En la cola de canallas hay muchos por delante del juez (o lo que sea) Elpidio José Silva. Sin ir más lejos, el agujereador de bolsillos ajenos Miguel Blesa, al que el Narciso con toga entrulló por un tiempo, le aventaja en varias traineras de villanía. Ninguna duda al respecto, salvo las derivadas de algo que probablemente habremos de comprobar muy pronto: la chapucera actuación de Silva será el salvoconducto que permita ir de rositas a quien, según dos carros de indicios y centenares de emails autógrafos, tuvo casi todo que ver con el birlibirloque de Bankia, incluyendo el tocomocho de las preferentes. Ni los cien bufetes de mayor postín y pastón en la minuta podrían haber parido una estrategia de defensa que iguale la negligencia del buscador de fama enmascarada de justicialismo.
Lo curioso del caso de este chisgarabís con equilibrio mental parejo al de una regadera rusa —el Copyright de la comparación es de mi difunto tío Manolo— es que una nutrida falange progresí lo haya adoptado como héroe. Y no hay manera de bajarlos de la burra. Ni siquiera su ruin comportamiento en el juicio para apartarlo de los estrados, donde ha llegado a festejar que multaran y expulsaran de la sala a una estafada, ha servido para abrir los ojos sobre la catadura del gachó.
Si la rueda a seguir en el camino a la revolución pendiente es la de un bufón ególatra (no es el único que tal baila, por cierto) que vende sus firmas a diez euros e hipotéticos viajes a Bruselas en su compañía a quinientos, yo prefiero quedarme en la cuneta a contemplar el espectáculo. O volverme con una bandera blanca a la casilla de salida.