Cospedal (re)niega

Como bien saben los casanovas entrenados y las abejas de polinización múltiple, en la tesitura de ser pillado in fraganti, no hay ninguna salida mejor que negar la evidencia. Descartado de saque el noble reconocimiento de la falta y la aceptación de sus consecuencias, primero hay que probar con “Esto no es lo que parece” o “Cariño, puedo explicártelo todo”. En ocasiones —así de mendrugos somos los humanos— hasta cuela, pero si no es el caso por culpa de la reiteración u otra circunstancia concurrente, se hace imprescindible encomendarse a Judas y jugar la última carta, que es la del no, no, no y mil veces no.

Adviértase que el único modo de que surta algún efecto es poner todos los sentidos en ello. De poco sirve una actuación de aliño o lloriquear a lo Boabdil. Tiene que ser una función completa, que alterne sin transición las caras de muy mala hostia con sonrisas beatíficas y los golpes de pecho con unos cuantos mohínes y una dosis medida de cucamonas. Ahora bulldog, ahora chihuahua. Suavidad de terciopelo en guante de hierro y viceversa. Es vital pasar en un segundo de ofensor a ofendido. Conjura, maquinación, complot, mano negra, maniobra orquestada, vil confabulación. Que parezca a cualquier precio que son las malvadas liebres las que se arrojan ruinmente contra las inocentes escopetas. Que parezca, en el mismo viaje, que se tiene la casa como los chorros del oro y que el cante a chotuno de los cadáveres en el armario es agua de rosas. Y como remate indispensable, una buena ristra de amenazas. Pleitos, querellas, denuncias, litigios a granel contra cada hijo de vecino que se atreva siquiera a albergar una sospecha infinitesimal. A ver quién tiene más huevos o mejores abogados.

Tal que así se empleó ayer María Dolores de Cospedal en una comparecencia de antología. Lo dio todo, absolutamente todo, sobre el atril. Lástima que no convenciera ni a los más cándidos del lugar.

Tirar de argumentario

No todo va a ser encabronarse. Hasta a las situaciones que provocan mala sangre y peor bilis se les puede encontrar un par de aristas cómicas como desfogue. En el caso del aguacero de ponzoña que se ha desatado sobre el PP, uno de esos divertimentos colaterales consiste en descubrir la consigna de la jornada. Ya desde la primera mañana en que Pedro Jota abrió la espita admonitoria, salieron del paritorio de mantras de la calle Génova un par de folios con las pildoritas que los peperos debían introducir en su discurso defensivo. Como no se le pueden poner puertas al campo y menos a internet, las papelas con el logo de la gaviota, en principio destinadas al consumo exclusivamente interno, circularon a tutiplén para regocijo y/o vergüenza ajena del personal. Tiene bemoles que a mujeres y hombres hechos y derechos les tengan que poner por escrito que reciten, por ejemplo, lo siguiente: “El PP supo la existencia de estas noticias al mismo tiempo que los medios de comunicación”. Toma alarde de creatividad.

El resto de los despejes a córner del decálogo son de parecido pelo y nos las han ido machacando en sus parraplas más o menos atribuladas portavoces de toda graduación del partido señalado, desde Rajoy en persona al último concejal de parques y jardines con carné. Eso sí, con una cierta metodología y de acuerdo con los pitidos de un silbato que cada día ha ido indicando en qué martingala había que concentrarse. Piiiiií: Bárcenas se dio de baja como militante. Piiiiií: somos tan transparentes que vamos a encargar una auditoria externa y una investigación de puertas adentro. Piiiiií: preguntar por los sobres es una ofensa inadmisible. Piiiiií: El PSOE también tiene mucho que explicar.

La letanía ahora mismo vigente es una especie de resumen y corolario de todas las demás. Sostiene que es injusto generalizar y que la mayoría de los políticos son honrados. Y nosotros, queriendo creerlo.

Lo que vale un rodillo

El PP rechaza que Mariano Rajoy explique en el Congreso el caso Bárcenas. El PP rechaza que Mato comparezca para explicar su gestión en el ministerio. El PP rechaza que Soria explique los últimos cambios tarifarios. El PP rechaza que los ministros expliquen los informes sobre cuentas en Suiza. El PP rechaza que Pastor explique la eliminación de subvenciones al transporte. El PP rechaza que Gallardón aclare ya en el Congreso cuándo se eximirá de tasas judiciales a las víctimas de maltrato. El PP rechaza que Montoro adelante datos sobre el déficit. El PP rechaza que Morenés aclare en el Congreso su discurso de Pascua Militar. El PP rechaza que Arias Cañete comparezca por la ley de la cadena alimentaria. El PP rechaza que Fátima Báñez detalle sus intenciones sobre el Plan Prepara. El PP rechaza que el Banco de España hable del informe de sus inspectores. El PP rechaza un Pleno del Congreso sobre el presupuesto europeo.

