Rompedores de piernas

Proclama el fallido defraudador de Hacienda Juan Carlos Monedero que la libertad de prensa no es de los periodistas sino del pueblo. Lo ladra el muy miserable ricachón dizque zurdo después de que mi admirado compañero de fatigas plumíferas Vicente Vallés le haya vuelto a cantar las verdades del barquero al intocable vicepresidente Iglesias Turrión. Al gulag con el indócil tribulete, que osó piar desde su informativo de Antena 3 Televisión lo requeteobvio: que el señorito de Podemos le echa un morro que se lo pisa al culpar a no sé qué cloacas de los mil y un marrones contantes y sonantes en los que está envuelto. Porque sí, habrá mucho facha hijo de mala entraña, pero la actuación del vecino de Galapagar en el culebrón del robo de la tarjeta telefónica de su antigua asesora y más cosas no hay Perry Mason que la limpie.

Miento. En realidad, todo apunta a que los lavajes incluso inguinales de la defensa de Iglesias con el fiscal del caso van a acabar con el tipo marchándose de rositas. Ya quisieran otros señalados como corruptos poder tirar del comodín de la injusta persecución de los oscuros tentáculos del estado para tapar sus mierdas. Pero no. Eso solo les vale a los que, como el individuo en cuestión, disponen de una legión de adoradores dispuestos a partir las piernas de quienes no tragamos.

No podrán con TV3

Mariano Rajoy, devenido en diosecillo del Trueno de ocasión, pretende hacer doblar la cerviz de los díscolos catalanes amenazándoles con una sarta de plagas bíblicas, o sea, constitucionales del 78. El paquete incluye todo el repertorio sádico-satrapil, empezando, como ya enumerábamos el otro día, por la deposición del gobierno legítimamente elegido, siguiendo por el secuestro de la Hacienda del territorio hostil, la neutralización de la fuerza policial propia y, como fin de fiesta, la intervención de los medios de comunicación públicos.

Además de miedo, tengo mis serias dudas sobre si se van a llegar a hacer efectivas y cómo las tres primeras medidas enunciadas. Respecto a la cuarta, la toma al asalto de TV3 y Catalunya Radio para convertirlas en altavoz de la noble causa de la unidad de la nacional española, estoy completamente seguro de que jamás ocurrirá. Y ya no solo porque buena parte de la ciudadanía de Catalunya lo vaya a impedir, sino en primer lugar, porque las trabajadoras y los trabajadores no lo permitirán. Bajo ninguna circunstancia dejarán que uno o varios comisarios políticos les obliguen a participar en un No-Do redivivo.

A partir ahí, los planes de sustitución del presunto veneno separatista por la difusión de la benéfica poción ideológica unionista tendrán que ser modificados. Cabrá, quizá, torpedear las antenas o emprenderla a hachazos con los cables. O quién sabe si hacerle caso al adelantado Federico Jiménez Losantos, que lleva unos días proponiendo dinamitar lo que, según él y otros que tal bailan, es el nido del mal. “Cuando no haya nadie dentro”, matiza con condescendencia.

«Lo demás, merde» (2)

Resumen de lo publicado: una antigua presentadora de noticieros televisivos convertida en reina por vía inguinal le hace cariñitos telefónicos a un compi yogui que está metido hasta las trancas en el pufo de la tarjetas black de Bankia. Un periódico digital —eldiario.es— se hace con los mensajes empalagosos de la mengana y de su real marido —que es más listo y no se compromete casi nada en sus escritos— y, como es lógico, los difunde. A pesar del silencio espeso de algunos de los más importantes medios de comunicación y de los representantes de tres de los cuatro principales partidos españoles, el asunto se convierte en un escándalo del carajo de la vela.

