A la hora en la que tecleo, sigue sin aparecer el presidente del gobierno español en funciones y secretario general del PSOE para decir esta es boca es mía ante la demoledora sentencia de los ERE andaluces. Ahí es nada, un expresidente de la Junta enviado al trullo para seis años, otro inhabilitado por casi un decenio y un quintal de cargos públicos con carné socialista emplumados a modo por haberse pulido un pastizal en comprar voluntades, sustancias estupefacientes y sexo a granel. Cumpliendo una costumbre ya inveterada, Pedro Sánchez ha mandado a comerse el marrón a su fiel escudero José Luis Ábalos, experto en despejes a córner, digodiegos y, como ha sido el caso, frasezuelas de argumentario.
Pese a la barba y la voz grave, el número dos del PSOE parecía un remedo muy logrado de María Dolores de Cospedal explicando que la mangancia de sus conmilitones había sido en diferido y en régimen de simulación. Cómo de blindados hay que tenerlos para tratar de convencer a la concurrencia de que en el ránking de las corrupciones esta no es de Champions League porque los fulanos que la cometieron no se llevaron un euro a casa.
Resultaría medianamente creíble el intento del estajanovista de la portavocía, si no fuera por los denodados esfuerzos en poner distancia con los condenados, subrayando por triplicado que ya ni siquiera son militantes del partido. Estamos a un cuarto de hora de que sean “esas personas de las que usted me habla”. Y para que el paralelismo vergonzoso pero altamente revelador sea perfecto, el PP enmerdado hasta las cartolas, poniendo el grito en el cielo y exigiendo dimisiones. ¿Reímos o lloramos?
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Cifuentes canta
Ya tardan Netflix, HBO o la productora de José Luis Moreno en rodar una serie basada en el celérico auge y la vertiginosa caída de Cristina Cifuentes. Y no crean que les saldría caro el invento. Podrían ahorrarse, como poco, los guionistas y la protagonista, porque ella misma se basta y se sobra para interpretarse y escribirse los diálogos más lisérgicos. Lo demostró ayer frente a las cámaras de Telecinco, que haciendo honor a su alcanforado lema de la época de las mamachichos —la cadena amiga—, invitó a la recién imputada de la Púnica a una sesión de desfogue y liberación biliar.
Como era obvio, había ganas de vendetta. Calculen ustedes la mala sangre que habrá acumulado la doña en los 16 meses que han pasado desde su abochornante renuncia tras la difusión del vídeo de las cremas afanadas en un híper. Así que la doliente y dolida Cifuentes entró con todo contra sus todavía compañeros de militancia, que no por nada hablan de ella como cadáver político que lastra el partido. “Mi calvario judicial es producto del fuego amigo”, repitió en varias versiones con leves modificaciones. Su descarnada acusación es que desde que alguien la señaló como recambio de Rajoy, las manos negras de Génova se confabularon con las cloacas del estado para buscarle la ruina.
Lo cierto es que, más allá de la sobreactuación y de la tardanza en la denuncia, sus dardos verbales suenan bastante verosímiles. Es lo que cualquiera que sume dos y dos y conozca los usos y costumbres de la casa imagina que ocurrió. Pero eso no la libra de culpa ni explica los episodios de sus másteres de pega ni su patética resistencia antes de dimitir.
Aguirre, por fin
Parece que se acaba la leyenda de la baraka, o más castizamente, de la flor en el culo de Esperanza Aguirre. Después de salir ilesa de un hostiazo de helicóptero y de una mascare terrorista en Bombay, y de haberse ido de rositas de los quintales de casos judiciales contra su partido, por fin un magistrado la cita como imputada. En octubre, en lo que se diría un adelanto de San Martín, la otrora llamada lideresa deberá declarar en compañía de su delfina fallida, Cristina Cifuentes, y de otros cuarenta presuntos mangantes en el sumario del caso Púnica. Y, parafraseando al jubilado Rajoy, no es cosa menor sino muy mayor la acusación que le hace el instructor. Negro sobre blanco, se le atribuye la organización y supervisión de la caja b del PP madrileño para financiar unas campañas electorales “dirigidas fundamentalmente a fortalecer y vigorizar su figura política y consolidarla como presidenta de la Comunidad de Madrid”. Fin de la cita, diría el arriba mentado Mariano.
