La nostalgia de Sánchez Iñigo

Lunes 11 de octubre de 2021

Luis Mari Sánchez Iñigo falleció el fin de semana. Ayer escribí un post con unas reflexiones de Joseba Azkarraga. Hoy recupero un texto que escribí cuando trabajaba en un libro sobre el vicepresidente Joseba Rezola que en diciembre se cumplen 40 años de su fallecimiento.

A pesar de la clandestinidad y la persecución política, el Partido Nacionalista Vasco en aquel larguísimo túnel no quiso perder sus señas de identidad de partido político democrático, luchando contra el activismo de la acción directa de ETA y marcando pautas de lo que debería ser una sociedad democrática en la que los partidos habrían de ser los vertebradores de la convivencia.

De ahí que mantuvo la representación territorial vasca y en éste contexto la presencia alavesa era fundamental habida cuenta de la propia debilidad histórica del nacionalismo en un territorio al que siempre habían querido desgajar del cuerpo nacional vasco. Tras la muerte del alavés nacionalista por excelencia como fue el ex-diputado y ex-Vicepresidente del Gobierno Vasco en el exilio que fue Javier de Landaburu, el vacío tuvo que ser llenado por personas  del Interior más próximos a la realidad, aunque en Beyris, el viejo caserón, representaba aquel sentir Don Iñaki Unzueta, un hombre muy meritorio que, cuando por ejemplo se le acercaban las nuevas generaciones, como Joseba Azkarraga, le preguntaba siempre si había ido a Misa el domingo.

Luis María Sánchez Iñigo fue la persona, junto al colaborador de la Txalupa, Periko Arrizabalaga los destinados a representar el territorio histórico alavés. Constructor, aparejador, en situación económica acomodada, con un vozarrón llamativo decidió complicarse la vida y apostar, cuando nadie daba un duro por una opción política, por el compromiso. Denunciado tuvo que refugiarse en Donibane Lohitzun (San Juan de Luz) donde desde su casa Gasteiz, llevaba la relación con el interior y en particular con Araba. Su casa fue centro de reunión y acción política.

Yo le recuerdo como un abertzale  servicial,  buena persona y generoso. Bajo su auspicio  trabajaron jóvenes promesas  como  Joseba Azkarraga, que era su interlocutor en el Interior a pesar de su juventud.

Hombre familiar  ,casado con Begoña  tuvo una lúcida y numerosa prole que ha seguido a  Luis Mari en sus apuestas políticas Josu, Mikel, Zuriñe, Xabier, Miren Bego e Imanol  lloran hoy su fallecimiento. Tras volver a su Gasteiz y a raíz de la crisis y división del PNV se afilió a EA, pero no el nacionalismo, de quien fue un rendido servidor. Su casa en Gopegi fue siempre una referencia.

En este libro sobre Rezola no podía faltar su testimonio, que fue reflexivo, sobre lo que fue aquella época. Generosamente me lo hizo llegar teniendo el valor del análisis de una época irrepetible:

«He leído con verdadera fruición, la correspondencia que nuestro inolvidable Joseba Rezola mantuvo contigo y con algún otro amigo de la «tripulación» de aquella inolvidable «Txalupa», en aquellos años ya postreros de la larga dominación franquista. Y las he leído todas de un tirón, con avidez, a pesar de ser muchas y a pesar del sobrio y monótono estilo literario que reviste, por su carácter de correspondencia exclusivamente informativa.

Con su lectura he vuelto a sentir, más vivamente si cabe, una extraña sensación que muchas veces había experimentado, después de mi regreso definitivo a Gasteiz, al recordar aquellos años de exilio, tan largos y tan breves a la vez, en los que percibíamos la razón de ser de nuestra lucha desde una perspectiva mucho más diversa y más real que en los tiempos de militancia clandestina en el interior, porque la visión general y simultánea de todos los aspectos de aquella lucha permitía relativizar los aciertos y los errores, y valorar, en su dimensión adecuada, acciones y actitudes que en otras circunstancias hubieran merecido un juicio bien diferente por nuestra parte. Esa sensación, que poco a poco iba cediendo posiciones en mi recuerdo a favor de otras inquietudes y otras sensaciones más actuales, más inmediatas, pero dudo que más contundentes, era una mezcla extraña de evocación y de añoranza entrañable y amarga a la vez.

Evocación entrañable de convivencia y confraternidad con aquellos hombres, patriotas del 36, enteros, ejemplares, inagotables en su entrega y su sacrifico, pletóricos de fe y esperanza en el futuro de Euzkadi, auténticos maestros de vida y de patriotismo. Evocación emocionada de vivencias inenarrables, de situaciones únicas, de compatriotas y amigos, vivos algunos, muertos los más, con los que compartí alegrías y amarguras,, sueños y realidades, satisfacciones y sufrimientos, pero sobre todo trabajo, entusiasmo y dedicación a la causa de nuestro Pueblo.

Evocación agridulce, de situaciones muchas veces, rayanas en lo novelesco, de acciones audaces y hasta trágicas en ocasiones, de aquella juventud valiente y generosa, ávida de acción sin deparar en el peligro que les cercaba, de aquellos seudónimos de «guerra», tantas veces ingenuos, de la angustia y el dolor experimentados cuando la represión o la desgracia se cebaban en nuestros camaradas del interior. Y añoranza entrañable de unos años vividos intensamente en solidaridad, en unión, en hermandad con tantos y tantos compatriotas que a ambos lados de esa nefasta y falsa «muga» dedicaron esfuerzo, sacrificio, y buena parte de sus vidas a la tarea de la liberación de la Patria.

