Ni oasis ni desierto

Pues claro que esto no es ningún oasis, hay que joderse con los salmodiadores de argumentarios. Tantos cerebros echando humo, y todo lo que se les ocurre de uno a otro presunto extremo del arco ideológico es salir con esa metáfora que, como nos documentaba el sabio Joxan Rekondo, es más vieja que el hilo negro. Siglo y pico tiene la vaina que se ha utilizado hasta la náusea, miren qué curioso, igual para la pecaminosa Baskonia que para la nuevamente levantisca Catalunya.

He ahí un primer retrato psicológico de los que se echan a la boca la letanía: niegan de tal modo, que se diría que afirman. Y qué gracia, oigan, que la invectiva sirva igualmente a los que sostienen que estamos sin españolizar debidamente como a los que proclaman que, puesto que somos la hostia en bicicleta, debemos romper las cadenas con que nos someten nuestros malvados vecinos del sur. Caray, con la ciclotimia.

En cualquier caso, si fuera tan obvio que Euskadi es la mierda pinchada en un palo que vienen a describir, ¿no bastaría con decirlo así? Por lo demás, la gente lo vería con sus propios ojos y sería de todo punto innecesario que se lo subrayaran en cada mitin, en cada entrevista, en cada debate, en cada hoja buzoneada. A ver si va a ser que no es tan evidente.

Vuelvo al inicio. Esto no es un oasis y mucho menos, el paraíso, especialmente para quienes palman haya o no haya crisis. Pero tampoco es ni de lejos el infierno o, buscando el paralelo contrario, el desierto que pretenden pintar los zánganos intelectuales abonados al cuanto peor mejor. Por cierto, estoy por conocer a uno solo de ellos que no viva como un pachá.

¿Por qué Trump?

Como cualquiera con un gramo de corazón, en lo personal y en lo político desprecio a Donald Trump con todas mis fuerzas. Sin embargo, no puedo evitar que me fascine como fenómeno. Y cada vez más. Empecé escuchando de refilón sus casposas melonadas, sin sospechar que llegaría a tener la menor opción de aspirar a la presidencia de Estados Unidos, y hoy es el día en que sigo con notable atención sus andanzas y con interés aun mayor, el pánico que su posible victoria en las primarias provoca incluso dentro de su propio partido.

Esto último, por cierto, resulta muy divertido si tenemos en cuenta que el otro aspirante republicano con opciones, Ted Cruz, es un chalado ultramontano que dice recibir instrucciones directas de Dios. Frente a tal adversario, a esta hora de la entretenida carrera electoral —sobre todo, cuando se contempla a 9.000 kilómetros—, Trump lleva una ventaja, dicen que ya muy difícil de salvar, de 255 delegados. No hay analista que no se pregunte por qué, y de hecho, en aquel lugar del mundo se ha disparado la búsqueda en Google enunciada como “Why Trump?”.

Me temo que buena parte de los millones de individuos dispuestos a votarle lo que se preguntan es por qué no. Si le dan media vuelta y se fijan en singularidades políticas pujantes de la Europa que exporta superioridad moral por toneladas, verán que en el fondo no hay tantas diferencias. Por más que nos moleste a quienes detestamos el trazo grueso, estamos en una época en la que triunfa la ausencia de toda sutileza. Poca queja nos cabe. Trump y el resto de vendedores de humo son la radiografía del sistema que llamamos Democracia.

Castigo a Merkel

Solo Merkel podría conseguirlo. Su partido, la CDU, se ha hostiado en las tres elecciones regionales del domingo por haber abierto demasiado la mano con los refugiados y por exactamente lo contrario. Así lo pregonan los sesudos analistas de aluvión, que no dejan de trufar sus diagnósticos de todo a cien con martingalas sobre la manía que tienen los alemanes de repetir su Historia. Como broche a la faena y pasaporte a la ovación y vuelta al ruedo de la hinchada progresí, media docena de invectivas descarnadas sobre lo fatal que está el mundo, Facundo, que se nos llena de xenófobos ultraderechistas insolidarios y ajenos al menor sentimiento humano. Plantearse seriamente por qué ocurre es ya harina de otro costal. Simplemente, ni se contempla.