Y a partir de aquí, lo nuevo, que es que el gobierno en funciones toma cartas en el asunto. ¿Quizá para afear la conducta casquivana del Jefe del Estado y su señora? Pues no. Lo que ha hecho el ministro interino de Justicia es anunciar que se va abrir una investigación para determinar si la divulgación de los frotamientos verbales de la tal Ltzia (así firmaba) con su enmarronado partenaire de chakras constituye un delito de revelación de secretos. Como argumento, el licenciado Rafael Catalá esgrime su preocupación por el derecho a la intimidad y la protección de las comunicaciones. Otro del gabinete provisional que tal baila, el ostentador transitorio de la cartera de Interior, Jorge Fernández, se ha descolgado con la fresca que sigue: “Creo que es muy malo, afecte a quien afecte, que se revelen cosas que no deben ser conocidas”. Me dirán que menudo morro, pero vuelvo a exhortarles a sacar sus conclusiones. Es que si lo hago yo, me la cargo.

Tantas mordazas…

De nuevo se me pasó el día mundial de la libertad de prensa. Y eso que esta vez coincidió, grotesca casualidad, con el de la madre. Qué oportunidad para hacer la loa cursi con doble tirabuzón. No crean, ya hubo algunos rapsodas tuiteros que se curraron el dos en uno, si bien la mayoría tiró por lo trillado. Que si la ley mordaza, que si los medios secuestrados en unas pocas manos, que si cuánto necesitamos periodistas valientes. No te joroba, como si no necesitáramos camareros o camareras con un par de narices que nos cobraran el cortado por lo que cuesta y no al precio abusivo que le ha puesto el dueño del bar. O mejor, empleados de banca aguerridos que concedieran créditos a quien los necesitara y tacharan impagos para evitar desahucios. Pero no, oigan; nadie reclama ese tipo de héroes. Parece existir un curioso consenso en que los únicos que se tienen que jugar el culo —quizá con los ciclistas— somos los que practicamos, o intentamos hacerlo, este oficio de tinieblas.

Lo tremendo es que una buena parte de los que nos exigen que seamos la hostia en vinagre de independientes lo único que pretenden es que escribamos o digamos exactamente lo que quieren leer u oír. Si lo hacemos, nos sacan bajo palio. Si no, empiezan a llover las tortas como panes. Es de llorar diez ríos que esos lectores y oyentes que reclaman la mayor de las purezas alberguen en su ser a un censor implacable o a un jefe de redacción cabrón de los que dictan cada línea. Claro que también es verdad que peor es cuando no pocos de este gremio, por canguelo o en busca del aplauso de aluvión, hacen piezas a medida de la parroquia.

La canalla

De entre todos los días de que ensombrecen mi ya de por sí oscuro ánimo, el de la libertad de prensa figura entre los más letales. Cada año es peor, supongo que en buena parte, por culpa de Twitter, que desde el punto de la mañana me tritura el alma a base de consignillas de cinco duros no pocas veces aventadas por auténticos canallas. Pongan esa última palabra en femenino singular y tendrán una de las formas más extendidas de referirse al gremio: la canalla. Aunque parezca ofensivo, el tiempo y la piel de rinoceronte de los aludidos han convertido el término en chiste simpático, y así nos llamamos a nosotros mismos entre risas, porque dijera lo que dijera el difunto Kapuściński, son los cínicos los que mejor se adaptan a este oficio, y él mismo fue un ejemplo perfecto.

Por lo demás, esa denominación a medio camino entra la chanza y el insulto no es mucho más inapropiada que la oficial y canónica, es decir, periodistas a palo seco. Si reparan en el vocablo, verán que nombra realidades distintas y hasta contradictorias entre sí. Se le dice periodista exactamente igual a quien se juega el pellejo por lo que escribe o cuenta que al que hace guardia junto a la puerta de la finca del famosete de turno para colocarle la alcachofa en el morramen. Entre uno y otro extremos, el resto de los grises —tómenlo por donde quieran— que componemos la manada, incluyendo una larga nómina cuya mayor cuita en esta vida es si les van a dar las vacaciones en las fechas que han pedido. ¿Nos atañe del mismo modo a todos la tal libertad de prensa a la que se hacían odas ayer? Estoy por jurar que no, pero mejor me callo.

