El Cónsul panameño

Viernes 3 de abril de 2020

Este señor de la foto no es un rico hacendado panameño de nombre José Andrés Álvarez Lastra sino el presidente de los vascos, José Antonio de Aguirre, con gafas de concha, bigote y su inseparable pañuelo bilbaíno en el bolsillo de la chaqueta. Su nombre, José Antonio de Agirre y Lekube tenía las mismas iniciales que su pañuelo y de ahí se sacaron el nombre del Sr. Álvarez Lastra, personalidad que le facilitó el cónsul panameño para huir vía Berlín hacia la libertad. Al president de Catalunya Lluis Companys ya lo habían detenido, posteriormente fusilado, y Agirre tenía puesto el precio de su cabeza.

Son historias increíbles, para hacer una buena película que en cuarenta años no se ha hecho, pero que pienso que algún día se hará y las nuevas generaciones aprenderán el precio de la democracia y libertad que parecería que vienen del cielo.

En la madrugada del domingo 13 de Abril de 1947 falle­ció en la ciudad de Nueva York el Dr. Germán Gil Guardia Jaén, conocido por el mundo vasco de la época  por haber sido el cónsul panameño que salvó la vida de José Antonio de Agirre. El Dr. Guardia Jaén desempeñó el consulado de Panamá en Hamburgo desde 1931 a 1936, para pasar después con el mismo rango a la ciudad de Amberes, en Bélgica. En este puerto tuvo ocasión de facilitar al Lehendakari Agirre los me­dios de escapar a la persecución de la Gestapo, propor­cionándole un pasaporte falso panameño bajo el supuesto nombre de Dr. Álvarez Lastra y acompañándole a pedir el salvoconducto que le permitió llegar a Berlín.

Al declarar Panamá la guerra contra Alemania, el Dr. Guardia Jaén pudo regresar a su país, y de allí pasó a Mon­tevideo como Cónsul General y Secretario de Legación.

Agirre refiere así su encuentro con Guardia Jaén en su libro de «De Gernika a Nueva York pasando por Berlín»: «La entrevista fue breve, pero con la misma rapidez comprendí que me encontraba ante un alma muy noble. No me equivoqué. Dos días más tarde obraba en mi poder un ingenioso documento, que tenía el valor de un pasaporte provisional hasta que las autoridades de Panamá —según se decía en él— enviaran el permiso para otorgar el definitivo. Se hacía constar en el documento, que el antiguo lo había perdido con mis equipajes en una de las aglomeraciones de la frontera. Combinamos los hombres con el fin de que las iniciales coincidieran con las de José Antonio de Agirre y Lekube, y que respondieran además a apellidos conocidos de Panamá. De esa manera surgió al mundo el ciudadano panameño José Andrés Álvarez Lastra, doctor en Leyes y propietario de fincas en la provincia de Chiriqui».

Después de numerosas aventuras y peligros relatadas por el Presidente Agirre en su libro «De Gernika a Nueva York pasando por Berlín», Guardia Jaén se despide de Agirre en Berlín. Lo cuenta así el Lendakari:

«También ha llegado Guardia, mi Cónsul. Instintiva­mente, pero con acierto. Quien fue el creador del doctor Álvarez necesariamente había de estar presente en su despedi­da. Ha cenado con nosotros lleno de satisfacción.

Por fin salimos de Berlín el 25 de Mayo. Son las ocho de la mañana. De pie al lado de la portezuela, delante está mi Cónsul. El último abrazo y un agradecimiento que no borra­rán las distancias ni el tiempo».

Guardia Jaén después de una intervención quirúrgica en los Estados Unidos, apenas repuesto, tomó parte en los tra­bajos de la Delegación Panameña en la Asamblea General de las Naciones Unidas, como asesor del Dr. Ricardo Alfaro, Ministro de Relaciones Exteriores panameño, y en estas funciones tuvo ocasión de ayudar una vez más a la causa vasca.. Después quedó adscrito a la Delegación Permanente ante la ONU, y un mes antes de su muerte recibió el nombramiento oficial como Delegado adjunto de Panamá ante las Naciones Unidas.

Desde su llegada a New York el Dr. Guardia Jaén estuvo en contacto permanente e íntimo con los miembros de la De­legación Vasca; frecuentaba los medios sociales vascos y el Restaurant Jai Alai, sin cesar en todo momento de dar muestras de su afecto hacia nuestro viejo pueblo, que sim­bólicamente pudo demostrarle su gratitud cuando a la hora de morir, un sacerdote vasco le asistió en sus últimos mo­mentos; de ésta manera, la presencia ante su lecho de agonía de los representantes oficiales del Gobierno Vasco y de uno de los religiosos que supieron  estar al lado del pueblo, pu­dieron ofrendar al Dr. Guardia Jaén y a su familia en esa hora final el afecto y el recuerdo de un pueblo agradecido.

Los periódicos norteamericanos dieron cuenta de su muerte en lugar preferente. Y tanto el Gobierno de Panamá como las Naciones Unidas le tributaron los honores póstumos debidos a su rango.