Todo eso, se lo juro por el churumbel de Piqué y Shakira, es cosecha de una sola tarde. Concretamente, la del pasado martes. Cuando salió el tercer teletipo con el mismo encabezado, me dio por empezar la colección y, como ven, llegué hasta la docena. Ahora vayan al manual de instrucciones de la democracia parlamentaria y lean que una de las funciones principales del poder legislativo es ejercer el control sobre el poder ejecutivo. Y luego, acudan a los periódicos de hoy mismo a enterarse de que en esa misma cámara ninguneada comparecieron ayer unos expertos para ilustrar a sus señorías sobre una tal Ley de Transparencia que se cuece a fuego lentísimo. Lo siguiente es a su elección: o les da un ataque de risa histérica o se ponen a llorar desconsoladamente. ¿Vale agarrarse un rebote del quince y acordarse de un centenar de árboles genealógicos completos? Pues también. Lo único que les pido es que la próxima vez que tengan un voto en la mano piensen para lo que sirve. O no.

Operación Esperanza

Ejercicio de agudeza visual: ¿A qué dirigente del PP no solo no se le ha puesto la cara de hemorroides salvajes que lucen sus compañeros de Ejecutiva, sino que anda por ahí como las castañuelas de Marisol cuando cantaba Venga jaleo, jaleo? Tienen su nombre de pila en el título de esta columna, pero si han prestado unos gramos de atención a los últimos episodios de la tragicomedia gaviotil, la pista estaba de más. Bien poco se ha preocupado la talentuda Aguirre en disimular que mientras Rajoy, Cospedal, Soraya SS y resto de nomenclatura oficial pasan las de Caín para explicar lo inexplicable, ella disfruta como un cochino en un lodazal.

Con un par de narices, recién abierta la llaga purulenta de los sobres, fue la primera en hacerse la ofendida y pedir que rodaran cabezas. “¡La gente está harta, y con razón!”, bramó en una interpretación de Oscar al rostro más pétreo. Ayer mismo volvió a la carga desde los micrófonos de su protegido y a la vez protector para exigir una regeneración interna de su partido. Igualico que el gendarme de Casablanca escandalizándose de que se jugara en el garito de Rick, donde él mismo echaba sus timbas. Y para rematar la actuación, en su calidad de lideresa no depuesta del PP madrileño, nombra inquisidor anticorrupción a Manuel Pizarro, aquel que tras hacerse de oro en Endesa, pasó de fichaje estrella a diputado estrellado en la bancada pepera. Paisano y amigo íntimo del antes mentado latigador de las ondas, por cierto.

Hubo quien, con ingenuidad digna de mejor causa, celebró la publicación de la (presunta) cochambre del extesorero en determinado diario como un emocionante gesto de independencia periodística recobrada. La explicación, me temo, es más prosaica: cobro de deudas pendientes desde aquel congreso de Valencia en que fue fumigada la vieja guardia del aznarato. Superviviente a duras penas de la escabechina, Esperanza Aguirre vuelve para vengarse.

Nunca pasa nada

Abandonemos toda esperanza. Esta vez también pasará lo de siempre, es decir, nada. Como muchísimo, el PP soltará de la mano al tal Bárcenas y lo dejará caer solo al precipicio, tratando de hacernos olvidar —y tal vez consiguiéndolo— que hasta la fecha lo ha defendido con atroz numantinismo. Ya lo estoy viendo. Lo venderá de tal modo que incluso dé la impresión de que actúa impulsado por la más firme de las determinaciones. Más aún: se presentará como doliente y decepcionada víctima de la confianza depositada en una persona que nadie hubiera dicho que pudiera salir tan malvada. ¿Que un día Rajoy soltó con gesto grave y solemne que jamás de los jamases se llegaría a probar la culpabilidad de su extesorero? ¿Que anteayer como quien dice María Dolores de Cospedal se hacía la digna jurando, o sea, perjurando, que dimitiría sin pensárselo dos veces si apareciera en Suiza una cuenta de algún pez gordo de su partido? También de eso tenemos costumbre. Esas piezas quedarán a beneficio de hemeroteca para que nos las pasemos escandalizados por Twitter y nos encabronemos un poquito más. Consecuencias, cero.

