Quiroga, otro papelón

Le salva a Arantza Quiroga que el personal está a otras cosas, y solo los muy cafeteros, que apenas sumamos un puñado, hemos asistido al ridículo estratosférico que ha hecho con su propuesta de ponencia que ha durado medio suspiro. Miren que a un par de horas de la presentación de la iniciativa vista y no vista, le pregunté a la secretaria general del PP en la demarcación autonómica, Nerea Llanos, si en casa les iban a dejar quedarse hasta tan tarde, y me dio a entender que a ciertas edades ya no hay que pedir permiso. Servidor, que es bastante mal pensado porque las ha visto de casi todos los colores, imaginó que estaba asistiendo a una de tantas escenificaciones con que nos deleitan los políticos.

En mi errónea composición de lugar, se habría tratado de aparentar que el PP pop, camino de la irrelevancia sin remisión en Euskadi, sacaba su genio, daba un golpe sobre la mesa que conseguía la atención mediática y una cierta consideración, y Génova rezongaba un poco, pero no llegaba a cortar el vacilón. No me cuadraba la proximidad de las elecciones generales para montar un happening así, pero menos me entraba en la cabeza que los siempre dóciles dirigentes populares de por aquí arriba se tirasen a la piscina sin consultarlo a sus señoritos en Madrid.

Pues ya ven. En menos que se dice Mariano, Alfonso Alonso, que le debe unas cuantas a Quiroga, le ordenaba el freno y marcha atrás desde los micrófonos de COPE, nada menos, y a pregunta lanzada para provocar tal efecto por Carlos Herrera, que por lo visto, manda más que la de Irun. Al PP vasco le debería hacer el himno Sabina. Qué manera de palmar.

Superar la repulsa

Tras la impotencia por el asesinato machista número ene, de nuevo la repulsa. Cada vez expresada con fintas y jeribeques verbales más hipnóticos. Aunque es inevitable lo de lacra que hay que erradicar, se van incorporando a los floridos discursos nuevos palabros que quieren decir mucho y se quedan en parrapla. Puros formulismos para llenar silencios, para cubrir el expediente, quizá también para tranquilizar la propia conciencia en la creencia de que un poco de blablablá es menos que nada. Ocurre que luego va la realidad y nos descojona el teorema, que salta por los aires junto a nuestras impecables intenciones. Otra muerta más, y otra, y otra, y otra. Y hay que repetirse o insistir, como decían atinadamente mis periódicos de referencia. De hecho, cualquiera que siga a este humilde plumilla sabe que la columna presente es prácticamente un calco de ni sé cuántas escritas en parecidas circunstancias.

En este punto, pregunto si es mucho pedir que esa insistencia trascienda las frases hechas. Ya no voy a abogar para que se actúe con firmeza, sin miramientos y dejándonos de rollitos pseudogarantistas siempre a beneficio del matón. Qué va, me conformo con algo más simple. Por ejemplo, en lugar de gastarse la garganta con la letanía de la educación, ¿qué tal si me acompañan a echarle unos salivazos dialécticos a aquellos de mis presuntos colegas que, fieles a su vomitiva costumbre, han vuelto a convertir en espectáculo amarillo chillón o marrón mierda el último crimen? Puede que sirva de poco, porque lo seguirán haciendo, pero qué menos que hacerles saber que son unos —¡y, ay, unas!— indeseables.

Jóvenes… y jóvenes (2)

¡Ay, esas columnas que llevan adosada la prueba del nueve! Quizá sea que me hago peor tipo con los años, pero debo confesar que disfruto una migajita viendo cómo se cumplen las (nada meritorias) profecías, y las líneas juguetonas obran cual muleta a la que entran, casi en el orden y con el brío previstos, los morlacos de rigor.

