No es la beneficencia

Por enésima vez, la gran mentira de la campaña, que en realidad es mucho peor que la mera falta a la verdad. “Los vascos cobran sus pensiones por la solidaridad de los españoles”. Firma Patxi López, que ha hecho de la mendaz letanía su estandarte en la cacería de votos, junto a la morralla dialéctica del muro de contención y el espantajo de los apellidos. Conclusión preliminar: no se dirige a quienes sabe que ya no podrá convencer para la reelección sino que oposita a secretario general del PSOE. El fin y los medios. Del mismo modo que hace tres años y medio se le vistió de cordero vasquista y transversal —ya hemos visto con qué resultado—, ahora sus monosabios le rellenan con serrín la taleguilla rojigualda y lo sacan a marcar paquete españolero, que es lo que cotiza al alza en un partido a la deriva incapaz de hacerle la menor cosquilla al Gobierno de Rajoy.

No cabría demasiado que objetar a tal aspiración. Como mucho, habría que anotar que en esto, igual que en su promoción primero a líder del PSE y después a lehendakari, él no es más que un extra. La maliciosa broma que ha circulado sobre el anagrama PLL encierra, más allá de la chanza, un retrato muy preciso de una de las personalidades políticas más vacías de la generación actual. La ambición y las ganas de figurar por encima de sus capacidades lo han convertido en un polichinela manejado desde la sombra y a voluntad por el ganador de todos los congresos de su formación, que ahora se ha fijado Madrid como próximo objetivo.

Para quienes la libran, puede que en la batalla por conquistar el desierto de Ferraz valga todo. Si quedara una gota de decencia, sin embargo, debería excluirse el insulto sistemático a los pensionistas. A los vascos, a los murcianos, a los gallegos o a los madrileños. La Seguridad Social no es la beneficencia. Cada perceptor de una pensión se la ha ganado tras años —a veces más de cuarenta— de cotización.

Nada que ofrecer

¿Mayo de 2001 les decía hace una semana? Tachen, tachen. Me había equivocado por dos décadas o más. Hay que irse a los últimos setenta del pasado siglo, con el bajito de Ferrol todavía a medio pudrir bajo la losa de tonelada y media que le pusieron encima, para encontrar con qué comparar el campañón que se están cascando los progenitores -ahora temporalmente separados- del cambiazo. La diferencia es que entonces los periódicos traían tres asesinatos a la semana y trataban de ocultar con poco éxito, porque todo se sabía, las hazañas sin número de incontrolados uniformados o sin uniformar. En esos años, por algo bautizados como los del plomo, tenía su sentido echar gasolina a los discursos, aunque no fuera más que para estar a la altura del tremebundo contexto. Los brazos armados y los brazos hablados tenían que ir a juego. Para nuestra desgracia y nuestra vergüenza, alcanzaron un conjunción que rozó lo perfecto.

Hoy, sin embargo, mientras vamos desprendiéndonos de caspa y telarañas y aun sabiendo que nos queda un trecho largo para dejar de oler a pólvora y sangre, la farfulla incendiaria se sitúa entre el anacronismo y la soplapollez. ¿No han caído en la cuenta los comunicólogos pepepeseros de que hasta los mítines de los que más decibelios gastaban se han vuelto de comunión diaria? Un par de berridos para satisfacer a la parroquia nostálgica y soltar adrenalina, y poco más. El resto, chapa pura y dura, recitado ritual de las chopecientas doce propuestas maravillosas y el cortecito que hay que echarnos de comer a los plumillas.

¿A qué viene, entonces, que los del traje, la corbata y la micción de colonia se pongan como hidras de siete cabezas y vomiten lo más rancio del repertorio? ¿A estas alturas el asustaviejas de los apellidos vascos y castellanos o las caravanas de emigrantes extremeños saliendo por Pancorbo? ¿No tienen nada mejor que ofrecer? Lo triste, sospecho, es que no.

Pues no nos callamos

Nada por lo que sorprenderse. Venía en el manual de media cuartilla en que cabe toda la doctrina árida y pastórida. De hecho, es incluso condensable en una sola frase: aquí te espero, Baldomero o, en adaptación al caso que nos ocupa, arrieritos somos y en el reparto de licencias de radio nos encontraremos. Sobre 32 concesiones, una sola para la segunda emisora privada de este país, una que, puñetera casualidad, lleva el nombre que envenena los sueños de los moradores de lo que por poco tiempo seguirá siendo Nueva Lakua.

