Urdacis de allá y acá

Asisto divertido al perrenque del PSOE por el golpe de mano del PP para asegurarse el control de Radio Televisión Española. Sé que es un asunto serio, sobre todo, en lo que toca a los y las profesionales, que otra vez van a tener que tirar el viejo libro de consignas y aprenderse (o refrescar) el catecismo gaviotil. No es plato de gusto ser una especie de funda de sofá reversible —aunque hay dramas peores— y soy capaz de ponerme en su piel, pero no puedo evitar que se me descoyunte el bullarengue ante el crujir de dientes de unos dirigentes políticos que ya son lo suficientemente mayorcitos para saber que donde las dan las toman. Anda que no tienen bibliografía presentada en la materia de cambiar el polvo informativo por brillo propagandístico los señoritos…

No tenemos que irnos muy lejos ni en el tiempo ni en el espacio para comprobarlo, ¿verdad? No creo que lo que vayan a hacer las huestes marianas con el Pirulí sea muy diferente de lo que han hecho los de la sucursal autonómica de Ferraz en EITB. El Urdaci original palidece y resulta hasta entrañable frente a sus clones levemente modificados del Ministerio de la Verdad Audiovisual de Patxinia. Si es cierto que el navarro que pronuncia ce-ce-o-o va a volver, no le vendría mal un cursillo de reciclaje en la actual Txorilandia para constatar que sus burdas técnicas de recauchutado de la actualidad resultan sofisticadas en comparación con los grumosos potitos ideológicos que se sirven en el rancho grande. Bastaría con que se viera y escuchara el material sobre la muerte “accidental” de Iñigo Cabacas.

Desengañémonos. Encontrar un reflejo de la realidad mínimamente fidedigno en los medios públicos de la piel de toro se ha convertido en una utopía… si es que alguna vez fue otra cosa. En sus estatutos de creación está escrito con tinta invisible que, más allá de las filosofías y los bonitos discursos, sirven para lo que sirven.

Perder es ganar

El serbio Vujadin Boskov, entrenador de aquel Madrid al que la Real le chuleó dos ligas, dejó una frase para las antologías de las verdades esféricas. Cuando palmaba, cosa no infrecuente, decía: “Fútbol es fútbol”. Viendo lo ocurrido en las urnas andaluzas, la sentencia es perfectamente versionable: “Política es política”. Sin embargo, no cabría adaptar de ningún modo otra de las máximas del técnico balcánico, la que sostiene que “Ganar es mejor que empatar y empatar es mejor que perder”. Que se lo pregunten a Pirro Arenas, que salió al balcón a levantar los brazos por una victoria todo lo histórica que él quiera pero, a la hora de la verdad, absolutamente inútil… salvo deriva extremeña de Izquierda Unida.

La paradoja —de la subespecie parajoda, concretamente— se percibe con más nitidez en la acera contraria. MacGuiver Griñán perdió respecto a los últimos comicios 650.000 votos, nueve escaños y otros tantos puntos porcentuales. Eso es un hostiazo de escándalo, digno de pelotón de fusilamiento aparatero y congreso refundacional al amanecer. Pero como quiera que sus peras, sumadas a las manzanas de IU, hacen un frutero mayor que el del PP, lo que cumplía todos los requisitos para ser una noche de lágrimas negras sociatas se convirtió en guateque por bulerías. Volviendo al símil futbolero, a mi me recordó a aquel año (no hace tanto) que el Athletic se salvó del descenso en la última jornada de liga y se estuvo a un tris de sacar la gabarra para celebrarlo.

La onda expansiva del jolgorio cruzó la península de sur a norte y a primera hora de la mañana se pudo ver a Patxi López con un cucurucho de cartón en la cabeza y un matasuegras entre los dientes. En un desayuno informativo en que pidió que le sirvieran tigre, el cuñado de Melchor Gil se refirió a Griñán como “el ganador indiscutible de las elecciones andaluzas”. Vayan tentándose las ropas, que este espera repetir la faena.

Mucho PSOE por deshacer

Tras quedarse en los huesos electorales y casi sin una miga de poder que echarse a la boca, un peculiar combinado de militantes socialistas han dado el primer paso de lo que se promete una larga travesía en el desierto. Llama la atención encontrarse en el mismo paquete de presuntos renovadores viejas glorias que nunca aportaron nada, aparateros de aluvión, eternos buscadores del sol que más calienta y, seamos justos, honradísimos militantes dispuestos a dejarse la piel por lo que creen. Ojalá sean estos últimos los que tomen la manija y, encomendándose a su conciencia, devuelvan a la sociedad algo que se parezca más a un proyecto político que a un conseguidero de cargos y regalías. Para eso, claro, a alguno de los firmantes iniciales habría que decirles que muchas gracias, pero que pasó el tiempo de las ideas de conveniencia.

