Jo-der…

Lo mejor de los ególatras es que llevan la matrícula bien a la vista. Se gustan tanto, que en lugar de ocultar sus tropelías, las exhiben con orgullo y satisfacción. Suerte tienen algunos de estos narcisos XXL, eso también es verdad, de contar con legiones de borregos acríticos que al contemplar sus vilezas, aplauden con las orejas y prorrumpen en síbwanas o sísepuedes, que para el caso, pata. Es para no comprender nada —o quizá para exactamente lo contrario, para comprenderlo todo— que ante una de las mayores ruindades políticas que se recuerdan por estos pagos, y miren que está alto el listón, la respuesta fuera un ovación.

Hablo, cómo no, de la propuesta al modo corleonesco del macho alfa —lo de líder se le queda enano— de Podemos. O sea, de Pillemos, que es un nombre ya definitivamente más adecuado para una formación que empieza a negociar asignándose cargos. El gobierno de la gente, pero yo, vicepresidente. Y seis de los míos, ministros de, ojo al dato, Economía, Educación, Sanidad, Servicios Sociales, Defensa y Plurinacionalidad y otras hierbas. Le dejan al PSOE, aparte de una retahíla de insultos y la humillación oceánica de anunciarlo a sus espaldas, Parques y Jardines.

Joder con el que no iba entrar en un gobierno que no presidiera. Joder con el que tiene dicho mil veces que jamás pactaría con los “cómplices de los recortes”. Joder, en definitiva —y le robo el concepto a Niko Moreno—, con la ViceCasta. Pero joder también, y mucho, con los que después de ver que todo consiste en trincar cacho siguen tragando. Y joder con Sánchez, que en vez de ponerse como una hidra, sonríe con arrobo.

Un bebé en las Cortes

Sí, otra columna sobre el churumbel de la diputada Bescansa. Ovación y vuelta al ruedo para el mago de la propaganda podemita —probablemente, Iglesias Turrión en persona— que atinó con el modo de agenciarse el protagonismo de la jornada de apertura de la nueva temporada del pardillo en la Carrera de San Jerónimo. Nadie se llame a engaño. No hubo nada casual ni espontáneo. El catecismo morado, compendio de todas las demagogias que a lo largo de la historia han sido y siguen siendo, contiene el mapa detallado de los resortes que hay que tocar para obtener la máxima eficacia comunicativa. Y si es necesario utilizar como reclamo una criatura, se utiliza sin el menor reparo.

El triunfo de la estrategia es seguro. No solo por las tiernas imágenes que se consiguen de saque. La parte mollar viene con el debate trapacero que se organiza inmediatamente. Que si igualdad, que si conciliación, que si naturalidad. Cualquiera que entre en ese jardín, como servidor ahora mismo, es susceptible de ser despellejado por las milicias progresís enarbolando argumentos irrefutables. Lástima que uno esté ya muy mayor para comprar esas motos trucadas.

Si algo hizo la escañista Bescansa fue demostrar un desprecio sideral por el trabajo —sí, es un trabajo— de representar a la ciudadanía. Le puede echar toda la música de violín que quiera, que con un bebé en brazos es imposible desempeñar la tarea que le han encomendado las urnas. ¿Acaso si fuera albañil se subiría al andamio con el niño? No, y menos, disponiendo, como ocurre en las Cortes españolas, de un servicio de guardería que ya quisieran las y los currelas de a pie.

Presidente ‘independiente’

Como no bastaba con no haber votado a Felipín Six, el de los discursos achorrados y cansinos, Podemos propone para Hispanistán “un presidente del gobierno independiente”. Avanzó la membrillada Iñigo Errejón, y cuando todos esperábamos el desmentido, la confirmó el gurú y patrón, Iglesias Turrión. El concepto de democracia de los barandas morados es, como ven, nada diferente al que gasta la Troika; las perrerías que dijimos cuando pusieron un propio en Grecia o Italia. En el espíritu de las fechas y por si cuela, me apresuro a contribuir a la memez con mis sugerencias, no menos memas.

