¡Qué grande es Neil Young!

Menos mal que nos queda Neil Young. Después de decepciones dolorosas como las de Van Morrison o Eric Clapton, que se han ido de hoz y coz al siniestro bando de los negacionistas del covid, conforta encontrarse con puñetazos encima de la mesa como el que acaba de dar el incombustible juglar de Ontario. Sin el menor temblor del pulso, ha mandado retirar de Spotify todas y cada una de sus canciones. Hablamos, ahí es nada, de 60 años de carrera musical. Ha sido su forma de denunciar que la desprejuiciada plataforma difundiera —y además, pagando un pastizal— la basura antivacunas de un peligroso iluminado que atiende por Joe Rogan, desgraciadamente, con millones de seguidores. Young ha sido meridianamente claro: “Se venden mentiras a cambio de dinero. Me di cuenta de que no podía continuar contribuyendo a la potencialmente mortal desinformación de Spotify”, ha dicho.

No crean que se trata de un gesto testimonial o de cara a la galería. El canal de streaming constituía el 60 por ciento de las reproducciones de sus temas musicales. O sea, que las pérdidas económicas son considerables, incluso a pesar del racaneo a que la compañía del logotipo verde somete a los creadores. Ahora la pelota está en el tejado del resto de solistas y grupos a los que Neil Young ha animado a romper con el emporio que, además de maltratarlos, no tiene empacho en pagar cantidades siderales a difusores de las chaladuras bebelejías. De momento, no parece que haya habido una gran respuesta. Hace falta tener las narices del canadiense (y supongo que también su riñón cubierto) para abandonar una corporación con 165 millones de suscriptores.

Todos somos estúpidos hijos de…

Un vídeo viral de esos que como viene se va. El presunto líder del mundo libre, que en un año de mandato apenas ha demostrado que es un abuelete patoso al que le chorrea la pasta por las orejas, llama “estúpido hijo de puta” a un periodista del ultramontano emporio Fox. Por supuesto, no mirándole a los ojos, sino por lo bajini, creyendo (o quizá haciendo que cree) que el micrófono está apagado. Ya escribí ayer al respecto. He visto los suficientes capítulos de El Ala Oeste de la Casa Blanca como para no creerme que fue un desliz.

En todo caso, no voy a perder el sueño pensando en ello. Y tampoco criticando la largada ni defendiéndola porque el destinatario fuera un presunto facha desorejado que merecía que le pusieran en su sitio. Me dejo de moralinas y sonrío al pensar en la cantidad de veces que tipos y tipas que no son Joe Biden me han llamado a mí “estúpido hijo de puta” o cosas bastante peores. Hubo, incluso, quien propugnó que me limpiaran el forro, aunque me libré gracias a que la lista de enemigos del pueblo era casi inabarcable. Y, por el otro lado, el de los buenos que no tiraban de pistola ni trilita, hubo quien exigía mi cabeza en cada Consejo de administración del ente público en que me ganaba las alubias. Llevo a mucho honra aquella persecución a varias bandas y la constatación de que hoy, tanto para ciertos políticos de la primera fila como para anónimos cobardotes y cortos de luces que manchurrean el blog donde se publica esta columna con seudónimos de parvulario, soy un estúpido hijo de la gran puta al que habría que callar la bocaza. Babean, luego cabalgamos. Todo en orden, por lo tanto.

Falsificadores de pasaportes covid

Algunos días te regalan estos caramelos informativos. Ha caído una trama que falsificaba y vendía pasaportes covid. Entre sus clientes se cuentan pringadetes antivacunas de aluvión y, según ha trascendido, algún que otro famosuelo. Se cita, por ejemplo, a un tal Omar Montes (muy mencionado de un tiempo a esta parte en mi casa aunque sigo sin ponerle cara) y a una individua conocida como ‘La reina de la coca’, lo que indica que esta no es su mayor falta. Y es aquí donde me asalta la clásica disyuntiva de los curas preconciliares y de mi viejo profesor de latín: ¿Quién tiene más delito, el que peca por la paga o el que paga por pecar? Diría que en este caso, tanto monta, monta tanto. Los listillos emprendedores empatan con sus clientes, célebres o no, en insolidaridad social. También en contribución a la difusión del virus, por lo que espero que a unos y a otros les caiga una temporadita a la sombra y un multón de campeonato.

