30 por ciento

La plataforma Gure Esku Dago se declara muy satisfecha con el resultado de las consultas sobre la soberanía del domingo pasado en 32 municipios de Gipuzkoa, uno de Araba y otro de Bizkaia. Asegura que la participación del 30 por ciento es un paso importantísimo hacia la consecución del objetivo que se persigue. Valora aún mejor que casi el 100 por ciento de los votantes apoyara la independencia. Ante la multitud de ojos como platos que causaba tal reacción, un titular de prensa acudía al rescate: decía que los números eran mejores, dónde va a parar, que los cosechados por la Constitución española en el referéndum de 1978. Pulpo… ya saben.

Quizá es que sea un aguafiestas, que las ruedas de molino para comulgar me resultan indigestas o que me adorna la mala costumbre de ser incapaz de dejar de ver lo clamoroso. No se descarta, ya puestos, que me haya convertido en un españolazo del copón de la baraja. El caso es que me debato entre el estupor, la tristeza y un punto de bochorno por semejante reacción triunfalista cuando canta a traineras que esas cifras son muy modestas. Y ninguna prueba mejor que la nula incomodidad que han causado en la acera unionista, por no hablar del regocijo sin tapujos con que determinados medios, ya imaginan cuáles, dieron la noticia. Casi es de agradecer el histrionismo histérico ¿o es histerismo histriónico?) de Carlos Urquijo, que debe de ser el único que se toma en serio la cosa.

Comprendo que no se pueda ni se deba hablar abiertamente de fracaso, pero opino humildemente que urge una reflexión sincera sobre lo que salta a la vista que no ha sido un gran resultado.

Gabarras aparte

[Nota previa para los lectores de las cabeceras no vizcaínas de Grupo Noticias: aunque lo parezca, ni estas líneas ni las de ayer van sobre el Athletic. Rascando el inevitable barniz rojiblanco, aparecen cuestiones que trascienden lo aparentemente obvio. ¿La igualdad? No quisiera ser muy profundo, pero en alguna medida, sí. ¿La impostura y el ventajismo? Sí, creo que va más por ahí, y quizá tenga que anotar, aunque sea a regañadientes, que no estoy libre de pecado.]

Digamos que bien está lo que bien acaba. Imposible no emocionarse con el recibimiento a las campeonas. Cierto que tampoco fueron masas estratosféricas, pero sí una multitud mayor de la que cabía soñar a principio, en mitad y al final de la temporada, cuando casi todos hacíamos nuestras vidas ajenos a eso que tanto nos da que hablar ahora. Faltaron, según se apreció a ojo de buen cubero, un porrón y pico de los y las abajofirmantes en favor de la gabarra. Y de los predicadores de micrófono o teclado, ni les cuento. Debían de tener otras causas por las que campear. Ni la lúbrica tentación del selfi tuiteable y feisbucable les hizo reservar un hueco en la agenda.

Pero no nos aflijamos. Lo mejor está por venir. En lo sucesivo, el fútbol femenino ocupará tanto espacio en los medios como el otro. En la misma estela, las jugadoras del Bera Bera, que han ganado ligas de balonmano para aburrir, recibirán trato de ídolos y a su club le sobrará pasta para disputar competición europea. Por supuesto, Zumaia tendrá remeras suficientes y revertirá su decisión de colgar la Telmo Deun. Y cómo no, haremos porras sobre la Emakumeen bira. Verán cómo… no.

No hay gabarra

Veo, debo decir que sin la menor sorpresa, que el Athletic ha decidido prescindir de la gabarra en los actos de celebración de la liga —¡la quinta!— cosechada por su equipo femenino. Realmente, con los estatutos en la mano, la entidad es muy dueña de obrar así. Del mismo modo, los ciudadanos y las ciudadanas, hinchas o no, vizcaínos o no, aficionados al fútbol o no, tenemos derecho a manifestar lo que nos parece tal decisión. A mi, particularmente, me entristece y me disgusta. Creo que se podría haber encontrado una fórmula razonable para realizar el simbólico trayecto por la ría, si no en su recorrido completo, en uno adaptado; desde el Euskalduna hasta el ayuntamiento, por ejemplo, como proponía mi compañero Miguel Ángel Puente.

