París, habrá más

¿Alguien recuerda las proclamas tras la penúltima matanza de París? La Democracia vencerá, el Estado de Derecho no se doblegará ante el terror, ni un paso atrás. Bla. Bla. Bla. Pero en cuanto se apagaron los ecos de las voces huecas y aquellas manifestaciones multitudinarias encabezadas por los másters del universo, incluidos señalados matarifes, se instaló el acojono. Meses de culo prieto aguardando la próxima carnicería. Porque nadie dudaba que llegaría. “Estamos más cerca del próximo atentado que del último”, hizo de siniestro profeta un responsable policial francés apenas horas antes de la acción combinada y planificada al milímetro que en el instante de escribir de estas líneas arroja el brutal saldo de 129 personas muertas y más de 200 heridas.

Y como cada vez, incluyendo las muchísimas que sabemos que vendrán, tras la explosión mortífera llegó la creativa. Brillantes iconografías de un corazón lloroso con los colores de la bandera francesa, la torre Eiffel tuneada en el otrora símbolo contracultural de la paz, el consabido ojo con el iris también en blanco, rojo y azul… A modo de guarnición, los eslóganes al uso, esos que valen para un roto y un descosido, probablemente tan sentidos por la mayoría de los que los enuncian como irrefutablemente falsos. ¿Todos somos París? Venga ya.
Pero claro, qué esperar del ciudadano de a pie, si a las autoridades lo primero que se les ocurre es cerrar las fronteras. ¡Jarca de imbéciles! Los autores de estos ataques, de los pasados y de los futuros están dentro desde hace muchísimo tiempo. Y no muy lejos, quienes contextualizan, o sea, jus-ti-fi-can sus crímenes.

Está y estuvo

20 de octubre, y sereno. Cuatro años, no sé si ya o todavía, porque hay veces que tengo la impresión de que han llovido mares y otras, sin embargo, me da por pensar que fue ayer mismo cuando el asfalto se teñía de sangre cada dos por tres y nos tocaba asistir al ceremonial rancio de la condena en do mayor y/o el cobarde silencio en fa sostenido. Fíjense, yo sí me acuerdo de eso. No en una nebulosa como si hubiera sido un mal sueño o hubiera ocurrido muy lejos. Fue aquí, se lo juro, y hay miles de personas que pueden dar dolorosísima fe de ello. Muchas otras, tampoco lo pasen por alto, ni siquiera están para contarlo. Las quitaron de en medio y desde entonces, de tanto en tanto se las remata con balas de olvido, con cuchilladas de omisión, con bombas, incluso, de desprecio. Qué puñetera vergüenza debería darnos que solo estemos dispuestos a reconocer u honrar aquellos muertos a los que podamos encajar un posesivo en primera del singular o del plural.

Y eso es lo menos malo. Me hace más daño aun comprobar que según el calendario se aleja de aquel 20 de octubre de 2011, se van difuminando lo que hoy ya sabemos que fueron disimulos iniciales. Al tic justificario le sucedió el tic glorificador. ¿Soy el único que ha visto a recién conversos adalides de la paz bailando el agua a tipos y tipas con veinte fiambres a sus espaldas? Pero claro, como en casi todo, estamos instalados en la coartada fácil, ya saben, el Estado que no se mueve. Me dirán, quizá, que me paso de cenizo, que es reciente una carta que sostiene que matar está mal. Ya, pero no hay manera de que nos digan eso mismo en pasado: estuvo.

¿Memorial o parque temático?

Estaba claro que el pomposo Memorial de Víctimas del Terrorismo que se inauguró (o así) el otro día en Gasteiz con [Enlace roto.] es un mamotreto de parte en el que, de saque, se expiden certificados de sufrimiento fetén y no fetén. Ahora podemos sospechar, además, que su diseño y elaboración se ha puesto en manos de un grupo de sádicos morbosos. Soy consciente de la dureza de este doble calificativo, máxime cuando entre los asesores figuran personas con trayectorias absolutamente respetables y fuera de toda duda. Es para mi un misterio, aparte de una notable decepción, que hayan prestado su nombre al delirante informe que describe con prosa de hacérselo mirar la cacharrería que se propone instalar en el centro de marras. [Enlace roto.], así que me limito a apuntar alguna de las singulares ideas.

La recreación de un zulo en el que se escuchan eslóganes a favor de la amnistía, el Eusko gudariak o la consigna ‘¡ETA, mátalos!’. Un bosque donde un máquina va talando árboles con rostros humanos que al caer alimentan un río de sangre. Otro zulo —se ve que los agujeros son el hilo conductor— en el que gritos y llantos acompañarían, entre otros elementos, a una confrontación de imágenes de funerales de víctimas y de terroristas. Todo eso, en nombre de la memoria, la verdad, la dignidad, la reparación, la justicia y la retahíla habitual de términos bienintencionados. Pues lo siento mucho, pero más parece un parque temático para amantes de la casquería que un lugar para honrar y recordar a las víctimas del terrorismo.

El penúltimo pacto

El bipartidismo español agonizante se retrata sacando el eterno conejo de la chistera: un acuerdo contra el terrorismo. En este caso, se supone —y así se vende en los titulares— que contra el yihadista. Sin embargo, basta leer los pobretones ocho puntos del texto y el campanudo preámbulo para entender que la parte contratante de la primera parte contratante se reserva el derecho a decidir en el futuro qué comportamientos o actitudes serán asimilables al terrorismo. Conociendo el paño, es decir, los usos y costumbres del PP en la materia, procede prepararse para lo peor. Podría ocurrir que todo lo que no sea amor y adhesión inquebrantable a la patria española y sus instituciones sea tipificado como acto terrorista. ¿Exagero? No será por falta de precedentes.

