Espionajes que sí nos molan

Esto debe de ser lo del clavo que quita otro clavo. Un escándalo de espionaje se tapa con el producto de otros espionajes de naturaleza absolutamente ilegal. Piénsenlo bien, porque en esencia estamos en las mismas. Lo del Pegasus será más chic y más sofisticado que las ñapas empleadas por los cero-cero-sietes hispánicos, pero en uno y en otro caso se trata de husmear al objetivo para tenerlo controlado y, si llega el caso, someterlo a chantaje o, directamente, desptrozarle la reputación.

Les hablo, por si no están al corriente, de la serie de grabaciones del inefable comisario Villarejo con diferentes políticos del PP del Antiguo Testamento que ha empezado a difundir el diario El País. En las dos primeras entregas quedan retratadas (o sea, más de lo que ya están) María Dolores de Cospedal y Esperanza Aguirre. La una, pidiendo al conseguidor que pare lo “la libretita de Bárcenas” y la otra, reconociendo al pocero mayor del reino que está rodeada de una jarca de mangantes como Prada y Granados.

Todo, muy grave, pero me temo que ya amortizado. Incluso aunque se vuelva a emplumar a Cospedal, no estaremos mucho más allá de donde ya estamos. ¿Por qué, entonces se nos sirve este potito recalentado? Pues porque así está establecido en la guerra de las dos familias que operan en las cloacas, obediente cada una a su bandería ideológica y con terminales mediáticas de cabecera a las que filtrar la mandanga. Disimulando muy poco sobre los propósitos reales. “¿Qué hay en la libretita de Feijóo?”, deja caer, como quien no quiere la cosa, una redactora del “periódico global en español”. El nuevo líder del PP es el objetivo.

EITB, 40 años… ¿Y después?

EITB cumple 40 años. Veintitantos de ellos, descontando algún tiempo de represalia por díscolo y añadiendo unos meses de trabajo en la sombra por lo mismo, los he vivido en primerísima persona. Mi balance, a pesar de todos esos pesares y de otros, es razonablemente positivo. ¿Razonablemente? No, mucho más que es eso. Debo lo poquito que soy ahora a mi paso por lo que más de uno de mis compañeros de entonces llamaban (y supongo que siguen llamando) la santa casa. Las y los profesionales que más he admirado estaban ahí. Me sobraban los Kapuscinskis y hasta, con perdón, los Gabilondos, teniendo a Félix Linares, Kike Martín, Idoia Jauregi, Iñaki Berasategi, Fermín Alberdi, Maritxu Diez… y tantas otras personas a las que no nombro porque ocuparía diez columnas como esta.

Y esos son solo los de mi medio natural, la radio. Qué decir del resto de pioneros y continuadores de un milagro necesario en el medio más popular, la televisión. Algún día encontrarán el reconocimiento que merecen. No hablo de homenajes o premios. Quizá de algo más sencillo: contar con ellas y con ellos para pensar si la radiotelevisión pública vasca es hoy la que quiso ser. Y más importante que eso: dar forma a la EITB del futuro, porque es evidente que soplar velas, aunque sean 40, no debe llevarnos ni a la autocomplacencia ni a la diatriba cansina de los que, igual desde la izquierda patriótica que desde la derecha patriotera, no saldrán de la matraca de Telebatzoki. Compañeras, compañeros, responsables del ente y de las instituciones: hay que trabajar ya y en serio para tener algo que celebrar dentro de otros cuarenta años.

Criptomonedas a cuatro pesetas

Se queja Iñigo Errejón en un tuit de la cantidad de personas que “lo están perdiendo todo” por haber invertido en criptomonedas. Culpa a la publicidad “que se nos ha metido hasta en la sopa” y exige una regulación inmediata. Seguro que se puede y se debe hacer algo a ese respecto, pero me temo que es demasiado fácil, pelín ventajista y, desde luego, paternalista, culpar a la publicidad de decisiones que, en última instancia, toman esas personas de las que se compadece con aspavientos el líder de Más País.

