Todos ‘cuñaos’

Antepenúltima hora: los asesinos de París son todos menos ellos mismos. Y mucho cuidado, porque sostener algo diferente o manifestar la menor objeción a la verdad verdadera nos degrada a la calaña de cuñados, que ahora mismo es el insulto número uno el hit parade modelnoide. De perdidos al río, empecemos señalando que la condición de hermano político es recíproca. Yo lo soy de otro que también lo es. Por lo demás, prefiere uno ser adscrito al cuñadismo ramplón que al ilustrado. Esos sí que tienen peligro, los listos de un abanico que va desde la lectura de medio artículo a la posesión de una cátedra en Historia Contempóranea, lo que acojona más.

Es ahora cuando con buena y no tan buena intención se me interpela sobre qué tiene de malo contextualizar y por qué en la columna del otro día lo asimilé a justificar. Que sea necesaria tal pregunta ya encierra una categoría, pero vaya por quienes interrogan de buena fe. Claro que es fantástico poner los hechos en su contexto, pero sin trampas al solitario. Hay quienes dicen ir a la raíz de los crímenes machistas, de la tortura en sede policial o de la guerra de 1936. Ustedes, yo y las piedrecillas del camino sabemos qué esconde cada uno de esos intentos y no los aceptaríamos.

Por otro lado, ¿se han planteado el brutal supremacismo blanquito y judeocristiano —de ahí viene también lo de la culpa chorra— que supone dar por hecho que los de nuestra tez y nuestras creencias (o falta de ellas) somos las únicas criaturas del orbe capaces de hacer el mal? Ya, no, como tampoco el hecho de que estos asesinatos son, entre otras mil cosas, profundamente racistas.

París, habrá más

¿Alguien recuerda las proclamas tras la penúltima matanza de París? La Democracia vencerá, el Estado de Derecho no se doblegará ante el terror, ni un paso atrás. Bla. Bla. Bla. Pero en cuanto se apagaron los ecos de las voces huecas y aquellas manifestaciones multitudinarias encabezadas por los másters del universo, incluidos señalados matarifes, se instaló el acojono. Meses de culo prieto aguardando la próxima carnicería. Porque nadie dudaba que llegaría. “Estamos más cerca del próximo atentado que del último”, hizo de siniestro profeta un responsable policial francés apenas horas antes de la acción combinada y planificada al milímetro que en el instante de escribir de estas líneas arroja el brutal saldo de 129 personas muertas y más de 200 heridas.

Y como cada vez, incluyendo las muchísimas que sabemos que vendrán, tras la explosión mortífera llegó la creativa. Brillantes iconografías de un corazón lloroso con los colores de la bandera francesa, la torre Eiffel tuneada en el otrora símbolo contracultural de la paz, el consabido ojo con el iris también en blanco, rojo y azul… A modo de guarnición, los eslóganes al uso, esos que valen para un roto y un descosido, probablemente tan sentidos por la mayoría de los que los enuncian como irrefutablemente falsos. ¿Todos somos París? Venga ya.
Pero claro, qué esperar del ciudadano de a pie, si a las autoridades lo primero que se les ocurre es cerrar las fronteras. ¡Jarca de imbéciles! Los autores de estos ataques, de los pasados y de los futuros están dentro desde hace muchísimo tiempo. Y no muy lejos, quienes contextualizan, o sea, jus-ti-fi-can sus crímenes.

Rajoy va ganando

Debe de estar pensando Mariano Rajoy que la requetecabrona legislatura se le acaba justo cuando empieza a divertirse. Es la leche lo de los renglones torcidos. Según la lógica política, un dirigente al que se le rebelara un territorio debería estar sudando tinta china y pasando las de Caín. Muy al contrario, al Tancredo de Pontevedra se le ve como nunca. Aquel guiñapo grogui ante las acometidas del paro galopante, la prima de riesgo desbocada y no digamos las toneladas de carne corrupta que le iban reventando alrededor es ahora poco menos que la reencarnación de Santiago cerrando España. Ahí lo tienen, devenido en algo parecido a un líder, templando, ordenando y mandando. Y multiplicándose, lo mismo para reunir en torno a sí a los cabezas (¿de ajo?) del resto de las formaciones españolizantes o los llamados agentes (ejem) sociales, que para echarse unas risas radiadas con Del Bosque o advertir desayuno, comida y cena a los disolventes catalanes que abandonen toda esperanza.

Qué tiempos cuando ocurría al revés, ¿verdad? Entonces era el centralismo cerril y mastuerzo el que operaba como inagotable generador de soberanistas. Pero alguien ha debido de reconstruir la kriptonita mediante ingeniería inversa, y en Moncloa y Génova se están dando un festín gracias, mucho me temo, a la impericia reincidente que se viene manifestando al otro lado. Quizá necesitarían los protagonistas verse desde fuera para caer en la cuenta del lastimoso espectáculo que están ofreciendo cuando son capaces de suscribir la declaración que abre el camino a la independencia, pero no de acordar un Govern que la lleve adelante.

Algunos que corren

A pesar del título, el pasado martes creí que había dejado suficientemente claro que no pretendía generalizar. Lo subrayaba en el último párrafo y vuelvo a hacerlo en el primero de estas nuevas líneas que encabezo, en evitación de malentendidos, “Algunos que corren”. Por si fuera necesario, incluyo de serie una sincera petición de perdón a las y los deportistas que se sintieron aludidos por el retrato de trazo deliberadamente grueso que esbocé en mi escrito. Confieso, al mismo tiempo, mi enorme sorpresa ante el hecho de que los corredores que se lo toman en serio pudieran verse reflejados en la compilación de rasgos de quienes se echan al asfalto, como poco, a tontas y a locas. Cuantas más vueltas le doy, más meridiano me parece que estas personas que actúan con sentido común son las que tienen verdaderos motivos para estar enfadados con los individuos que han convertido su pasión en motivo de broma… o sospecha.