Falete, el primero que me vino a la cabeza; me lo haré mirar. Belén Esteban, demasiado obvio. Iniesta de mi vida, valor seguro. Sergio Ramos, risas no nos iban a faltar. Matías Prats, insistente y cansino como muy pocos. Iker Jiménez, un halo de misterio. Ana Pastor, su santo Ferreras y Jordi Évole; esto sería un triunvirato, aunque ya sé que están pensando que el término está mal utilizado. Antonio el del bar del anuncio de la lotería del año pasado, quizá un poco blando. Fernando Alonso, qué podemos perder. Víctor Belén y/o Ana Manuel, una broma que no es mía y que anoto conscientemente para encabronar a retroprogres. José Antonio Durán y Lérida —otro chiste ajeno pero convertido en realidad por los hechos—, que siempre ha aspirado a ello. Karlos Arguiñano, ahí, con fundamento. Bertín Osborne, que ha hecho más de un mérito. Iñaki Gabilondo, indudable figura de consenso. María Teresa Campos, qué tiempo tan feliz. Imanol Arias, me cago en la leche, Merche. Y seguro que ustedes tienen su propia lista. No se corten.

¿Adiós al bipartidismo?

No dejo de escuchar un responso tras otro por el bipartidismo español. De donde menos me esperaba. Hasta los periódicos de orden lo dan por muerto y, según sus chillones titulares, enterrado. ¿Es eso lo que dicen los hechos? Bueno, recuerden esa frase cuyo autor citó mal Pablo Iglesias en el debate que bordó: todo es cuestión de torturar los números hasta que confiesen. Bien es cierto que en este caso, con 69 escaños para las cuatro marcas de Podemos y 40 para Ciudadanos, la bofetada para la dupla que se ha venido alternando en el machito ha sido de campeonato. No es ya que no recordemos algo parecido los más viejos del lugar, sino que la serie histórica desde junio de 1977 no guarda registro de nada igual. Jamás se había dado un vencedor con un resultado tan paupérrimo como el que cosechó Mariano Rajoy el domingo.

Pero cuidado, que por tristes que hayan sido los guarismos de PP y PSOE —récord negativo en ambos casos—, es la única combinación de dos que suma holgadamente la mayoría absoluta. Estaría por jurar que, incluso con su conocida tradición autolesiva, esta vez Ferraz no va a inmolarse en la dichosa Gran Coalición que tan cachondos pone a media docena de recalcitrantes. Sin embargo, el mero hecho de que exista la posibilidad aritmética debería movernos a una mayor cautela de la que se está exhibiendo. Eso que Iglesias llama con enorme precisión conceptual el sistema de turnos ha recibido una estocada descomunal. Está por ver, en todo caso, que sea definitiva. De lo que sí hay precedentes, y más de uno, es de formaciones que la petaron en unas elecciones y desaparecieron en las siguientes.

Devoción por Kant

Como espectáculo, no estuvo nada mal el combate de egos y labias que protagonizaron el viernes en la Universidad Carlos III de Madrid Pablo Rivera y Albert Iglesias, o al revés, que siempre me lío. Una esgrima dialéctica de quitarse el tricornio, se lo juro. Ni Rajoy ni Sánchez habrían aguantado medio asalto a ninguno de los púgiles. Qué maravilloso cruce de propuestas tan brillantes como, en general, irrealizables —el éter aguanta lo que sea— y qué impresionante recital de chuches discursivas tan al gusto del consumidor-votante (o viceversa) actual.

