¡Fascista!

Empezaré diciendo que si todos los fascistas de la historia hubieran sido como Borja Sémper, seguramente en la lista de vergüenzas de la humanidad no figurarían el exterminio de los judíos ni la segunda guerra mundial, por poner un par de ejemplos de carril. Vamos, que no veo al correoso dirigente popular ni remotamente cerca de las actitudes o las garrulas ideas que provocaron tales ignonimias. De hecho, aparte de sus querencias futbolísticas merengonas, no encuentro en su proceder motivos de reproche que sean muy diferentes de los que le haría a cualquier político de cualquier partido. Como (casi) todos, está sujeto a una disciplina y a un catecismo, y cuando le ponen un micrófono delante, le toca seguir la partitura. Y aunque, de cuando en vez el irundarra gusta de marcarse unos gorgoritos que no vienen en el pentagrama, lo que no hará nunca será entonar una canción que no le haya señalado el director del coro. O sea, que el pasado jueves en el parlamento vasco le correspondía defender lo justo y necesario de la operación judicioso-policial contra Herrira tirando de argumentario. Lo hizo con tanto brío y entrenada convicción —las cámaras, ya saben, ayudan—, que consiguió arrancar en alguien de la bancada a la que se dirigía el epíteto comodín: ¡Fascista!

La cosa podía y opino humildemente que debía haber quedado ahí. Un lance sin más del juego parlamentario. ¡La de exabruptos que se escuchan cuando se está en el uso de la palabra! Contra lo que uno diría que es su carácter, a Sémper, sin embargo, le dio por tomárselo a la tremenda. La intervención del metete Maneiro, que quería chupar plano, terminó de hacer un mundo de lo que no pasaba de anécdota poco edificante. Como remate, varios compañeros del espontáneo que lanzó la invectiva se entregaron a teorizar que no se trataba de un insulto sino de una definición. Y el retrato de nuestra política quedó completado una vez más.

Haberlos, haylos

Igualito que la asamblea de majaras de la canción de Kortatu con que nos dislocábamos el bullarengue en nuestra mocedad decidía “mañana, sol y buen tiempo”, el Parlamento vasco ha decretado que ni en estas tierras bárbaras ni en las de más abajo hay presos políticos. Tal como lo están leyendo. ¿Que en qué línea del Estatuto, la Constitución española o el Reglamento Unificado del Parchís (RUP) pone que la cámara vasca tiene competencias para tirarse estos largos, cuando los supertacañones no le dejan ni determinar sobre una triste paga extra? Oigan, no empujen. Yo les digo lo que he visto en los titulares y lo que servidor en persona ha tenido que píar a sus pacientes escuchadores. Si la semana que viene les da a sus señorías por aprobar una resolución diciendo que la tierra es plana o que Mourinho es más majo que las pesetas, se lo contaré del mismo modo. Mi papel es el de mensajero. Otra cosa es que por dentro no sepa si partirme la caja o llorar el Amazonas ante el espectáculo de nuestros representantes metidos a conductores de un trailer para el que no tienen carné.

Tenían que haberlos visto. A los que sostenían que sí, a los que pontificaban que no y a los que, vestidos de lagarterana, se salieron por la tangente. Que si mi cuñado es de Amnistía Internacional y dice tal, que si tengo un amigo que hizo el Erasmus en Dublin y opina cual, que si yo estuve de vacaciones en Johannesburgo y vi pascual. Y entre medio, puyitas cruzadas sobre quién mea democráticamente más lejos o quién lleva la muda ética más limpia. Allá películas con los cadáveres recientes y no tanto que cada uno esconde en el armario. Adelántate, madre, para que no te lo llamen.

¿Y qué pasa con el fondo de la cuestión? Pues lo mismo que con las meigas. Presos políticos, haberlos, haylos. Asunto distinto es que serlo te convierta en aristócrata de la trena, mártir o héroe de la causa. Eso no lo decide ningún parlamento.