Insisto en mis disculpas, pero comprenderán que lo que no puedo hacer es negar la existencia de un tipo de corredor —si merece el nombre— que responde a las características descritas, o sea, a las caricaturas al uso. Tampoco me parece rebatible que esto de lo que estamos hablando trascienda ya de la consideración de deporte para haberse instituido en fenómeno. Comercial, para más señas: hay mucho dinero en juego, como dan fe esas inmensas superficies en las que cualquiera, lego o profano, se puede agenciar doscientos tipos de de zapatillas, una jartá de pócimas inteligentísimas o, por no seguir, una extensísima cacharrería informática para los usos más peregrinos. Lo de la salud, ya tal.

(Otro) día de la memoria

El Día de la Memoria empieza a ser el de la marmota. Con este, van ya seis años en los que, matiz arriba o abajo, hemos vuelto a ver, escuchar y, por lo que a los de mi oficio toca, contar prácticamente lo mismo. Incapacidad para la unidad entre los partidos, desmarques, acusaciones cruzadas de utilización de las víctimas o de hipocresía, intentos de monopolizar el sufrimiento… La tentación del hastío es demasiado grande. Eso, entre los que todavía estamos dispuestos a dedicar tiempo, neuronas y energías a un asunto del que el común de los paisanos —pregunten a sus vecinos en el ascensor— ni siquiera llega a tener conocimiento. Y si lo tiene porque en los medios nos empeñamos en dar la chapa, el interés alcanza la millonésima de segundo necesaria para poner la mente en blanco y hacer que las palabras y las imágenes resbalen sin dejar el menor poso.

Claro que tampoco hemos de fustigarnos por eso. Mil veces he escrito, y con esta, mil una, que ese desinterés no necesariamente responde al egoísmo o a la falta de sensibilidad de todos los que lo manifiestan. En más de un caso, diría incluso que es síntoma de que, sin necesidad de tanto palabro buenrollista y tanta prosodia, una parte considerable de esta sociedad ya está practicando eso sobre lo que no dejamos de teorizar. A falta de un término mejor, normalidad se llama.

Por lo demás, sigo pensando que la instauración de esta conmemoración no fue una idea muy brillante, y que el bienintencionado esfuerzo por mantenerla conduce a aumentar el caudal común de la melancolía. A pesar de todo, aprecio sinceramente algunos de los gestos que se han dado.

Los que corren

Un corredor muerto, cinco ingresados en la UCI en estado grave, otros seis hospitalizados, incontables atendidos en situación comprometida y vaya usted a saber cuántos que directamente se cayeron en el asfalto y fueron retirados por amigos o familiares. Siempre he tenido claro que el deporte de élite no es deporte, y ahora empiezo a plantearme que el popular tampoco lo sea. No, no hablo solamente del Vietnam que se vivió el domingo en la Behobia-San Sebastián.

De un tiempo a esta parte, va para tres o cuatro años, vengo contemplando con creciente asombro este fenómeno descaradamente comercial al que sucumbe en masa un personal que, en no pocos casos, ya ha renovado el carné de identidad un puñado de veces. Parece caricatura, pero se diría que calzarse unas zapatillas y embutirse en unas mallas es el modo que más de uno ha encontrado para enfrentarse a la crisis de los cuarenta. O de los cincuenta, que ya les puedo citar yo una docena de conocidos que al llegar a esa edad se han convertido en tardíos émulos de Mariano Haro, al que cito adrede porque es de la época de muchos de los mentados. Me hago cruces al ver que tipos y tipas que conocieron las filfas del footing y, una década después, el jogging, hayan comprado este peine del running, que como todos sabemos, viene a ser el correr de toda la vida.

Es verdad: como seguramente estarán protestando para sus adentros varios lectores, es injusto generalizar. Hay miles de personas que practican ejercicio con tiento y sentido común, de modo que resulta plenamente saludable. Pero no me digan que los que acabo de retratar son producto de mi imaginación.

Aten sus perros

Supongo que debo celebrar que todavía no me haya aparecido una cabeza de caballo sanguinolienta en la almohada. Pero por avisos no será. “Lávese su boquita antes siquiera de mentar a la Guardia Civil”, me advierte un patán anónimo que añade a su tuit el escudo de armas del cuerpo al que pertenece, entre otros criminales probados en sede judicial, el general Rodríguez Galindo. La cosa es que yo no había mentado a ningún picoleto. Ni a la policía nacional, ni (en ese caso concreto, aunque sí en otro reciente) al ejército español, ni a grupos o grupúsculos nazis. Y sin embargo, especímenes de todas esas raleas no se me despegan del tobillo desde que hace ya ¡diez días! enhebré exactamente 1.620 caracteres no demasiado favorables al forúnculo que en el registro de partidos aparece identificado por las siglas (nótese que todas falsas, incluida la conjunción copulativa) UPyD. Dime a qué clase de gachós mueves y te diré lo que eres. Bueno, en este caso, poca falta hacía.

Cierto, ya les di cuenta de la primera acometida, y no me repetiría, si no fuera porque esta segunda balacera dialéctica, mucho más intensa y subida de tono, llegando a lo delictivo, partió de los teclados de dos dirigentes de la excrecencia magenta. Señalando directamente la nuca sobre la que verter el fétido aliento, Rubén Múgica lanzó la primera fatwa (querellable, por cierto) y acto seguido, Gorka Maneiro la amplificó, muy probablemente, desde el Iphone que le pagamos todos. Siempre he sostenido que el fascismo no se define por las ideas sino por los métodos. Lo de este hostigamiento es de libro. Maneiro, Múgica, aten sus perros.