La misma noche electoral, Santiago Abascal le dijo entre risotadas al cabeza de lista de Vox, Juan García-Gallardo, que se le estaba poniendo cara de vicepresidente. El tiempo (el poquito tiempo; ni un mes, en realidad) le ha acabado dando la razón al caudillín de Amurrio. Su sucursal castellano-leonesa pilla de una tacada esa vicepresidencia, tres consejerías y, de propina, la presidencia de la Asamblea. Da entre pena y risa recordar al políticamente difunto Pablo Casado jurando que no les iba a caer esa breva a los ultramontanos. El plan inicial era que Vox entregara sus votos gratis et amore o repetir las elecciones. Lo despiporrante es que el líder del PP en el terruño y aspirante a la reelección como presidente se mostró todavía más tajante. Por encima de su cadáver iba a compartir Mañueco gobierno con los abascálidos. Ya ven lo poco que dura un “no es no” en la política española.
Y ya ven de paso cuál ha sido la primera decisión importante del virtual (pero ya en ejercicio) presidente del PP, el muy moderado Alberto Núñez Feijóo. Si a alguien le sorprende, que se empolle un poco más al personaje. Si algo es el gallego (además de gallego), es un fuera de serie en materia de cabalgar contradicciones. Esta no le va a pasar factura. Primero, porque se va a olvidar echando leches. Segundo y más importante, porque a los votantes de a pie del PP no les incomoda en absoluto compartir gabinete con Vox. Al contrario, lo ven como el reencuentro de miembros de la misma familia que se habían distanciado un tanto. Si lo piensan, lo cierto es que Vox ya había gobernado en Castilla y León: cuando todavía formaba parte del PP.