Renovemos ya el Estatuto

He aquí la clásica, casi tópica, columna de aniversario del Estatuto de Gernika. Creo que desde que firmo estas letras, hace ya once años, no he dejado pasar la efeméride. Si no cuadraba en la fecha redonda, era en la víspera o, como es el caso, al día siguiente. En este tiempo, han variado los contextos —recordemos que el 25 de octubre llegó a ser declarado festivo por el efímero gobierno del PSE con el sostén externo del PP— pero el mensaje básico no ha cambiado demasiado. O si lo ha hecho, ha sido para ensanchar los motivos de enfado por el incumplimiento. Como recogían ayer los diarios del Grupo Noticias con precisión al cuarto decimal, 42 vueltas completas de calendario después, sigue habiendo 27 materias pendientes de traspaso. A la cabeza, claro, la intocable Seguridad Social.

“¡Oiga, oiga”, me dirán los miradores de botellas casi llenas, “que acabamos de estrenar la gestión de las prisiones”. ¡Le parecerá barro! Y en efecto, me lo parece porque ya hace unos cuantos lustros que debíamos haberla ejercido. Pero tampoco me detendré a llorar por la leche derramada. De poco sirve entregarse a la nostalgia biliosa. Prefiero ser práctico y seguir aprovechando las necesidades aritméticas del gobierno español presuntamente en el alambre para ir arrancándole lo que legítimamente nos corresponde. Todo, sin olvidar mirar hacia adelante. Con o sin cumplir, el Estatuto de 1979 fue un texto que hay reivindicar con orgullo. Pero hoy se nos ha quedado viejo en no pocas cuestiones. Andamos muy tarde ya para renovar el pacto de convivencia. Me pregunto por qué no hemos sido capaces de hacerlo. Tristemente, conozco la respuesta. Como ustedes.

Gestión de las prisiones, no más

De acuerdo al gran mito cavernario repetido desayuno, comida y cena, la asunción de la gestión de las prisiones de la CAV por parte del Gobierno Vasco se traducirá en la inmediata libertad de todos los presos de ETA internos en Zaballa, Basauri y Martutene. Es obvio que no va a ser así… simplemente, porque no puede ser así. Por mucho que se rasguen las vestiduras los tramposos vocingleros, lo que se consumó el pasado viernes —¡con 42 años de retraso; esa debería haber sido la noticia!— no fue el traspaso de la política penitenciaria, qué más quisiéramos, sino el mero control de cada una de las cárceles. Eso implicará, desde luego, un cambio (ojalá a mejor) en el funcionamiento de los centros y, desde luego, en las condiciones de vida de los reclusos. Pero no más. La legislación básica, la que atañe a progresos de grado y periodos de cumplimiento de la condena, seguirá estando, como hasta ahora, en manos del Estado.

Es importante que lo vayamos interiorizando todos. También destacados portavoces de la autotitulada izquierda soberanista vasca que, empatando con el ultramonte hispano en el discurso, andan vendiendo la especie de que de que la consumación de la trasferencia implicará de facto la amnistía automática de “sus” presos. Y recalco lo de “sus” presos para hacer notar que la población reclusa va más allá de los condenados por terrorismo. Es un agravio comparativo indecible olvidarse del resto de los internos, como si solo fueran una especie de secundarios. Pues no. Salvo que nos estemos engañando en el solitario, la gestión de las cárceles por parte del Gobierno Vasco no hará distingos entre los presos.

España nos sisa (y mucho)

La erosión silenciosa es el título de un robusto volumen —setecientas páginas de vellón— que recoge cómo a lo largo de los años el centralismo español rampante ha ido afanándole a la demarcación autonómica pequeñas dosis de autogobierno. No se trata de esas cuestiones que van a los titulares gordos y provocan visibles movidas que acaba resolviendo casi siempre a favor de Madrid el Tribunal Constitucional, juez y parte. Tampoco de las eternamente adeudadas transferencias que recoge negro sobre blanco el tan cacareado como incumplido estatuto de Gernika. Qué va. Son, como denunció la consejera Olatz Garamendi en la presentación de este censo general de mangancias, una suma continua de contumaces actuaciones fuera de los focos y el interés público que en conjunto han esquilmado el ya de por sí precario bosque de las competencias propias.

Hablamos de cuestiones en apariencia tan poco sospechosas como la concesión de tarjetas de aparcamiento para personas discapacitadas, un plan renove de automóviles o la normativa sobre claves digitales. Tal y como han documentado los servicios jurídicos de Lakua en un trabajo que profundiza hasta el vigésimo decimal, tacita a tacita, como en el célebre anuncio de café soluble de Carmen Maura que recordamos los viejenials, nos han ido arañando pedacitos de autogobierno. Quizá sea excesivo decir que España nos roba, pero está claro que nos sisa de un modo continuo e independientemente del color del gobierno. Es muy procedente la acusación que contiene este trabajo, pero no se puede quedar simplemente en el enésimo pataleo. Va siendo hora de parar los pies al rapiñador.

Prisiones, 42 años después

Más de cuatro decenios después, el gobierno español se compromete a traspasar las gestión de las prisiones a la Comunidad Autónoma del País Vasco. La noticia debería ser el tremebundo e inexcusable retraso en cumplir con lo dispuesto en el Estatuto de Gernika, un conjunto de leyes votado mayoritariamente en los tres territorios y asumido (¡incluso celebrado!) como marco jurídico indiscutible por quienes ahora ponen el grito el cielo. Sin embargo, la triderecha hispanistaní —el PP, Vox y los restos de serie de Ciudadanos— y sus descangalladas terminales mediáticas claman que es una inaceptable traición al estado y vaticinan la inminente puesta en libertad de los presos de ETA.