Genio y figura hasta más allá de la sepultura política en la que ya descansa desde hace un tiempo, la doña proclama que acudirá al juzgado “con mucho gusto” para defender su (¡ja!) inocencia. Entretanto, sus vástagos políticos que ahora ocupan la cúpula gaviotil o el mismo gobierno gafado —¡todos imputados, desde Gallardón!— que presidió ella ya la han convertido en “esa señora de la que usted me habla”. O en algo peor. Cuenta La Razón, uno de los órganos oficiosos de Génova, que en el núcleo duro del PP se ha llegado a calificar a Aguirre y Cifuentes como “dos cadáveres políticos que siguen lastrando la imagen del PP”. Más palomitas, por favor.
Cloacas eternas
De tanta reiteración, se queda uno hasta sin fuelle para escandalizarse. A buenas horas descubren las cloacas del Estado en lo que el recién fallecido Xabier Arzalluz nombraba como “allende Pancorbo”. Y sí, no niego ni de lejos lo tremebundo que resulta tener noticia de un trama policial (con hijuelas en el autotitulado periodismo) que se ocupa de fabricar pruebas falsas contra los enemigos de la patria o de ir a robar las verdaderas a casa de antiguos socios encarcelados. Sin embargo, uno tiene memoria, y relativamente reciente, de cuando esa misma cofradía de hampones literalmente con patente de corso se dedicaba a secuestrar, torturar con saña infinita o directamente a dar matarile a discreción. Ocurría que por entonces, además de varios pardillos que pasaban por allí, los objetivos de tales truculencias eran los malos malísimos. Mirar hacia otro lado era la opción menos impresentable; la otra era aplaudir con las orejas la aplicación del ojo por ojo.
Vamos, que cloacas, sumideros, alcantarillas o lo que ustedes quieran, ha habido, hay y habrá, como dijo aquel ministro sobre las conversaciones con ETA. Por cierto, y ya que menciono la cuestión, apunto que también las negociaciones con la banda se llevaron a cabo por los chichipoceros del poder. Recuerden, por ejemplo, el famoso chivatazo del Faisán. O sea, que las cavidades sépticas se han usado para fines distintos y al servicio de diferentes gobiernos. Es siniestramente gracioso que ahora las haya dado por finiquitadas el ministro Grande-Marlaska, que en sus no lejanos días de togado tuvo algún conocimiento de ellas. Y casi es mejor que me calle aquí.
Réquiem por Cospedal
Réquiem político, me apresuro a precisar el título de la columna, no vayamos a jorobar, que tiene uno el recuerdo fresco de lo que pasó con una tal Rita Barberá, cuya última cena fue un whisky y un pincho de tortilla en la soledad de un hotel. Deseo fervientemente que el destino no le reserve un final tan cruel a quien hasta anteayer tuvo tanto mando en plaza. Bastante triste ha sido su vertiginosa caída en desgracia, de cuya moraleja deberían tomar nota todos los que olvidan que son mortales —metafóricamente, insisto— y que los vientos no soplan eternamente a favor. Cifuentes, Sáenz de Santamaría (¿habrá tenido algo que ver?), Aguirre, el mismo Rajoy… por no mencionar a los que han acabado en el trullo. Piensen en la cantidad de torres altísimas que hemos visto venirse abajo en poco tiempo.
