Tras nuestro periplo por las Phi Phi, Bangkok lo tenía muy complicado, una gran urbe que ha tenido que empezar a escalar hacia los cielos para conseguir ser accesible. A ras de suelo resisten entre pilares de cemento las chabolas y las construcciones más antiguas que sustentan carreteras aéreas y aún por encima de éstas, las columnas prosiguen la escalada y nos ofrecen el skytrain que hoy permite cruzar parte de la ciudad. Cuando vuelas por el scalextric, la visión de Bangkok es muy moderna, se van asomando los edificicios, cada uno más vanguardista que el anterior, diseñados con diferentes formas geométricas, cubiertos de metal, cristal o nuevos materiales y por supuesto, más grúas edificando otros nuevos.
Luego la ciudad te sorprende con la tranquilidad del Parque Lumpini, que si tienes la suerte de poder pasear por ahí en domingo te encuentras a familias enteras disfrutando con sus cometas.
Pero Bangkok es ese destino que te entra bien desde el principio y lo digieres con gusto o se te tuerce y pasas a sufrir una indigestión constante.
A nosotras de Bangkog nos ha cautivado aparte de sus exquisitos templos, su barquichuela municipal que navega por parte de la ciudad con un sistema muy simple y encantador. Pequeños embarcaderos, desde los que saltas a la barca y aparece el cobrador saltando también entre los asientos para cobrarte el ticket. Cuando arranca la barca, son los pasajeros los encargados de subir unos plásticos laterales que impiden que salpique el agua del río. Nos gustó la casa de Jim Thompson, una casa de teca de estilo tailandés, montada sin un solo clavo. Una auténtica joya como los muebles, las sedas y las esculturas que se pueden ver en la visita. Americano, arquitecto y relacionado con la CIA llego a Tailandia y se enamoró del Pais, de su arte, de sus gentes y afincándose en Bangkok. Consiguió un gran prestigio empresarial revolucionando la industria de la seda, desapareció en la selva a la edad de 61 años … es una historia que anima a buscar bibliografía para ahondar más sobre este misterio. Además, nos han cautivado los cientos de cocinitas ambulantes que hay a lo largo de las calles, donde preparan y venden comida, algunos con mesitas instaladas, otros sólo el tenderete y todos ellos abastecen a los miles de tailandeses que se paran y comen a cualquier hora del día o se llevan la comida en una bolsita, … y es que es muy aconsejable parar y comer lo que a uno le apetezca. Huele muy rico y lo que hemos probado ha estado muy bueno y por último, nuestro rincón de la calma preferido, el bar-restaurante La Rajdhevee, un lugar con mucho encanto, con música en vivo y unos platos de picoteo muy ricos.
Extresantes los taxistas, que se niegan a poner el taxímetro y tratan de negociar el importe del viaje. Una mañana nos sorprendió conseguir a uno que sin ninguna pega, nos puso el taxímetro en marcha tras pedirle que nos llevase al Palacio Real. Tardamos dos horas y media, le metieron una multa y al final cuando pensábamos que ya nos quedábamos a vivir en los asientos de atrás, conseguimos abrir la puerta y volver al mundo. Terrible experiencia y no nos queda la menor duda que simplemente era novato y torpe, pero que muy torpe. Nos despedimos con preocupación, aún pensamos, que ese hombre todavía anda dando vueltas buscando su casa.
Si bien los templos son impresionantes, el que nos llegó al corazón fue el grandullón del Buda tumbado, que no descartamos que estaba así tras unas jornadas turisteando por Bangkok y contactar con un familiar de nuestro sagaz taxista.
Abandonamos Bangkok de madrugada, agotadas y ya a esas horas se veía el movimiento de los cocinillas que ya preparaban las comidas para ese nuevo día.
Todo ello ha quedado en nuestra memoria y junto a Eguzkilore abrimos para estas vivencias un rinconcito y los guardamos en nuestro Lugares con Encanto.