientes capítulos vendría el fin de ETA. Utilizando su famoso mantra, a ver entonces quién les va agitar el árbol para que recojan sus nueces podridas.

Escoltas en peligro de extinción

Hace veinte años entrevisté al último aguador de Navarra. Su trabajo consistía en acarrear agua a las casas en dos inmensas tinas que transportaba a modo de alforjas, soportando todo el peso con los hombros y el cuello. La tarea dejó de tener sentido cuando se completó la red de tuberías en Cortes, su pueblo. El progreso le hizo una faena, igual que a los carboneros, los arrieros, las mercerías donde se cogían los puntos a las medias, los fogoneros del tren, los serenos o los operarios de la única fábrica de máquinas de escribir que quedaba en el mundo, que echó la persiana el martes pasado. Signo de los tiempos, ni más ni menos.

Los escoltas privados que guardan la espalda a los miles de amenazados por ETA deberían empezar a asumir que es posible que muy pronto también sus servicios dejen de ser necesarios. Es humanamente comprensible que se resistan a aceptar que, como tantos otros -cinco millones en España, según la última EPA-, vayan a tener los próximos lunes al sol. Pero no pueden luchar contra la evidencia: si eso ocurre, será por una razón que el conjunto de la sociedad recibirá como una gran noticia. Y aun es menos de recibo que la defensa de su legítimo interés personal les lleve a trampear el camino hacia la ausencia de violencia.

Queda un buen trecho, de acuerdo, y también es cierto que somos coleccionistas de esperanzas frustradas. Con eso presente, sólo hay que tener un par de ojos y pisar la calle para comprobar que nuestro día a día no se parece ni de lejos al negro escenario que se acaba de pintar en el congreso del gremio celebrado en Bilbao. Nunca fuimos el Beirut de los 80, pero ahora, menos. Exagerar el retrato es irresponsable y, por añadidura, alimenta esa sospecha incómoda que no se suele verbalizar para no embarrar más el campo: hay quien ha sabido sacarle rendimiento contante y sonante al terrorismo. Así se explica la resistencia numantina ante su final.