El PSOE ha vuelto

Si la vida es eterna en cinco minutos, como cantaba Víctor Jara, en un año ni les cuento. ¿Quién se acuerda que fue ahora hace doce meses cuando el PSOE reventó por todas las costuras y se lio la mundial? El punto álgido fue aquel Comité Federal del 1 de octubre —vaya fecha— en el que prácticamente acabaron a hostias los representantes de las dos banderías que se disputaban los restos de serie del partido que fundó Pablo Iglesias Posse. Luego, Pedro Sánchez confesó sus pecados, se arrepintió de ellos con propósito de enmienda ante el padre Jordi Évole, y comenzó a reclutar aguerridos voluntarios para reconquistar Ferraz.

Qué vítores y qué albricias, cuando tras una campaña a cara de perro, hizo doblar la cerviz a la sultana del sur, su encarnizada rival, que había contado en el envite con toda la artillera pesada mediática y el concurso de los generales en la reserva. Había sido el heroico triunfo, según se dijo y escribió, del ala izquierda, la unión de jóvenes turcos, viejos rockeros e inconformistas de variado pelaje. El primer y casi único objetivo de los inesperados vencedores era limpiar la mancha de la oprobiosa abstención que permitió que Rajoy fuera reinvestido presidente del gobierno español. No se pararía hasta echarlo.

Ese era el plan… hasta anteayer, cuando Sánchez en persona contó sin cortarse que se había reunido un porrón de veces con el inquilino de Moncloa. La bronca catalana había sido la coartada para esos encuentros en los que ha quedado recompuesto el frente constitucional. Yo te apoyo con el 155, tú te avienes a estudiar una reforma y me dejas salir en las fotos. ¡Venga!

DUI con freno y marcha atrás

Qué les voy a decir que no hayan pensado ya ustedes a la vista de la independencia que ha durado apenas un suspiro antes de irse al cajón hasta quién sabe cuándo. Si me tocase escribir argumentarios, me agarraría, claro, al clavo ardiendo de la altura de miras, la enorme generosidad, el sacrificio colosal de tender la mano cuando se roza con los dedos el objetivo por el que se han dejado quintales de sangre, sudor y lágrimas. No digo que no haya algo de eso, pero sí que a la fuerza ahorcan, que para este viaje han sobrado una hueva de alforjas y que, joder, es imposible no tener la sensación de haber vuelto a asistir al parto de los montes, cuyo fruto era finalmente un ratón.

Lo dije ayer. Era DUI o no DUI. Lo que se viene prometiendo desde hace ya tres años —¿no recuerdan el 9 de noviembre de 2014?— o claudicar otra vez. De acuerdo, por un bien superior, porque era peor el remedio que la enfermedad, porque lo otro era el abismo, porque, como cantaba Gardel, contra el destino nadie la talla. Ocurre que todo eso había que haberlo pensado antes. Sin la menor dote de escrutador de vísceras de pollo o politólogo, se veía a leguas que la desconexión encabronaría a la hidra de mil cabezas, y que de poco valía dejarse hostiar a modo. Mal vamos, si la fuente de legitimidad es recibir palos.

No, no diré como los ventajistas del otro lado que esto en una rendición en toda regla. Mejor que se cuiden antes de cantar victoria. Simplemente, anoto la frustración de quienes creyeron que era verdad lo que les decían. Es revelador que con los primeros que va a tener que dialogar Puigdemont sea con muchos de los suyos.

DUI o no DUI

DUI o no DUI, he ahí el dilema que, salvo no descartable intervención de las fuerzas del orden españolas, quedará resuelto hoy mismo en el Parlament. No hay lugar para las medias tintas. Solo hay dos respuestas posibles: o se declara unilateralmente la independencia de Catalunya o no se hace. Dirán que me he quedado calvo detrás de las orejas, pero con la de perdices que llevamos mareadas y las hojas de ruta convertidas en papel mojado, resulta procedente aclarar hasta lo más obvio. Y en este caso, lo más obvio es que ya no vale (o no debería valer) amagar y no dar. O bueno, sí que vale, pero sacando las conclusiones oportunas y asumiendo el significado del enésimo aplazamiento de lo prometido, que no es otra cosa que la desconexión de España. Por las buenas o por las malas.

No, no digo que yo sea partidario de tirar ya mismo por la calle de en medio. Creo, como el mismo Artur Mas en la largada al Financial Times con posterior reculada, que hay requisitos de la independencia real que todavía no se han conseguido. Pero, puesto que una y otra vez se ha asegurado que todo estaría listo para ponerlo en marcha en cuanto se terminase el recuento, se entenderá muy mal que no se cumpla la palabra dada.

Por supuesto que queda agarrarse a la voluta de humo del pie de la letra de la Ley de Transitoriedad, que no pone un plazo claro y bla, bla, bla, requeteblá. Allá quien, después de haberse partido literalmente la cara para votar el 1 de octubre, vuelva a aceptar la especie de que sigue sin tocar. Estará, eso sí, en su legítimo derecho de hacerlo. Como los demás de dudar que esto vaya a llegar a buen puerto.

El bolsillo sí duele

El frente jurídico —judicioso, le llamo yo— es muy dañino para el soberanismo catalán. Ya se ha visto cómo sus españolísimas señorías hacen de su toga un sayo y se dedican a suspender, imputar, condenar o lo que se tercie. Sin embargo, una vez que la república catalana traiga una nueva legalidad, ya pueden echar los galgos que quieran, que todo será papel mojado. Incluso en este ínterin en que ya se ha decidido hacer la peineta al cuerpo legal español, las decisiones que vengan de los tribunales hispanos serán una jodienda, pero no el freno definitivo.

Con la ofensiva policial, tres cuartas partes de lo mismo. Habrá porrazos y pelotazos de goma para parar el Orient Express, pero eso estaba amortizado de saque. Es más, las imágenes viralizadas barnizarán de épica a la causa y conseguirán —ya están consiguiendo— que la prensa internacional cante la gesta del pueblo catalán haciendo frente a la represión inmisericorde de los uniformados mandados por Rajoy.

Ocurre ídem de lienzo con el embate mediático. A estas alturas, no hay que explicar que los regüeldos de la caverna quizá embarren el campo, pero a la hora de la verdad, no hacen ni cosquillas. Al contrario, su indelicadeza convence a los no convencidos y encabrona más a los que ya lo estaban.

Canción aparte es la acometida económica que, según estamos comprobando, se había minusvalorado. Por ahí sí cabe que tiemblen las rodillas. Más, si como está aconteciendo, ya no es fuga sino una estampida empresarial en toda regla, y con algunos buques insignia mostrando el camino. No sería la primera revolución ni la segunda que se naufraga por el bolsillo.