A propósito de Iker

Ni el Madrí ni la mayoría de sus mercenarios megamillonetis despiertan en mi la menor simpatía. Más bien al contrario: aunque va contra mis propias prédicas sobre la tolerancia y el buen rollo, deploro visceralmente casi todo lo que representa el merenguismo centralista obligatorio con que nos abucharan desayuno, comida, merienda y cena desde los medios del foro. Se salvan de mi inquina los miles de seguidores que lo son porque les sale del alma y algún verso suelto de la plantilla. Bueno, en este caso, se salvaban, porque las dos excepciones han sido convenientemente laminadas de un tiempo acá. Primero le dieron la patada a un señor llamado Carlo Ancelotti, y tras culminar una humillación modelo Merkel sobre Tsipras, se ha conseguido que Iker Casillas, objeto de estas líneas, huyera reptando por la puerta de atrás de la casa blanca.

A ver, entiéndanme. Me cuesta conmoverme ante las lágrimas de un tipo que tiene pasta para seis o siete vidas; ojalá fueran todas las desgracias como esa. Pero no puedo evitar sentir una puntita de solidaridad con el héroe pisoteado por los mismos que anteayer lo aclamaban. Este episodio es el retrato del Real Madrid en particular y del fútbol moderno en general. También, siento escribirlo, de nuestros equipos, supuestamente regidos por otras filosofías. Los afectos de las hinchadas son volátiles como el neón que ilumina los nombres de los ídolos. Las ovaciones a todo pulmón se tornan en crueles pitadas, y en el mismo viaje, la admiración eterna se vuelve frío desprecio, cuando no odio. Y para más recochineo, cuando anuncias que te vas, te ofrecen un homenaje.

Condenar pitadas

Siete horas de vellón se tiraron el lunes los jacarandosos miembros de la Comisión Antiviolencia del deporte español escudriñando a quién podían emplumar por la monumental pitada al himno y al Borbón joven. Total, para parir un ratón escuchimizado. Por mucho que lo revistieran de palabros de cinco duros y salieran a la rueda de prensa con cara de estreñimiento crónico por la supuesta inmensidad de la ofensa al chuntachunta y al Preparao, al pasar a limpio sus decisiones resulta que a todo lo que llegan es a amenazar difusamente a no se sabe qué plataformas y a requerir información por un tubo. Para nota o para ingreso en frenopático, la exigencia al Athletic, al Barça, ¡y a la Federación! de recabar datos que, en su papel de organizadores del festejo futbolero, pudieran incriminarlos por no haber seleccionado adecuadamente a los espectadores. Es decir, que igual que a los viajeros a Estados Unidos se les exige jurar que no van a dar matarile al presidente, a los asistentes de la final del sábado se les debió haber conminado a prometer por la memoria de Pichichi o Ramallets que no iban a silbar la Marcha real.

Esa demanda de pata de banco, propia de chiste sobre el fondón dictador de Corea del Norte, nos da una idea del tipo de individuos en cuyas manos estamos. Los mismos, por cierto, que ante la música de viento de Camp Nou, lo primero que hicieron —ni esperaron al final del partido— fue emitir un comunicado de condena en unos términos que no emplearían ni en el caso de que Portugal se anexionara Ayamonte. Se empieza condenando pitadas y se sigue nombrando cónsul de Bitinia a un caballo.

La lección de Gaizka

Un cateto a babor y otro a estribor. Los dos, rezongando porque el invitado en la tribuna de prensa está teniendo la osadía de responder ¡en euskera! a una pregunta que le ha hecho ¡en euskera! un periodista de un medio de comunicación ¡en euskera! Hasta ahí podíamos llegar. Malditos vascos, les das la mano y te cogen el codo. ¿Para eso ganaron sus abuelos una guerra? Pues de eso nada, a cada intento por seguir con la respuesta en la diabólica lengua vernácula, un rebuzno en cristiano (probablemente con las zetas y las eses a la virulé; así suelen ser estos filólogos de ocasión) para que el aludido entre en razón y suelte las obviedades futboleras en el idioma de Cervantes, Queipo de Llano y Belén Esteban.

