Diario del covid-19 (10)

Me siento James Stewart apostado en mi ventana indiscreta. Pero no veo crímenes. Como mucho, soy testigo de algún acto flagrante de insolidaridad y de incivismo. Anteayer, por ejemplo, los dueños de un par de chuchos se sentaron en un bordillo y ahí estuvieron tres cuartos de hora de picnic y rajando. Para nota, el chisgarabís que me llamó chivata y portera (sí, en femenino, cual gran autorretrato) por contarlo en Twitter. No son los únicos memos literalmente ambulantes con que se cruza mi mirada estos días, pero debo decir que constituyen una minoría del peculiar ecosistema en que nos toca movernos en estos días de encierro.

Me quedo con el octogenario que recorre pasito a pasito, vuelta y vuelta, su diminuto balcón. Con los muchísimos que han colgado globos o carteles artesanales de repisas y barandillas. Con el que baila frenéticamente a través de unos visillos. Con los chavales que, como mi propio hijo, de tanto en tanto se asoman y gritan “¡Me aburroooo!”. Incluso, siempre y cuando no se pasen de hora, con los pinchadiscos espontáneos que ponen desde Camela al himno del Athletic pasando por Ken Zazpi o Mariah Carey. Y por supuesto, con las y los que aplauden con toda su alma a las ocho de tarde, provocándome irremisiblemente una lágrima que me dice que no soy el tipo duro que pretendo.

Diario del covid-19 (9)

La curva no es una curva. Pasará tiempo hasta que podamos llamarla así. De momento, sigue siendo casi un muro vertical que avanza imparable de día en día. Las comparaciones son escalofriantes. En el estado español ya se ha se ha superado el mismo número de casos que tenía Italia en el mismo día de la crisis. La cuestión es que no podremos decir que no fue porque no nos lo advirtieron. Y hago precio de amigo con esa primera persona del plural. Me aterra, me descompone, me encabrona enormemente pensar que los que ahora lideran los linchamientos a los memos irresponsables que se saltan de uno en uno el estado de alarma son los que hace dos semanas despreciaban las conminaciones urgentes a tomar medidas desde los lugares donde el virus ya hacía estragos. ¿De qué se quejan, qué denuncian hoy esta patulea de ventajistas?

Estoy de acuerdo. Seguro que esta no es la actitud en un momento como el presente, pero intuyo que tampoco lo es exhibir impúdicamente unos principios cambiantes y de conveniencia. Especialmente, cuando sabemos, y ya no solo de oídas sino por cercanía, que hay personas que se van quedando en el camino. Por no hablar de las heroínas y los héroes que siguen luchando hasta la extenuación y más allá por combatir la cruel pandemia. Qué balsámico sería, por lo menos, pedirles perdón.

Diario del covid-19 (8)

Los aplausos de ayer a los ocho de la tarde han sido los más emocionantes desde que estamos encerrados en casa. Esta vez no eran solo el justísimo y sincero reconocimiento general a quienes están en primera línea de batalla. Tenían como destinataria una persona concreta, la enfermera de Osakidetza que literalmente entregó su vida el miércoles por nosotros. Aunque cada vez más las siniestras estadísticas diarias habían empezado a tener cara, circunstancias y nombres conocidos y hasta cercanos, la muerte de esta heroína nos ha situado en la auténtica dimensión de la tragedia, que es la humana.

Y no. En este caso, la nota informativa no llevaba la macabra coletilla con la que pretendemos relativizar el mal. La fallecida no sufría patologías previas y tenía 52 años. Me pregunto dónde están los incontables miserables que hace diez días se recreaban en vomitivos juegos comparatorios entre las edades de los fallecidos por o con coronavirus y otro tipo de víctimas mortales para concluir que los que pedíamos que se tomaran medidas urgentes éramos unos exagerados y unos putos fachas. Ojalá pudiera decir que guardan un cobarde silencio. Pero ni eso. Son los que ahora mismo están al frente de los cacareos de protesta y señalamiento y exhibiendo una solidaridad tan compungida como falsa. Cuánto dolor.

Diario del covid-19 (7)

Un rey diciendo nada mientras buena parte de la ciudadanía confinada en sus casas le muestra el más estruendoso de los desafectos. Saldremos de esta, bla, bla, bla, requeteblá. Discurso de aliño pergeñado a base de topicazos aventados con una sobreactuación que no les habrá colado ni a los más convencidos. Por mucho que el tipo se empeñara en marcarse un Churchill, viéndolo y escuchándolo era imposible no pensar en los turbios negocios de su padre, que no dejan de ser, renuncias impostadas aparte, los de toda la real familia. A ver si es verdad, como dice el meme al uso, que de esta salimos sin virus y sin corona.

