El concejal exterminador

Si nada lo remedia, un tipo que agredió brutalmente a un chaval de 16 años tomará mañana posesión de su acta de concejal en el ayuntamiento navarro de Huarte. Aunque la condena en firme de la Audiencia de Iruña se hizo pública anteayer, los hechos eran sobradamente conocidos desde el mismo instante en que ocurrieron, hace ahora once meses, pues tuvieron gran relieve en los medios de comunicación. Ello no impidió que el PSN, el mismo que pone cara de asco cuando se reúne con Bildu y va a fungir de alfombra para Yolanda Barcina, lo designara como cabeza de lista. Toda una declaración de principios del trepaorganigramas Roberto Jiménez: a Úriz se lo quitan de en medio por mentar a Otegi en un txupin, y a este Chuck Norris de vía estrecha lo postulan para ser alcalde.

Como las lupas de Pérez Rubalcaba y los peinadores de listas no se ocupaban de los imputados por corrupción ni por agresión, el individuo, de nombre Koldo García y escolta (!) de profesión, llegó sin contratiempos y encantado de haberse conocido a las elecciones del 22 de mayo. 170 convecinos -ellos y ellas sabrán por qué- hicieron que pasara de elegible a electo. Durante los próximos cuatro años tendrá voz y voto como representante de la voluntad popular. Entre pleno y pleno o en los recesos de las comisiones podrá contar cómo infló a hostias a un adolescente que tuvo la osadía de ponerse una camiseta con leyenda “Independentzia” el mismo día en que la gloriosa selección española ganó el Mundial de fútbol.

Gran hazaña, la de la roja, y no menor, la del edil exterminador, que con su tonelaje de mamut se atrevió con un seminiño. Bien es cierto que, según narra la sentencia, unos minutos antes, el chaval había sido conveniente pateado por un grupo de hooligans rojigualdos, entre los que también se contaba -oh, sorpresa- un policía nacional. Todo, por el módico precio de 900 euros y sin perder el acta de concejal. Un chollo.

Presuntos héroes

Admirado por lo que me contaba el hijo de un mugalari de la Red Comète que se había jugado el pellejo para salvar a decenas de pilotos derribados por los nazis en la segunda guerra mundial, interrumpí a mi interlocutor: “¡Su padre era un héroe!”, le dije. Sonriendo, él me contesto que una vez le había dicho esas mismas palabras y no se le había olvidado la respuesta: “Si fuimos héroes, ninguno nos dimos cuenta mientras lo hacíamos. No teníamos tiempo para pensar en tonterías”.

Me ha venido a la memoria el episodio al ver cómo determinada prensa -la que se imaginan- se ha lanzado a componer un cantar de gesta a Carlos García, el único concejal del PP en Elorrio. Asumo el riesgo de pasar por un desalmado que corre a ponerse al lado de los victimarios para infligir un martirio mayor aún a las víctimas (de ese pelo es el lenguaje que se utiliza), pero tengo la sospecha razonable de que, a diferencia del mugalari, García sí ha tenido tiempo de pensar que su actitud iba a ser contemplada como heroísmo. De hecho, y a la vista de su trayectoria anterior, creo que es ese barniz de leyenda lo que le ha movido a dar un paso tan vistoso como contraprudecente para lo que dice perseguir.

Sí, contraproducente. Caer en paracaídas y rodeado de cámaras que buscan carnaza en un pueblo que te es completamente ajeno no parece el mejor modo de templar y normalizar la convivencia. Se asemeja, más bien, al proceder de tantos bomberos pirómanos de que guardamos recuerdo, como Otaola, Mora, o el narciso Savater, que terminó cantando la gallina. De estos casos debemos aprender la fórmula para que la profecía no se cumpla a sí misma y el pregonero no tenga los tres cuartos que busca. El error con ellos fue suministrarles el alpiste que pedían. Los pasquines, las pintadas o las increpaciones callejeras son respuestas totalmente reprobables y, de propina, torpes. No hay desprecio como no hacer aprecio.

La normalidad que queríamos

Los apocalípticos de la catacumba mediática llevan dos semanas vendiendo el gran resultado de Bildu el 22-M como un triunfo de ETA. Yo, y creo que no soy minoría por aquí arriba, pienso exactamente lo contrario. Para cualquiera que defienda aún la violencia, las 300.000 papeletas que llevaban adosado un compromiso exclusivo por las vías pacíficas sólo pueden saber a derrota y certificado de fin de trayecto. Esos votos, sumados a los otros centenares de miles depositados con la misma hambre de futuro, son el aval incontestable de un tiempo nuevo donde no hay lugar para las amenazas, la extorsión ni, por descontado, los asesinatos. Tampoco para los que se han aprovechado inmoralmente de todo ello.