Quizá otro más melindroso se habría achantado. Pero Gaizka Garitano, que tiene el culo pelado de aguantar a plumillas garrulos por esos campos de Dios, no llegó al tercer aviso. El entrenador del Eibar se levantó, se estiró la chaqueta, e hizo el paseillo hasta la puerta con la cabeza muy alta, dejando con la copla al par de gañanes que le habían boicoteado con sus regüeldos. Juanjo Moreno, jefe de prensa del Almería y tipo que se viste por los pies, como demostró durante todo el chusco incidente, estaba verde por el sofoco: “¡Señores, que llevamos seis años en primera división!”, afeó a los palurdos.

Aunque ha habido quienes han contado el episodio como imaginan, me quedaré con lo positivo. Además del aplauso casi unánime que le hemos tributado aquí al deriotarra, la Asociación de la Prensa de Almería y muchos periodistas a título individual han pedido perdón por el espectáculo. Les honra.

Esperanza se va de copas

Atención a la soberana estupidez: “Un equipo de fútbol puede ganar o intentar ganar la Liga, que es una competición profesional con sus reglas y sus trofeos, pero que no representan al conjunto de los españoles. Pero debe abstenerse de competir en el Campeonato de España”. Lógica literalmente aplastante, como corresponde al peso intelectual del ser humano con orejas y nariz que regüelda tal anacoluto, que no es sino esa ladilla en las partes marianas que atiende por Esperanza Aguirre. Pueden ustedes pasarse tres días volteando a derecha e izquierda el par de frases, que no encontrarán la relación entre los dídimos y comer trigo. De hecho, si nos tomáramos al pie de la letra la gachupinada, resultaría que, dado que no nombra a ninguno en concreto, la doña estaría farfullando que todos los equipos tienen que renunciar a disputar lo que nombra, imagino que con los pelos del sobaco como escarpias, “el Campeonato de España”.

Antes de que les sobrevenga un ictus, me apresuro a ofrecerles la clave para desentrañar el galimatías. Como los más perspicaces ya habrán adivinado, aunque la lideresa insumergible habla de “un equipo” en genérico, en realidad se refiere a dos clubes muy concretos. Vean: “Sobre todo si, como ha ocurrido con el Barça y el Athletic de Bilbao las últimas veces en que han llegado a la final, sus seguidores han aprovechado la lógica solemnidad del acto para dar una exhibición de odio al resto de los españoles”.

En resumen, que la tiparraca está pregonando que los pérfidos vascos y catalanes tienen la obligación de regalar la copa al Madrid o, en su defecto, al Atlético. Pues tararí.

Osasuna, qué pena

A 150 kilómetros, lo de Osasuna mueve más a la piedad que a la indignación o, desde luego, la sorpresa. Como representación gráfica, no se me ocurre ninguna mejor que la pintada callejera que mostró el otro día en Twitter el (muy notable) poeta de Burlada Ángel Erro. En una pared anónima, un lúser —creo que ahora hay que escribirlo así— del recarajo y medio había escrito: “Todo me male sal”. Exactamente igual que a la institución rojilla, que no evitó la segunda división a pesar de haberse pulido un dineral en amañar un puñado de partidos, según confesión del lenguaraz e imagino que atribulado exgerente Vizcay. A los cargos que ya pesan sobre los antiguos directivos enmarronados, habría que añadir los de torpeza en grado superlativo y pardillez con balcones a la plaza. A la del Castillo, naturalmente.

Porque esa es otra: hasta donde le alcanzan a uno las matemáticas, diría que para trampear el resultado de un encuentro, sea de fútbol o de ping pong, hacen falta, como poco, dos, el que compra y el que se deja comprar. Dado que, siempre de acuerdo con lo que va trascendiendo, hubo una media docena de trapicheos, nos estamos poniendo en un buen pico de candidatos a declarar en comisaría y/o acabar en prisión preventiva. Ya vemos que, hasta la fecha, los únicos que están pringando son los de la capital del Arga.