Y tampoco llegará a ningún sitio lo del casuplón comprado a tocateja y en gris oscuro en Estepona por el presidente de la Comunidad de Madrid. Ni lo de la esposa del antedicho, contratada generosamente por la patronal madrileña para unos bisnes en Bruselas. Ni el fichaje del polienmarronado Rodrigo Rato y Figaredo por la misma Telefónica que ayudó a privatizar cuando llevaba cartera de ministro. Ni lo del indulto firmado por Ruiz-Gallardón al tipejo representado por la firma de abogados que le paga al hijo del antiguo progresista disfrazado. Ni siquiera el fisgoneo indecente del despacho de Esquerra Unida en la Diputación provincial de Valencia en que fue descubierta una insigne señoría pepera que dijo estar comprobando si habían pasado los servicios de limpieza. Nunca pasa nada. Nunca.

De indultos e insultos

Dime a quién indultas y te diré quién eres o, por lo menos, lo que pareces. Otra cosa, claro, es que te creas tan por encima del bien y del mal, que te importe un bledo, como por lo visto le ocurre al Gobierno español. Menudo carrerón de medidas de gracia sin puñetera gracia lleva. Entre los barrabases premiados por el dedazo magnánimo del señor de Pontevedra y sus escuderos figuran policías torturadores (cuatro hasta la fecha), banqueros corruptos y políticos que metieron la mano hasta el codo. 450 excarcelaciones por la patilla en un año, olé sus barbas. Tal vez porque la colección se estaba volviendo demasiado monotemática o por hacerle un guiño a ese Anacleto apellidado Carromero, el último rescatado de presidio ha sido un asesino a volante armado.

Como estas canalladas se hacen a oscuras en la trastienda y por lo bajini, ni nos habríamos enterado de no ser por la amarga queja de la asociación Stop Accidentes. Y aun así, el asunto se ha ventilado en esquinitas perdidas de la actualidad, allá donde habitan el olvido y la indiferencia social, que es también donde nos las dan todas juntas. Sirvan estas líneas, en su corto alcance, para levantar acta de la enésima aplicación caprichosa de la prerrogativa gubernamental del perdón.

Caprichosa, sí, y algo peor, pues el beneficiado no es alguien que tuvo un mal día, un despiste tonto o cometió una imprudencia menor. Porque le salió de los mismísimos, después de liársela parda a un rosario de conductores, este tipejo, de nombre Ramón Jorge Ríos, invadió el carril de sentido contrario y se pegó una kilometrada sembrando el terror hasta que pasó lo que tenía que pasar. Dejó sobre el asfalto un muerto y una herida grave que todavía padece secuelas. Él, faltaría más, salió ileso. Le cayó una condena de trece años… que no cumplirá porque para Mariano Rajoy y Alberto Ruiz-Gallardón, este terrorista vial merece una segunda oportunidad.

—OOO—

[Después de enviar la columna al periódico, supe que había otros elementos que hacen más turbio el asunto. El hijo del ministro Gallardón trabaja en el bufete que representa al indultado, cuyo abogado es un hermano del exdirigente del PP Ignacio Astarloa.]

Don Tancredo gana

En el jardín de la actualidad proliferan las flores de un día. Lo que hoy concentra todos los focos y los flashes mañana será un recuerdo vago y pasado, menos que eso. El trastorno por déficit de atención es también una enfermedad social o, simplemente, un signo de estos tiempos en los que vamos tan deprisa a ninguna parte. De entre las mil y una tareas de cualquier gobierno, ninguna resulta tan útil para su supervivencia como conocer esta máxima y saber cabalgar sobre las urgencias efímeras en que se basa. Ya que le afeamos tantas cosas al instalado en Moncloa, habrá que reconocerle, sin embargo, un gran destreza, cercana a la maestría, en esta técnica que consiste en hacer la estatua y no inmutarse ante los chaparrones de titulares que se le vienen encima.

Encontramos el último ejemplo, que a estas alturas será solo el penúltimo, en la gestión de la manifestación del sábado pasado a favor —es uno de los enunciados posibles— del cambio de política penitenciaria. Por aquí arriba, hicimos un mundo del asunto, con cruces y contracruces de acusaciones, tarascadas, adhesiones, desmarques, equisdistancias y toda la parafernalia de rigor. Desde sus búnkeres, las huestes cavernarias aprovecharon también para desplegar su cacharrería de rancios epítetos y rasgados rituales de vestiduras. Los únicos que se mantuvieron ajenos a la coreografía, mirando de refilón o ni siquiera eso, fueron los teóricos destinatarios de la movilización convocada. Ni Rajoy ni los ministros de Interior y Justicia, directamente aludidos por lo que se reclamaba en la marcha, se dignaron decir esta boca es mía. Su desprecio consistió en no hacer aprecio. Y salieron con bien del envite.

Es cierto, hubo en la calle decenas de miles de personas. Innegable éxito de asistencia. Pero eso estaba amortizado. A la hora de pasarlo a limpio, estamos exactamente donde estábamos. Una nueva victoria para el tancredismo.