Lástima que en el ínterin crezca la conciencia de que nos va a costar mucho más de lo que somos capaces de imaginar y de que nos quedan quintales de titulares que nos helarán la sangre. 8 muertos en una residencia de personas mayores de Gasteiz. 17 en otra de Madrid. Suma y sigue, mientras los más espabilados del lugar se saltan el estado de alarma, millonarios con casuplones se hacen los héroes por su ganduleo o compañeros de mi gremio compiten por el Ondas del narcisismo con exhibiciones impúdicas desde su domicilio. Claro que los peores son los negacionistas de anteayer poniéndose como hidras cuando se les recuerda que si llevamos retraso en esta batalla es por su puñetera culpa.

Diario del covid-19 (6)

Ese picorcillo en la nariz. Esos pies fríos. Esa tos cabrita que ya no sabes si es la clásica del exfumador que eres o una de nuevo cuño. La mano en la frente en busca de la prueba del nueve térmica. Calma, no parece fiebre. Pero antes del suspiro de alivio, reparas en que además de la propia frente, te has tocado los pómulos y luego la barbilla, que es lo que te han advertido estrictamente que no debes hacer. ¡Con esas manos que han hecho turismo por no sé cuántas superficies ignotas y sospechosas, y esos dedos que oprimen un teclado compartido o el botón del ratón. Rápida carrera al baño a repetir el ceremonial del lavado que, por más tutoriales de Youtube que has visto, no acabas de ser capaz de ejecutar con la debida eficacia. Cuántas dudas te sigue generando ese pequeño gesto: ¿Dejo correr el agua? ¿Me enjabono primero y luego me mojo o viceversa? ¿Si cierro el grifo después de secarme, no tendría que volver a lavarme? Si lo hago antes, ¿cómo seco después el mando?

Lo haces una vez de cada manera y vuelves a lugar que ocupes en la nueva distribución social de la vida cotidiana y, según los ratos, sientes que estás poniendo tu granito o que quizá te está costando más de la cuenta. Pero en el fondo sabes que, al menos, estás intentando hacer lo correcto.

Diario del covid-19 (5)

No sé si ha sido maldad o casualidad. En algún sitio informan sobre el cierre de fronteras decretado por el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, con una foto del susodicho a pie de pancarta en la manifestación del 8 de marzo. Para mi, que estoy obsesionado con la relatividad del tiempo desde que se aceleró todo esto, es una prueba irrefutable de la elasticidad del calendario… y, siento anotarlo, una muestra de la desidia que junto a otro millón de factores nos ha situado donde estamos ahora.

Como me tengo por un ciudadano concienciado y responsable, acataré las órdenes que vayan llegando, desde el toque de queda al confinamiento domiciliario obligatorio, pero no aceptaré lecciones de quienes no tuvieron el cuajo de actuar cuando ya era un clamor que teníamos los cuernos criminales del bicho en nuestro culo. Y ojo, que no lo digo solo por las manis. También por los partidos de fútbol y el resto de concentraciones multitudinarias que no se suspendieron en la esotérica creencia de que se obraría un milagro. No puede ser que un domingo te llamen a bañarte en una masa y al siguiente persigan a un runner solitario.

O bueno, sí, claro que puede ser. De hecho, es. Uno de los aprendizajes de estas jornadas alucinógenas es que la capacidad de sorpresa resulta superada en décimas de segundo. ¿O acaso se habían imaginado dirigiendo una mirada asesina a un congénere que se les acerca demasiado en el pasillo de supermercado con los anaqueles llenos de calvas? Por no hablar de la necesidad de circular con un salvoconducto y el temor a ser requerido a enseñarlo. Tremendo. Y aun así, ya verán cómo lo superaremos.

Diario del covid-19 (4)

Cada uno de estos días equivale a varios meses. En solo una semana hemos pasado de manifestaciones multitudinarias y estadios de fútbol hasta la bandera a estar bajo la restricción de cualquier movimiento que no sea de fuerza mayor. Nada tengo que objetar a la medida en sí, aunque me cuesta dejar de señalar que la ha tomado un gobierno, el español, con la presencia en carne mortal de un vicepresidente al que se le había impuesto una cuarentena. ¿Cómo demonios se le puede pedir responsabilidad a la población si uno de los dirigentes principales del Estado actúa de tal modo, existiendo posibilidades tecnológicas de haberlo evitado.

Admito que puedo estar fijándome en lo anecdótico frente a, por ejemplo, el tufo a invasión competencial que implica haber echado mano de algo que huele bastante, como se ha señalado, a 155. Ocurre que en esta pesadilla excepcional que estamos enfrentando, lo simbólico tiene un papel casi a la altura de lo ejecutivo. Sencillamente, no es de recibo cantarle las mañanas a la ciudadanía con la importancia decisiva de extremar unas precauciones que te saltas a la torera. Y peor todavía, como ha sido el caso, si cuando te lo afean te pones farruco y alegas que te han hecho un análisis extra, mientras la gente se deja el dedo y la paciencia para que le atiendan una sola vez en los teléfonos habilitados.

Y en cuanto al contenido de la medida, bienvenido sea, insisto. Ahora falta que se haga cumplir de modo efectivo. Es tremendo tener que reconocer que bastantes de nuestros congéneres necesitan que les prohíban las cosas más elementales porque no son capaces de dejar de hacerlas voluntariamente.