Iba todo como la seda, con las respectivas claques pilongas ante cada intervención ingeniosa de su gurú, cuando de entre el público emergió no se sabe si un cándido, un tocapelotas o, simplemente, ese universitario pedantuelo (a algunos nos dura) que hemos sido tantos a los veinte, pidiendo a los contendientes que recomendaran un libro de Filosofía. Ética de la razón pura, de Kant, patinó engolado Pablo, y su parroquia aplaudió con las orejas, ajena a la patada que le había dado al verdadero título, Crítica de la razón pura. Luego fue Rivera el que remedó a Cagancho en Almagro, aconsejando cualquiera de los libros del filósofo prusiano, un segundo antes de reconocer ante la pertinente pregunta del moderador (Alsina otra vez, qué cabrón) que en realidad no había leído nada del mentado autor. ¡Y ahí estallaron las redes sociales! Los mismos que ni habían olido la cantada de Iglesias mandaban a la hoguera a Albert por su agravio a Don Immanuel. Yo imaginé a José Sazatornil rezongando: “¿Es que no sabe que aquí sentimos auténtica devoción por Kant?”.

Pablo y el Jemad

Un Jemad no es el que reparte las cocacolas. Es exactamente lo que indica el acrónimo: un Jefe del Estado Mayor de la Defensa. Es decir, un tipo que, para empezar, eligió como ganapán y por pura vocación uno que se basa en la búsqueda de las formas más efectivas de eliminar al personal y su consiguiente puesta en práctica. Sí, como último recurso, para evitar un mal mayor, y todo lo que quieran, pero nos conocemos lo suficiente como para saber de qué va la cosa. Ya es difícil tragarse la vaina con uniformados de estados de cierto pedigrí medio democrático, pero con un ejército como el español, que es un fósil franquista jamás despiojado, definitivamente no cuela.

O eso creía yo, que no colaría, que cualquier persona con una sensibilidad medianamente progresista —no digo ya alguien de izquierdas— que pudiera haber en el entorno de Podemos levantaría la mano para protestar por el fichaje en plan galáctico de un individuo con esas credenciales. Ni modo, oigan. El milico elegido a dedazo armado por el generalísimo de las fuerzas castrenses moradas ha sido recibido con marcial disciplina. A sus órdenes, don Pablo.

¿Y los antimilitaristas? ¿Y los ecopacifistas? ¿Y los sermoneadores de la no violencia y el buen rollito? Pues también ellos y ellas en perfecto estado de revista y posición de saludo, y a lo que les manden, como sumisa tropa resignada a su papel de bulto o carne de cañón que se deja pastorear por los que entienden. Reconozco que, desde mi butaca de patio, disfruto de esta película que, miren por dónde, empieza a sonarme a una de hace unos años titulada, creo recordar, “OTAN, de entrada no”.

Albert Iglesias

La primera vez que lo hice, a la altura del martes, iba de guasa, pero en este punto y hora lo hago completamente en serio: propongo que Albert Rivera y Pablo Iglesias —tanto monta, monta tanto—  compartan precampaña, campaña, y si procede, después de votar, se casen por lo civil. O por lo militar, que tanto les gusta a ambos. Al modo de las giras de Serrat y Sabina, dije yo. Mejor en plan Pimpinela, me corrigió con mucho tino un tuitero de colmillo retorcido.

Aunque ni de lejos soy el fan número uno de Jordi Évole, me quito el cráneo ante su hallazgo del pasado domingo. No ya por el audiención que se cascó —mejorando lo presente en estas tierras de por aquí arriba, siempre lo subrayaré—, sino por su repercusión posterior, que todavía no ha cesado, como prueban estas mismas líneas. Pero más incluso que por eso, por haber conseguido el retrato más fiel de la cacareada nueva política, y sobre todo, de sus creyentes y practicantes, cuyo sentido crítico es tan profundo que les dicen a la cara que el invento consiste en una charla de barra de bar, y ni se huelen que les están llamando imbéciles.

Anoten la secuencia desde que todo esto explotó. Surge un fenómeno morado, luego uno naranja creado por ingeniería inversa, y cuando parecía que ambos entraban en horas bajas, el productor —La Sexta, o sea, Atresmedia, o sea, Planeta— les hace coprotagonizar la secuela. Una idea brillante, porque estando frente a frente, en lugar de las diferencias, lo que se aprecian son las mil coincidencias, y como resumen, que son tal para cual y cual para tal. Eso sí, para jugarse el tercer y cuarto puesto, no jodamos.