Oiga, es que no es tan fácil, me dirán. Y yo me dejaré el cuello asintiendo. De eso va esta descarga, precisamente, de suplicar humildemente que vayamos una gota más allá del lamento ventajista de carril. En este caso, por ejemplo, y por mal que nos caiga la señora canciller y su gran coalición, habrá que conceder que Alemania es, seguramente con Grecia, uno de los dos estados de la Unión Europea que han pasado del dicho a los hechos. Así que, si hay que escoger teoría sobre el descalabro, parece claro que es un castigo por lo que parte del electorado ha sentido como exceso de acogida.

Lo siguiente es tratar de discernir por qué eso ha sido así. De nuevo, cabe conformarse con la explicación que hace que todo cuadre sin ningún esfuerzo, la del populismo egoísta rampante, o preguntarse si pudiera haber otras causas menos cómodas de sostener. Decida cada cual.

¿Y Grecia?

Grecia celebra elecciones el domingo que viene. ¿Quién lo diría, eh? Hay que buscar con lupa y paciencia los sueltillos que le dedicamos los medios a la cosa. Qué diferencia, oigan, con la tabarra inmisericorde que acompañó al (inútil) referéndum de julio o, mismamente, a los comicios de enero. ¡Enero! Cuenten con los dedos y verán que no han pasado ni ocho meses completos de aquello. Imposible olvidar lo que aprendimos a 3.500 kilómetros en los días previos y posteriores a la victoria de Syriza.

La de gachós que devinieron en helenistas honoris causa o, directamente, en griegos de ocasión o lance, habiendo nacido en Chamberí, Moaña o Apatamonasterio. Qué ovaciones con vuelta al ruedo al iluminado pueblo que (después de decenios haciéndolo muy mal) había sabido votar a la fuerza que en un par de birlibirloques obligaría a inclinar la testuz al malvado neoliberalismo recortador. Menudas erecciones y mojaduras intelectuales provocaba por aquel entonces el Mesías Alexis Tsipras. La de políticos de este rincón del mundo que procesionaron a Atenas y alrededores, cual groupies sin remisión, a la búsqueda de una foto junto al neoicono yeyé, de su bendición, o de ambas cosas. Cuántos tuits emocionados se aventaron tras haber alcanzado el objetivo, siempre con las siglas bien a la vista.

¿Y ahora? ¿Puede alguien darme pelos y señales de peregrinos a la campaña en curso? Me temo que ya no hay lista de espera para marcarse un cameo en este o aquel mitin del primer ministro claudicante. Gran zozobra, la de los indoctos como el que suscribe. Nos hemos quedado sin saber qué ha de ser lo correcto el domingo.

Por qué gana Maroto

De entre el millón de cosas comentables tras otras urnas que le han dado un buen meneo al mapa político y a ciertas verdades supuestamente inmutables, empiezo por lo único que, para mi disgusto, acerté casi al milímetro. Dejé escrito hace más de medio año, cuando había algún tiempo para la enmienda, que a Maroto se lo estaban poniendo a huevo. En el sesteo tonto de la misma tarde electoral, ya con la suerte echada y deseando equivocarme con todo mi ser, me atreví a pronosticar (aunque no a apostar) que el cabeza de lista del PP en Vitoria-Gasteiz obtendría 30.000 votos y le sacaría tres concejales al segundo, “o quizá segunda”, maticé. En lo último, atiné de pleno. En el número de sufragios, sin embargo, me quedé corto: a falta del conteo requetedefinitivo, fueron 35.484. Marca histórica para los de la gaviota rampante en la capital alavesa.