En defensa de López

Patxi López se descarga un juego en su tableta durante el pleno monográfico sobre la pacificación y la convivencia. Inoportunidad sobre inoportunidad, y me llevo una. Menudo caramelo para sacar el flagelo y liarse a fustazos hasta el punto final de esta columna. Sería, a buen seguro, una tunda muy celebrada, que en sus versiones digitales se vería corregida y aumentada por comentarios del calibre más grueso. No me cuesta trabajo imaginar las decenas de Me gusta y/o retuits que cosecharía en esos tribunales de excepción que llamamos redes sociales. Pero, ¿saben qué? No pienso hacerlo porque sería el primero en ser consciente de que se trataría de una impostura.

A ver, ¿cómo es eso? ¿El plusmarquista mundial de atizarle a López en las modalidades badana, cielo de la boca y mixta, apartando de sí un cáliz del sabroso vino extraído de las uvas de la ira? Se maliciarán que he perdido facultades, que me ha venido un motorista de Sabin Etxea a pedirme que afloje o, qué sé yo, que me ha dado un jamacuco místico y en lo sucesivo solo me dedicaré a propalar la paz y el amor por las esquinas. No va por ahí, aunque ya sé que a algunos les encantará especialmente la segunda opción. Es, sin más y sin menos, que el episodio no me parece tan grave. Por supuesto que no es lo más edificante, sobre todo, si se suman las dos circunstancias concurrentes —juego y materia del pleno—, pero sería una exageración injusta elevar la anécdota a categoría. Ni de lejos creo que la conclusión que se puede extraer de la imagen es que al anterior lehendakari le importa una higa la pacificación. ¿Y lo del tren el día del comunicado? No mezclemos. Aquello fue un error mayúsculo y saberlo supone en sí mismo la peor penitencia. Respecto a otras actuaciones discutibles, ahí están. Me temo que en el examen de la normalización nadie sacará un diez. Pero Patxi López, fíjense quién lo dice, no obtendrá las notas más bajas.

La ponencia

Ayer no se hablaba de otra cosa en las calles vascas. Por lo menos, en las de la demarcación autonómica. Venga arriba y abajo con la ponencia. Que si los de EH Bildu habían dicho tal, que si los del PP cual, pero que los del PNV y el PSE opinaban que pascual, si bien era cierto que el de UPyD —al que se citaba por el nombre y dos apellidos— había dejado bien claro que tracatrá… Cada esquina, cada farola, cada terraza cubierta o sin cubrir, cada cola de la pescadería, cada ascensor eran réplicas a escala del parlamento donde ciudadanos y ciudadanas cruzaban elevadísimos y documentadísimos argumentos favorables, contrarios o entrambasguas sobre la cuestión. Ni el precio de los abonos del nuevo San Mamés, ni si hay que echar a Montanier a pesar de la resurrección de la Real, ni si la nevada del martes fue la más gorda del siglo, como dijo Maroto, o solo una más. El único asunto de debate, charla, coloquio o comadreo era la ponencia. Así, en genérico, sin añadir lo de “paz y convivencia”, que a estas alturas no hacen falta más detalles porque aquí el menos versado tiene un doctorado en la cosa.

Lástima que no sea ni medio verdad. Lástima, en realidad, que sea totalmente falso, y que hasta estas líneas estén condenadas de antemano a la lectura del cada vez menos numeroso puñado de muy cafeteros que manifiestan cierto interés sobre la materia. ¡Pero eso es tremendo, don columnista! ¿Cómo es posible que a un cuerpo social se la traiga al pairo algo tan esencial como el cierre de las heridas del pasado, muchas aún sangrantes, y la construcción de un futuro a prueba de recaídas? Tengo mis teorías al respecto, no necesariamente condenatorias, pero me falta espacio para exponerlas. Solo sé que ocurre. Y estaría bien que se dieran por enterados y enteradas quienes ayer en el Parlamento vasco volvieron a hacer de la ponencia una excusa para lucirse… cuando lo triste es que casi nadie los miraba.

