Debate en tú menor

Del presunto debate definitivo vi treinta segundos. Es lo bueno de la cultura audiovisual de mi tiempo. Medio minuto da para un Quijote completo y cuarto y mitad de La Divina Comedia. Suficiente, en este caso, para comprobar la escasa calidad del paño. Soraya SdeS con sonrisa de estreñimiento (¿Pon dientes, que les jode?), Rivera frotándose las manos como si quisiera prenderse fuego allí mismo, Sánchez tirando de repertorio de vendedor de enciclopedias de Argos Vergara. Completando el cuarteto, el que me dio la impresión de estar más cómodo: Pablo Iglesias Turrión, polemista profesional, capaz de defender con idéntica vehemencia contenida arre o so, y tuteando despreciativamente al resto de los que componían la francachela.

Un momento. Deténganse en ese detalle, si es que lo era. Yo, quizá pasándome de suspicaz, lo encuentro más bien una categoría que caracteriza fielmente tanto a los contendientes como a la contienda. Extiendo, de hecho, el desprecio y la falta de respeto hacia los teóricos destinatarios del intercambio dialéctico, es decir, las ciudadanas y los ciudadanos. Quienes se tengan por tales y no por meros telespectadores a los que les da igual la final de Masterchef que una confrontación de ideas entre personas que aspiran a presidir el gobierno de un Estado tendrían motivos para sentirse un tanto molestos por ese colegueo chusco.

No digo yo que no haya que romper con ciertas rigideces artificiosas de la pugna política. Es verdad que el oigausté canta a naftalina, pero no se puede debatir sobre el futuro de un país como quien discute los ingredientes de la pizza que se va a encargar.

Citas con Mariano

Al final va a ser un genio de la lámpara. Dice ahora Mariano Rajoy que hay que dejar a Catalunya fuera de la batalla electoral. Como si no cantara a millas que el asunto es el hierro ardiendo al que, tras su cuatrienio negro, fía las posibilidades de no mudarse de Moncloa. Perdido todo lo demás, le queda envolverse en la bandera rojiamarilla y venderse como la reencarnación de Santiago cerrando España.

La cosa es que, de momento no le va mal. Mucho mejor de lo esperado, y cito como prueba que haya conseguido atraerse cual satélites a los líderes (o así) de los otros tres grandes (o así) partidos autodenominados nacionales. Qué inmensa pardillez, por cierto, la de Pablo Iglesias teniendo que rogar ser llamado a la cita con los mayores, y perdiendo el culo para ir cuando el magnánimo dedo del pontevedrés marca su teléfono para convocarlo como plato de segunda mesa.

Podrá rezongar lo que quiera el baranda de Podemos y tratar de colocar la moto de que irá a montar un pollo, que la foto que quedará será la del estadista —sí, Rajoy, es la releche— que se atrajo al supuesto rojo del barrio porque, a pesar del millón de diferencias en prácticamente todo, coincide con él en que el valor supremo es que la patria no se rompa. Y si vuelven a leer la última parte de la frase, se darán cuenta que es verdad, como también lo es si cambiamos a Iglesias por Pedro Sánchez, y no digamos por Albert Rivera. Sin más y sin menos, la encarnación por partida cuádruple de la archifamosa sentencia de Josep Pla: no hay nada más parecido a un español de derechas que un español de izquierdas. Sobre todo, en lo identitario.

Lozano, qué rostro

Qué caras y qué silencios tan elocuentes entre algunos militantes y simpatizantes del PSOE que aprecio sinceramente. No son nadie sus gerifaltes, y particularmente el elevado —cualquiera sabe aún por qué— a líder supremo, pegándose tiros en el pie. Ni el mismo (Felipe) Froilán (de Todos los Santos) superaría la autoagresión que supone el fichaje, procedente de la cuadra o quizá pocilga magenta, de esa enorme vividora del cuento que lleva por nombre Irene Lozano.

