Mil asesinadas: ¡obscenidad!

Hoy se llenan de artículos las páginas de los periódicos y habrá menciones en todos los medios de comunicación por haber llegado a la escalofriante cifra de mil mujeres asesinadas por violencia machista. Una cifra tan obscena como irreal.

Ciertamente, ver y leer que desde 2003 han sido mil las mujeres que han sido asesinadas es un buen titular pero la verdad, lamentablemente es aún más escalofriante porque han sido muchas, muchísimas más. Este número redondo, solo es parte de la cruda realidad que responde a la violencia sistemática y sistémica a la que estamos sometidas las mujeres y niñas ante la pasividad de las instituciones, que no terminan de entender que para acabar con esta violencia estructural hay que poner en marcha leyes que terminen de una vez por todas con el sistema heteropatriarcal, origen de toda esta violencia contra las mujeres solo por el hecho de serlo.

Leyes que por supuesto, deben estar acompañadas de los recursos materiales y humanos necesarios. Leyes que se aprueban pero no se ponen en marcha por falta de presupuestos para llevarlas a cabo, no valen para nada. Y leyes que deben ser puestas en marcha desde una perspectiva feminista, pero que si quien las «maneja» no hace más que reproducir aquello que debiera erradicarse, son leyes para tirar a la basura.

Es imprescindible que el Feminismo esté presente de forma transversal en todas aquellas políticas troncales que se pongan en marcha, sobre todo en la justicia, la educación  y el empleo pero también en la seguridad, en la acción social y en la salud. Y no debemos olvidar que otras políticas como las de movilidad y urbanismo son imprescindibles para crear ciudades y estados feministas.

No voy a hablar hoy de cifras. Las que vemos, las que saltan a los titulares son  las que solo tienen en cuenta los asesinatos de mujeres por sus parejas o exparejas pero no a cientos de mujeres asesinadas por otros hombres más allá de esas relaciones. Son cifras que no tienen en cuenta a las que son explotadas sexualmente, ni las agredidas y violadas, en pocas palabras: las que no tienen en cuenta la vida y dignidad de las mujeres en toda su dimensión para dejar de ser meros números que resuenan fuertemente por haber llegado a mil.

Pongamos por tanto en marcha gobiernos feministas que no sean dirigidos por machos alfa de los que ya estamos más que hartas. Pongamos en marcha mareas de feministas que lleguen a las instituciones y sean un tsunami en las calles, no sólo el 8 de marzo… Solo así, desde el compromiso y la creencia de que es posible acabar con el machismo y los machirulos que nos revientan los tímpanos y nos tocan los ovarios cada dos por tres, podremos dejar de lanzar titulares efímeros que duran unas horas pero que al leerlos, nos oprimen las entrañas.

#NosQueremosVivas #GoraBorrokaFeminista

No es País para Mujeres!

punto.lila

Amanece otro 25 de Noviembre como Día Internacional para la eliminación de la Violencia contra las Mujeres y como todos los años, llevamos unos días en que las cifras toman protagonismo en los medios de comunicación. Está bien que esto ocurra. La denuncia, cuando hablamos de miles de mujeres amenazadas, no es para menos. Pero tengo la impresión de que al final el propio valor de las cifras se superpone a la realidad de que detrás de cada número hay una mujer, un ser humano que tiene miedo, que ha sido apaleada y en el caso de este año 2013, 45 han sido asesinadas.

Es verdad que son menos que el año pasado (hasta hoy), pero es que a mi sólo una me parece mucho. Y llega un momento en que parece que da igual hablar de mil que de cinco mil. Esta es al menos la cifra contabilizada, exactamente 4.746 mujeres que reciben en Euskadi protección de la Ertzaintza para hacer frente a situaciones de violencia machista. Más cifras: en el estado español 16.418 mujeres maltratadas se encuentran en situación de riesgo. El 016 ha recibido en total de 46.380 llamadas de mujeres que temían por su vida o su integridad física. Además, las cifras van en alza. En sólo diez años, más de 700 mujeres han muerto a causa de esta lacra, sin que parezca que esto tenga ningún tipo de freno.