Libertad de prensa

El calendario oficial, que es una versión exagerada del zaragozano, dice que hoy toca elevar nuestras preces por la libertad de prensa. No dejen que les confundan haciéndoles creer que es otra jornada para que los periodistas nos miremos el ombligo o la agarremos llorona. La cosa les incumbe también —diría incluso que especialmente— a ustedes, que son los destinatarios de nuestros ejercicios en el alambre. Supongo que preferirán que los chupitos de información u opinión que les servimos desde este lado de la barra no estén rebajados o, peor todavía, adulterados. Si es así, esta también es su batalla.

Calma, no les estoy pidiendo que se pongan el uniforme de camuflaje y se vengan a las trincheras. De hecho, si lo hicieran, comprobarían que están vacías. A buena parte de los plumillas de este trozo del mundo —lo que viene siendo Occidente palmo arriba o abajo— es más fácil pillarnos en la máquina de café despotricando contra lo mal que está todo que localizarnos en cualquier sitio donde se esté peleando de verdad. Tendría gracia que lectores, oyentes o espectadores nos sacaran las castañas del fuego. No; bastará con que mantengan una actitud vigilante y crítica sobre los materiales que les despachamos. Pero sin subirse a la parra, claro. No nos exijan más heroísmo que a cualquier otro profesional de lo que sea. ¿Acaso quien atiende la ventanilla en un banco es co-responsable de los desahucios que ejecuta la entidad? Hagan el paralelismo correspondiente con nuestro oficio de tinieblas y saquen sus propias conclusiones.

La mía, por si les sirve de algo, es que pertenezco a un gremio con parecida proporción de buena y mala gente que los demás. Aunque el estereotipo romántico que nos persigue nos atribuye la capacidad para mover montañas a favor o en contra, lo cierto es que vamos que chutamos si de vez en cuando cambiamos de sitio una piedrecita. ¿Libertad de prensa? ¿Dónde? ¿Cuándo?

¡No nos lo llamen!

Adagio atribuido a Alfonso Guerra: “¡Coño, es que hay cosas que se hacen… pero no se dicen!”. Maquiavelo habría corrido a collejas a los petimetres miembros del Consejo de Administración de RTVE —4 del PP, 1 de CiU y los vergonzosos abstencionistas de PSOE, ERC y CC OO— que se pusieron pilongos imaginando que podrían espiar por un agujerito cómo se visten y se desvisten las noticias en el ente público. Hay que ser cenutrio para dejar en el libro de actas la reinstauración de la censura previa. Eso canta tanto que hasta los borregos más dóciles protestan y, claro, hay que dar marcha atrás explicando que se te fue el dedo, que no sabes dónde tenías la cabeza o que pensabas que se estaba votando la designación de la morcilla de Burgos como patrimonio inmaterial de la humanidad.

Empecemos explicando a los ajenos a este oficio de tinieblas que en los tiempos actuales (Viloria aparte) no procede lo de irle al supertacañón a que te marque con el lápiz rojo lo que sí y lo que no. Ni siquiera se estilan los dictados. ¿Porque finalmente ha triunfado la libertad de expresión? Más quisiéramos. Es pura optimización de recursos y algo de mejora genética de la especie plumífera, que ya viene programada de fábrica para regurgitar las noticias (u opiniones si es el caso) al punto de sal exacto que le priva al pagador de la nómina. Podría presentarles a varios capaces de pasar del Pravda auténtico a El Alcázar sin que nadie notara nada. ¿Y qué les voy a decir de aquellos que en el baserri electrónico de ayer ibarretxeaban con idéntico timbre al que hoy lopezbasagoitean? Nada, que mañana otegiarán si sale el sol por ahí.

Dejen, pues, los politicos avispadillos de sacarnos los colores en público y de dar tres cuartos al pregonero para que todavía nos señalen más con el dedo cuando vamos por la calle con nuestra cruz. Bastante jodido es saber lo que somos. Así que, carallo, ¡no nos lo llamen!