Qué pena, por otra parte, que todo sea tan pronosticable, y, si vamos a las desafortunadas —insisto— palabras del presidente de Adegi sobre los jóvenes, que son las que dan origen a estas reflexiones, qué inmensa tristeza que la mayoría de las réplicas sean tan de trazo grueso como la salida de pata de banco que las ha provocado. Señal también de que cada vez vivimos más instalados en las explicaciones que exigen escaso o nulo desgaste neuronal. Y, aunque esto mismo que escribo tenga pinta de una, en las generalizaciones.

Cualquier expresión que pretenda abarcar la totalidad de un colectivo encierra una mentira. Por eso, a diferencia de Guibelalde y sus replicantes, yo no hablaba de la juventud, sino de jóvenes y jóvenes. Ahí caben miles de circunstancias y situaciones diferentes. No creo que haga falta ser un esclavista redomado si entre ellas se señala a un grupo (diría yo que creciente, aunque apuesto que no es en absoluto el más numeroso) de chavalas y chavales adocenados, cuando no aburguesados hasta el corvejón. Imposible negar que en nuestro entorno esto se ha dado en todas las generaciones desde el desarrollismo, y que parte de la culpa es de algunos de los y las que hace 20, 25 o 30 años fuimos jóvenes y, tal vez por una tara propia, los hemos educado así.

Jóvenes… y jóvenes

El presidente de la patronal de Gipuzkoa mezcla en un par de frases muy poco afortunadas el hambre, la juventud, China, India, chicas y chicos monísimos y alguna hierba más. Qué caramelo para escandalizarse marcando todas las posturillas chachiguays del catálogo de la indignación de poliespán. De acuerdo, incluso para mosquearse genuinamente, pero puesto que seguí el fenómeno como entomólogo social aficionado, les puedo asegurar que los berridos más estentóreos no los soltaron precisamente chavales de a seiscientos euros al mes con pagas prorrateadas, qué va. Se vinieron especialmente arriba individuos ya talluditos de nómina gorda asegurada por, ejem, odiosas y despreciables instituciones que hay que derrocar. Palabra que no sabía uno si llorar, reír o ciscarse en lo más barrido ante los exabruptos de tipos que llevan atornillados a pingües escaños de diversas escalas administrativas —incluso de más de una al tiempo— desde que, hace ya unas lunas, tenían la edad de los mentados por Pello Guibelalde.

Me consta lo celebradísimas que llegarían a ser estas líneas si desde la primera, la hubiera emprendido a zurriagazos con el autor de las perlas. Insisto en las formas manifiestamente mejorables y en el error (amén de la injusticia) que siempre conlleva el uso del genérico. Es de cajón que no todos los jóvenes caben en el mismo cubil. Pero si apartan la farfolla discursiva, vencen la tentación de quedar muy bien y van al fondo de las palabras, lo cual resulta incómodo y antipático, comprobarán que hay materia para darle un par de vueltas. Claro que si no lo ven así, pidan la guillotina para mi.

El martirio de Andrea

Qué propio de los obispos, poner una vela a su Dios y otra a (¿su?) Diablo. Había empezado muy bien el portavoz de su organización gremial, José María Gil Tamayo, pronunciándose contra el encarnizamiento terapéutico y a favor del uso de los cuidados paliativos. La traducción más humana —o más piadosa, utilizando un término que algo tendría que decirle a la Iglesia— de sus palabras debería ser que es una crueldad obstinarse en alargar la vida de la niña Andrea, sabiendo como se sabe a ciencia cierta que jamás va a experimentar mejoría y, lo más duro, que su sufrimiento crece minuto a minuto. Pero no, entre el peso de la casulla y el adagio que sostiene que la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la mano derecha, el mensaje que acabó transmitiendo el vocero episcopal fue el de costumbre: solo el de arriba decide cuánto tiempo estamos en este valle de lágrimas. Es decir, que por tremendas que sean las condiciones, no es aceptable retirar la alimentación para acortar el padecimiento de la pequeña, como suplican su madre y su padre en unos términos que rompen el alma al más bragado.

