El martirio de ZP

Entre lo épico y lo patético hay un cuarto de paso. Probablemente, Zapatero se sueña a sí mismo como un defensor de Numancia dispuesto a morir antes de perder la vida, pero a los demás se nos antoja apenas como el utillero del Alcoyano pidiendo prórroga cuando va palmando seis a cero. Las herramientas del análisis político han dejado de servir para tratar de encontrar una explicación a su empecinamiento. Harían falta un chamán, un psiquiatra o un buceador de almas para desentrañar las misteriosas pulsiones que lo mantienen atornillado a un potro de castigo donde recibe por todos los costados sin la mínima posibilidad, no ya de devolver, sino de esquivar un solo golpe.

Más allá de simpatías o antipatías ideológicas, para quien albergue una migaja de piedad, el espectáculo empieza a ser de una crueldad que deja en broma la del toro alanceado de Tordesillas o, si nos ponemos, la del martirio de San Sebastián. Para colmo, quienes habían de ser sus cirineos o los buenos samaritanos que echaran bálsamo a sus heridas, le obsequian zancadillas y vinagre. ¡Cómo tuvieron que dolerle al obcecado leonés las desalmadas descargas de fuego amigo que le procuraron el lunes Juan Luis Cebrián y, haciéndole el eco a su jefe, el editorialista de El País!

Y esos han sido los penúltimos en llegar. Antes que ellos, al ecce homo de La Moncloa le habían apuñalado por la espalda nueve de cada diez antiguos palmeros, empezando por el aparentemente inofensivo López y terminando por el mismísimo Pepunto Rubalcaba. Imposible discernir si para resistir tal mortificación hay que tener estómago de acero o sangre de batido fresa. Para el caso, patata. El resultado final es que el multitraicionado y poliabandonado sigue sin soltar el clavo ardiendo. Como un boxeador groggy, continuará boqueando en el cuadrilátero hasta que suene el gong o le aticen el guantazo que lo mande definitivamente a la lona. ¿Qué ocurrirá antes?

Prensa amarilla cañí

Una vez más, lo de la paja o la viga según en qué ojo. Los dignísimos periódicos españoles del ultramonte diestro se hacen los escandalizados ante el tiberio indecente de las escuchas ilegales promovidas por una publicación británica que ha pagado con el cierre su vergonzoso pecado. Como si tuvieran el armario y el escaparate limpio de cadáveres, columneros y editorialistas de esa prensa de choque que tan bien conocemos por aquí arriba están secando el diccionario de sinónimos -intolerable, abominable, repulsivo, execrable- para calificar el comportamiento del libelo ya difunto.

En el mismo ataque de decencia de cartón-piedra, caen con quinquenios de retraso en la cuenta de que el dueño del invento, Rupert Murdoch, es un tipo carente de escrúpulos que ha construido un imperio mediático a fuerza de juego sucio. Ni media palabra, por supuesto, sobre el ilustrativo hecho de que uno de sus asalariados -a razón de 150.000 euros anuales- sea el paladín de la pureza e icono de la caverna patria, José María Aznar.

Eso, mejor callarlo, no sea que atemos cabos. Y mejor también pasar por alto que News Of The World, la cabecera que se ha ido al desguace, era solamente una versión una gota más audaz y con mayor éxito popular del tipo de periodismo (de alguna forma habrá que llamarlo) que perpetran los que ahora se mesan las rotativas con mohínes de beata.

Si por estos pagos no se pinchan teléfonos con la misma asiduidad que en las islas, es simplemente porque sale bastante más barato inventarse directamente los titulares. Quince años de espeleología en esas catacumbas me han procurado un archivo rebosante de ejemplos que demuestran que la verdad es un ingrediente perfectamente accesorio de lo que se publica. Lo triste es que nadie parece echarla en falta y que las víctimas de los linchamientos de tinta ni se molestan en querellarse porque saben que tienen casi todos los boletos para palmar.

Cacería en Ezker Batua

Siempre se ha dicho que en la política hay rivales, adversarios, enemigos y, en la cúspide de la mala sangre y los peores modos, compañeros de partido. Parece que este adagio un tanto exagerado o, como poco, matizable, se le ha hecho dolorosa realidad a Mikel Arana, aún coordinador general de ese imposible metafísico llamado Ezker Batua. Trescientos de los que comparten con él carné y se supone que alguna que otra idea le piden que se haga el harakiri y abandone la jaula de grillos. Eso dicen los titulares en los que, más que la exigencia de dimisión, llama la atención el número de los suscriptores de la demanda. Luego, claro, uno se acuerda de las historias para no dormir sobre los métodos de afiliación que le han contado y cuadra la cifra de los que se han apuntado al linchamiento. Hasta se queda corta.