Anda que la doña, que iba de azote del bipartidismo cuando eso le rentaba, no las ha soltado gordas del partido fundado por el Pablo Iglesias auténtico. Y ahora que su chiringo —UPyD, cuatro siglas, cuatro trolas— está de liquidación por cese de negocio, cruza la acera a Ferraz para ir de número 4 en las listas por Madrí, Madrí, Madrí, pedazo de España en que nací. Sin devolver el acta de diputada ni el correspondiente estipendio. Y por lo que parece, en pack con la comandante Zaida, lo que acaba de demostrar que las desgracias y las injusticias, sin dejar de ser tales, pueden convertirse en momio.

Queda por discernir la vieja disyuntiva de mi profesor de latín: ¿Tiene más pecado el que peca por la paga o el que paga por pecar? Tanto da, supongo. Importa más, opino, lo que este episodio cutre salchichero nos cuenta sobre la política actual. La regeneración era eso, una mierda pinchada en un palo, o si quieren que se lo escriba en más fino, uno de esos trampantojos que tanto se llevan ahora. Bien es cierto que aquí sí tengo meridianamente claro que la culpa mayor no es de los burladores, sino de los que se dejan burlar sin mudar la color.

Réquiem por Rompesuelas

El pronóstico anuncia lluvias para hoy en Tordesillas. Por desgracia, parece que no en la cantidad suficiente que obligue a suspender esa siniestra atrocidad llamada el Toro de la Vega. Así que, siguiendo la letanía clásica de los espectáculos, el tiempo no va a impedir la matanza, y un año más, la autoridad la va a permitir. ¿Autoridad? Debemos hablar en plural, pues son varias las implicadas en esta carnicería inhumana que se viene repitiendo, como poco, desde 1534. Si la que directamente la consiente e incluso promueve es la municipal, las otras —provincial, autonómica, estatal y europea— no se libran, en el mejor de los casos, de la complicidad por omisión. Y tampoco hay que dejar de señalar a los conmilitones políticos de la piara de desalmados que regenta la localidad vallisoletana. Importa una higa que Pedro Sánchez prometa difusamente una futura ley para prohibir la villanía, si no empieza por algo tan básico como ordenar la expulsión del PSOE del alcalde, un tipejo que atiende por José Antonio González Poncela, y de los demás zurullos con nariz y ojos que mangonean en el equipo de gobierno.

No, no rebajo ni un cuarto de diapasón los calificativos. De hecho, los extiendo a todos los individuos, con o sin mando en plaza, locales o foráneos, que en nombre de la tradición defienden el acoso y tortura hasta la muerte de un animal. Rompesuelas es el nombre de la víctima de este año. Pena que, en medio del martirio, los 640 kilos del morlaco no se revuelvan y alguno de los sádicos matarifes que lo estarán alanceando se lleve a casa un buen costurón. Un gramo de justicia, siquiera poética.

Sánchez en rojo y gualda

Está dando mucho que hablar el banderón rojigualdo ante el que compareció Pedro Sánchez el otro día. Y ahí tienen la clave para entender la vaina. Se trataba, en primer lugar, de ganarse unos minutos de blablablá en tertulias de aluvión, Twitter y otros espacios de opinión al por mayor o al detalle, como estas mismas líneas.

Una vez comprobado que, a diferencia de las fuerzas nuevas (uy, perdón), el PSOE no coloca una puñetera escoba marcándose el rollete chachiguay y que tampoco sale de pobre vendiendo a su líder como un excitante sexual, alguien decidió que había que probar otra cosa. O en realidad, dos cosas, porque lo de la enseña nacional ciclópea fue conjunta e inseparablemente con la presentación en sociedad de la esposa del secretario general. Al estilo House of cards, dicen algunos con memoria tirando a frágil: el dos en uno de buena física y aparente mejor química lo viene utilizando últimamente Artur Mas y antes lo hizo, sin salir de Ferraz, Rodríguez Zapatero, cuya señora, Sonsoles Espinosa, tiene, por cierto, algo más que un aire a Robin Wright, la protagonista femenina de la serie antes mentada.

