Rajoy, traidor

Va de vídeos. Si ayer les animaba a fisgar los del PP que tan bien reflejan las enseñanzas del Manual del perfecto canalla, hoy les recomiendo que hagan lo propio —o quizá, lo impropio— con las más recientes producciones fílmicas de la AVT. Son cinco piezas reiterativas como el repertorio de Melendi, así que, igual que en el caso anterior, les recomiendo que reduzcan la ingesta a una. Más que suficiente, porque todos los engendros visuales atienden al mismo esquema machacón: unas palabras de Rajoy (o de Fernández Díaz) manifestando su firmeza contra ETA tienen el contrapunto de un salpicado de imágenes de Uribeetxeberria Bolinaga, recibimientos a presos o titulares de prensa sobre salidas de la cárcel. Como remate, se estampa un sello con la palabra “Traición” en caracteres XXL y se anima a acudir a la manifestación de mañana en la madrileña plaza de Colón —dónde si no—, bajo el lema, justamente, “No más traiciones”.

Manda un congo de narices que lo que los detentadores del monopolio del dolor califican como inmensa felonía sea la aplicación de una legalidad que, ya de origen, se hizo (o se manipuló) a la medida de su afán de notoriedad y su sed de venganza. Como esa sed es insaciable, su queja es literalmente de vicio y jamás podrá ser satisfecha por el atribulado Gobierno español.

Esa es la parte que sería cómica si el fondo no fuera trágico. Mariano y su comanda no reparan en operativos policiales pirotécnicos, presiones a los jueces, toquiteos de leyes y atropellos sin cuento con el único objeto de calmar a la talibanada pseudovictimil. Y todo lo que consiguen es que les llamen traidores.

¡Dentro vídeo!

Si todavía no les ha dado por ahí, les animo a echarse a la retina alguno de los vídeos de la nueva campaña del PP. Ojo, que digo alguno; como se traguen los siete, se arriesgan a un lavado de estómago y/o cerebro. Bastará con el primero que se difundió, que según mis entendederas, viene a ser resumen y corolario del resto, amén de perfecto contenedor de la consigna que se pretende inocular en el cerebelo del respetable: “Aún (nos) queda mucho por hacer”.

Ese santo y seña tiene su qué, efectivamente, pero es cuestión menor al lado de la parte formal de los anuncios de marras. El gran hallazgo, que en realidad es una copia de otras varias copias que ya se han utilizado en publicidad y propaganda para vender motos diversas, está en la puesta en escena y, especialmente, en los intérpretes. En calidad de tales figuran Mariano Rajoy, María Dolores de Cospedal, Carlos Floriano, Javier Arenas y Esteban González Pons. Como si no hubiera cámara, el quinteto de mandarines genoveses —¿dónde está Soraya SdeS, por cierto?— conversa en confianza y tono de mecachislaporra sobre lo que les cuesta colocar su mercancía a la plebe eternamente insatisfecha. En lugar de soltarlo así, claro, lo disfrazan de “a lo mejor somos nosotros, que lo comunicamos una gotita regular”.

¿Habrá quien comulgue con semejante rueda de molino? Seguramente, ni ustedes ni servidor estamos capacitados para contestar a tal pregunta. Concluiríamos a bote pronto que no solo no nos surte efecto, sino que nos provoca mala leche, risa o ambas. Ocurre que el vídeo no está pensado para personas como nosotros, signifique esto lo que signifique.

Pablo arregla lo de Catalunya

(Sí, estoy obsesionadísimo, mis pesadillas son en color nazareno y con circulitos candentes impactando a todo trapo sobre mis nalgas. Reconocido lo cual, yo a lo mío, que es teclear, y que sea lo que Gramsci quiera.)

