La furgoneta fantasma….

Foto: elgranapagon.blogspot.com

Uno de los muchos productos que han desaparecido del mercado con el paso del tiempo o bien han cambiado de  nombre, ha sido el “blancoespaña”. Recuerdo el arduo trabajo que suponía andar con el pincelito pintando las juntas de los azulejos y esperar a que secase, para limpiar los restos del susodicho.

Esto viene a cuento de un comentario que me hizo mi amigo Jose el otro día al recordar a los charlatanes de La Casilla. Parece ser, que por esas épocas y coincidiendo los domingos con los vendedores, en dicha plaza aparecía una furgoneta con los cristales traseros y laterales pintados por dentro con “blancoespaña”, de forma que no se veía nada de lo que ocurría en su interior. El público expectante, se agolpaba formando corrillos, intentando adivinar quién iba a ser el “afortunado”. El artista, desde dentro de la furgoneta y a través de un agujero observaba a la gente, elegía a uno y comenzaba a pintarle la silueta en el cristal por dentro, el dedo iba dando forma a una cara, el asombro era general, y el juego consistía en adivinar de quién era ese rostro que poco a poco iba apareciendo. El pintor era bueno y la caricatura salía genial, de forma, que una vez descubierto, al “retratado” no le quedaba más remedio que pagar al pintor por la obra de arte entre el regocijo y admiración del resto de concurrencia.

Parece ser que esta operación la repetía con tres o cuatro personas más ya que esa era la cantidad de cristales pintados de blanco que le quedaban. Acabada la faena, el “genio” se marchaba con la furgoneta a otra parte, no sin antes haber vuelto a pintar por dentro los cristales con su “blancoespaña”.

Para que luego digan que la era “digital” es la de ahora, que sabrán estos “txotxolos”.

Agur

Mercedes, cigueñal roto, barata….

foto: forocoches.com

Este título, tan inocente, pero mal situado en unos anuncios por palabras, puede dar muchos quebraderos de cabeza.

Este sucedido, les ocurrió a unos conocidos de la familia, la  furgoneta que tenían sufrió una avería, la llevaron al taller y les dijeron que tenía el cigüeñal roto, que la reparación resultaría bastante cara, y como  ya tenía bastantes kilómetros, optaron por venderla para comprar una nueva.

Decidieron poner un anuncio por palabras en el periódico. Para que el costo fuera menor –son del noreste de la península-  resumieron el texto a la mínima expresión dejándolo en “Mercedes cigüeñal roto, barata”. Hasta ahí todo bien, el grave error vino por parte del diario que se equivocó de lugar de colocación del anuncio y en vez de ponerlo en el apartado motor lo pusieron en contactos. La invasión de llamadas no se hizo esperar. A estos amigos les extrañaba que la gente que llamaba preguntase “que era eso del cigüeñal roto” “que si era una especialidad de la casa y en que consistía” “que cuanto valía ese servicio” hasta que se dieron cuenta del error, pero ya no había marcha atrás, estaba impreso. Nadie de los interesados preguntó en qué estado estaba la furgoneta ni cuantos kilómetros tenía, lógico, estando donde estaba el anuncio quien iba a querer saber nada de eso.

Parece ser, que a los adictos a las páginas de contactos ya no les motiva la cultura geográfica – francés, griego, tailandés, malayo o de Chinchón- y prefieren buscar novedades en otro campo, la verdad, es que echando la imaginación a volar tiene su morbo eso del “cigüeñal roto”.

Ya saben los anunciantes lo que tienen que poner para captar clientes: “Stephani, pistones fundidos”, “Irina, patina el embrague”, Vianka, pierde aceite” lo digo solo por comentarlo.

Agur

Aprender, a base de….

foto: blog80burgos.blogspot.com

Éramos bastante brutos, más que brutos, asilvestrados diría yo. La mayoría de nuestros juegos de niñez tenían que ver con la fuerza bruta. Las guerras de piedras – las piedras no tienen ojos, era frase preferida de nuestros mayores- los combates de espadas, el hinque –para hacerlos, poníamos las varillas en las vías del tren-, etc. resumiendo, para habernos matado.

En la escuela era bastante normal ver brechas en la cabeza, golpes y moratones por doquier, y las rodillas, qué me decís de las rodillas, esa sufrida parte del cuerpo del niño, que junto con la cabeza competían y se disputaban entre ellas el doloroso “honor” de acaparar el mayor número de golpes y heridas. De mi generación creo que no quedamos ninguno con la piel original en nuestras rodillas, la hemos regenerado tantas veces que ha pasado del status de piel a la de pellejo. Qué le vamos a hacer.

El ritual de la curación de las heridas variaba en función de quien te lo hiciese, me explico, si el accidente acaecía cerca de casa de tus abuelos y era la abuela la que te curaba, era muy probable que te tocase sufrir la tintura de yodo y eso escocía un montón, por el contrario, si te accidentabas cerca de tu casa y te curaba tu madre la cosa cambiaba bastante –se notaba la evolución de una generación- entonces ya te aplicaban nueva tecnología, la mercromina, y esta no dolía. Si la avería era muy gorda se acudía al Cuarto de Socorro y entonces estabas los suficientemente “acongojado” como para acordarte de si escocía o no. De todos modos, acudir a ese sitio le daba a tu herida una categoría que no tendría si te la hubieran curado en casa.

Otro modo de tener “galones de guerra” era el número de pintadas de mercromina que llevases a cuestas, eso se valoraba mucho. Siempre se agrandaba el perímetro real de la herida para dar sensación de mayor gravedad. Éramos así. Hace tiempo que la mercromina la fabrican incolora y qué queréis que os diga, un niño sin marcas rojas de guerra es como un jardín sin flores, no?

También jugábamos a las canicas, a la trompa, y a otros juegos menos violentos, pero eso ya lo contaré en otro momento.

Agur