Si les soy sincero, tengo mis dudas de que la asignatura de Filosofía obre los milagros que se le atribuyen. Me da que para conformar un espíritu crítico hace falta bastante más que obligar a la chavalería a pegarse unos chutes liofilizados de Platón, Descartes, Hegel o Nietzsche. Incluso con docentes desbordantes de entusiasmo como la mayoría de las y los que imparten actualmente la materia, no está garantizado el éxito de la empresa. Pretender lo contrario es, paradójicamente, más magia que conocimiento científico, amén de una idea con un tufillo uniformizador que echa para atrás. Cada alumno responde de un modo diferente a las enseñanzas que contiene el programa escolar, según la terminología de mi época.
Hecha la salvedad, me declaro radicalmente en contra de la eliminación ya casi definitiva de la Filosofía que plantea el gobierno español en su enésima reforma de lo ya reformado. De entrada, porque si bien no es la repanocha que pretenden algunos, considero que los contenidos pueden ser de mayor provecho que las asignaturas que se plantean como alternativa. Lo de Digitalización, pase. Lo de Emprendimiento, permítanme que me ría. Pero ya lo de Valores cívicos y éticos me pone directamente las rodillas temblonas. Conoce uno suficientemente el paño para imaginar que esos tales valores que se pretenden instilar en vena a nuestros churumbeles son, en realidad, dogmas de a duro establecidos por la superioridad moral rampante que nos asola. Mi única esperanza es que a la mayoría de los alevines de la tribu lo que les cuenten les va a entrar por una oreja y les va a salir por la otra, como ocurre con casi todo lo demás.