Nada menos que diecisiete reproches le han inventariado a Arana sus no partidarios. Sin duda, el mejor de todos es la acusación de haber roto la caja única. Hace falta una elevada dosis de desahogo y otra nula de sentido del pudor para sacar a colación ese asunto, cuando hasta las alfombras de las sedes de la formación saben por qué espurios motivos estalló la que parece que va a ser la crisis final del invento. Se imagina uno la tal caja única con forma de cántaro de leche al que se habían fiado 39 salidas personales y un parche de novecientos mil euros. Por si alguien lo dudaba a estas alturas del folletón, queda claro que la trifulca es por la olla, no por la ideología.

La respuesta del asediado es que no piensa irse. Es la decisión de quien, creyéndose con la razón y sintiéndose víctima de una injusticia, opta por quemar las naves y se resuelve a morir con las botas puestas. Le honra el gesto, pero él, que conoce mejor que nadie a qué extremos son capaces de llegar quienes lo han declarado pieza de caza, sabe a lo que se expone. Y a lo peor ni siquiera merece la pena.

De Casablanca a Irun

Aunque la escena mítica de Casablanca es la de la despedida en el brumoso aeródromo, mi favorita es la de la clausura del local de Rick. No hay manual de ética parda tan instructivo como la visión del caradura Capitán Renault, parroquiano número uno del garito, ordenando el cierre mientras farfulla con mal impostada dignidad: “¡Es un escándalo, es un escándalo! ¡Aquí se juega!” Cambien el café que regentaba Humphrey Bogart por el bar El Faisán de Irun, y estarán en el escenario de otra grandiosa exhibición de cinismo e hipócrita desparpajo.

Es gracioso ver cómo los que tienen la cartografía a escala 1:1 de las cañerías del Estado y podrían moverse por ellas con los ojos vendados se hacen los recién caídos del guindo y claman en falsete su sofoco por el soplo -aún presunto- que unos guripas les dieron a los malos para que pusieran tierra de por medio. En su sobreactuación de taller de teatro de bachillerato, no dudan en tachar de felonía el episodio ni en señalarlo como prueba de la colaboración del Gobierno español con una banda terrorista.

Los más montaraces hasta piden que enchironen al pérfido Pepunto Rubalcaba y a su faldero y sustituto en Interior, Antonio Camacho, que algo tuvieron que ver con todo aquello. Probablemente lo consigan, porque el asunto está en manos de ese casino de croupiers con toga llamado Audiencia Nacional. Sería, en todo caso, una especie de justicia poética, porque a lo peor ambos enfilados y otros de la parte baja del escalafón han hecho méritos en su dilatada trayectoria para acabar a la sombra, pero entre ellos no debería estar su proceder en este caso.

Podemos fingir rasgado de vestiduras como el Capitán Renault, pero somos lo suficientemente mayorcitos para saber que no vivimos en la tierra de los Teletubbies. Lo del Faisán tuvo un contexto, el intento de conseguir la paz, que si no lo justifica, sí lo explica. No fue, ni de lejos, para tanto.

Sobra, estorba… y aburre

Hubo un tiempo en que los comunicados de ETA eran recibidos en las redacciones con subidón de adrenalina y nerviosas carreras de pollos sin cabeza. Eso fue decayendo, y poco a poco, la recepción de las largadas de la banda (salvo que anunciasen un alto el fuego) fue empatando en impacto con la llegada del pronóstico del tiempo o el número premiado en la ONCE. Ahora, ni eso. Cuando parpadea la pantalla para avisar de la existencia de una nueva remesa de embutido de blablablá, a los periodistas nos invade la misma sensación de tedio que si tuviéramos que cubrir un maratón de toda la filmografía de Kurosawa y Antonioni o transmitir la misa del Gallo.

Este último, para colmo de modorra, nos ha llovido en medio de la canícula, con el depósito en la reserva y la única neurona en uso ocupada tratando de comprender el enésimo episodio de pánico en el edén económico. No son las mejores circunstancias para enfrentarse a la trigesimoquinta repetición de la misma coreografía. Ni un milímetro de margen para el factor sorpresa. Cero novedades en el texto y, por descontado, cero novedades en el repertorio de reacciones. “Paso en la buena dirección” o “más de lo mismo”.

