Del folletón de Espinar Junior, la parte que más me divierte es la insinuación de que Juan Luis Cebrián es errejonista. ¿Que nadie lo ha dicho así? Nos ha jodido, pero a ver cómo se interpreta la insistencia pabluna en señalar que si la Ser y El País han salido con todo en este asuntejo es porque el joven aprendiz de especulador es su hombre de paja —el de Iglesias, se entiende— en la carrera por hacerse con el esencial aparato de Podemos en la Comunidad de Madrid. Dado que la candidatura rival con más posibilidades es la avalada por Iñigo Errejón, no hace falta ser Einstein para concluir que lo que se deja caer es que el mentado resultaría beneficiado por el escándalo de andar por casa que se ha montado.
Yendo un poco más lejos pero no mucho, la sugerencia final que planea en el éter es que los pormenores de la trama y la documentación correspondiente han salido del bando adversario. Y una vez más, a Iñigo no le queda otra que callar y tragar quina ante la envolvente perfecta. Por feo que le parezca el comportamiento del siempre turbio Espinar Hijo en este y en otros mil asuntos, está obligado no solo a morderse la lengua sino a salir en su defensa. Eso, mientras ve cómo el efecto piña tan fácil de instilar en la masa acrítica morada hace subir las posibilidades de victoria de la plancha pablista.
Tampoco es que me vaya gran cosa en ello, pero me pregunto cuántos pescozones más va a aguantar Errejón, versión vallecana del santo Job, antes de revolverse y cantarle La Traviata a su perenne abusador. Jordi Évole, gran confesor de políticos con las pelotas hinchadas, tiene ahí un estimulante reto.