¿Hay alguien en la sala que sea capaz de citar alguno de los mensajes espolvoreados por el ya investido candidato socialista a la presidencia del Gobierno español en el acto de marras? Apuesto a que no. Y ni falta que hace, porque lo que se pretendía que captaran las cámaras eran los colores. En primer término, los de la bandera, y en segundo, el del vestido de la compañera de Sánchez. Luego venía el debate (o así) en el que hemos entrado de cabeza. Una estrategia verdaderamente acertada.

Política de reservados

No hace ni un año, el entonces sputnik recién lanzado Pablo Iglesias Turrión proclamó en dos entrevistas diferentes que había que terminar con las reuniones políticas en los reservados de los restaurantes. En una (nueva) muestra de su fidelidad grouchomarxiana a los principios aventados, el miércoles pasado, el líder de Podemos se reunió con el secretario general del PSOE y miembro de la casta en proceso de revisión, Pedro Sánchez, en el reservado del restaurante de un hotel madrileño. Como buen ególatra reivindicador, la mañana siguiente lo largo él mismo en el programa de Ana Rosa con palabras que recordaban a cancioneta etílica de Ortega Cano: “Era un reservado, muy a gusto, un sitio en el que podíamos estar cómodos”.

La cosa es que salvo la contradicción —o la incoherencia— de talla XXL entre lo pontificado y lo practicado, no hay mucho más que reprocharle a Iglesias. Los encuentros discretos, e incluso los secretos, qué caray, son, además de muy frecuentes, absolutamente necesarios en la práctica política. Igual para menudencias de rutina que para desatascar cuestiones cruciales, los contactos lejos de la luz y los taquígrafos resultan de enorme utilidad.

Ocurre, me temo, que en el vaciado ritual de los conceptos, lo que se estila ahora es apelar a una transparencia de pitiminí, de esa que llena mucho en la boca pero no cunde nada en el plato. Y como ejemplo rayano en lo ridículo, las delegaciones extremeñas y zaragozanas del PSOE y Podemos, por mandato de los morados, transmitiendo en vivo sus negociaciones a través de internet. Como ejercicio de exhibicionismo light, pase, pero no más.

Plácida Borbonidad

Francamente, no sé si decirles que parece que fue ayer o hace un par de glaciaciones cuando vimos la imagen que nos van a atizar tres o cuatro millones de veces a lo largo de esta jornada. Un año redondo de la tocata y fuga del Borbón mayor a sus borbonadas crepusculares y de su inmediata sustitución por el joven pero sobradamente preparado. ¿Recuerdan a los que, igual con un canguelo notable que reventando de felicidad, vaticinaban el desparrame para siempre jamás de la monarquía? Pues ya ven qué tino en el pronóstico. Aunque al vástago de Juan Carlos le pitan lo reglamentario en las finales futboleras que ahora le cumple presidir, si hacen números en serio, comprobarán que su reinado marcha con una enorme placidez.

Reconozcámoslo: la operación Borbón y cuenta nueva ha sido un éxito. No diré que sin precedentes, pues gracias a mi provecta edad, tengo muy presente que estamos ante una repetición. Este cambiazo de trileros del Retiro nos lo dieron prácticamente idéntico con su viejo, al que los optimistas llamaron El breve para asistir después a su eternización. Bastaron entonces dos pases de magia mediático-cortesana y, sobre todo, unas manos de barniz legitimador a cargo de presuntos republicanos de tronío —mayormente, Carrillo, Felipe y (me parto) Tierno Galván— para consumar el birlibirloque.
¿Y quiénes están jugando hoy el papel(ón) de palafreneros? Ahí tienen a Ken Sánchez, corriendo al teléfono para expresarle al marido de Letizia Ortiz su solidaridad tras el trago del Camp Nou. O a la vanguardia de Podemos proclamando a lo Pujol que el debate Monarquía-República no toca hasta nuevo aviso.