Aunque cuatro años pasan en un suspiro, como pueden atestiguar muchos de los que el domingo fueron enviados al banquillo tras haber sido reyes del mambo en 2011, andamos tarde para evitar lo que ya se ha producido. Cabría una alianza sanitaria de las fuerzas de oposición, pero habiendo abogado por ello en su día, se me antoja que con esta diferencia de respaldo, a la larga bien podría ser la base de una mayoría absoluta como alguna que tengo muy cerca de mi domicilio. Se decida sumar o no, quizá procedería como preliminar medio gramo de autocrítica y uno de humildad por parte de los partidos que han resultado —esa es la palabra— perdedores. Claro que también pueden enfadarse, no respirar, y rezongar que su ciudad está a reventar de racistas e insolidarios.

Lo que es y lo que parece

Las polémicas más estúpidas contienen también una moraleja y, mirando al trasluz, un retrato bastante preciso de una sociedad y de un momento. Fíjense en la penúltima, originada por la publicación de un reportaje en la revista Paris Match —¡oh la la!— sobre la vida burguesota que lleva el ministro griego de Finanzas y ya icono mundial fashion-revolucionario, Yanis Varoufakis. Mesa bien repleta de delicias varias, vino blanco (por lo visto) de marca, en la terraza de su queli con la Acrópolis de fondo, y para rematar, en actitud recíprocamente cariñosa con una señora que (como poco) le empata en atractivo. Qué más provocación quiere la derechona tiñosa y resentida que pillar al apóstol de los pobres refocilándose en la molicie suntuosa de los malvados capitalistas. Le faltó tiempo al ultramonte diestro para echarse al ídem en las redes sociales a denunciar el flagrante acto de fariseísmo. El diario ABC redondeó el rasgado de vestiduras en una portada memorable bajo el encabezado “Así vive el populismo”.

Patético, en efecto. Pero no menos que el espectáculo en la contraparte progresí, que salió en tromba a defender a su ídolo con el argumentario de rigor. Que si los fachas quieren que los de izquierdas vivan en la miseria y estén amargados, y parecidos blablablás victimistas. Mejor no pensar qué tipo de comentarios se habrían dado si el de las fotos hubiera sido, pongamos, Montoro. En la era de la imagen conviene pensarse dos veces ciertas propuestas. Y la de este reportaje era claramente para haber dicho que no, como ha reconocido el propio Varoufakis dejando fatal a sus aguerridos valedores.

Hética

No, lo que ven encabezando estas líneas no es ninguna barbaridad. Aunque su uso no es frecuente, esa palabra existe desde hace siglos en el idioma castellano. La encontramos, por ejemplo, en el célebre trabalenguas infantil de la cabra (hética, pelética, pelimpimplética…) y también la utilizó Cervantes en el Quijote para subrayar lo escuchimizado y poca cosa que era Rocinante. Y es justamente en ese sentido —“Muy flaco y casi en los huesos”, según la tercera acepción del diccionario de la RAE— como me ha venido a la cabeza estos días al escuchar una y otra vez el término que suena igual pero se escribe sin hache.

Esa ética a la que tanto y tan campanudamente se está apelando en relación al caso del consejero Ángel Toña se me antoja escuálida, sin gota de carne ni sustancia. Es otro de esos significantes vacíos con que se engolfan los que además de ser populistas, lo llevan a gala y teorizan sobre lo fácil que es timar a sus (futuros) votantes.

En nombre de la ética, tipos que no la distinguirían de una onza de chocolate reclaman la cabeza de alguien que se condujo de acuerdo con unos principios éticos. No es improbable que, yendo a la literalidad del código supuestamente vulnerado, la comisión que debe decidir sobre el asunto acabe mostrando el pulgar hacia abajo y Toña tenga que irse a su casa. Si así fuera, y ya que no habría más bemoles que aceptarlo, deberíamos establecer exactamente ahí el listón de la exigencia para el desempeño de una responsabilidad pública. De entre el bando de los íntegros sermoneadores —¡panda de fariseos!— no quedaría en su puesto ni el que reparte las cocacolas.