Asisto divertido al perrenque del PSOE por el golpe de mano del PP para asegurarse el control de Radio Televisión Española. Sé que es un asunto serio, sobre todo, en lo que toca a los y las profesionales, que otra vez van a tener que tirar el viejo libro de consignas y aprenderse (o refrescar) el catecismo gaviotil. No es plato de gusto ser una especie de funda de sofá reversible —aunque hay dramas peores— y soy capaz de ponerme en su piel, pero no puedo evitar que se me descoyunte el bullarengue ante el crujir de dientes de unos dirigentes políticos que ya son lo suficientemente mayorcitos para saber que donde las dan las toman. Anda que no tienen bibliografía presentada en la materia de cambiar el polvo informativo por brillo propagandístico los señoritos…
No tenemos que irnos muy lejos ni en el tiempo ni en el espacio para comprobarlo, ¿verdad? No creo que lo que vayan a hacer las huestes marianas con el Pirulí sea muy diferente de lo que han hecho los de la sucursal autonómica de Ferraz en EITB. El Urdaci original palidece y resulta hasta entrañable frente a sus clones levemente modificados del Ministerio de la Verdad Audiovisual de Patxinia. Si es cierto que el navarro que pronuncia ce-ce-o-o va a volver, no le vendría mal un cursillo de reciclaje en la actual Txorilandia para constatar que sus burdas técnicas de recauchutado de la actualidad resultan sofisticadas en comparación con los grumosos potitos ideológicos que se sirven en el rancho grande. Bastaría con que se viera y escuchara el material sobre la muerte “accidental” de Iñigo Cabacas.
Desengañémonos. Encontrar un reflejo de la realidad mínimamente fidedigno en los medios públicos de la piel de toro se ha convertido en una utopía… si es que alguna vez fue otra cosa. En sus estatutos de creación está escrito con tinta invisible que, más allá de las filosofías y los bonitos discursos, sirven para lo que sirven.