Onda Vasca, esa cáscara de nuez que creció a txalupa y luego a velero capaz de navegar contra todos los pronósticos y contra todos los vientos, se ha erigido en Pepito Grillo, china en el zapato y altavoz de las vergüenzas de Patxinia. Comprendo que eso duela, que joda incluso, que te arranque un cagüental al verte retratado metiendo los dedazos en el tarro de la mermelada, como les hemos pillado tantas y tantas veces. Sin embargo, ni de lejos me entra en la cabeza que las verdades incómodas que han difundido nuestras antenas hayan podido traducirse en una inquina tan superlativa como la que nos dispensan. “Esos hijos de puta” es la jaculatoria mínima que nos dedican en los conciliábulos de puño y rosa donde se amenaza con la excomunión al militante que osara tener cualquier trato con el maligno, o sea, nosotros.

Lo que debería haberse gestionado con cintura y técnicas de comunicación básicas —el PP lo ha hecho de cine—, terminó siendo una cuestión personal, casi de honor. Hubo quien se juramentó para acabar con la mosca cojonera aunque fuera lo último que hiciera. Efectivamente, lo último: justo antes de recibir el tremendo patadón que vendrá de las urnas, alguien ordenó acelerar frenéticamente un proceso que iba para largo y, por malos, nos han castigado sin frecuencias. Se acusa la patada en la espinilla y se devuelve con una sonrisa sardónica; no nos callamos.

Frentismo todavía

A los gurús electorales del PP y el PSE se les ha vuelto a parar el calendario en mayo de 2001. Qué cansino, para los que nos gustaría empezar a mirar de una vez a mañana, encontrarse de nuevo bajo el aguacero de lemas bañados de rojigualdina rancia. Qué patético, para los que nos vierten encima toda esa cacharrería dialéctica de repertorio, que su esfuerzo vaya a ser en vano. O peor incluso: que en su obcecación estén llenando de votos la urna de enfrente. Si les interesara un poquito más cómo respiran los ciudadanos que se quieren camelar, ya habrían aprendido que en esta tierra usamos las papeletas a la contra casi mejor que a favor. Como se te vaya la mano movilizando a la parroquia propia, el día del recuento te puedes encontrar con que has activado a dos de los otros por cada uno de los tuyos. El “Si tú no vienes, ganan ellos” es reversible. Al tiempo, si alguno no se arrepiente de haber escupido al cielo. La historia de los comicios vascos está a reventar de tiros que salieron por la culata.

Por lo demás, no se dan cuenta —o no quieren hacerlo— de que al frentismo se le ha pasado el arroz. La martingala de los muros y los diques de contención no vende una escoba en un lugar donde, si algo tenemos claro, es que estamos hasta las narices de que nos quieran tapiar el horizonte. Pueden quedar cuatro o cinco incombustibles de la santa unidad de la nación española, pero esos ya vienen convencidos de fábrica y son de sufragio fijo. Es entre el resto donde hay que captar clientela. Veremos si me equivoco el día 21, pero juraría que en esos caladeros no funciona el recurso del dóberman sabiniano ni la amenaza de las cien mil plagas que nos sobrevendrán a la media hora de una victoria de los malvados soberanistas.

Se entiende que el PP, con su pánico a abandonar el confortable búnker, siga colocando esta mercancía pasada de fecha. Que lo haga también el PSE escapa a mi comprensión.

Salir a perder

Para que luego digan que no hay hecho diferencial. Si seremos peculiares los vascos de la demarcación autonómica, que hasta las campañas electorales se hacen contra el canon. Tampoco exagero. Las de los anteriores 30 años, cada una con sus rarezas y hasta con sus trampas —recordemos que no siempre se han podido presentar todas las formaciones—, han podido entrar dentro de la convención. Es en esta que estamos arrostrando con las poquitas fuerzas que nos quedan en la que se ha roto el principio básico según el cual los que porfían por gobernar dirigen su garrota al que ha estado en el poder. A la recíproca, el que quiere conservar la poltrona monta un alcázar desde donde, además de aventar una loa exagerada de sus grandes logros, vierte aceite hirviendo y exabruptos sobre los asaltantes. De catón, pero como digo, en esta ocasión, tal vez para que quede probado que somos el gran oasis de la I+D+I, los estrategas se han puesto creativos y la cosa funciona exactamente al revés.

Tan al revés, que cualquiera sin conocimiento previo que aterrizara hoy en esta Patxinia en liquidación por cese de negocio y viera qué se berrea en los mítines y en los anuncios daría por por hecho que el que ha estado mandando es quien ha pasado tres años y medio de fría y cabrona oposición. Bonito caramelo envenenado para Iñigo Urkullu —que llega a la carrera de aspirante y además, novato— haber sido investido por sus propios rivales como la rueda a seguir o, menos finamente, la espinilla a patear.