Es imposible y, además, desaconsejable olvidar de dónde venimos. Tenemos mucho pasado por digerir aún y habrán de transcurrir generaciones hasta que lo consigamos del todo. Pero si de verdad albergamos la firme intención de no repetirlo, debemos tomar conciencia de que estamos abriendo un capítulo diferente. Para enfrentarnos a lo que nos aguarda han dejado de tener validez las herramientas, los rudimentos, las triquiñuelas y, desde luego, las excusas de ayer.

Deshagámonos del cortoplacismo y, en la misma patada, del miedo. Y aquí me dejo ya de figuras retóricas etéreas y traduzco a román paladino: allá donde Bildu ha obtenido un respaldo lo suficientemente amplio, nadie debería impedir que afronte la tarea de gobernar. Democracia representativa en estado puro. Es algo tan simple, que hasta ruboriza enunciarlo: le asiste idéntico derecho a intentarlo que a cualquiera. ¿Que puede salir mal? Tampoco están tan altos los listones; miremos a Nueva Lakua, donde dos partidos de supuesto pedigrí llevan un bienio vacío. En cualquier caso, si la cosa no resulta, dentro de cuatro años las urnas volverán a tener la palabra. Esa era la normalidad que ansiábamos. No es momento de sentir vértigo.

De San Gil a Basagoiti

No se pierdan la pelea en el barro del momento. María San Gil, inmaculada mártir del mayororejismo sacrificada en el altar de una presunta renovación que nunca llegó, emerge de entre las tinieblas a las que fue confinada y clama venganza contra quien la acuchilló -eso dice- por la espalda con saña y reiteración. El señalado, de nombre Antonio y apellido Basagoiti, temblequea ante el espectro y alcanza a balbucir que no tiene ninguna intención de criticar a su predecesora. Un segundo después, con la coherencia y el respeto a la palabra que lo caracteriza, la acusa de haber sido cicuta para el electorado: “Con ella el PP perdía votos a espuertas”, asegura el que como candidato a lehendakari obtuvo el peor resultado de su partido desde tiempos de Iturgaiz.

Es lo que tienen los bloques monolíticos, que en cuanto rascas con una moneda de cinco céntimos, quedan a la vista todas las grietas y las cuentas pendientes. Los principios morales insobornables se revelan como un barniz de aliño para disimular el fulanismo mondo y lirondo. De un rato para otro, quien era sacada bajo palio y sumisamente lisonjeada se transforma para los mismos porteadores y halagadores en una resentida que sólo busca “hacer publicidad y vender libros a costa de criticar a sus propios compañeros”.

Eso dijo Iñaki Oyarzábal ayer en Radio Euskadi, y añadió para asombro de propios y extraños que el actual PP del País Vasco pretende ser una formación “mucho más pegada al terreno, defensora de nuestro autogobierno y de la cultura vasca”. ¿Con qué microscopio hay que mirar para ver eso? Si sólo hubiera tres quintos de verdad en tales palabras, tendríamos muchos metros ganados en el camino de la normalización. Lamentablemente, a fecha de hoy, la diferencia entre el partido de San Gil y el de Basagoiti es que el segundo es más ocurrente en sus filípicas e invectivas. En lo básico, ni el discurso ni la actitud han cambiado.

Los vascos somos tontos

El PSE tenía que haber ganado por quince traineras las elecciones del 22-M, convirtiendo a PNV y Bildu en excrecencias anecdóticas de interés exclusivo para folcloristas. Lo que pasa es que las vascas y los vascos del compartimento autonómico somos imbéciles. Votamos al tuntún y al día siguiente, cuando vemos el mal causado por nuestra ligereza, nos tiramos de los pelos y caemos de rodillas, arrepentidos de haber dejado tres cuartos de país en manos subversivas que lo someterán al terror y a la barbarie.

No me miren con esa cara, que la idea no es mía. El argumento de esta peli de serie Z lleva el copyright del pomposo Gabinete de Prospecciones Sociólogicas del Gobierno López, que tras la monumental bofetada que arrearon las urnas a sus huestes, perdió el orto para buscar una excusa a los calamitosos resultados. Mira que era fácil ir a un par de bares, preguntar a los paisanos y enterarse de que el personal está hasta la tonsura de unos tipos que, además de atizarles rojigualdas por doquier, les han despedazado la sanidad, la educación y, en general, la economía.

