Esta vez parece que por fin sí. Una amplia y transversal mayoría ha dado carta de naturaleza en el Congreso de los Diputados a la ley que permitirá morir dignamente en España. Seguro que el texto es mejorable. Se podría haber afinado más aquí, allá o acullá. Eso oigo, pero después de los años que llevamos esperando algo tan necesario y, al tiempo, tan humano, no me voy a meter en los decimales. Toca celebrar que haya imperado la sensatez para abrir un camino que termine con la despiadada obligación de mantener respirando a quien por decisión consciente presente o anticipada ni quiere ni puede seguir padeciendo una existencia vegetal.
Y no. En ningún caso se trata de barra libre para quitarse de en medio a los mayores que nos sobran ni para bajarnos en marcha de la vida porque estemos pasando por un bache. Basta leer las líneas básicas del texto para comprender que el proceso estipulado es absolutamente garantista. Antes de que se lleve a cabo una eutanasia, hay que completar una buena cantidad de requisitos, siempre bajo la tutela médica. Se libera de tal labor, por cierto, a los facultativos que por motivos de conciencia no quieran participar. Por más ladridos cavernarios que escuchemos, la realidad última es que la norma recoge lo que hace mucho está en la calle más allá de siglas políticas.