Si la Historia se repite, la historieta, ni les cuento. Ahora vuelve a tocar la milonga de la eliminación de los aforamientos. Por un ratito, no se crean, que hasta empiezo a sospechar que esto que escribo se está quedando viejo según tecleo. Les dispenso de leerlo, si andan con prisa o les da pereza. No creo que me vaya a salir nada muy diferente a las otras veces en que los prestidigitadores de la política hispanistaní han querido dárnosla con queso sacando el mismo conejo de la chistera. Con todo, reconozco que me sorprendió que lo hiciera Sánchez. De Rivera, vendedor de humo compulsivo, trilero sin complejos, no me extraña en absoluto que venga a colarnos la filfa. Que el recién llegado a Moncloa tenga que recurrir tan pronto al birlibirloque da a entender que se le están acabando los fuegos artificiales.
Más allá de eso, las propuestas de la camarilla naranja y del presidente inesperado se parecen en su inmensa racanería a la hora de quitar patentes de corso y en su indisimulada intención de blindar aquellas instituciones y magistraturas del Estado por las que justamente debería empezar la reforma. La cosa tendría que ir del rey (o sea, de los dos reyes, el emérito y su vástago) abajo. Si se buscara que se queden a cuerpo gentil ante la Justicia, como estamos el resto de los mortales, todos y cada uno de las miles de personas que actualmente mantienen ese privilegio (algunas, ojo, contra su voluntad), cabría tomarse en serio la propuesta y cada quien quedaría retratado. Pese a mi largo carrerón de vaticinios fallidos, aquí sí me atrevo a apostar que eso no lo verán nuestros ojos. Ojalá me equivoque.