Una vez más piensa el ladrón que todos son de su condición. No existe el menor motivo para sospechar y aventar semejante demasía. Simplemente se cumplirá lo dispuesto en un conjunto de normas que se dieron los vascos hace unas cuantas generaciones. Lo mismo, por cierto, que ocurría en la malvada Catalunya sin rasgado de vestiduras hasta que llegó el Procés. O, por citar otras comunidades menos sospechosas, lo que disponen los estatutos de Galicia, Andalucía o Canarias. Se retratan quienes pretenden que el tardío cumplimiento de un compromiso es motivo de rasgado de vestiduras. Por fortuna, sus ladridos casi ni se escuchan.

Mal menor o así

Ayer tuve un cariñoso cruce de cargas de profundidad con mi apreciado Jon Iñarritu. Él tuiteó (creo que) con la socarronería aguda que lo caracteriza que no acababa de fiarse de la enésima promesa del gobierno español de ponerse manos a la obra con las transferencias eternamente pendientes. Dejando de lado que yo también tiendo a un escepticismo cimentado en quintales de incumplimientos, le anoté al diputado de EH Bildu que ese gobierno del que dudaba era exactamente el mismo al que hace un mes pelado había sido aupado por la abstención de su formación. Con agilidad gatuna, llegó la respuesta. Iñarritu me apuntaba, palabra arriba o abajo, que la experiencia le empujaba a la desconfianza, que iban a denunciar lo que no se hiciera y, como resumen y corolario, que este gobierno era el mal menor. De inmediato llovieron en tromba retuiteos y likes de su réplica a modo de zasca y chúpate esa, infecto pinchaglobos enemigo del pueblo.

Y vale, sí, que pulpo, animal de compañía, pero también que y sin embargo, se mueve. Quiero decir que, mal menor o bien mayor, Sánchez debe su reválida por los pelos a la abstención de la fuerza liderada por Arnaldo Otegi y, sobre todo, de sus socios de ERC. Bien podían haber hecho como los antiguos convergentes, ahora Junts per Cat, que le atizaron con su no en los morros al tipo que en campaña había prometido traer a su líder esposado desde Waterloo. Pero la coalición soberanista no solo no lo hizo, sino que tuvo guardados sus síes en la recámara por si algún socialista patriota ponía en peligro la investidura. Y todo fue, parafraseando a Otegi hace dos días, gratis et amore. No se olvide.


40 años sin cumplir

El Estatuto de Gernika acaba de cumplir 40 años. Algunos vamos para viejos. Aunque todavía estaba lejos de la edad de votar, recuerdo perfectamente los Bai gigantes pintados con mejor o peor gusto en las paredes. También un coche —juraría que un Renault 12 azul— con megafonía atronadora recorriendo el barrio en bucle para llamar a los vecinos a votar en aquel referéndum. Ese vehículo se cruzaba con otro que profería a todo trapo sapos y culebras contra el texto que se sometía a votación y pedía que no se acudiera a las urnas a dar validez al Estatuto de La Moncloa. La banda sonora entre consigna y consigna era Lepoan hartu. Y para completar el retrato, también tengo grabadas en mi memoria las inserciones publicitarias, creo que en La Gaceta del Norte, de Alianza Popular abogando sin matices por el No a algo que suponía la destrucción de España.

Empezando por lo último, es gracioso que el PP, sucesor sin ruptura de aquella AP de Fraga, Arias Navarro y demás quincalla que había compartido consejo de ministros con Franco, sea quien enarbole con mayor frenesí aquel texto y tenga el rostro de alabastro de decir que es el instrumento que une a todos los vascos. Bien es cierto que tal mentira, defendida al unísono con el PSE, se basa en una circunstancia que no dejo de señalar de aniversario en aniversario: vacío de su contenido, con casi 40 transferencias eternamente incumplidas, el Estatuto resulta un chollo para el centralismo cada vez más asilvestrado. Es triste a la par que revelador pensar que cuatro décadas después, ese documento tan celebrado habría sido echado atrás sin miramientos en las Cortes españolas.

¿Y qué opina Alonso?

Si lo piensan, tampoco es tan extraño que el petimetre Pablo Casado, un tipo que se merca másteres de Harvard en Aravaca y que cree que Getxo está en Gipuzkoa, vaya por ahí expandiendo la idea de que la Ertzaintza es una especie de policía de la señorita Pepis. Este humilde columnero que les canta las mañanas ni se molestó en indignarse ante la penúltima soplagaitez del ahijado putativo de Aznar. Me limité a sonreír con resignación cuando le escuché vomitar que si llega a Moncloa, hará que la Policía Nacional y la Guardia Civil, presunta Benemérita, tengan prevalencia sobre el resto de los cuerpos de orden público.

Qué santa paciencia, la de Aitor Esteban al contestarle lo obvio: que el Estatuto de Gernika, incluso en la parte más o menos cumplida y creíamos que asumida por todos, deja claro el carácter de la Ertzaintza como policía integral. Es más, si hay algo sujeto a debate es la negativa reiterada a replegar a los de los uniformes azules y verde oliva. Como sostuvo el portavoz de Lakua, Josu Erkoreka, la memez del chisgarabís palentino entra en la categoría de agresión a ese Estatuto que tan fariseicamente festejado. Y aquí es donde uno se acuerda de Alfonso Alonso, nominalmente responsable del PP vasco o, según me decía el otro día una lengua viperina, el encargado de ventas de la zona norte. Tengo la certeza de que ni de lejos comparte la demasía de su jefe y que en su fuero interno está que fuma en pipa, pero algo me dice que no saldrá a enmendarle la plana. Bajará la testuz y, como las veces anteriores, dirá que estamos haciendo una “lectura nacionalista” de las palabras de Casado. Apuesten algo.