En el caso concreto que nos ocupa, el de las criptomonedas, que ya en el propio nombre llevan su condición de oscuras, no resulta difícil ver, además, un afán directamente especulador en quienes se han pillado los dedos. No iban a sacarse unos eurillos sino a forrarse. Y en no pocos casos, en la certidumbre de ser tipos mucho más listos que el común de los mortales. Tarde han descubierto que es justo al revés, y no les queda más recurso que la queja al maestro armero.

Excluyo, desde luego, los casos de engaños flagrantes, sobre todo a personas mayores, pero no es la primera vez que nos encontramos con la avaricia rompiendo literalmente el saco de los que un día se sienten genios de la inversión. En realidad, esto de los Bitcoins y sus múltiples clones no es muy diferente de los bulbos de tulipanes que llegaron a costar más que un castillo en los Países Bajos en el siglo XVII. O, viniéndonos más cerca en el tiempo, de las hipotecas basura, la burbuja del ladrillo (que se volverá a repetir) o esas colecciones de sellos compradas a millón que acabaron valiendo su peso en papel. Parece que algunos no aprenden.

Me quedo de largo con la RGI

Casi sin atención mediática, la semana pasada decayó en el Parlamento Vasco la iniciativa legislativa popular que solicitaba la implantación de una renta básica incondicional en la demarcación autonómica. Venía avalada por 22.075 firmas, cantidad muy meritoria, y contaba con el apoyo expreso de EH Bildu y Elkarrekin Podemos. El resto de la cámara, una mayoría amplísima y diversa en cuanto a discurso y bibliografía presentada en materia social, votó en contra. Pese al respeto que profeso a muchos de los impulsores —otros me parecen pancarteros bienquedas de aluvión—, yo también habría votado en contra. De hecho, radicalmente en contra.

¿Una cuestión de desinformación por mi parte? Más bien no, en este caso. Desde que escuché hablar de esta propuesta hará cerca de diez años, me he preocupado por documentarme y preguntar qué aporta entregar una cantidad equis exactamente igual a Ana Patricia Botín que a la persona que veo todos los días durmiendo junto a la sede de la Escuela de Ingeniería en Bilbao. Para mí sería igual que imponer a ambos las mismas escalas impositivas. No he obtenido una respuesta satisfactoria. Claro que hay una pregunta aún más definitoria: ¿Hay algún lugar del globo donde la experiencia haya funcionado? No. Nada ni remotamente parecido a lo planteado. No dejaré de escuchar argumentos, pero, mientras tanto, me remito a lo que, con sus posibilidades de mejora, ha demostrado que funciona: la RGI. Hay que ayudar directamente a quienes necesitan ayuda. Y hay que hacerlo, además, con un objetivo claro: sacarlos de la situación de exclusión, no hacer que se perpetúen en ella.

Vamos a por la séptima

Palabra, que uno no quiere ser pájaro de mal agüero, pero me está pareciendo ver cosas que ya he visto antes. En seis ocasiones, de hecho. Sí, es verdad que todavía no estamos para echar las sirenas a berrear. También lo es que estamos vacunados casi todos y que en los últimos 26 meses se ha acumulado un conocimiento estratosférico sobre el bicho. Igualmente, se han cometido unos quintales de errores que deberían habernos servido para no reincidir. Sin embargo, por pura precaución y en evitación de desagradables fiascos para los días estivales que tenemos a la vuelta de la esquina, haríamos bien en no perder de vista los números. Insisto: todavía no alarmantes, pero quizá ya preocupantes: en las últimas semanas estamos por encima de la veintena de muertes. Poca broma.