Lo descorazonador es que quienes muestran esta actitud tan poco compasiva no son solo los purpurados, que al fin y al cabo, se mueven en el terreno de esa superstición disimulada que llamamos fe. También hombres y mujeres que se desenvuelven, siquiera teóricamente, en los terrenos de la razón y de la ciencia mantienen la misma obstinación rayana el sadismo. Cobijándose en la literalidad de leyes fósiles, médicos, juristas y administradores de lo público han decidido prolongar sin fecha el martirio de Andrea.

Mas siempre se salva

He perdido la cuenta de las veces que he leído o escuchado el obituario anticipado de Artur Mas. No había echado los dientes de leche el llamado procés tras la Diada de 2012, y ya se pronosticaba sin lugar a dudas su caída e inmediato arrollamiento por las masas exaltadas. Con bastante fundamento, casi nadie daba un duro por su pellejo político. ¿En qué cabeza cabía que podría guiar el viaje a la independencia de Catalunya un tipo que había acreditado una pila de quinquenios como tibio y nada incómodo pactista con los mandarines —da igual del PSOE o del PP— de la España que ens roba? ¿Cómo era posible que un movimiento que eclosionó, además de por lo identitario, a modo de clamor contra los recortes y la corrupción, fuera a confiarse a alguien que manejaba con destreza la tijera y cuyo partido aparecía —y sigue apareciendo— cada dos por tres en la crónica marrón?

Pues ya ven. Pasó esa pantalla sin mayores contratiempos. Y las que vinieron después, que tampoco fue moco de pavo darse una señora bofetada en unas elecciones, las de aquel mismo 2012, que había adelantado pensando que arrasaría. De nuevo fue declarado cadáver, igual que cuando unas semanas después tuvo que venir Esquerra a su rescate, previa firma de una hoja de ruta de imposible cumplimiento. ¿Y qué pasó al vencer el plazo del 9-N sin que ni remotamente hubiera ocurrido nada de lo anunciado? Pues que los augures renovaron su vaticinio: Mas está acabado. De momento, ha durado, mal que bien, los diez meses que median entre aquella consulta fallida y las elecciones del domingo. Se vuelve a decir que de esta no sale. Yo no apostaría.

Podemos es no

Entre los mil y un momentos de pasmo provocados por esa cópula incompleta que (personalmente me) resultó el 27-S, destaca la celebración en las tertulias cavernarias de los resultados de la sopa de siglas —Monedero dixit— en la que se presentó Podemos. Si bien el motivo subsidiario de la felicidad ultramontana era la bofetada electoral de quien andaba galleando que iba a apalear, el principal residía en que, hostiándose y todo, los 366.000 votos de la cosa llamada Catalunya Sí Que Es Pot desequilibraban la balanza en favor del No a la independencia. De miccionar y no echar gota, que Inda, Marhuenda, Tertsch y demás artilleros diestros jaleasen a su bestia negra, pero vuelvo a anotar, como ayer, su divisa, que no es ninguna coña: antes roja que rota.

Concedo que hay que tener un rostro de alabastro para arrogarse los votos que en campaña arrumbaban de secesionistas sin remisión. Sin embargo, tampoco parece muy de recibo que los que desde la acera de enfrente situaban en el unionismo desorejado a CSQEP vengan ahora a vender la moto de que esos sufragios son canjeables por síes en el global de la eliminatoria.

En el mejor de los casos, serían ni síes ni noes, postura tradicional y muy respetable de Iniciativa Per Catalunya, el otro gran socio de la alianza electoral dizque de izquierdas. Ocurrió, no obstante, que durante la campaña ICV fue fagocitada vilmente y sin amago de protesta por Podemos, cuyos líderes no dudaron en echar mano de un discurso esencialista español y hasta etnicista que convertía en tibias las soflamas de Albiol o Arrimadas. Quienes echaron esa papeleta sabían lo que hacían.