Memoria e indiferencia

Mañana, tercer Día de la Memoria, conmemoración de plexiglás embutida con calzador en el calendario oficial en los primeros compases de la ya extinta mayoría pepesocialista. La instauración venía de serie entre la letra y el espíritu de vendetta del Acuerdo de Bases, ese Zotal firmado y sellado con que pretendieron desinfectarnos… con el éxito que se acaba de ver en las elecciones de hace tres semanas. Si las dos ediciones precedentes resultaron un esperpento que contribuyó a embarrar el patio más de lo que estaba, la presente podrá figurar en las antologías del absurdo y por el mismo precio, en las de la inmoralidad política.

Y suerte que, por supuesto tarde y mal, Arantza Quiroga ha caído en la cuenta de que a estas alturas es tan presidenta del parlamento vasco como servidor Mister Universo y ha cancelado su sarao. ¿Qué narices pintaba una cámara reducida a espectro montando un convite que para colmo volvía a ser un homenaje con derecho de admisión y lista negra? Ya se entendía lo justo que un Gobierno con la fecha de caducidad a punto de vencer buscara unas fotos semipóstumas convocando el acto institucional correspondiente.

Nos libra del estrambote el hecho constatable de que ya hace un rato estas cuestiones han dejado de preocupar al personal. Apuesto —y seguro que gano— que muchos lectores se están enterando de los chuscos episodios en estas mismas líneas. Puede que alguna vez nos hiciéramos ilusiones de construir una memoria no exclusiva donde cupiera cualquier forma de dolor independientemente de su procedencia. Ahora ya sabemos que en materia de sufrimiento cada cual se barre su parcela y, si le apetece, que suele ser que sí, deja la porquería resultante en las de los demás. Quizá lo normal habría sido cabrearse con tirios y troyanos y montarles un buen pollo por su intolerable comportamiento. Hemos optado por la indiferencia y que les vayan dando a los unos y a los otros.

Ponencia imposible

Supongo que en el Basque Culinary Center ya estarán pensando en poner como asignatura obligatoria la elaboración de una de nuestras especialidades gastronómico-políticas por antonomasia: los panes hechos con unas hostias. El penúltimo salió del horno del Parlamento vasco el viernes pasado, cuando una ponencia creada por y para la concordia tuvo como primer efecto que estallara la discordia en el seno de Aralar. Es verdad que la cosa olía a rosario de la aurora y que cualquiera que conozca este país con tanta querencia por la partenogénesis sabía que tarde o temprano llegaría el momento de hacer el karaoke de María Dolores Pradera: devuélveme el rosario de mi madre —o sea, el escaño y tal vez el carné— y quédate con todo lo demás. Sin embargo, la gota que colmó el tonel de rencores macerados tuvo que ser justamente lo que pretendía ser un paso para que en el futuro nos miremos todos con menos desconfianza. Antes de la suma, la división; no parece el mejor comienzo.

Más triste es aun pensar que la inmolación prematura de Aintzane Ezenarro, Mikel Basabe y Oxel Erostarbe va a servir de bien poco. Me encantaría equivocarme, pero sospecho que su sacrificio tendrá, como mucho, la belleza de los gestos inútiles, y hasta eso se les negará en medio del cainismo imperante. Inspirada en las más loables intenciones y aprobada por una mayoría tan contundente a la vista como ficticia en la trastienda, esa ponencia está condenada a ser nada entre dos platos. Aunque llevemos un buen rato hablando del nuevo tiempo, todavía quedan muchos que no han cambiado la hora, por no mentar a los que usan el reloj como calculadora, que son la mayoría.

No se culpe a nadie. Como mucho, a este cha-cha-chá al que no acabamos de acostumbrarnos después de cincuenta años de heavy metal. Con suerte, un día dejaremos de pisarnos —por descuido o a mala leche— los unos a los otros. Mientras, hay que seguir intentándolo.