Miren quién le va a solucionar el problema catalán a Mariano. Cual Mesías redivivo, Pablo Pueblo (y que me perdone Rubén Blades por el robo) se llegó al territorio hostil para llevar a sus revoltosas gentes la buena nueva, que no era tan nueva, sino un calco de lo que lleva diciendo, por ejemplo, Patxi López desde antes de irse de Ajuria Enea. Las hemerotecas, o sea Google, les confirmarán que en más de dos y en más de tres mítines, el portugalujo ha soltado que hay que tender puentes en lugar de levantar muros, sin que se vinieran abajo los pabellones ni conseguir que a la prensa diestra —la de la casta con más solera— se le hiciera el tafanario Pepsicola… bien es cierto que no tanto como con la otra frase que al unísono eligieron para titular: “No quiero que Cataluña [sic] se vaya de España”. Desde su tumba, Josep Pla se descogorciaba de la risa pensando lo atinado que estuvo al sentenciar que lo más parecido a un español de derechas era un español de izquierdas.

Hablando de izquierdas, me pregunto si la que se apellida autodeterminista, soberanista o independentista ha terminado de caerse del guindo respecto al fenómeno de la formación emergente. Tantas Fantas pagadas al simpático rapaz en tiempo no muy lejano, para que en cuanto se hace un hombrecín, le atice un cachete de escándalo al líder de la CUP, David Fernández, afeándole que un día se abrazó, qué delito, con Artur Mas.

426 euros

La España de Los santos inocentes no pasa de moda. Qué magnánimos son los señoritos del cortijo, que en vez de gastárselo en aeropuertos sin aviones o juguetes de matar, dan una limosna a esos menesterosos que para no ofender la sensibilidad de los castos y pacatos llaman “parados de larga duración”. 426 euros al mes hasta junio, a ver si pican, y en mayo florido estos desgraciados echan en la urna la papeleta correcta. Populistas, ya saben, son los otros. Los dueños del trigo no tienen que predicar; les basta soltar unos granos en el suelo y convocar a las gallinas: pitas, pitas, pitas…

¡Ayuda! Nos colocan como ayuda un miserable aguinaldo durante medio año que, para colmo, ni siquiera llegará a la inmensa mayoría de sus teóricos destinatarios. De entrada, despídanse los parados de las demarcaciones autonómica y foral de Euskal Herria, porque el óbolo es incompatible con los respectivos sistemas de protección básica. Eso viene en la letra pequeña, junto a dos docenas de excepciones que limitan hasta el mínimo el número de posibles beneficiarios.

Lo tremendo, aunque no sorprendente a estas alturas de la claudicación sindical impúdica —¿o se trata de venta sin matices?— es ver en la foto del acuerdo las jetas de los barandas de UGT y Comisiones Obreras, más sonrientes incluso que Rajoy, Báñez y la dupla patronal, compuesta por Rossel y su antagonista Garamendi. Si esos son los agentes sociales, mejor no saber cómo serán los antisociales. En los días en que estamos, la imagen ilustraría perfectamente un christmas: Méndez y Fernández Toxo, qué pena y qué rabia tan grandes, posando en su pesebre.

Ministro Alonso

Hay primeras rebanadas del pan de molde con mejor currículum que Alfonso Alonso para hacerse cargo de la cartera ministerial de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Cierto que, en ese sentido, en poco se diferencia de la mayoría de los integrantes del estrafalario gabinete de Rajoy, a cada cual más incompetente. A estas alturas de la legislatura, ya nos ha quedado claro que el presidente plasmático no escoge a su guardia de corps por sus capacidades, sino atendiendo a razones más retorcidas. Le sirven especialmente los de piel y mollera duras, con ego de talla triple XL, sentido legionario de la disciplina y disposición ciega a parar con su cuerpo las balas dirigidas a su amo y señor.

Todas esas son facultades que adornan, hasta por exceso, a Alonso, un tipo que desde su más tierna infancia soñaba con ser lo que le acaban de nombrar: ministro, lo de menos era de qué. Es gracioso que sin distinguir una aspirina de una onza de chocolate y fumando —también en público— como un carretero o un personaje de Mad Men, el señorito le haya encajado justamente en Sanidad. Simplemente, las cosas se han dado así. Era la vacante que había. Si en lugar de Mato, hubiera caído otro pichón gubernamental, el vitoriano también habría sido el repuesto.