Los doctores de Sabin Etxea se las van a ver figurillas para bajar la posible fiebre victoriosa inducida. Me llena de curiosidad saber cómo se gestiona en boxes una lehendakaritza de humo. Pero aun me intriga más el porqué de la patética táctica perdedora de los dos partidos —sí, Basagoiti, el suyo también, no disimule ahora— que han sostenido la makila. Ni siquiera para el final reservan un gramo de dignidad.

Con mano izquierda

Ahora que, previsiblemente, Gemma Zabaleta va a disponer de más tiempo, me permito el atrevimiento de recomendarle un libro. Se titula Con mano izquierda y lo escribió, oh sorpresa, ella misma junto a su compañero de filas e idealismos Denis Itxaso. Palabra que no pretendo ser irónico ni hacer una guasa. A los que vamos por la vida dejando el pensamiento impreso nos ocurre con frecuencia que olvidamos lo que alguna vez salió de nuestra pluma o nuestro teclado. De pronto, un día vuelve a caer en tus manos por cualquier azar o, tal vez siguiendo las leyes del caos ordenado, y te sientes Proust delante de la madalena. Ahí sale, a veces con extrema crueldad, quien fuiste y ya no eres. Puede ser un trago muy duro, pero si vences la tentación de apartar la vista, el premio es recordar de golpe muchos cuándos, varios cómos y, allá al fondo, un porqué. Con cierta probabilidad, tu porqué, ese que se ha ido diluyendo por el paso de los calendarios, las pequeñas claudicaciones que engendran otras cada vez mayores, los sobreentendidos, la obediencia debida, la inercia o el puntito de pereza y apuro que te da ser siempre la nota discordante.

Han pasado diez años desde la publicación de aquellas páginas. Un mundo o un suspiro, según se mire. Eran en su partido los tiempos del post-redondismo más cerril, para colmo, enrabietado por la dolorosa derrota del mayo anterior. Como siempre, Ares era el dueño del botón nuclear. López —mi memoria no falla— también atendía por Patxi-sí-señor. Por sorpresa, una minoría ínfima con Zabaleta a la cabeza dio un paso al frente y presentó su candidatura a la secretaría general con un discurso que entonces sonaba a herejía. Perdió con estrépito ante el aparato, pero no fue en vano del todo. Parte de sus ideas, convenientemente descafeinadas, pasaron a ser bandera de un PSE que empezó a virar el rumbo. De lo que sobrevino después, seguro que se acuerda ella mejor.

Aguirre vive

Pensé que era el tuit de un bromista o el de uno de tantos malintencionados que se divierten provocando: “EH Bildu reivindica el legado del lehendakari José Antonio Aguirre”. Luego llegó una segunda versión, una tercera y, finalmente, poco más o menos la misma frase lanzada al aire desde la cuenta oficial de la coalición. Ya para ese momento, las agencias y los periódicos digitales contenían más datos del acto donde se habían pronunciado esas palabras, incluyendo el que terminó de despedazarme los esquemas: el marco de la inusitada declaración fue el hotel Carlton de Bilbao, sede de aquel gobierno nacido en las duras y que jamás conocería las maduras. Simbolismo cuidado hasta el último detalle.

¿Qué ha pasado para que la izquierda abertzale rehabilite al “tibio” Aguirre —“más que chocolatero, fue un pastelero ideológico”, llegué a escuchar sobre él a un historiador de esa tendencia—, al hombre al que colgaron el baldón de “traidor de Santoña”, además de meapilas, amigo de los nazis, chivato de la CIA y tan españolazo que pudo ser presidente de la República en el exilio? La interpretación que más he leído en estas horas es que se trata de una estratagema electoral para levantarle un puñado de votos al PNV. Es verosímil, aunque a mi me gustaría pensar que esta especie de caída del caballo camino de Damasco tendrá más recorrido.

Si fuera así, estaríamos ante una gran noticia. Recuérdese que hace un año, en la conmemoración del 75 aniversario del primer Gobierno vasco, Patxi López y notables dirigentes del PSE también propusieron a Aguirre como ejemplo a seguir, pasando por alto que fue su partido quien tiró las mayores zancadillas a aquel ejecutivo. Sumemos —ya sé que es lo que se nos da peor— y tendremos que las tres fuerzas que representan la abrumadora mayoría vasca están de acuerdo, con sus matices, en que debemos aprovechar y seguir esa lección del pasado. Ojalá sepamos hacerlo.