Entristece ver cómo no se dedica más tiempo, más reflexión y más análisis a la hora de denunciarlo en los medios de comunicación. Se dedica estos días más espacio a hablar de la muerte de J.F. Kennedy que de las mujeres asesinadas. Y todavía hay quien piensa que estos asesinatos son domésticos y que nada tienen que ver con que esta violencia, en realidad, es producto del sistema de dominación patriarcal, haciendo trizas el estúpido argumento tradicional de “ es una desgracia fruto de un problema personal”.

En Euskadi, sólo en el primer semestre han aumentado un 27% los casos de agresiones sexuales. Y la mayoría de las víctimas fueron mujeres jóvenes, el 80%, y de ellas el 58% eran menores, habiéndose incrementado en un 90% con respecto al 2012 los casos detectados en esa franja de edad. El futuro no es halagüeño cuando las cifras ponen en evidencia dolorosa que parte de las generaciones más jóvenes de hombres están replicando los roles más sexistas, agresivos y depredadores en contra de las mujeres.

Se hacen necesarias medidas urgentes y contundentes contra la violencia machista. Sin duda. Y eso es lo que se va a reivindicar en un día como hoy. Pero sobre todo, hace falta trabajar duramente en la concienciación, la prevención y la educación. Y es que desafortunadamente, el problema de la impunidad con que los hombres matan a las mujeres no se resuelve con leyes y medidas judiciales de alejamiento del agresor, ni condenas públicas ante cada nueva muerte. Lo que se necesita es un cambio estructural de la sociedad heteropatriarcal, a través de medidas sociales de carácter integral que empoderen a las mujeres, para así, dar lugar a la construcción de nuevas feminidades y masculinidades y de diferentes relaciones afectivas y de autonomía entre mujeres y hombres.

De lo contrario, y porque es una vergüenza para la razón, va a ser difícil encontrar un lugar donde las mujeres puedan vivir en libertad y sin miedo a ser agredidas o asesinadas, sólo por eso, por ser mujer. Yo hoy me llenaría no sólo de uno, sino de muchos puntos lilas para mostrar mi rechazo a la violencia machista. Pero no puede ser sólo el día del rechazo y la denuncia. Hay que hacer mucho más. Así que creo que lo que me pondré será un punto negro en vez de lila… de luto y de tristeza, pero no de miedo.

¡Méteme mano que me dejo!

Una se queda sin palabras ante la supina torpeza sexista que ha cometido Loterías del Estado en su anuncio “1 de cada 3 quiere tocarte. Déjate”. Me pregunto yo todos los días viendo la televisión, oyendo la radio, viendo los medios impresos o en internet, cómo las empresas anunciantes siguen saltando a la palestra por poner en marcha campañas que hasta la mujer menos concienciada como feminista, se siente no respetada.

Y pasa tan a menudo que no me queda más que pensar que los cabestros que no sólo hacen los anuncios (las agencias, creativos, etc.), sino que algunas personas responsables de aprobar las campañas, o viven en los mundos de Yupi o son idiotas.O que se les va la olla (pongan delante la consonante que prefieran). Lo siento, pero no se me ocurre otra justificación. Bueno si, machistas en esencia. Y en el caso de una institución pública, como ha sido esta vez, yo creo que es de juzgado de guardia. Y miren que es fácil el filtro. A ti, responsable de comunicación, te presentan la campaña y sólo tienes que preguntarte si a tu hija, tu compañera o a tu madre les ofendería, o si a ti te gustaría verlas en el lugar de la mujer que protagoniza  el spot. Tendría que ser obligatorio pasarlos por una comisión de igualdad, ya que visto lo visto, “per se” no hay manera.

Y así, día tras día, hora tras hora, vemos repetirse los estereotipos patriarcales sin que a casi nadie le “chirríe”. Sólo al grito de los colectivos feministas y grupos de mujeres que velan porque no se reproduzcan en la publicidad, en el cine, en las empresas y en las casas, cualquier tipo de ataque que menoscabe los derechos de la mujer y el avance hacia la igualdad, se consigue algo, poco, pero algo. Imagínense sin dichos movimientos.