Pero para ahondar más en la personalidad del Cónsul Guardia Jaén y en la firme amistad Guardia-Agirre hemos de remitirnos a alguien que los conoció de muy cerca y en el propio Panamá. Se trata de Juan González. de Mendoza y Garayalde, delegado del Gobierno Vasco en Panamá, quien a raíz del fallecimiento del Cónsul de Agirre escribió en la Re­vista «Euzkadi» del Centro Vasco de Caracas, un emotivo y preciso artículo sobre Germán Gil Guardia y el Dr. Álvarez de la Lastra. Escribió el Delegado:

“¡Por qué caminos inesperados el nombre de Panamá se ha incorporado a la historia vasca…! Una vez fui llamado sigilosamente a un convento de Panamá. Me fue entregada una carta que trajo en propias manos un insigne arquitecto norteamericano desde Amberes. Se me pedía un pasaporte panameño para un tal José Álvarez de la Lastra. El padre superior es testigo de que al ver este nombre surgió otro en mi boca: el verdadero. Sin embargo, ignorábamos la impor­tancia que podía tener un pasaporte de tal clase, porque si se hacían las cosas de acuerdo con las autoridades diplomáti­cas, todo podía ir bien sin necesidad de esto, y, en caso contrario, esto no sería suficiente. De todos modos, pedi­mos el pasaporte, que costaba la módica suma de 5 balboas, por intermedio de un señor Esquivel, chiricano y muy amigo nuestro. ¿Qué sucedió?. Nunca lo hemos sabido. El pasa­porte, reclamado una y otra vez, no apareció.

Al poco tiempo recibimos otra orientación, esta vez por parte de otro súbdito americano muy afecto a los vascos. Se trataba de hablar directamente con el Presidente de Panamá y conseguir un pasaporte diplomático para ir a buscar a Agirre bajo la protección del Gobierno. Dos gestiones hici­mos cerca del Dr. Arnulfo Arias Madrid, a la sazón Presi­dente de Panamá. Las dos fueron desechadas y mal trata­das, a pesar de que intervinieron en la presentación personas muy amigas y de gran influencia para con él. Entre éstas hay que destacar al Dr. Wandehake, venezolano, que hizo cuanto pudo por nosotros. ¿Por qué el Dr. Arnulfo Arias se negó a un acto de esta naturaleza, diciendo que «no le inte­resaban jefes, sino vascos sin corbata, para Panamá»?

Todavía ignorábamos por qué se nos pedía la interven­ción de Panamá en un problema tan delicado, habiendo otros países más llamados a llevar a cabo esta gestión y con más probabilidades de éxito.

Un día del mes de Mayo de 1942 fui llamado urgente­mente al despacho del Ministro de Educación, Lic. Víctor F. Goytia. Platicando con él se hallaba un señor con aspecto que irradiaba simpatía y en cuyos nobles ojos se destacaba una sonrisita maliciosa. Me preguntó el Lic. Goytia por Agirre. Le di las últimas noticias satisfactorias. Lamentó no haber sido ellos Gobierno en el tiempo difícil para haber arreglado el problema como se nos pidió. Entonces me hizo una pregunta desconcertante:

¿Conoce usted al señor Germán Gil Guardia?

Yo no lo conocía más que de nombre e ignoraba la por­ción de responsabilidad decisiva que tuvo en la liberación de Agirre.

Pues aquí lo tiene en persona; él es.

Desde ese momento Germán y yo fuimos muy buenos amigos, viendo siempre en él al panameño caballero de ran­cia cuna y admirador de los vascos, cuyo amor después de Panamá estaba puesto en Euzkadi.

Cuando Agirre hizo su gira por América Latina fui invi­tado a vivir en casa de Guardia, donde atendí al señor Agirre, que allí se hospedó. Había que ver lo sustancioso de aquellas conversaciones entre Germán y José Antonio, en las que no se sabía más que admirar, si su amable sencillez o la amistad sublime que en ellas campeaba.

Muchos datos que no aparecen en la obra «De Gernika a Nueva York pasando por Berlín» fueron discutidos en mi presencia y precisados como si se tratara de aquilatar piedras preciosas. Es que estos hombres egregios sabían qué podía suponer cada pequeño detalle de cada detalle pe­queño, rodeados como esta por aquella jauría de chacales de la Gestapo. Pero, como afirmaba Agirre: también es una institución humana y como hombres pueden equivocarse». Tan cierto es esto que yo mismo viajé el año 1933 por Ale­mania con pasaporte falso. Tuvimos que falsificarlo, no por causas políticas, sino porque teníamos prisa. Mi pasaporte pasó mil exámenes por manos de los nazis y nadie dijo nada. También ellos son hombres en el equivocarse, aunque no lo sean en sus sentimientos.

Después de esto hubo muchas ocasiones en que Germán, su familia y yo nos vimos y nos tratamos. Tratar gentes de esta prosapia es un descanso en el ambiente corrompido de todo el mundo. La última vez que Germán estuvo en Pana­má no lo visité enseguida y no tardé en recibir una llamada telefónica: «Mendocita: ya que usted no quiere verme, dígame cuando puedo ir a visitarlo». Al día siguiente habla­mos de nuestras cosas y de la vida de los vascos en Sudamérica. Estaba impresionado por las atenciones de que había sido objeto y me decía: «Yo creo que más que la obra que yo he realizado, los vascos agradecen la pieza que les salvé». También es verdad, aunque nada desmerece el mérito del ca­zador, antes bien agrada lo elegante de su desprendimiento.