La segunda opción es de compromiso. Ahí cabemos muchos, desde los apóstoles del no a toda costa y a lo que sea hasta los que, simplemente, estamos cansados de tanto marear la perdiz. Respecto a quienes se han alineado con la primera, lo del “progresa adecuadamente”, que Santa Lucía les conserve la vista y San Cucufato, el voluntarismo. Esta chapa estival de ETA encaja más bien poco con lo que le llevamos escuchado a Arnaldo Otegi en sus tres semanas de gira obligada en la Audiencia Nacional.

Al margen de eso, lo mejor es que las bombas y las pistolas siguen quietas. Aunque a Patxi López -¡menudo retrato!- le dé lo mismo una ETA que mate que una ETA que no mate, la mayoría de la sociedad preferimos lo último. La diferencia es grande.

Terminar con el chantaje

Es gracioso que los autotitulados liberales de los diferentes linajes (neo, con, neocon, ultra) sigan dando la brasa sobre la intolerable intervención de los gobiernos y/o estados en la economía. Nos daríamos con un canto en la piñata si sólo fuera medio cierto que las administraciones tienen algún pito que tocar en el brutal casino de las finanzas mundiales. Para nuestra desgracia, y como estamos viendo en esos titulares de los que el común de los mortales únicamente captamos su carácter catastrófico sin entender ni jota, el adagio es exactamente al revés: son los mercados los que tienen intervenidos los poderes teóricamente emanados de la voluntad popular. Si alguna vez hubo democracia, ha sido abolida hace tiempo.

De nada sirven las reuniones, cumbres, encuentros o conciliábulos de ministros. Por salvajes que sean los ajustes y recortes que decreten, por gigantescas que sean las inyecciones de pasta que determinen, nunca acabarán de calmar la voracidad de los tiburones de la especulación. Muy al contrario, con cada una de esas medidas están abriendo la puerta a futuros y más despiados chantajes. Satisfechas sus demandas inmediatas, el monstruo va a ir reclamando raciones mayores bajo la amenaza de convertir en erial el país que se le antoje.

¿Hasta cuándo van a estar los gobernantes arrojando paletadas de dinero y cuotas de bienestar a lo que ellos saben perfectamente que es un saco sin fondo? ¿No ha llegado ya el momento de plantarse y hacer frente a los insaciables tahúres, que tienen perfectamente identificados, amén de ubicados geoestacionalmente los despachos desde los que lanzan sus ataques? ¿Por qué esa legislación internacional que permite invadir países etiquetados como gamberros o, si se tercia, dar matarile in situ a enemigos públicos del globo, no es de aplicación para quienes, con apretar una simple tecla pueden condenar a la miseria a poblaciones enteras?

Gobierno terminal

Va más allá de la anécdota que se nombre portavoz de un gobierno a alguien que dice “conceto” en lugar de “concepto” o que es la viva demostración de que la cirugía láser no siempre es la solución a la miopía. Si Zapatero quería que su último conglomerado ejecutivo fuera una metáfora perfecta -o ‘perfeta’- de su patética desventura equinoccial, lo ha conseguido.

Hasta noviembre, que es cuando los sabios dicen que acabará entregando la cuchara, nos quedan unos cuantos viernes entretenidos viendo cómo José Blanco imita a Xan das Bolas o a su versión moderna, el gallego de Airbag. Habrá momentos en que no sepamos si las lágrimas son de pena penita pena por las desgracias que nos comunique o de puro descogorcie por el modo en que las narrará. Un segundo y medio de silencio por Ramón Jáuregui. Con la ilusión que le hacía al hombre que ha sido de todo añadir una línea más en su currículum. Ya no le quedan muchas oportunidades.

Y para Interior, Antonio Camacho, un oscuro bienmandado, que lo mismo se echa unos potes en el Faisán que ordena de muy malas pulgas desconectar la cámara a un periodista australiano que le estaba haciendo incómodas preguntas sobre la tortura. No es improbable que mañana o pasado le preparen la captura de cualquiera de los mil prófugos balizados o la desarticulación, qué sé yo, de una célula durmiente del Orfeón Donostiarra para que debute con picadores. “¡Apaga eso ahora mismo!”, le podrá espetar, en la consabida rueda de prensa multitudinaria, al primer plumilla que no le baile el agua.

La de velas que se habían puesto por aquí arriba para que el elegido fuera Rodolfo Ares, que el sábado se colocó en lugar bien visible para aplaudir hasta con las orejas a Rubalcaba. Pero no estaba de Dios. A ver si para la próxima abstención, el PNV anda un poco más vivo en las peticiones y consigue empaquetarlo. Claro que ya no queda mucho. Bien mirado, eso es lo mejor de todo.