José Bono o la inmundicia

Un antiguo compañero de José Bono en el PSP de Tierno Galván me lo describió como el peor hijo de puta que había conocido en su vida. No llegaré tan lejos, sobre todo, por respeto a su difunta madre. Lo dejo, sabiendo que me quedo corto, en canalla, rastrero y miserable.

¿Qué por qué me ocupo hoy y en este tono despendolado de un forúnculo fosilizado que ya no pinta nada salvo para las cuatro tertulias —ora fachas, ora progres— que le ríen las gracias de tarde en tarde? Me alegrará que no lo imaginen, porque es señal de que el pasado domingo tuvieron mejores cosas que hacer que leer la huevonada galáctica que publicó en El País. Siento sacarles de su bendita ignorancia y les prometo que he calibrado si no sería mejor dejarlo correr para no regalarle al individuo una gota de la trascendencia que no consiguió. En este caso he concluido que la rufianada no podía pasar sin una mínima apostilla.

La pieza se titula “Menos corrupción y más solidaridad es lo que necesita Cataluña”, que ya hay que tener pelendengues para encabezar así, estando de porquería hasta el cuello. La pretensión es doble: menear la cloaca antisoberanista y promocionar su próximo libro de memorias. Curiosa palabra, esa última, teniendo en cuenta que la víctima propiciatoria del escrito es Pasqual Maragall, a quien el Alzheimer le está robando sus recuerdos. Aprovechando tal desigualdad y sabiéndose a salvo de réplica, el cobarde ventajista Bono recrea una supuesta conversación de hace nueve años en la que Maragall queda como el bribón inepto que abrió la puerta al secesionismo ahora imparable. Juzguen si se puede caer más bajo.

Medir el clamor social

La penúltima matraca del españolismo con bigudíes es que una multitud en la calle no significa gran cosa. Es gracioso escuchárselo o leérselo exactamente a los mismos que exigían que Zapatero escuchase el clamor popular cuando le montaban procesiones tumultuarias para exigirle que no negociara con ETA. O ante las turbas arengadas por Rouco en contra del aborto. ¿Por qué esas movilizaciones sí representaban el sentir social mayoritario y la del otro día en Barcelona se pretende despachar como poco menos que una anécdota de la que no cabe extraer conclusiones? Antes de que me acusen de renuncio e incoherencia, señalaré que, efectivamente, se puede plantear idéntica pregunta en los términos inversos: por qué la gran V sí y los jolgorios de la derecha rancia, no.

Podría argüir que lo del jueves pasado fue la tercera superación consecutiva de un récord de participación, y que en todo este tiempo se han dado sobradas muestras de que se sustenta en un movimiento sólido que no solo no mengua sino que crece. Pero ni siquiera tiraré por ahí. Acepto como principio general que una o varias movilizaciones masivas no deben traducirse automáticamente como el reflejo exacto de lo que quiere o deja de querer la mayoría de la sociedad. Acto seguido, añado que hay un método bastante más fiable de determinar cuál es la voluntad colectiva mayoritaria. Consiste en algo tan simple como fijar una fecha, poner unas urnas y preguntar. ¡Vaya! Ahora que caigo, ese proceso que describo está en marcha. Si se quisiera, el próximo 9 de noviembre podríamos salir de dudas. Insisto: si se quisiera. Pero me temo que no va a ser.

Si molestamos, nos vamos

A iniciativa de los tocanarices profesionales de UPyD, pero con los votos imprescindibles del PP, la Asamblea de Madrid ha aprobado una resolución que exige la supresión del Concierto y del Convenio. Sostiene esta panda de tiñosos indisimulados que los regímenes especiales de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa suponen un intolerable agravio comparativo y quiebran el principio de solidaridad entre “las distintas comunidades de España”. Al primer bote y de calentón, la respuesta es bien sencilla: pues si tanto jodemos la marrana, échennos de una puñetera vez, que ya nos las apañaremos (o no) fuera de su manto dizque protector. ¿Se dan cuenta de que lo suyo es de manual de psicopatología? Concretamente, de los capítulos que hablan sobre los mecanismos mentales de los maltratadores. Háganselo mirar.

Luego está la matraca de los privilegios. Hay que tener rostro de granito para venir a dar esa barrila desde el punto del mapa tocado por las regalías sin fín de la capitalidad. ¿Echamos cuentas del repastón que les llueve solo por ser vos quien sois? Otra cosa es que, por ese carácter entre corruptuelo y manirroto (o las dos cosas) de sus mandamases, o sea, ustedes, acaben puliéndoselo todo en faraonadas y sus comisiones correspondientes.

Añadan, dones y doñas culiparlantes, que la cámara que acoge sus rasgados de vestiduras es de la Señorita Pepis, inventada anteayer junto a la pomposa Comunidad que se sacaron de la manga en una de las mil carambolas chuscas del café para todos. El poblachón manchego y su comarca devinieron en Autonomía por la jeró. Si ahora no les llega para vicios, es su problema.

No le importaba el dinero

Qué vicio tan insólito, la lectura de las mil y una coplas a la muerte de un banquero que, sobre pronóstico, han caído en torrentera tras el óbito del Capo di capi. Será que estoy especialmente receptivo, pero en casi todas, igual en las babosamente laudatorias que en las pasadas de vitriolo, he encontrado alguna enseñanza. Por ejemplo, que buena parte de los prebostes de la cosa financiera (o los amanuenses a los que han desviado el encargo de la glosa de su colega finado) andan justos de gramática y definitivamente ayunos de imaginación. Que si figura clave, que si adelantado a su tiempo, que si hombre hecho a sí mismo, que si afable, sencillo de trato, campechano, amigo de sus amigos… Bien mirado, tampoco nada digno de excesivo reproche en quienes tienen ocupaciones lejanas a la lírica. Menos, cuando los que sí poseen licencia para juntar letras no han demostrado mejor maña. “Relució con luz propia”, se vino arriba (o sea, abajo) todo un académico de la lengua y otrora periodista de postín. Aún no me he quitado de encima la sensación de bochorno.

