Mientras nos entreteníamos con el enésimo intercambio de navajazos en la cúpula del trueno podemil, descuidábamos lo que ocurría al fondo a la derecha. Es decir, en las cada vez más hondas profundidades cavernarias. Menuda bacanal ultramontana, la del recinto ferial de Ifema, allá en la villa y corte, con un Mariano Rajoy, no les digo más, que pareció, como poco, un socialdemócrata civilizado en comparación con la media exhibida por sus todavía conmilitones del Partido Popular. El ratazo que pasaría desde la nube negra en que esté el padre fundador de la cosa, Don Manuel Fraga Iribarne, al verse invocado una y otra vez, como el macho cabrío en los akelarres reglamentarios.
“¡Ni tutelas ni tutías!”, resucitó en el happening pepero la frase del abajofirmante de sentencias de muerte. Primero la soltó ante un ramillete de alcachofas el mingafría y morador de yates de narcos que atiende por Alberto Núñez Feijoó. Luego, ya desde el estrado y con el fondo de un banderón rojigualdo más grande que su ego, la repitió el probado trolero José María Aznar López, con la autoridad de haber sido, 30 años atrás, el destinatario de aquella martingala de Fraga. Como en las sectas y en los clanes mafiosos, se repetía el ritual de traspaso del mando, con la peculiaridad de que el verdadero antecesor, el arriba mentado Eme Punto, quedaba hecho luz de gas. La lectura es bien sencilla: este PP de Pablo Casado es, no ya ese de hace tres décadas que recibió Aznar, sino directamente la rancia y casposa Alianza Popular que inscribieron en el registro de partidos el gallego aullador y otro puñado de recalcitrantes franquistas como él.