Por enésima vez, la gran mentira de la campaña, que en realidad es mucho peor que la mera falta a la verdad. “Los vascos cobran sus pensiones por la solidaridad de los españoles”. Firma Patxi López, que ha hecho de la mendaz letanía su estandarte en la cacería de votos, junto a la morralla dialéctica del muro de contención y el espantajo de los apellidos. Conclusión preliminar: no se dirige a quienes sabe que ya no podrá convencer para la reelección sino que oposita a secretario general del PSOE. El fin y los medios. Del mismo modo que hace tres años y medio se le vistió de cordero vasquista y transversal —ya hemos visto con qué resultado—, ahora sus monosabios le rellenan con serrín la taleguilla rojigualda y lo sacan a marcar paquete españolero, que es lo que cotiza al alza en un partido a la deriva incapaz de hacerle la menor cosquilla al Gobierno de Rajoy.
No cabría demasiado que objetar a tal aspiración. Como mucho, habría que anotar que en esto, igual que en su promoción primero a líder del PSE y después a lehendakari, él no es más que un extra. La maliciosa broma que ha circulado sobre el anagrama PLL encierra, más allá de la chanza, un retrato muy preciso de una de las personalidades políticas más vacías de la generación actual. La ambición y las ganas de figurar por encima de sus capacidades lo han convertido en un polichinela manejado desde la sombra y a voluntad por el ganador de todos los congresos de su formación, que ahora se ha fijado Madrid como próximo objetivo.
Para quienes la libran, puede que en la batalla por conquistar el desierto de Ferraz valga todo. Si quedara una gota de decencia, sin embargo, debería excluirse el insulto sistemático a los pensionistas. A los vascos, a los murcianos, a los gallegos o a los madrileños. La Seguridad Social no es la beneficencia. Cada perceptor de una pensión se la ha ganado tras años —a veces más de cuarenta— de cotización.