Qué gran encajador es Pablo Iglesias Turrión. En lugar de sulfurarse por la cabronada de rodearlo de vicepresidencias de esto y de lo otro para que la suya quede devaluada, el vallecano más célebre de Galapagar ha tuiteado un chiste —chistaco, en aumentativo de boina calada hasta las cejas se dice ahora— para quitarle hierro a la afrenta y demostrar, jijí-jajá, el buen rollito que impera en el gobierno de yuxtaposición a punto de echar a andar. Sostienen mis recuperadas gargantas cavernarias que, una vez pillado cacho, al otrora asaltador de cielos se la bufa todo. Convertido en casta de categoría suprema, ahí se las den todas.
No saben cómo me jode reconocer que tal tesis no me parece muy desencaminada, aunque la mía va por otro lado. Este pacto empieza a oler al del Lazarillo y el ciego. Se mantendrá como sociedad de socorros mutuos por purita necesidad, pero las bofetadas cruzadas subterráneas van a ser el pan nuestro de cada día. Manda bemoles que la gran argamasa vaya a ser, amén de la propia cuestión de haber encontrado acomodo en el Olimpo de los que mandan, lo fachuzos y lo casposos que son los tres partidos de la aulladora oposición.
Anoten la paradoja: cuanto más ladre la trinidad (ultra)diestra, menos caeremos en la cuenta de la mediocridad —hago precio de amigo— del ejecutivo de la rosa y el círculo. Y eso lo afirma y lo firma este humilde columnero que llamó en su día a apoyar la alianza que, así me aspen, jamás llamaré de progreso. En esas sigo. Larga vida al mal menor porque, efectivamente, acojona mucho la alternativa. No me pidan, sin embargo, que jalee el deplorable principio del invento.