Y a mí, que como a muchas mujeres nos ofende todo este tipo de desatinos y además, como soy mal pensada, muchas veces creo que son hechos a conciencia, me siento como si me estuvieran metiendo mano hasta donde nadie se puede imaginar. Y mira que me gusta tocar y que me toquen, y mucho. Pero ni me dejo, si no me da la gana, y menos si alguien sin ningún tipo de impunidad lo da por hecho, como que el cuerpo de las mujeres es un bien común y aquí todo el mundo pilla y nosotras sumisas, nos dejamos. Pocos son los anuncios que se retiran y muchos los que ofenden, y sobre todo nadie da la cara, excepto unas disculpas efímeras y condescendientes que a nadie convencen y nadie se las cree. Bueno si, los que quieren seguir metiendo mano sin pedir permiso. Sinceramente, que les den!

Tacones cercanos!

tacones

Esta semana he asistido en el marco del Encuentro Internacional de Cultura, Comunicación y Desarrollo: una mirada a la comunicación con perspectiva de género, al estreno del documental “Diez centímetros más cerca del cielo” de la realizadora gallega Raquel Rei Branco. El film  nos invitaba a reflexionar cómo es el mundo sobre el que caminamos refiriéndose a los tacones. Una crítica mordaz y llena de humor a cómo los tacones, además de torturar los pies, siempre han sido considerados por una parte del feminismo como un símbolo de atraer a los hombres como imposición de la sociedad patriarcal en  la que vivimos.

Disfruté con el documental, y en muchas cosas no le faltaba razón, pero se olvidaba también de defender la libertad que las mujeres tenemos para decidir qué nos ponemos o no. El tema está en que usarlos es para muchas, no una elección libre sino impuesta por los estereotipos machistas que dominan el mundo que vivimos. No lo niego, pero es cierto también, que algunas feministas hemos superado muchas imposiciones vengan de donde vengan. Y los tacones ahora, como en su tiempo quitarse el sostén fue un símbolo contra la opresión machista, es algo superado. Siguiendo la misma pauta, ahora ninguna mujer llevaría sostén.

Y respeto a las mujeres que se niegan a llevarlos, están en su derecho. A mí, que defiendo ser una feminista sin complejos, me gusta usarlos, igual que pintarme los labios o maquillarme, porque me produce placer en un ejercicio de autoerotismo al que no quiero renunciar. Es mi capacidad de decidir y eso lo reclamo por encima de todo. Creo que ser feminista es eso: luchar para acabar con conductas opresoras y discriminatorias y usar tacones o lo que cada una quiera, siempre que nadie ni nada te obligue y teniendo la plena conciencia de que es una decisión propia que no te convierte en objeto de ningún (y menos oscuro) deseo, es lícito.  Me reclamo sujeto que utilizo objetos para mi propio placer, no al revés.

Y cuando me los pongo, ni me siento más poderosa ni creo tener el mundo a mis pies ni que los hombres van a caer rendidos cuando ando. He luchado y sigo luchando para librarme de muchas ataduras que se nos han impuesto históricamente a las mujeres, y por supuesto no voy a caer en otras, vengan de donde vengan. Yo no tengo la culpa si un señor se pone como una “moto” por ver unos tacones. Creo firmemente que tanto hombres como mujeres en su mayoría, saben controlar sus emociones y deseos y creo que los hombres no nacen dominantes como herencia biológica, pero viven en una cultura heteropatriarcal que les inculca sentirse muchas veces superiores provocando con ello desigualdad y discriminación. Creo en un feminismo abierto, evolucionado, y no me importa si es más ambiguo, porque creo que eso lo enriquece y nos da muchas más posibilidades para actuar: un feminismo que nos haga más felices a mujeres y hombres en igualdad.

