¿Exhumación o exaltación?

Andará preguntándole Pedro Sánchez a su gurú donostiarra de cabecera qué ha podido fallar para que lo que debía haber sido un acto lleno de épica y solemnidad acabara en esperpento circense rezumante de patetismo. ¡Si hasta le tenían dicho al piloto del helicóptero que evitara las farolas traicioneras! Al tiempo, en su recién estrenada nueva morada de Mingorrubio, la momia del viejo carnicero debe de estar retorciéndose de risa y gustirrinín. Miren que es joía la Historia: al cuadragésimo cuarto año resucitó y se pegó el lujazo de comprobar que en la reserva espiritual de Occidente todavía hay quien le añora.

El segundo entierro poco ha tenido que envidiar al primero. ¿Por qué? Vuelvan a cuestionárselo a los brillantes cacúmenes citados al principio de estas líneas. Suya es toda la responsabilidad de que la imagen que vaya a quedar del pifostio de ayer entre Cuelgamuros y El Pardo sea la del féretro de madera nobilísima saliendo a hombros de los familiares del dictador, liderados por uno que se apellida Borbón. Como guarnición, los brazos en alto, unos uniformados cuadrándose ante la comitiva, rojigualdas con el pollo, vítores a Tejero, Abascal profetizando una segunda maldición como la de Tutankamón y el equipo de producción de Ferreras persiguiendo a unos viejos comunistas para que se prestaran a dejarse grabar brindando en un bar.

Resumiendo, que la exhumación se transmutó en exaltación monda y lironda. La pretendida reparación ha resultado una ofensa para las víctimas del franquismo que se suma a las mil y una coleccionadas desde el comienzo de la interminable noche de piedra. Y todo, por un puñado de votos, qué rabia.

Exhuma, que algo queda

Menos mal que el traslado de la momia del ferrolano de la voz aflautada iba a ser discreto para no dar tres cuartos al pregonero ultramontano. Pues solo ha faltado indicarnos qué marca de gayumbos llevarán los miembros del equipo exhumador habitual. Menuda profusión de detalles nos han suministrado los que ya para los restos —valga la redundancia— quedarán como los que sacaron la basura de donde llevaba cómodamente instalada desde hace cuarenta y cuatro años de vellón. Qué casualidad, pensará algún suspicaz, que el punto álgido de la tragicomedia coincida con unas elecciones inminentes y el (anunciado) incendio social en Catalunya tras la sentencia del Procés.

No cuela. O no debería. Lo que han hecho los amorrados al pilo monclovés en funciones roza el insulto a la inteligencia, a la dignidad y, en síntesis, a la tan cacareada Memoria histórica. Se ha convertido en espectáculo circense a mayor gloria de Ferreras, Ana Rosas e imitadores varios lo que debería haber quedado en un acto austero, casi de trámite, porque ni el abyecto matarife ni sus deudos podridos de pasta se merecen más. Qué asco da ver a los descendientes del carcamal de plató en plató reclamando, manda huevos, justicia y denunciando, jódete y baila, que se han vulnerado sus derechos. Pena de expropiación forzosa de todos sus bienes adquiridos por expolio y pena más grande, que antes de la reinhumación no le vayan a degradar al generalísimo a chusquero. A eso no ha habido bemoles. Y todo esto que voy anotando casi será mal menor si la nueva morada de los residuos no acaba siendo santo lugar de peregrinación de franquistas de viejo y nuevo cuño.

La Momia, capítulo ene

Quisiera compartir el alborozo por la decisión u-ná-ni-me del Tribunal Supremo es-pa-ñol —¿Esta vez no son una panda de fachuzos con toga?— respecto a la momia del bajito de Ferrol. Me alegro, claro que sí, por las víctimas del matarife y sus deudos, entre los que me cuento, pero tampoco acabo de ver los motivos para tanto festejo. Y menos, cuando los que se están atribuyendo el gol en Las Gaunas (ojo, que aún puede ser anulado por el VAR) obedecen a las cuatro siglas que, habiendo gobernado un kilo de años desde que se produjo “el hecho biológico”, no movieron un dedo por sacar los despojos del viejo dictador de su apartamento en el Valle de los Caídos. La misma Carmen Calvo que anda haciendo la conga de Jalisco era ministra de peso en el gabinete de Rodríguez Zapatero que, pese a ordeñar la Memoria Histórica sin rubor, jamás se atrevió a pasar la línea azul de Cuelgamuros.

