Diario del covid-19 (6)

Ese picorcillo en la nariz. Esos pies fríos. Esa tos cabrita que ya no sabes si es la clásica del exfumador que eres o una de nuevo cuño. La mano en la frente en busca de la prueba del nueve térmica. Calma, no parece fiebre. Pero antes del suspiro de alivio, reparas en que además de la propia frente, te has tocado los pómulos y luego la barbilla, que es lo que te han advertido estrictamente que no debes hacer. ¡Con esas manos que han hecho turismo por no sé cuántas superficies ignotas y sospechosas, y esos dedos que oprimen un teclado compartido o el botón del ratón. Rápida carrera al baño a repetir el ceremonial del lavado que, por más tutoriales de Youtube que has visto, no acabas de ser capaz de ejecutar con la debida eficacia. Cuántas dudas te sigue generando ese pequeño gesto: ¿Dejo correr el agua? ¿Me enjabono primero y luego me mojo o viceversa? ¿Si cierro el grifo después de secarme, no tendría que volver a lavarme? Si lo hago antes, ¿cómo seco después el mando?

Lo haces una vez de cada manera y vuelves a lugar que ocupes en la nueva distribución social de la vida cotidiana y, según los ratos, sientes que estás poniendo tu granito o que quizá te está costando más de la cuenta. Pero en el fondo sabes que, al menos, estás intentando hacer lo correcto.

¡Y lo que nos queda!

Renuevo mis votos para que un día podamos recordar con una sonrisa lo que estamos viviendo. Algo me dice, sin embargo, que nos queda muy lejos esa fecha. Incluso sin dejarse llevar por los trompeteros del apocalipsis que abundan en las cadenas donde el miedo engorda los índices de audiencia, parece claro que está ocurriendo algo que no debemos tomar a la ligera.

Si es preocupante, grave o letal, el tiempo lo irá diciendo. Por el momento, incluso aunque se acabe haciendo torcer el brazo a la amenaza, es evidente que en los últimos días se han producido acontecimientos inusuales que en mayor o menor medida han provocado alteraciones en nuestra vida cotidiana. Fijándonos solo en nuestro entorno, se ha decretado el cierre preventivo de centros educativos, se han clausurado plantas enteras de hospitales, se han dispuesto cuarentenas en residencias de ancianos, hay decenas de profesionales sanitarios en aislamiento, se han cancelado numerosos eventos y en más de una empresa —incluso de mi gremio— se trabaja desde casa. Y todo apunta a que solo estamos en el principio. Me temo que pronto veremos limitaciones de concentraciones populares de todo tipo, desde las reivindicativas a las festivas pasando por las deportivas. Creo que a nadie le extrañaría que la final copera que tanto nos hace suspirar tuviera que jugarse a puerta cerrada o, directamente, fuera suspendida.

Así las cosas, y como el minúsculo átomo de la ciudadanía que soy, deseo suerte y, sobre todo, acierto a las autoridades sanitarias. A quienes están enfrente y sienten la tentación de pescar en el río revuelto les ruego que lo dejen para mejor ocasión.

Coronalistos

Deseo fervientemente que algún día podamos reírnos de esto. Me consta que algunos lo están haciendo ya, no sé si por inconsciencia, como antídoto del miedo o, sin más, porque oye, qué le vas a hacer, si de esta palmamos, que nos vayamos al otro barrio bien despiporrados. Servidor, que seguramente será un sieso, no le encuentra la gracia a la mayoría de los chistes negros que circulan. Ojalá a nadie se le congele la carcajada cuando compruebe en su entorno inmediato que lo que estamos viviendo no es ninguna broma.

Claro que los graciosos que hacen chanzas de octogenarios muertos —ayer mismo, con el primer fallecimiento en Euskadi, hubo jijí-jajás, se lo juro— resultan mas soportables que los requeteenterados que saben de buena tinta que todo se está haciendo mal. Los coronalistos son una epidemia paralela al coronavirus. Se queda uno asombrado de sus conocimientos enciclopédicos sobre transmisiones víricas, enfermedades contagiosas, protocolos, tratamientos y medidas de contención infalibles.

Y lo más pistonudo es que los integrantes de esta banda de sabiondos pontificadores no han pisado una facultad de Medicina en su vida y, en el mejor de los casos, sus conocimientos científicos se reducen a haber jugado con el Quimicefa. Pero ahí los tienen, oigan, igual proclamando que esto se pasa con zumo de naranja y paracetamol que cacareando que las autoridades sanitarias no tienen ni pajolera idea. O, por ir al asunto central de estas líneas, acusando a los profesionales sanitarios de Araba de haber propiciado la difusión del Covid-19 en el territorio, amén de su propia cuarentena. Lo llaman periodismo y no lo es.