Pero con todo ello, y a pesar de mis deseos, lo tengo muy claro. En pleno siglo XXI sigo siendo todavía una ciudadana de segunda como el resto de mujeres, porque se nos siguen negando derechos fundamentales y se nos discrimina en muchos ámbitos de nuestra sociedad. Esa es por ahora, la purita realidad: con y sin tacones.

Víctima del maltrato

 

Creo que apenas tenía 17 años cuando tuve mi primera experiencia de maltrato a una mujer. Maltrato machista. Entonces creo que no fui consciente de lo que era, ni de lo que realmente significaba. Por supuesto, por entonces  todavía no se había instaurado el 25 de Noviembre como el Día para la  eliminación de la violencia en contra de las mujeres. El maltrato machista tampoco “existía”: o se silenciaba o la noticia era muy escabrosa y aparecía en los periódicos como un asesinato más, al estilo de lo que durante años se hizo en El Caso.

Sólo supe que una compañera de trabajo había dejado a su novio. Una tarde cuando volvía a su casa en coche aparcó en su garaje y a la salida estaba su ex esperándola para darle una paliza. Y se la dio. Eso fue de lo que me enteré. Tuvo que ser ingresada en el hospital. Aquellos días andaba yo haciéndome unas pruebas en el hospital y me pareció de lo más normal pasar a visitarla. Cuando abrí la puerta, vi a una mujer con la cara amoratada y llena de heridas (las piernas estaban tapadas), un brazo escayolado, el suero y varios medicamentos entraban en sus venas… Tuve un shock. Pero lo que no he olvidado -y miren que han pasado años- es su cara al verme: ladeó la cabeza para no mirarme y se puso a llorar… posiblemente de  vergüenza. Sólo alcancé a decir su nombre, me di la vuelta y me marché llorando  de pena, de rabia y de impotencia. Sin embargo, a su alrededor todo se trató en susurros. No era un tema público. Nadie hablaba de violencia machista, ni siquiera de maltrato. Por supuesto nadie habló de denunciarlo. Es que el novio era muy “rarito y especial”. Lo que era realmente es un despreciable maltratador como todos aquellos que están detrás de los 4.858 casos de violencia machista que hubo en Euskadi en 2011, lo que significa 13 casos al día y un 13,4 por ciento más que en 2010. Hasta octubre, ya son 4.194 casos los contabilizados, 149 más que el año anterior.

Otros datos que ponen los pelos de punta: en Euskadi en el 2011 crecieron las violaciones un 42% más que el año anterior. El 30% de las mujeres víctimas de la violencia machista tienen menos de 30 años. Una de cada tres mujeres vascas soporta algunas formas de violencia machista de alta o baja intensidad, pero lo desconoce porque no es consciente de que la relación mal llamada amor esconde una situación de violencia de género. El número de menores de edad, de entre 14 y 17 años, enjuiciados por delitos relacionados con la violencia de género ascendió a 778 desde 2007, una cifra que representa un aumento del 23,7% entre 2007 y 2011…suma y sigue!

Ante esta evidente escalada de violencia contra las mujeres, no queda más que trabajar profunda y contundentemente en la prevención, concienciación y educación. Pero hay que ir más allá. Se presenta a las mujeres como víctimas que necesitan protección y asistencia, más que sujetos activos que luchan por sus derechos y por su independencia. Y esto tiene que cambiar. Las acciones suelen estar orientadas hacia el tratamiento de las consecuencias de la violencia, a través de la asistencia, cuando lo que se necesita es un cambio estructural de la sociedad heteropatriarcal a través de medidas educativas de carácter integral y de la reeducación de los maltratadores a partir de la primera señal de violencia. De otra forma, parece que encima son las mujeres las que tienen la responsabilidad de acabar con la violencia machista  a través de sus denuncias.

Sólo así se podrá poner fin a esta lacra, trabajando conjuntamente de organizaciones sociales y políticas, instituciones y gobiernos: poniendo las bases hacia esa necesaria transformación social, reconstruyendo la educación, superando los falsos mitos sobre la sexualidad y las relaciones, y rompiendo con el modelo de familia tradicional. No queda otra!