No suena mal el santo y seña que han escogido como fetiche. Es de esperar, en todo caso, que ese “Mucho PSOE por hacer” incluya la tarea previa, porque también hay mucho —muchísimo— PSOE por deshacer. Será en vano el viaje si no se comienza por la demolición de la fortaleza de intereses, fulanismos y sumisiones cruzadas con que se ha recrecido en los últimos años el edificio original, que ya nadie sabe cuál es. La mejor piqueta para acometer ese trabajo es la autocrítica. Sujeta firmemente con la mano izquierda, por descontado.

Ahí empiezan los problemas. Demasiado tiempo sin usar la herramienta y, para colmo, el vicio adquirido en el poder de agarrarlo todo con la derecha o, en su defecto, con los dientes. La prueba viva y gobernante de ello está en las dos sucursales del puño y la rosa que nos tocan más de cerca. Para los dirigentes actuales tanto de PSE como de PSN el único objetivo es no ser descabalgados de la poltrona que adeudan, paradojas de la avaricia, a quienes deberían estar combatiendo políticamente. Así no hay manera de enfilar el nuevo rumbo.

A vueltas con el grupo

Que me corrijan los que tienen más canas, pero no creo que en el inicio de las nueve legislaturas precedentes de las cortes españolas la consecución de un grupo parlamentario haya dado lugar a un pifostio similar al que nos está entreteniendo estos días. Aunque siempre ha habido un par de formaciones o tres que han reclamado no ser condenadas al cajón de sastre del grupo mixto, la cuestión se ha dilucidado sin la mitad de ruido mediático que está generando la demanda legítima de Amaiur. En no pocos casos, además, se han alcanzado soluciones que se parecían bastante a aceptar pulpo como animal de compañía.

El dichoso reglamento del Congreso que ahora se enarbola como si fuera la verdad revelada ha sido forzado a modo sin que nadie se rasgara las vestiduras. Los intereses cruzados y el hoy por ti y mañana por mi han pesado más que la letra y el espíritu del manual de instrucciones de la cámara. Si prestar —¿o sería alquilar?— diputados durante un tiempo no es un truco del almendruco que canta a kilómetros, que baje el Dios de los culiparlantes y lo vea. Permitido y bendecido eso, se debería dejar que los ujieres participasen en los debates y votasen.

No descartaría al ciento por ciento que un minuto antes de que comience la sesión de investidura se reconozca a los siete representantes de la izquierda abertzale lo que cualquiera con sentido común sabe que no se les puede negar. Veremos. Mientras, me quedo con un puñado de enseñanzas que podemos extraer de este psicodrama bufo al que asistimos. Para empezar, queda claro que el PP sigue jugando con media docena de barajas y cambiando en cuestión de segundos de poli bueno a poli y malo y viceversa. Deprimente, aunque sólo un poco menos que lo del PSOE, que tiene las narices de abstenerse (que es igual que votar no), para luego salir a ciscarse de su propia decisión como si le fuera ajena. Que se aclaren los unos y los otros.

¡Viva España!

Lo siento por las taquicardias que haya podido provocar un titular así en un periódico como este, pero he sido incapaz de resistir la tentación. Si lo están leyendo y el mundo no se ha acabado será porque nuestras rotativas y nuestro equipamiento informático soportan más de lo que sugieren algunos mitos. Y también porque, al fin y al cabo, sólo se trata de palabras. Seríamos menos infelices si aprendiéramos a despojarlas de la carga explosiva con que a menudo las pronunciamos o nos las arrojan.

José Bono, inspirador de estas líneas, nos sirve para iniciarnos como artificieros del lenguaje. Seguramente se soñó épico cuando proclamó con ese verbo tan suyo —que no es precisamente el de Castelar— que el próximo secretario general del PSOE debe ser alguien capaz de gritar “¡Viva España!”. Pretendía ser, y lo fue, una frase redonda para los titulares. Pero sólo surtió efecto en cuatro mentes tan estrechas como huecas. Los demás, incluidos muchos de los que comparten carné con el atrabiliario personaje, sintieron una mezcla de vergüenza ajena, pena y desdén.

