El que no se divierte es porque no quiere. Nunca mejor dicho. Con mucha imaginación, aquí tenemos un «guerrero espacial» o un «futbolista galáctico», qué mas da, el caso es pasárselo bien y estoy seguro que a eso, nadie ganó a este artista. Que para eso están los carnavales.
A las fiestas de Bilbao siempre han acudido los «famosos»…
Hay que ver lo formales que posan. El «bombero» es por lo menos capitán, lo digo por el mostacho y por el «sistema apagafuegos» que utiliza.
Al final, despues de todo, donde mejor se está es echando miguitas a las palomas. Vamos, como siempre.
Domingo, cuatro de la tarde, último repaso visual por parte de la abuela, todo en orden. Allá íbamos mi abuelo y yo a San Mamés. Las calles del Casco Viejo se iban llenando de gente para confluir en los soportales de Santiago, hacer cola y esperar la llegada del trolebús nº 1 Misericordia. En esa parada (que era el comienzo de trayecto) se llenaba la mitad, más o menos, y a la altura de la calle Navarra ya se había llenado casi todo. En los trolebuses existía la figura del cobrador que tenía su “despacho” en la parte trasera junto a la puerta de acceso, aparte de cobrar, tenía otro cometido muy importante que requería una gran habilidad, era volver a colocar el trole en su sitio cuando se salía de la catenaria en algún cruce de cables, solía ocurrir con bastante asiduidad en El Arenal.
Volviendo a nuestro viaje hacia San Mamés recuerdo que un poco antes de llegar a la parada que daba comienzo a la Gran Vía y en función del número de personas que hubiese en ese momento en el trolebús, se oía el grito de ¡Pepe!aprieta la mercancía. Ya conocíamos lo que significaba, había que agarrar fuerte la txapela y sacar la faria de la boca, asirse al punto de amarre más cercano y que “sea lo que Dios quiera”. El conductor, obedeciendo la orden, daba un frenazo muy fuerte, provocando que el personal fuese hacia delante y de esa forma dejaba sitio para meter otra tanda de aficionados. La fórmula funcionaba bien, hasta el punto que se repetía varias veces en el recorrido. La llegada a la parada de la Misericordia os la podéis imaginar, creo que el dicho “van como sardinas en lata” viene de estos viajes.
El caso es, que salíamos contentos, porque de lo que se trataba era de ver al Athletic.
La vuelta era otro cantar, si el resultado del partido no nos había sido favorable ya no se hacían “bromas” con la “mercancía”.
Esta gran obra de ingeniería permitió acercar las dos orillas de la ria. Esta fotografía nos deja apreciar como fué la construcción del puente de Rontegui en los años 80.
Los astilleros jalonaban las orillas de la ria hasta su desembocadura.
Eso debían pensar los próceres de la época y bien que lo llevaron a rajatabla.
En nuestra escuela había tres aulas dedicadas a los chicos y otras tantas a las chicas. En mi clase estábamos unos 40 niños, de diversas edades y por lo tanto de varios cursos. En mi memoria quedan vagos recuerdos de la misma, la gran altura que tenía la clase, el crujir del suelo de madera, grandes ventanales y sobre todo la estufa; una estufa de hierro fundido con una enorme chimenea hasta el techo, se alimentaba con carbón, pero de un carbón muy poroso y de poco peso, era ideal para fastidiar al compañero pasándole un trozo por la nuca a contrapelo, de verdad que hacía mucho daño.
Los pupitres de madera, inclinados y con dos agujeros en la parte superior para meter los tinteros de porcelana eran ideales para jugar de una forma barata al primer juego tecnológico que recuerdo, el pinball. Con una canica y dos “bolis” éramos capaces de simular el juego, claro, eso tenía contrapartidas, si la clase estaba en silencio solo se oía el rodar de la canica por el pupitre. Si ese leve sonido llegaba a oídos del maestro (vaya oído que tenían) ya conocíamos el veredicto: culpables, y las penas: o “aportar” a las misiones, o sufrir los “reglazos”, y la peor de todas, ir castigados a cumplir la condena a la clase de las niñas. No había mayor humillación que pasar un buen rato (a arbitrio de la maestra) de rodillas y con los brazos en cruz delante de las niñas. Te quedabas solo ante el peligro de las sonrisitas y miraditas, y sin la ayuda de tus colegas, que era lo peor. Vamos, que eso no pasaba ni las torturas de Fumanchú.
Estoy seguro que hubiéramos preferido cualquier otro castigo antes que pasar esa terrible vergüenza. Alguna que otra vez la viví en mis carnes y era muy duro.
Agur
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