A partir de ahí, tome nota cada cual. Lo bueno de este episodio es que permite extraer un puñado de enseñanzas. La primera, para los que tienen el corazón rojiblanco pero no poseen el carné de socio es, justamente, sobre la propiedad del club de sus amores. También ha quedado meridianamente claro que, nos pongamos como nos pongamos, la consideración del fútbol femenino está muy por debajo de lo que proclaman ciertos discursos pomposos.

Y por decirlo todo y no despejar a córner responsabilidades, estamos viendo un inmenso retrato de los niveles de hipocresía a los que podemos llegar. Personas como yo mismo, que a lo largo de toda la competición no hemos prestado la menor atención a lo que iban haciendo semana a semana las jugadoras entrenadas por Joseba Agirre nos lanzamos a criticar lo que nuestra propia forma de actuar ha propiciado. Pero quedar bien no cuesta nada.

«No es lo mismo»

Tal y como esperaba, la reacción más repetida a mi reciente columna sobre las dos querellas argentinas consistió en el gran comodín: no es lo mismo. Y sí, de acuerdo, si vamos por la literalidad, es innegable que la causa sobre el franquismo y el sumario sobre ETA presentan notables diferencias. Habría que señalar, claro, las objetivas u objetivables.

Decir que los impulsores de la primera buscan justicia y los segundos solo pretenden venganza es un juicio de intenciones. Reversible, por lo demás. Por supuesto que unos nos caen más simpáticos que otros, o que, por vivencias o convicciones políticas, nos sentimos especialmente cercanos a sus postulados. Algo parecido podemos apuntar respecto a los jueces argentinos que llevan las investigaciones. Si el instructor del dossier sobre ETA, Rodolfo Canicoba, es un tipo claramente ideologizado hacia la derecha, incluso extrema, la responsable de las pesquisas respecto a la dictadura de Franco, María Servini de Cubria, es abiertamente de izquierdas. O ambas posiciones son legítimas o no lo es ninguna.

En cuanto a lo puramente técnico, seguro que los fundamentos jurídicos de cada denuncia son distintos, y también su encaje respecto al principio de Justicia Universal. Ahí cabe hacernos trampas al solitario, pero yo prefiero intentar ser ecuánime. Primero, para reconocer que ambos procesos están traídos por los pelos, y que no son más que una bienintencionada triquiñuela para, siquiera, hacerle cosquillas a tipos e instituciones que han disfrutado de la impunidad.

Billy el niño y el capitán Muñecas tienen réplicas exactas allá donde algunos no quieren mirar.

Bendito malvado capitalismo

Parece que el gobierno disolvente, cuatripartito y pecador de Uxue Barkos no ceja en su empeño de hundir Navarra. Como prueba, el penúltimo logro: la decisión de Volkswagen de conceder la producción del segundo modelo a la planta de Landaben. Notable jodienda para los navarrísimos, foralísimos y españolísimos apóstoles del cuanto peor mejor. Van a tener su gracia las próximas descargas de bilis desde el atril parlamentario de Esparza o Ana Beltrán. O los tuits encabronados de Carlos Salvador, ese señor que dice que una de las lenguas de su tierra es un lujo prescindible.

Fuera de sarcasmos, o quizá no tanto, merece la pena darle dos vueltas a lo que supone lo que con su habitual buen tino, Rafa Aguilera calificaba como una de las noticias de 2016 en la comunidad. Estamos hablando de asegurar mucho trabajo durante mucho tiempo. Probablemente, en condiciones mejorables —¿quién no quiere más?—, pero sustancialmente superiores a la media y, desde luego, cumpliendo unos mínimos holgados de dignidad.

