La respuesta está en el último CIS. Y no, por supuesto que no me refiero a la parte de tiovivo electoral, con subeybajas cocinados al gusto del encuestador, o sea, de quien controla el gabinete demoscópico presuntamente público. ¿El ascenso estratosférico de Ciudadanos? Meno lobos. Invito a quien tenga humor y tiempo a comprobar cuántas veces el CIS —o cualquier otro barómetro— ha acertado con los naranjitos, da igual prediciendo que se salen del mapa o que se hostian. Ya se lo digo yo: las mismas que en los sorpassos de Podemos al PSOE, es decir, cero.
Por eso digo que no es en esa parte entretenida para las tertulias o los onanismos mentales donde debemos fijarnos. Me parece mucho más relevante el capítulo de lo que la población percibe como principales problemas. Ahí comprobamos ya que inmediatamente después del comodín del paro se ha situado lo que en el cuestionario aparece como “La independencia de Catalunya”. Aparte de que el enunciado da para una tesis —¿Se da por hecho que ya se ha consumado, quizá?—, nos encontramos ante una perfecta y perversa mezcla de causa y consecuencia. Es lo que explica y al tiempo justifica la actuación del Gobierno español.
Haber conseguido que la preocupación tape las otras, empezando por la corrupción, es el primer triunfo. El segundo, más jugoso si cabe, es que esa inquietud de los ciudadanos es traducible en comprensión hacia las medidas más contundentes que se tomen contra los que son identificados como causantes del quebradero de cabeza. ¿Intervención del autogobierno? ¿Cárcel? ¿Huida? Lo que sea, con tal de acabar con lo que quita el sueño a los españoles.