Y no. Nadie vea estas líneas como un asomo de crítica a las medidas de relajación de restricciones que nos han devuelto una vida bastante parecida a la que teníamos antes de febrero del infausto 2020. Aunque haya quien tenga la tentación de venir con el yoyaloadvertí, a fecha de hoy hay más motivos para pensar que fueron decisiones correctas que para defender lo contrario. Sin negar que todavía podemos llevarnos una sorpresa porque también hemos aprendido que hay factores impredecibles, podemos estar razonablemente satisfechos. Con algún tropezón, vamos haciendo realidad en anhelo de convivir con el virus. Desde luego, como estamos comprobando incluso en personas de renombre y/o a nuestro alrededor, seguirá habiendo contagios. Una férrea vigilancia y la flexibilidad para actuar en caso necesario será la clave para superar esta nueva ola.

Paz Esteban, cabeza de turco menor

Margarita Robles nos ha regalado su propio obituario político. Cuando Sánchez se la fumigue, lo que hará en cuanto necesite soltar unos kilos más de lastre, podremos proclamar que no la ha destituido sino que la ha sustituido por la/el material humano fungible que toque. Con esa expresión, la que ella misma gastó ayer para referirse a la laminación de Paz Esteban como jefa de los espías hispanistaníes. Ni el olvidado Iván Redondo habría llegado a semejante nivel de desfachatez para decir lo que hasta el que reparte los refrescos sabe que solo es la decapitación ritual de una chiva expiatoria menor, a ver si hay suerte y los diosecillos cabreados por la indignidad aberrante del espionaje se aplacan un tantín y permiten a su sanchidad seguir durmiendo en el famoso colchón de Moncloa que cambió al día siguiente de desalojar a Eme Punto Rajoy.

Está por ver que el sacrificio de la pieza menor, fácilmente recambiable por otra cuyos méritos ni se han preocupado en glosar porque todos sabemos de qué va la vaina, acabe surtiendo los efectos anhelados. De momento, Esquerra, que es a quien nos estamos refiriendo, puesto que el resto, incluidas las formaciones cercanas geográficamente a nosotros, son apenas atrezzo, ha dicho que bien, que vale, pero que no es suficiente. El tributo de sangre deberá ser mayor. Que caiga la arriba mentada Robles, y a partir de ahí, ya veremos. Claro que también todo puede ser, como suele ser habitual, de boquilla. De hecho, si yo fuera el desafiado Sánchez Castejón, me plantaría y dejaría que los portavoceados por Rufián se arriesgan a poner de vicepresidente a Abascal.

Lo grave de verdad es espiar

Me permití tunear una declaración de la vicelehendakari segunda, Idoia Mendia, en una entrevista en los diarios de Vocento. Sostenía la exsecretaria general del PSE que “Los que elevan el tono por el espionaje contribuyen a desestabilizar la democracia”. Me bastó tachar las seis primeras palabras y una n para que la cosa quedara en una frase que, bajo mi punto de vista, se acerca más a la realidad: “El espionaje contribuye a desestabilizar la democracia”. Sobre todo, añado, cuando se practica a granel no solo sobre los adversarios políticos (que ya estaría mal) sino con interlocutores prioritarios y hasta socios con los que, en apariencia, se mantiene una relación fluida. Fíjense que, habida cuenta de la bibliografía mutuamente presentada, hasta puedo entender que esas relaciones no las presida la confianza. Pero lo otro, lo que ya sabemos que ha ocurrido porque nos lo han confirmado sin tapujos, es lo que no es de recibo. Faltaría más, por tanto, que se invierta la carga de la prueba hasta el punto en el que son los conejos los que se abalanzan sobre las escopetas. Con todo el respeto y, por supuesto, el aprecio, vicelehendakari, incluso admitiendo que algunas reacciones hayan exagerado la nota por interés, la actitud peligrosa para la democracia no es quejarse de haber sido víctima de una intrusión o denunciar con firmeza semejante atropello. Lo intolerable, lo que de verdad menoscaba la democracia, es el atropello en sí mismo, y más, del modo en que sabemos que se ha realizado. Basta que se imagine su reacción si un gobierno del PP hubiera actuado así con usted misma u otros compañeros de partido.