Paso por alto que en todo este zigzagueo posturero se ha conseguido resucitar, si no al fiambre, sí a sus adoradores y adoratrices. O casi peor, que se han creado ex-novo franquistas retrospectivos que no superan los treinta tacos en canal. Ya veremos cómo pagamos esa ligereza. Me conformaré con que el dictamen judicial sea firme y con que se cumpla. Llévense las rebañaduras del sátrapa a donde proceda, expídanse los frailes del Valle al rincón en que se los requiera (si es que tal sitio existe), y dinamítese sin escatimar en trilita el fantasmagórico parque temático de la humillación. A partir de ahí, podremos emitir el parte de guerra definitivo y aplicarnos a la jodidísima tarea de enfrentarnos al presente y el futuro, que ya toca.

El retorno de la momia

Esta nueva adaptación de La momia ya tiene más secuelas que sus predecesoras. Aquí andamos ya por El retorno del retorno del retorno de la momia, y me llevo una. Quién le iba a decir al viejo criminal de Ferrol que sus residuos mortales iban a ser, así que pasaran 44 años del hecho biológico, combustible para la campaña electoral de un partido nominalmente socialista. Quién se lo iba a decir también, por cierto, a los dos presidentes de esa formación, Mister Equis y Mister Zetapé, que sumando un jartá de años en el gobierno de la nación, no se acordaron para nada de los huesos del caudillo de España por la gracia de Dios. Y ahora, en cambio, se agita a cada rato el espantajo. ¿Por qué?

La respuesta oficial, ya me la sé, es que por dignidad, por reparación a las víctimas y blablablá. Soy consciente de que ese relato cala entre mucha gente que tiene cuentas pendientes con el régimen asesino. Pero por eso mismo todo este baile con el difunto de hace casi medio siglo resulta más indecente. No se puede usar una cuestión tan seria para hacer electoralismo de aluvión. Menos, cuando todo lo que se ha hecho hasta la fecha es una sucesión de anuncios que siempre han resultado fallidos. Eso, sin contar con el buscado efecto —así de triste— de resucitar no a Franco sino a los franquistas. Incluso, de crearlos ex-novo entre chiquilicuatres que ni habían nacido cuando palmó el sátrapa.

Mi propuesta sigue siendo cortar el chorro económico al Valle de los Caídos y dejar que se venga abajo solito, allá cuidados. Las exhumaciones que de verdad me parecen urgentes son las de los miles de cadáveres que permanecen en las cunetas.

Calvo y la momia

Lo del desahucio de la momia de Franco de su pesada tumba de mármol en el Valle de los Caídos está siendo, casi literalmente, un pan hecho con unas hostias. O, como poco, la enésima prueba de que las buenas intenciones son las que alicatan hasta el techo el infierno. Claro que quizá sea, sin más, una lección para los aprendices de brujo que pensaron en un birli-birloque facilón para salir a hombros y se encuentran ahora con que lo que pretendían arreglar —¡con más de cuarenta años de retraso!— se les ha puesto más jodido de lo que estaba. Malo era, en lo simbólico, que los restos (o sea, los residuos) del dictador estuvieran en Cuelgamuros, pero es todavía peor que hallen cobijo en La Almudena, corazón, como quien dice, de Madrid, y lugar perfecto para montar centro de peregrinación de franquistas mayormente retrospectivos.

