Hemos vivido broncas mayores

Viernes 7 de febrero de 2020

Cuando llegué a Madrid como diputado, la primera investidura que me tocó fue la de Felipe González. Tenía mayoría absoluta y no necesitaba nada de nadie. Iba sobrado.

Antes de subir a la tribuna me dijeron que tuviera en cuenta que yo no hablaba para convencer a nadie ya que en el hemiciclo todos llevaban el voto decidido de casa, sino para la televisión que todavía era de un solo canal.

Luego me tocaron debates de todo tipo con González, Aznar, Zapatero y Rajoy. De todo tipo en un ámbito donde se producían tiempos de calma y tiempos de exacerbada virulencia, sobre todo por la existencia de ETA. Con semejante pasado me extraña el rasgamiento de vestiduras que estoy escuchando tras la investidura del día 7 de enero de Pedro Sánchez. Y digo me extraña porque he escuchado decir que nunca antes habían pasado cosas parecidas. Claro que no. Pasaron peores. Lo que ocurre es que el adanismo en el que vivimos, la falta de seguimiento de los temas, los analistas a la violeta que inundan las redes y los programas pontifican lo contrario. La explicación puede ser o porque son jóvenes y no vivieron otras épocas, o porque no leen ni preguntan, lo que da que afirmen melonadas como las dichas.

Se nota que no vivieron los turbulentos finales de la UCD con aquel autobús cuarteándose por todas partes, Alfonso Guerra tildando a Suárez de “tahúr del Mississippi”, Paco Ordóñez filtrando información del Consejo de ministros, los barones asilvestrados cada uno por su lado, el PNV retirado de las Cortes y para rematar la faena el golpe de estado del 23 F con la ligereza y frivolidad del ilustre Campechano por detrás.

Tampoco en 1989 cuando diputados de HB decidieron ir al Congreso y comenzar a hacer una cierta política y la extrema derecha mató en el hotel Alcalá a Josu Muguruza e hirió gravemente a Iñaki Esnaola y la Mesa del Congreso se negó a guardar un minuto de silencio. O cuando ETA asesinó a Ernest Lluch, Enrique Casas, Broseta, Jiménez Becerril, parlamentarios en ejercicio.

O cuando al final del mandato de González su ministro del Interior José Barrionuevo estaba procesado antes de terminar en la cárcel de Guadalajara estallando cada día un escándalo con el asunto de los GAL, las escuchas aleatorias al Rey, el escándalo del BOE, los casos Filesa, Malesa, Time-Export, la prisión de Mariano Rubio quien había sido nada menos que Gobernador del Banco de España… ¿Sigo? Eso si eran plenos, donde se decía de todo menos bonito.

Siempre uno tiende a creer que lo que hace es lo único, lo importante, lo definitivo. Pues no. Lo pensó Iglesias creyendo que asaltaría los cielos luchando contra la Casta y diciendo que jamás abandonaría su casa en su popular barrio madrileño y criticando a Ana Botella por ser alcaldesa de Madrid siendo esposa de Aznar. Iglesias es ahora super Casta, vive en su chalet de Galapagar, su esposa Irene Montero es ministra en el mismo gobierno en el que él es vicepresidente. Pura coherencia.

O ahí tenemos el caso de Bildu. Ir a Madrid era legitimar la transición y la subordinación de Euskadi a España y ahora no sólo van sino que apoyan indirectamente la investidura con su abstención para que Sánchez sea el presidente del gobierno de España.

Humano es errar, acertado rectificar. Ya. Lo malo es el tono de superioridad con que estos analistas de todo a cien nos analizan la realidad sin darnos los datos precisos para comprenderla. La futbolización total de España es mayor que en el franquismo, no sólo porque haya hoy más medios y más dinero, sino porque hay un par de generaciones que han sido educadas lejos de las humanidades y aunque se crean que lo saben todo, viven en un analfabetismo ilustrado que les deja sin defensa frente a ofensivas a la inteligencia tan fuertes como la del fútbol, del que se lo saben todo. La televisión libre que nos iba a educar a todos ha sustituido cultura por vistosidad, política por espectáculo, información por opinión. Lo malo es esa voluntad de confundir a la gente porque se gobierna mejor a ciudadanos confundidos, confusos y despistados que a ciudadanos con criterio e información veraz. Y todo porque en el fondo los medios de comunicación públicos no hacen el menor contrapeso a esa cascada de desinformación constante en la que vivimos. Es lo que hay, Sra. Baronesa.

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