El viaje que hizo Germán con sus familiares de Panamá a Montevideo fue un viaje apoteósico. Las Delegaciones vascas avisadas, supieron hacer lo mejor que pudieron. Y, desde luego, saben. La carta que me escribió Germán narrándome este viaje termina con esta frase: Veo que merece la pena vivir cuando encuentro todavía nobleza en el mundo».

Ayer mismo me decía el señor Sicre, Ministro de Justicia de Panamá: «Germán siempre ha sido un hombre valiente. Tenía las cualidades que se precisan para hacer lo que hizo con Agirre. Germán ha sido un hombre que ha soportado 25 años seguidos una enfermedad grave con una entereza que admira». Todos sus amigos de Panamá, en lo que se ha escrito de él, nos lo pintan como «hombre probo, bueno, noble, valiente y leal». Ese es el hombre que salvó a nuestro Presidente. No se necesitaba menos ni se necesitaba más.

El día que se supo su muerte —13 de Abril— Quique (hermano de Germán) telefoneó desde Nueva York. Al pre­guntarle Carlos (otro de sus hermanos) cómo había sido atendida la viuda, contestó: «Todos los amigos se han por­tado a la altura. Pero he de hacer mención especial de los vascos, que en todo momento han sido como hermanos nuestros. Esto nunca lo olvidaremos».

Tuve el alto honor de acompañar a la familia. Juntos fuimos a recoger el cadáver al vapor «Panamá», que llegó a Cristóbal el lunes 21, a las nueve de la mañana. Como dele­gado de los vascos, les pedí el privilegio de que nos dejasen encargarnos de sus funerales, ya que el Gobierno le había declarado honores y estos honores no incluían la misa.

Los vascos reunidos (éramos seis) decidimos enviar una gran bandera vasca hecha de flores, al entierro. El fúnebre cortejo fue encabezado por esta ikurriña, según orden que dio la familia vasca. Y se dio el caso de que detrás de nuestra bandera (que fue una obra de precioso acabado) iban todas las ofrendas florales precediendo al cadáver. Detrás de éste iban los familiares. Y enseguida el presidente de la Repúbli­ca, Ministros, ex-Ministros y ex-Presidentes así como distin­tas personalidades de la vida pública panameña.

Los que en Panamá no conocían nuestra bandera la co­nocieron en el entierro de Germán, porque la historia corría de boca en boca: «Esa bandera es de los vascos a Germán porque les salvó a Agirre».

No hay que decir que el coro que cantó la misa de Ré­quiem (compuesto por sacerdotes y religiosos vascos) lo hizo muy bien. Sólo nos faltó el orador. Quien estaba encargado de hablar no tuvo cupo en el avión. Vive muy lejos de la ca­pital. Yo, que era el indicado, no tuve ánimos para hacerlo.

Ojalá todos los vascos del mundo vuelvan a leer la histo­ria de Agirre en su odisea por la Europa ocupada. Hemos de volver a valorizar el nombre de Germán.

Se ha dicho en la prensa de Panamá que la vida de Ger­mán, sólo con haber salvado a Agirre, merecía plenamente vivirse. Se ha dicho también que a Germán se le conoce gra­cias a Agirre… Yo tengo la firme convicción de que no es así.

Germán, un hombre enfermo, un hombre que irradiaba serenidad, un hombre que no era potentado y que nunca tembló delante del peligro, no es grande por sólo tal obra o tal otra, sino que es grande por sí mismo y por ser capaz de hacer obras grandiosas. Nuestro orgullo es que Germán, así como inspiró confianza a Agirre desde el primer momento, también captó la personalidad de Agirre desde el principio, y, así se hicieron hermanos.

Las águilas se encuentran en los cielos limpios de sus espíritus”.

Este es el relato del Delegado Vasco, ”Mendozita” un tipo de primera que además decía ”me gustaría ser, en Álava cuando Franco sea un mal recuerdo,  alcalde aunque sea de un pueblecito de cien habitantes” ”Para que” me preguntaran. ”Para dedicarle una placita a Germán Gil de Guardia Jaén y cuando los niños preguntan quién fue  ese señor, yo les contaría esta historia”.

Ojalá alguien le haga caso.

2 comentarios en «El Cónsul panameño»

  1. Estos relatos y realidades son dignas de guardar y asi lo voy hacer Iñaki,eskerrik asko.
    Gero arte
    Julio

  2. Eskerrik asko Iñaki .
    por tu entusiasmo incombustible con el que transmites tan acertadamente el temple de la nobleza de los «euskotarrakoek … ese ha sido , es y será nuestro mayor valor .
    Porque fuimos somos, porque somos , seremos .
    Palabras del patriarca vasco Joxemiel Barandiaran (1889-1991

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