¿Y esto quién lo arregla? Pues parece que la Iglesia de Roma iba a mover sus hilos desde las tinieblas, siguiendo su costumbre, hasta que entró en juego la torpeza de la vicepresidenta española Carmen Calvo, aquella ministra de Zapatero con profundidad intelectual de pozo séptico y a la que los años no han mejorado. Sorprende que haya quien la presente como una Indira Gandhi rediviva, cuando no llega ni a administradora de comunidad de vecinos de teleseirie. Solo a una osada ignorante de todo, y en particular, de lo que sabe hasta una criatura de siete años de la diplomacia vaticana, se le ocurre bocachanclear que ha llegado a un acuerdo con sus reverendísimas eminencias. Les faltó tiempo a los mitrados para negarlo todo, y a ella, para volver a afirmarlo. Y lo que nos queda, me temo.

Timo constitucional

En más de una ocasión he escrito —y la última, no hace mucho— que el tiempo ha demostrado que el bajito de Ferrol sabía lo que se decía con su célebre chulería del “atado y bien atado”. En honor a la verdad histórica, que ya sé que importa una higa, como estamos viendo durante estos días de lametones borbonescos, habría que matizar que el viejo matarife se fue a la tumba dejándolo todo manga por hombro. Los años postreros de su régimen fueron un desmadre de camarillas hostiándose por la herencia inminente y/o por hacerse un sitio en lo que fuera que viniera tras el hecho biológico. Entre que el dictador apestaba ya a cadaverina, que siempre había sido un puto desastre como planificador, que sus esbirros eran tan serviles como inútiles, y que su narcisismo le impedía colocar un sucesor que le hiciera sombra en la comparación, lo que quedó al palmarla fue una jaula de grillos. Si el antifranquismo no hubiera estado más dividido aun que el franquismo y, sobre todo, si no hubiera estado tan acojonado, podría haberse impuesto sobre ese guirigay, dando paso a una auténtica nueva era.

Pero no fue el caso. Ocurrió, al contrario, que una parte sustancial de la oposición se metió en apaños con la facción continuista que se demostró más hábil, la de Torcuato como muñidor y Juan Carlos como cara visible. Los participantes en esa componenda fueron los que de verdad amarraron el pasado y el futuro, que es nuestro presente. Fue un juego de pillos en el que cada cual se aseguró su parcelita de poder. A ese timo le llamaron Pacto Constitucional, y casi cuarenta años después sigue obligando a quienes lo firmaron.

Para no olvidar

Malas noticias: perdimos la guerra de 1936, nunca fuimos capaces de derribar el régimen que la sobrevino y aún seguimos comiéndonos con patatas su secuela levemente edulcorada, sucesor a título de rey incluido. Recordarlo, perdóneseme la obviedad, forma parte de esa memoria que tanto vindicamos y que con frecuencia confundimos con la recreación del pasado que nos hubiera gustado. Una de las mil formas del infantilismo en que nos engolfamos en esta posmodernidad o lo que sea es creer a pies juntillas que es suficiente cerrar los ojos para que desaparezca la fealdad que nos rodea. Pues no, el sol no se tapa con un dedo, ni la Historia se cambia metiendo la tijera a las partes que nos desagradan. Anoto, de hecho, que fabricarse un ayer a medida es la tentación a la que nunca se han resistido los totalitarismos.

Viene esto a cuento de la bronca innecesaria por la retirada o no de los retratos de los alcaldes franquistas de Bilbao que pueblan cual fantasmas los pasillos del consistorio. Comprendo que al primer bote joda un rato la idea de que esos diez tipejos retengan unos centímetros cuadrados del espacio que ocuparon ilegítimamente y a la fuerza. La sola mención de Areilza me provoca erisipela, y la de Lequerica, Oriol o la infecta Careaga, politraumatismos neuronales. Pero por más que me envenenen la sangre, ni puedo, ni quiero, ni debo olvidarlos.

Quien haya visto los monigotes de esta panda de fachas en la galería de primeros ediles de la villa sabe que no hay nada laudatorio en su exhibición. Y si cupieran dudas, bastaría una placa que los apostrofara como los siniestros personajes que fueron.