Por ese lado, la elección contiene algo así como la declaración de últimas voluntades del PP. Intuyendo que no queda casi nada para ser desalojado de Moncloa, Mariano —se dice que con la intercesión de Soraya— ha querido premiar a título casi póstumo a su más abnegado, entregado y sumiso servidor. La lección es que en política la forma más efectiva de trepar es reptando.

Corruptos son los otros

Rajoy en el Congreso de los diputados clamando contra la corrupción y anunciando un ramillete de medidas para —¡a estas alturas!— erradicarla. Es Hannibal Lecter promoviendo la dieta vegana, Simeone abogando por el juego limpio o el director general de Mediaset despotricando sobre la telebasura. Otro récord sideral de la hipocresía pulverizado, sí, pero cuidado, que el presidente español y la santa compaña de la gaviota no son los únicos participantes en estas nauseabundas olimpiadas de las jetas de alabastro y los morros que se arrastran por el suelo.

Bien sé que esta columna me quedaría de cine y sería jaleada con entusiasmo si la dedicara en su totalidad a sacudir al Tancredo de Pontevedra, espolvoreando una gracieta sobre la laminada Ana Mato por aquí y una carga de profundidad sobre cualquier otro zascandil pepero por allí. Mil contra uno a que la mayoría de escritos que verán sobre la cuestión en la prensa no adicta serán del género atizador. No digo que no procedan ni que carezcan de sentido, pero sí que estos textos de carril no van más allá del desfogue momentáneo. Cuando se pasa el efecto balsámico de los adjetivos punzantes contra el pimpampum oficial, todo sigue exactamente igual que antes. Y ahí incluyo lo muchísimo que no se quiere ver ni decir sobre determinados chanchullos, trapicheos y pillajes cuyos perpetradores resultan cercanos. O, peor todavía, la defensa a muerte de esos comportamientos impresentables negando evidencias estruendosas y refugiándose en patéticas soflamas victimistas. Como decía Sartre sobre el infierno, los corruptos y las corruptas son siempre los otros.

De inepta local a mundial

Tarde, muy tarde, debe de estar pensando Ana Mato que tenía que haberse marchado cuando su ceguera voluntaria le impidió ver el Jaguar de su exmarido gurteloso o cuando se supo que una empresa de cazo le compraba el confetti por toneladas. En menos de lo que se gira una puerta, le habrían encontrado una canonjía bien remunerada donde echar a pastar su inconmensurable ineptitud. Con el tiempo y gracias a la humana capacidad de olvido, podría haber vuelto a asomar la cabeza aquí o allá. Quizá no la llamaran para el comité de los Nobel, pero sí para la inauguración de un dispensario en un pueblo del interior de Segovia, que ya sería poner al límite sus (nulos) talentos. O por qué no, para una portada en el Hola, abrazando a su prole ataviada con los uniformes de los colegios más pijos de Madrid y proclamando la serenidad de espíritu alcanzada lejos de la política.

Pero no se fue. Se lo impidió su talibanismo militante y el sado duro que impone Rajoy a sus guiñoles, que no pueden abandonar el teatrillo hasta estar completamente achicharrados o, como Gallardón, recibir la patada final de su propia bota. Fatal decisión que solo ha servido para pasar del campeonato local de la torpeza a la liga mundial de la incompetencia. Hoy el planeta entero sabe —y así lo recogerá también la Historia— que el Ébola se ha contagiado por primera vez fuera de África gracias, en muy buena medida, a la descomunal negligencia de las autoridades (es un decir) sanitarias españolas. Ni dos semanas hacía que la individua en cuestión había proclamado a los cuatro vientos que tal eventualidad era absolutamente imposible.