Y añoranza, de una sensación difícil de describir, mezcla de sentimientos contrapuestos, de sentirse cómplice de una empresa sublime y de experimentar la reconfortante satisfacción de estar contribuyendo al logro de tan importante objetivo, junto a la tragedia personal y familiar que representaba el exilio. Añoranza de aquel optimismo, que nunca después he vuelto a experimentar, que llenaba de sentido y de entusiasmo nuestro quehacer porque estábamos seguros del fin que perseguíamos y de cómo teníamos que actuar para alcanzarlo.

El hojear esos folios me ha producido un efecto mucho más vivido que el mero recuerdo. Ha sido como un volver a vivir la relación con tantos personajes que en ellas aparecen y de tantos hechos y situaciones que constituyeron una parte importante de la época, posiblemente más emocionante de mi vida.

Y en este revivir ha ocupado un lugar prominente la figura impresionante de Joseba Rezola, sobria, serena, como extraída de un lienzo del Greco, con aquel rictus de dolor que la enfermedad había tallado en su rostro. Resulta imposible expresar con unas cuantas palabras, la influencia y el poso, que dejó en cuantos le conocimos, en cuantos tuvimos la suerte de hurgar en su pensamiento, y de disfrutar de su exquisita calidad humana. Su excepcional capacidad de raciocinio y discernimiento sorprendía a cuantos le escuchaban, fueran correligionarios suyos o no, que entre los abundantes y conspicuos visitantes que frecuentaban su trato, había muchos de ideología ajena al nacionalismo vasco, que acudían a él para conocer sus puntos de vista, incluso en aspectos que sobrepasaban el ámbito de nuestra causa, porque sus conclusiones podrían ser acertadas o erróneas, se podría estar de acuerdo con ellas o no, podrían convencer o no, pero siempre eran dignas de la máxima consideración porque se producían como resultado de un profundo estudio de los problemas y de un razonamiento sólidamente argumentado.

Y junto a la señera figura de Joseba, tantos y tantos nombres que aparecen en esa correspondencia, cuya sola mención arranca del recuerdo multitud de hechos, situaciones, y acontecimientos, de los que ellos fueron protagonistas directos o inductores, que desfilan en mi imaginación con realismo casi cinematográfico y que, con la perspectiva que suministra el tiempo pasado, ponen de manifiesto la extrema importancia que tuvieron para la causa del Pueblo Vasco aquellos años de trabajo y de lucha porque fueron capaces de mantener enhiesto y vivo el estandarte del Nacionalismo Vasco.

Desde aquel entonces han pasado ya muchos años y tengo que confesar que, hoy, añoro con nostalgia, no exenta de amargura, aquel entusiasmo y aquella ilusión sentida, generosa, que nada esperaban a cambio que no fuera el avance y la progresión de nuestro proyecto de Pueblo. Y añoro con tristeza aquel entonces, porque la contemplación de la situación actual del nacionalismo vasco no se corresponde en absoluto con las expectativas de futuro que entonces abrigábamos, o cuando menos que yo abrigaba, al respecto. De la apoteosis de los primeros años del postfranquismo, posiblemente producto de aquella labor previa, a la que antes me he referido, hemos llegado a la lastimosa situación de hoy. ¿Qué ha pasado?, ¿’Cuáles han sido las causas de este cambio? ¿Qué hemos hecho mal?  Acaso no hemos sabido pasar el testigo del relevo a las nuevas generaciones? O, ¿es que el testigo que hemos entregado no tiene contenido, forma o expresión suficientemente inteligibles o convincentes?. A todas estas preguntas y a otras muchas que podríamos formularnos hay que encontrarles respuestas urgentes.

Leyendo esta correspondencia de Joseba Rezola he encontrado frases y reflexiones que me han recordado situaciones en las que ya, en los últimos momentos de la dictadura, afloraban, dentro del partido opiniones encontradas y disensiones respecto de los análisis que se formulaban y de las conclusiones que se extraían sobre aspectos que habrían de ser modeladores del futuro del nacionalismo vasco, y de E.A.J., a la sazón, exponente casi único del mismo. Su adscripción a la Democracia Cristiana, su estructura organizativa, la aparición de compartimentos privativos de algunos dentro de ella, el ocultismo de determinados temas, el monopolio de la información por algunos sectores, el análisis poco riguroso de fenómenos tan importantes como el de E.TA al que se les auguraba una vida efímera, la valoración, condicionada por el deseo, de situaciones futuras, como la restauración de la monarquía en España, el pragmatismo y el posibilismo adoptados como únicos consejeros de actuación, la ignorancia, o la no consideración, de la realidad socio-política, de herrialdes como Araba y Nafarroa y muchas otras que podrían citarse, constituían, en mi opinión, serios inconvenientes para estructurar una política y una estrategia prometedoras de eficacia, para la nueva andadura del Nacionalismo Vasco que se adivinaba ya próxima.

La constatación de estas deficiencias y carencias y la ausencia de una respuesta activa a las observaciones y propuesta que al respecto se formularon, fueron, para mí, causa de gran preocupación e inquietud por el futuro de nuestra empresa y constituyeron la parte amarga de esa sensación extraña, a la que antes me refería.

Pero todo esto es ya historia. Y la Historia está anclada en el tiempo. Es inamovible, solo sirve como referencia de futuro. ¡Ojalá! que todos estos esfuerzos y todos estos sacrificios que he revivido gracias a esta lectura pudieran servir de estímulo y de acicate para que los abertzales de hoy encontráramos urgentemente el camino y la fórmula para sacudirnos de encima la pesada losa de oprobio y dominación que los nacionalistas españoles quieren dejar caer sobre el agujero en que nos encontramos.”

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