¿Se ampliará la cuota de carne de banquillo al resto de los rufianes que participaron en los tejemanejes o las autoridades deportivas y su prima la Justicia española ya se dan por servidas con el costillar del chivo expiatorio que están merendando ante la opinión pública? Hagan sus apuestas.

Qué asco, alé, alé

No han pasado ni tres meses de las lágrimas de cocodrilo, los golpes de pecho y la indignación de plexiglás. Tras el asesinato de un hincha del Dépor a manos de una jauría de miembros del Frente Atlético, el fútbol patrio(tero) tocó a rebato. Se suponía, y así se cacareó, que aquello era el non plus ultra. De ahí en adelante, los energúmenos serían expulsados de los estadios y se perseguiría con lupa de un millón de aumentos cada acto reprobable que tuviera lugar en las gradas. El listón se puso tan ridículamente bajo, que en el campo del Villarreal fue requisada una tosca pancarta en la que se leía “Sexo, gol y Finnbogason”. Medio diapasón más arriba, la farisea Liga de Fútbol Profesional puso en búsqueda y captura a unos aficionados que habían coreado en el Camp Nou “Cristiano Ronaldo, borracho, oé, oé”.

Comparen ese cántico casi infantilón dedicado al astro portugués con este otro que se entona en el Benito Villamarín en cada partido para animar a un jugador del Betis al que se le piden dos años de cárcel por malos tratos a su exnovia: “Rubén Castro, alé, alé, no fue tu culpa, era una puta, alé, alé, lo hiciste bien”. Aunque fue el pasado fin de semana cuando saltó la noticia, provocando el fingido escándalo de dirigentes del club sevillano y de mandamases del deporte español, lo cierto es que hace ya muchos meses que esa atrocidad se berrea ante el silencio cómplice general. Silencio nauseabundo que incluye a la directiva bética, al cuerpo técnico, la plantilla en pleno, la afición verdiblanca con honrosas excepciones, y desde luego, a la prensa local, que ha hecho literalmente oídos sordos. Alé, alé.

Frente asesino

Asquean ya las lágrimas de cocodrilo y los lutos de pitiminí, como si fuera la primera vez que el Frente Atlético se cobra una vida y estuviéramos descubriendo ahora que el llamado deporte rey da cobijo y coartada a incontables matones fascistas. “No representan al Atlético de Madrid”, farfulla el presidente del equipo que lleva tres décadas amparando —cuando no promoviendo y alentando— a los integrantes de esta mugre sanguinaria y descerebrada. ¿De qué estadio, sino del Calderón, son las gradas que vemos pobladas de rojigualdas con el pollo y toda la quincallería iconográfica totalitaria que, por ejemplo, en Alemania supondría a quien la portara ir de cabeza a la cárcel? ¿En qué campo, más que en el de la ribera del Manzanares, cuando juega la Real (o incluso Athletic u Osasuna), unos malnacidos jalean a mala hostia el nombre de Aitor Zabaleta, asesinado hace 16 años por uno de sus criminales?

Así que menos excusas birriosas, camisa vieja Cerezo, que esos tipejos ejercen, con su bendición, de siniestros embajadores de su club. Peor que eso: son su mimado brazo armado, la Legión Cóndor para acojonar a los rivales en el césped y a sus seguidores en el graderío y en las calles. Desde su nacimiento han contado no solo con su respaldo y el de sus antecesores en el palco, los franquistas recalcitrantes Jesús Gil o el patriarca Vicente Calderón. También las plantillas han alimentado a la bestia. Soy incapaz de recordar —y si lo hay, rectificaré gustosamente— un solo jugador o entrenador colchonero que haya dicho media palabra contra los fanáticos facciosos que les dan su aliento desde el fondo sur.