Del hundimiento particular de la ya ex tantas cosas no se sabe si llaman la atención más los cómos o los porqués. Se ha ahogado en diferido en las fétidas cloacas a las que descendió, según me jura alguien que conoce muy bien el PP por dentro, justamente buscando el modo de limpiar su partido. Como una versión manchega de Fausto, no le quedó otra que pactar con el diablo Villarejo. La tremebunda paradoja es que la mierda se quitaba echando más mierda y quedando para los restos como una bomba de relojería andante. El miércoles venció el último plazo. Sonó el tic-tac postrero, y María Dolores de Cospedal entró en el pasado. Artificiera de sí misma, se detonó antes de que la detonaran, no sin evitar la tentación de dejar tres folios de suicidio —político, reitero— en los que negaba todo y lo admitía al mismo tiempo.
Rato a la sombra
De entre las imágenes de los últimos días, ninguna me ha parecido tan inspiradora como la de Rodrigo Rato Figueroa, plusmarquista sideral de la soberbia, pidiendo perdón urbi et orbi a la entrada de cárcel de Soto del Real. Es verdad que la humildad sobrevenida no colaba ni para festival de teatro escolar y que olía que echaba para atrás a solicitud anticipada de mejora de grado. También es un hecho indiscutible que al fulano le han permitido lo que se le niega a la inmensa mayoría de carne de presidio, es decir, escoger trullo y, dentro de un plazo, día y hora del ingreso. Podemos unir a las certezas la cortedad de la pena y el muy presumible trato privilegiado que se le dispensará al ya probado chorizo asturiano, y aun así, seguirá pareciéndome que hay motivos para el aleluya. Piensen que no hace muchas lunas creíamos sin duda que antes pasaría una caravana de camellos por el ojo de una aguja que este y otros tiburones por el control de acceso a una prisión para quedarse una temporada dentro. Y ya son unos cuantos, casi los suficientes para que empecemos a pensar que a lo mejor deberíamos corregir algunos estereotipos y soflamas sobre la impunidad.
Ya puestos, sería genial que también se aplicaran el cuento los malhechores de cuello blanquísimo que se tenían —con razón, por otro lado— por intocables. El vídeo del otrora todopoderoso vicepresidente español y mandarín máximo del FMI agachando la cerviz y balbuceando una contrición de baratillo debería convertírseles en pesadilla recurrente. Los próximos en abrir los telediarios y alimentar los memes virales de Twitter y Whatsapp podrían ser ellos. Ojalá.
Aznar se divierte
Aquellas legendarias matinales del Circo Price reviven de un tiempo a esta parte en la también madrileñísima Carrera de San Jerónimo, residencia putativa de la devaluada soberanía popular. La diferencia es que las originales fueron la cuna del pop español, más o menos cañí, y las funciones actuales no pasan del número del bombero torero o del intercambio de bofetadas de individuos a los que no llamo Tonettis por respeto a los hermanos que pasearon dignamente ese apellido. La representación de ayer, con José María Aznar de gallo mayor y una selecta reata de tiradores de esgrima de salón no haciéndole ni cosquillas, fue la enésima demostración de la nada entre dos platos que les describo.
La cosa es que se trataba de sustanciar algo tan serio como la responsabilidad del sujeto en los mil y un casos de corrupción que han acabado siendo seña de identidad de su (creo que todavía) partido. Aun siendo difícil lograr que sudara un poco de tinta china un tipo al que se la refanfinfla todo, cabía intentarlo a base de sobriedad en las formas, sin perder de vista que el foco debía estar en el interpelado y no en el interpelador. Pero ni modo. Llevados por su ego, los arrinconadores, bien es verdad que en complicidad con la claque acrítica que jalea cualquier cacaculopedopís y los editores de los programas matutinos que premian el regüeldo, salieron a escena a lucirse con el florete. Y eso era exactamente lo que quería Aznar, que además de dejar que los golpes resbalaran sin daño en su piel de ofidio, conseguía colocar sus bofetadas en las sonrientes caras de sus señorías y, de propina, en los principales titulares.