¿Qué le lleva a una multinacional como la alemana a dar un paso así? Obviamente, no ha sido una cuestión sentimental; bien sabido es que las corporaciones carecen de corazón. Y pese a la broma inicial de estas líneas, poco ha tenido que ver, ni para bien ni para regular, el color del gobierno de turno. Así que todo se ha reducido a una cuestión de números. Simplemente, después de los pertinentes cálculos, Volkswagen ha llegado a la conclusión de que el sumatorio de circunstancias que presenta Landaben es el que le resulta más beneficioso para sus intereses. Así funciona el bendito malvado capitalismo.

Dos querellas argentinas

La Justicia argentina investiga a 41 dirigentes de ETA y Batasuna —sí, en el mismo paquete— como posibles autores de crímenes de lesa humanidad a instancias de la asociación de víctimas del terrorismo Dignidad y Justicia. Tras admitir a trámite la denuncia, un magistrado llamado Rodolfo Canicoba ha comenzado a pespuntar la investigación. De momento, ha requerido a España a través de la figura del exhorto internacional todos los datos de los que pueda disponer merced a actuaciones políticas y judiciales.

Nadie duda que, a diferencia del obstruccionismo cerril que las autoridades hispanas están mostrando respecto a las peticiones de la querella —también argentina— sobre los crímenes del franquismo, en esta ocasión la colaboración será plena. Mandarán hasta el último papel y se desvivirán para que la causa prospere y llegue al puerto deseado, es decir, la condena con sello internacional. Quedará patente una vez más la desvergonzada doble vara para amparar a los investigados en la causa de la jueza Servini y procurar la culpabilidad de los que figuran en el sumario de Canicoba.

Lástima que el juego de los paralelos acabe atrapándonos también a los presuntamente buenos de esta película. Si nos parecía bien que en nombre de la Justicia Universal se intente desentrañar desde Buenos Aires los crímenes de la dictadura, lo tenemos complicado para criticar que en nombre de idéntico principio se proceda del mismo modo y también a 10.000 kilómetros de distancia para esclarecer los crímenes de ETA. Ya verán, no obstante, lo fácilmente que muchos encontrarán el modo de argumentar que son cuestiones diferentes.

El precio de torturar

Seguimos para bingo. Octava condena del Tribunal Europeo de Derechos Humanos a España por no investigar una denuncia de torturas. Pero no pasa absolutamente nada. Se pregunta el precio, se saca la chequera, se paga, y aquí paz y después, gloria. 20.000 cochinos euros de indemnización es un precio de risa para la impunidad. ¿Qué estado se va a resistir a apretar las tuercas a cualquier desgraciado si todo lo que arriesga es una calderilla que, para colmo, no sale de los bolsillos de los torturadores ni de sus jefes, sino de las arcas comunes?

Ahí es donde el dedo acusador señala también a los propios magistrados europeos, que no pasan del rapapolvo. A esta sentencia le seguirá otra, y luego una más, y así hasta infinito. El mensaje que nos lanza la justicia europea es que estamos ante una cuestión menor, más de forma que de fondo. No hay color entre la sanción por hacer la vista gorda ante una vulneración de los derechos básicos y, pongamos, el puro que le puede caer a una administración por la sola sospecha de haber dado ayudas públicas no bendecidas a este o a aquel sector.

Claro que tampoco nos engañemos. Este escándalo, el enésimo, no ha merecido ni un comentario a pie de página de la precampaña para las elecciones generales repetidas del 26 de junio. Ni siquiera las fuerzas que dicen venir a cambiar esto como un calcetín han dicho esta boca es mía. Saben muy bien que el asunto no vende una escoba entre los posibles votantes. Antes, al contrario, se diría que existe una especie de comprensión, cuando no aprobación tácita, de los malos tratos infligidos en esta o aquella dependencia policial.