Paso por alto las diatribas furibundas —unas, de carril y otras, realmente sustanciosas— que, por esas carambolas extrañas, acabarán engrandeciendo la leyenda del despellejado. Acuciado ya por la falta de espacio, aprovecho el que me queda para compartir con ustedes las palabras que más me han dado qué pensar. Jaime Botín Sanz de Sautuola escribe sobre su hermano recién difunto: “No le importaba nada el dinero”. En el juicio final, un testimonio así acarrearía la condena eterna. Pero lo más seguro es que Don Emilio esté ya en el paraíso… fiscal.

Escocia, del no al quizá

En apenas tres meses, los contrarios a la independencia de Escocia han perdido más de veinte puntos. De la goleada de época a un empate que, con razón, ha puesto a un tris de la ebullición la proverbial flema británica. El mismo Cameron debe de estar ciscándose por lo bajini en ese profundo sentido de la democracia que tanto le hemos alabado los que algún día quisiéramos votar sobre lo mismo en nuestro país.

Se me queda muy corta la explicación de los eruditos basada en la pésima campaña y el exceso de confianza de los unionistas. Me valdría si lo que se dilucidara el próximo jueves fuera el tamaño de las señales de tráfico o, por citar algo que nos suene familiar, la opción entre el puerta a puerta y la incineradora. Entiendo que en tales cuestiones la comunicación y/o la propaganda puedan inclinar la balanza. No me entra en la cabeza, sin embargo, que sean capaces de hacer variar (y además en esa proporción) lo que uno suponía que debería ser una convicción hondamente arraigada. Quiero decir que alguien no se hace independentista (casi) de la noche a la mañana. ¿O sí? A la vista de los sondeos, que ya no son uno ni dos, habrá que concluir que tal posibilidad existe.

Lo anoto como uno de los muchísimos aprendizajes que le debemos a la convocatoria de este referéndum. Dado que soy un cenizo impenitente, pese al arreón del sí —con el que simpatizo por motivos obvios—, tengo malas vibraciones respecto al resultado final. Ojalá esté equivocado, pero aun no estándolo, tras el berrinche correspondiente, celebraré haber podido ser testigo de este momento histórico. Algún día nos tocará a nosotros.

Ingeniería electoral

Hay motivos, claro que sí, para echar sapos, culebras y escorpiones por la pretensión del Partido Popular de conservar un puñado de feudos municipales a base de cambiar el modo de elegir a los alcaldes. Hacerlo a apenas unos meses de los comicios y tirando una vez más del rodillo de su mayoría absoluta redondea la tropelía. Una cacicada del nueve largo sin matices. Bueno, con alguno, en realidad. Lo que se disponen a perpetrar Rajoy y sus peritos en manipulación de urnas es, básicamente, lo que ha venido haciendo cualquier formación de gobierno (en ocasiones, con cómplices en los bancos de enfrente) desde, como poco, la recuperación de la costumbre votar, allá por 1977.
Es norma no escrita —pero comúnmente aceptada— que todo reglamento electoral o modificación del mismo tenga entre sus funciones facilitar el mantenimiento del poder a quien ya lo posee y, como premio de consolación, asegurar una pingüe representación a los partidos que se prestan a colaborar. Supongo que por más cándidos que seamos, no creeremos que la proporcionalidad, el respeto a la voluntad popular o la justicia del proceso tocan algún pito en esta vaina. Las circunscripciones, la asignación del número de electos, los porcentajes mínimos, en conjugación con las pérfidas matemáticas de D’Hont, se han ido toquiteando según soplaran los vientos sociológicos. Con flagrantes contradicciones, además: lo que nos parece lógico en Navarra (unirse para derribar la mayoría minoritaria) nos resulta un desafuero, por ejemplo, en Gipuzkoa. Y viceversa, naturalmente. O sea, que quizá no estemos en condiciones de protestar demasiado.

Sobre el suflé catalán

Economizamos en metáforas. La del suflé catalán la acuñó —o la popularizó, por lo menos— Pasqual Maragall hace diez años, en los tiempos de aquel tripartit que, contra pronóstico, levantó más ampollas entre los cavernarios que los dos decenios largos de pujolismo precedentes. Lo curioso es que no aludía a cuestiones directamente identitarias. Se refería a la tremenda bronca que generó su famosa (con ojos de hoy, visionaria) acusación de que los gobiernos de CiU cobraban el 3 por ciento de cada adjudicación pública. Viendo que la cosa había llegado mucho más lejos de lo que había previsto, pidió que se dejara “reposar el suflé”. Al quite y con mala baba, como siempre, los cruzados del centralismo fueron manoseando la comparación hasta despojarla de su sentido original. En pocos meses, la alusión al ligero preparado culinario empezó a remitir a las supuestas características del catalanismo como un pastel de escasa miga y mucho aire. Según su teoría, las leyes de la física hacían que en cuanto adquiría un determinado volumen, comenzaba inexorablemente a desinflarse hasta quedar en no mucho más que un hojaldre fino nada amenazador para el statu quo.

Y en esas volvemos a estar. No hay editorialista o amanuense de los medios de orden que estos días no miente el dichoso suflé en presunto proceso deflactorio. Más que a diagnóstico basado en la observación de la realidad, la formulación canta a autoengaño tranquilizador. ¡Pero, cuidado! También a intento de profecía que se cumple a sí misma. Lo verán cuando pasado mañana las crónicas se ufanen de que en la Diada han participado cuatro y el del tambor.