Por lo demás, si el objetivo real del convenio es disuadir a los yihadistas, tipos dispuestos por definición a dejarse el pellejo en sus acciones, llama la atención que la gran baza para hacerlo sea la amenaza de la cadena perpetua disfrazada de prisión permanente revisable. No parece que a un suicida le vaya a surtir gran efecto la eventualidad de ir a la cárcel de por vida. Otra razón para sospechar que lo del entrullamiento vitalicio está pensado para otros casos. Exactamente para los que ustedes se están imaginando.

Fuera del concurso de despropósitos, el PSOE, o sea, su actual líder pan sin sal, prometiendo que llevará al Tribunal Constitucional lo que acaba de firmar con su sangre de horchata. Y Rajoy, pensando para sus adentros lo fácil que le ha resultado volver a chulear a su antagonista y la pena que le da que el chollo se acabe.

Todo es yihad

Qué miedo. PP y PSOE dicen haber alcanzado un pacto de Estado —cómo les gusta el chuntachunta— para luchar contra el terrorismo yidahista, que como el tractor amarillo de la canción pachanguera, es lo que se lleva ahora. En el primer bote, a uno le entra una ternura infinita al contemplar de nuevo a los tortolitos del bipartidismo haciendo manitas de gran coalición en lugar de fingir (mayormente por el lado sociata) que no se tragan. No es que hiciera mucha falta dar más pistas, pero la estampa es el trailer de la película que probablemente veamos no andando muy tiempo, con Pedro y Mariano aparcando diferencias en aras del interés nacional, o sea, el de la docena corta de intocables del régimen del 78.

Y yendo al meollo, se le ponen a uno los pelos como escarpias recordando lo que ha ocurrido cada vez que los partidos turnistas se han sacado la foto de la unidad sin fisuras contra el terrorismo. Ilegalizaciones de siglas y personas, encarcelamientos porque sí y porque también, arbitrarios cierres de medios de comunicación y, para no hacer interminable la lista de daños, la burla sistemática de los derechos civiles y humanos más elementales. Algo que llega hasta hoy mismo, como estamos comprobando.

Un objetivo loable, hacer frente al terror, funcionó como pretexto para mil y una injusticias practicadas desvergonzadamente que, para colmo, no sirvieron de nada en la batalla original. Cuando todavía no hemos superado las perversas consecuencias del Todo es ETA acuñado por el hoy héroe de progres Baltasar Garzón, parece que quieren instalarnos en un Todo es yihad que no es precisamente tranquilizador.

¿Libertad de qué?

Espero que la riada emotivo-exibicionista haya bajado lo suficiente como para poder señalar, siquiera con sordina y la mayor de las humildades, que la matanza de Charlie Hebdo atañe —menuda perogrullada— al derecho a la vida y a la dignidad humana más básica. Se me escapa por qué siendo tan fácil la identificación de lo que estaba en juego, se ha pretendido reducirlo a una cuestión de libertad de expresión. ¿Quizá porque lo ponía a huevo para el lucimiento estético a la hora de manifestar el rechazo? Me temo que algo de eso hay. De un tiempo a esta parte, los fondos de las protestas, es decir, las injusticias que las provocan, se convierten en excusa para el derroche creativo. Más importante que la reivindicación son la pegatina, el avatar, la escarapela, o el lema resultón en que se plasma. Qué farde de lápices molones y de eslóganes chachivoluntaristas. ¿De verdad cree alguien que la risa mata al terror o que un carboncillo es capaz de derrotar a un Kaláshnikov? Así nos lucirá el tupé… mientras seamos capaces de conservarlo, claro.

Pero no quería llegar ahí, sino a otro fenómeno hermano o medio primo, como es la sacralización bufa de la mentada libertad de expresión. Ya señalé el otro día la patulea de hipócritas que se han sumado a la martingala, y en la cabecera de la manifestación de París, copada de bribones, tuvimos la irrebatible prueba del nueve de la impostura que se gasta. El corolario es que a esa libertad tan manoseada le ocurre lo mismo que a la presunción de inocencia, que habiendo nacido como protección para los decentes, termina sirviendo como salvoconducto a los canallas.

¿Matan las ideas?

El otro día, en el homenaje a Isaías Carrasco, asesinado por ETA hace seis años, Patxi López volvió a tirar de brocha gorda. O de repertorio, tanto da. Llamó a sus compañeros y compañeras “a ganar la batalla a las ideas que hicieron que jóvenes vascos se convirtieran en terroristas”. Es decir, que si no llega a haber sido por las tales ideas, los jóvenes en cuestión habrían acabado siendo probos ciudadanos. Peculiar relación causa-efecto que llevada a sus últimas consecuencias libraría de responsabilidad casi a cualquier criminal. Rousseau de chicha y nabo: el hombre es bueno por naturaleza pero hay unos entes perversos que se dedican a llenar las cabezas de pájaros y luego pasa lo que pasa. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Pues no, ni siquiera ha empezado. Esa simpleza sonrojante no explica por qué hay miles y miles de personas que, teniendo convicciones no muy distantes a esas a las que López atribuye la condición de semilla de mal, jamás han tocado un pelo a nadie. No solo eso: la inmensa mayoría de los contaminados están —o sea, estamos— en primera fila de la denuncia de los que abogan por el uso de la violencia.

Teniendo en cuenta que según el auditorio, el momento y sus aspiraciones, el secretario general del PSE cambia de discurso como de corbata, no es fácil establecer cuáles son exactamente sus ideas. Sean cuales fueren, las doy por absolutamente legítimas y respetables. Incluso teniendo la constancia de que ha habido quien las ha utilizado como excusa para dar matarile al prójimo. Ni en broma se me ocurriría sugerir que él, por pensar como piensa, puede ser un asesino.