En lugar de eso, que habría sido más barato, la churrería de las encuestas se cascó una teléfonica para averiguar si, vistas las criadillas al morlaco, la plebe inculta estaba satisfecha de haber votado lo que votó o de haberse abstenido. Lo mejor es que un 94 por ciento se reafirmó. El porcentaje de teóricos arrepentidos era una menundencia que no habría cambiado nada. Ese era el titular que cualquier investigador serio habría ofrecido, pero no era útil para la causa justificatoria, así que se vendió la mercancía contando que 150.000 vascos cambiarían su sufragio o su abstención. Para votar al PSE en masa, por supuesto.

La conclusión de la trola venía a ser la que citaba al principio: que somos una panda de tontos de baba. Está claro que ellos nos toman por tales. De ahí que pensaran que nos tragaríamos esa filfa. Pues no cuela.

López arruina al PSE

Minuto a minuto, Patxi López se va pareciendo más al clásico sablista que aligera los bolsillos del personal y, con un par de palmaditas, promete que la semana que viene devolverá el préstamo actual y los veinte o treinta pasados. Si en lugar de para ingeniero, hubiera estudiado para sacamuelas o vendepeines, seguro que habría terminado la carrera y hasta un postgrado. La práctica, desde luego, la domina. Y como prueba, su actuación en el comité nacional -palabrita del niño Jesús que se llama así, “nacional”- del PSE, que fue una completísima exhibición de todas las mañas del chalaneo y la trapacería.

Comparecía ahí en calidad (es un decir) de secretario general de un partido que en apenas tres años ha pasado de la cresta de la ola a lo profundo del pozo. El último desmorre, ocurrido el 22-M, sobrepasó lo escandaloso para situarse en lo vergonzante. La debacle de su formación nodriza, que perdió todo lo que le quedaba en España, fue casi una broma al lado de la hemorragia de votos que tuvo la sucursal del norte. Lo menos que debía a los suyos era una explicación.

En lugar de eso, el chamarilero López colocó a su parroquia una teórica sobre la crueldad del neoliberalismo que nos asola y los malos tiempos que corren para la lírica socialdemócrata. Lo soltó él, que se ha hecho siamés del partido neoliberal por excelencia y que no distinguiría a un socialdemócrata de un bidé, ni aunque los viera juntos. Y algún medio afín todavía tuvo el cuajo de titular no sé qué de una autocrítica.

Allá cada cual y las trampas que se haga al solitario. Quienes escucharon in situ el racimo de excusas de gurú de Amway son personas que llevan decenios en política. No pocos de ellos y ellas recibieron en sus traseros la patada que este pueblo quiso darle a López por haberse dejado arrastrar por la codicia y el ego para montar el desgobierno que padece la CAV y, en el mismo viaje, ha hecho una ruina del PSE.

Teléfono letal

La vida mata. Es la única evidencia científica a la que aferrarse. Un disparo de Kalashnikov, una ensalada de pepino, el alero de un tejado sin revisar o un extorero invadiendo nuestro carril a toda pastilla pueden salirnos al encuentro en el momento menos pensado y mandarnos prematuramente a ese árbol que hay en todos los pueblos para colgar las esquelas. Una vez ahí, dejarán de ser de nuestra incumbencia todas esas bagatelas -pactos postelectorales, penaltis injustos, tradiciones populares arrojadizas- que nos entretienen hasta que llega el instante en que un forense anota el día, la hora y el minuto de la parada cardio-respiratoria. Luego, seremos un recuerdo que, por más que nos hayan querido, se irá difuminando hasta tender a cero. Literalmente, no somos nada.

¿Y este arrebato filosófico-determinista? Comprendo su confusión, pero deben echarle la culpa a la OMS, que desde hace dos días me tiene reflexionando sobre el sentido de la existencia a cuenta del informe -o lo que sea- que advierte que los teléfonos móviles son potencialmente cancerígenos. No dicen ni que sí ni que no. Lo dejan en un quién sabe más dañino que cualquier certeza.

Ni siquiera aclaran si “posible” es sinónimo de “probable”. Los muy taimados expertos tiran la piedra, esconden la mano, y allá se las apañe cada cual con sus miedos. De un rato para otro, los más pusilánimes empezamos a pensar que hacer o atender una llamada es pagar un pequeño plazo del futuro tumor cerebral. Lo peor es que, como además de pusilánimes, somos tremendistas, nos resignamos al eventual suicidio por entregas, incapaces de renunciar, a estas altura de la era tecnológica, a esa cajita mágica que nos tiene siempre localizables.

Supongo que es inútil pedir más luz a quien sepa del asunto. Los heraldos del apocalipsis sostendrán que el móvil es un arma mortífera y sus primos requete-escépticos dirán que un vaso de agua es más nocivo.