Tenemos demasiado calado al falangistazo manchego que abrazó el puño y la rosa únicamente para medrar cuando dejó de llevarse el azul mahón. Lo suficiente para imaginar sin dificultad cuál es esa España (o Ejpaña) a la que hay que lanzar vivas y requiebros de chulapo de Chamberí: una de mantillas y panderetas donde cualquier pícaro como él pueda hacerse un carrerón político que multiplique por ene su patrimonio. Menudo un patriotismo de las pelotas, el que tiene su asiento en la cartera.

Notable alto para Jesús Eguiguren, que le puso las peras al cuarto al barón desmadrado. Lo dijo de otro modo pero, en definitiva, lo que hizo fue recordarle que nunca le ha ido mejor al PSOE y a sus sucursales que cuando sus líderes se dejaron de remilgos y gritaron (o susurraron) lo que de verdad les pedía el cuerpo. No eran más ni menos que palabras.

Aritmética inexacta

En cuanto las matemáticas bajan de las pizarras académicas, te das cuenta de que no son una ciencia tan exacta como presumen. Vamos, que dos y dos son cuatro, pero según y cómo. Nótese, por ejemplo, que la apabullante mayoría absolutísima del PP se ha conseguido con cuatrocientos mil votos menos —sí, menos— de los que al PSOE le sirvieron en 2008 para apañar una agónica mayoría simple que lo tuvo mendigando pactos toda la legislatura.

Que no nos timen los cantores de gesta que dicen que Rajoy tiene barra libre para hacer lo que a él, a Merkel o a la agencia Fitch les salga de la sobaquera, porque el de Pontevedra apenas ha rascado unas miles de papeletas más que en su derrota anterior, cuando a puntito estuvieron de mandarlo a casa. Se pongan como se pongan los titulares con la inestimable ayuda de la ley D’Hont y la legislación electoral vigente, en el Estado español no ha habido un vuelco para las antologías. Como mucho, una ramplona alternancia en el poder convertida en apoteosis por el hostiazo del PSOE, que sí ha sido histórico sin matices ni ambages.

Donde de verdad han ocurrido un puñado de cosas que aún no contaban con precedente —y ya llego al puerto que de verdad quería— es en el marcador final del 20-N en Euskal Herria. En una columna (CIS… ¡zas!, se titulaba) que les da derecho a rechiflarse de este escribidor, anoté como el que se pone una venda para una herida futura que en todas las elecciones generales reunían más votos los partidos llamados constitucionalistas que los soberanistas y/o nacionalistas. La norma se quebró, y de qué manera, el domingo.

Que eso se quede en anécdota o acabe haciendo categoría dependerá, en buena medida, de la actitud de las formaciones abertzales que han protagonizado el sorpasso. De entrada, no es buena señal que se enzarcen enseñándose los votos y los escaños. Aquí las matemáticas sí van a misa: sumar es mejor que dividir.

Suspense recuperado

Habrá que felicitar al equipo de guionistas. En las buenas teleseries, el capítulo final de cada temporada debe cerrar algunas de las tramas que han entretenido a la audiencia en las semanas previas y, en el mismo viaje, abrir las que se desarrollarán en la próxima remesa de episodios. El anuncio del adelanto electoral en el último día hábil del mes de julio, cuando parecía que el culebrón había entrado en un bucle duermeovejas, ha sido un acierto argumental para resucitar un cierto suspense. Convocarlas para el 20-N, que no es una fecha cualquiera, sólo puede calificarse como golpe de genialidad. Casi compensa el truñazo que nos han estado sirviendo hasta ahora.

Los espectadores, sobre todo los que por oficio, por inclinación, o por una mezcla de lo uno y lo otro, estamos muy enganchados al serial, hemos recuperado el interés y tratamos de hacernos una idea de por dónde avanzarán los hilos. Salvando las distancias, viene a ser como cuando George Clooney se fue de Urgencias o cuando murió Chanquete en Verano azul. Zapatero, que era el protagonista principal, pasa a tercer plano y el peso de la acción recae en Rajoy y Pérez Rubalcaba. Ambos eran mucho más que secundarios en la anterior etapa, pero en esta son directamente los encargados de que el share no decaiga… por lo menos, hasta el momento de contar las papeletas.

Aunque haya sido accidental, la elección de ambos personajes ha sido otro hallazgo afortunado porque hace que el desenlace previsible -victoria del PP por goleada- se tiña, siquiera levemente, de incertidumbre. Con el Rasputín de Solares como ariete, ya no se descarta una derrota medianamente honrosa del PSOE. Incluso hay quien recuerda la remontada épica del 93, cuando el ya desahuciado Felipe hizo esperar otros cuatro años más a Aznar.

Hay que estar, por tanto, atentos a la pantalla. Por aquí arriba nos jugamos también muchas cosas en los próximos cuatro meses.