Con todo, mis peores deseos son para los sanitarios que se prestaron a participar en la tropelía. Porque esto no solo iba de estampitas fotocopiadas o de burdos documentos en pdf para dar el pego. La organización mafiosa disponía de infiltrados que registraban en el sistema las falsas pautas de vacunación. Todo, por alrededor mil euros que, eso sí, debían ser pagados en criptomonedas, lo cual no está al alcance de cualquiera y nos aproxima al perfil de los caraduras. De momento, conocemos un par de nombres o alias de relumbrón. Sería fantástico que tuviéramos pelos y señales del resto de personajes populares (y también de los que no lo son) que han intentado reírse en nuestra cara.

Iglesias no ha sabido marcharse

Hace algo más de medio año, Pablo Iglesias Turrión se cortó simbólica y realmente la coleta y se apartó de la primera línea de la política. Más que vencido, humillado por Isabel Díaz Ayuso en las elecciones madrileñas del 4 de mayo a las que concurrió como gran salvador de Podemos, la misma noche del batacazo anunció su dimisión irrevocable y su retirada a otros menesteres. Su promesa fue que se confundiría con el paisaje y que dejaría que su formación volara libre sin su tutela, puesto que él había demostrado —palabras textuales— que ya no podía sumar nada al proyecto.

Habrá que reconocer que durante dos meses fue escrupulosamente fiel a su palabra. Para sorpresa de propios y extraños, en ese tiempo no tuvimos la menor noticia suya, y algunos creímos seriamente que por fin habíamos dado con un político que sabía hacer mutis por el foro. Pronto quedó probada nuestra ingenuidad. Iglesias regresó por tierra, mar y aire bajo la forma de tertuliano y opinador en un congo de cabeceras, algunas de la marginalia mediática, pero otras —Cadena Ser, RAC 1, La Vanguardia—, de la extraordinariamente bien remunerada Champions League del blablablá. Desde esos púlpitos, alguno compartido irónicamente con el gurú devenido en bluff Iván Redondo, Iglesias ha ido espolvoreando más o menos sibilinamente sus directrices a quienes dejó como sucesoras de la formación que fundó y lideró medio diapasón por debajo de lo mesiánico. Pero como ni así se ha evitado la caída en barrena y la extraña confusión sobre el papel de la lideresa in pectore, Yolanda Díaz, el macho alfa ha vuelto a tomar el timón morado sin disimulo. Qué difícil es saber marcharse.

De Martín Villa a Mikel Antza

Verdad, reparación y justicia. Bueno, depende de para quién. La tan cacareada memoria es nauseabundamente selectiva. No hay que olvidar los crímenes de hace cuarenta y pico años con la firma en la sombra del siniestro Martín Villa. Sin embargo, es un oprobio del copón querer saber si Mikel Albisu, jefe de ETA en la época más sanguinaria de la banda, tuvo algo que ver con el asesinato de Gregorio Ordóñez. Y no lo dicen cuatro mendrugos fanatizados, sino ciento y pico escritores y editores frente a los que hay que guardar un silencio sepulcral salvo que se pretenda pasar por enemigo del pueblo y de la paz. Pues lo siento, pero no me veo en condiciones de callar ante la reivindicación de un tipo, el tal Antza, que tiene acreditada la autoría (como poco) intelectual de decenas de muertes. ¿O es que los comandos a su cargo actuaban por libre?

Miren que estoy curado de espantos, cobardías e indiferencias chulescas, pero jamás habría esperado que parte de la crema y la nata de nuestra intelectualidad saliera en tromba a glosar el buen nombre de un tipo con un historial alicatado hasta el techo de conculcaciones de Derechos Humanos. Claro que, más allá de la brutal decepción e incomprensión al ver ciertas firmas en el escrito laudatorio y exculpatorio de Albisu, mi pasmo y mi impotencia son todavía mayores al comprobar la mirada general hacia otro lado ante un comportamiento tan indigno. Y vuelvo al arriba citado Martín Villa como término de comparación. No es difícil imaginar qué estaríamos diciendo si ciento y pico creadores españoles de relumbrón firmaran un manifiesto en su apoyo. ¿A que no?

Altsasu, un auto de fe moderno

En cuestiones jurídicas no hay lugar para las matemáticas. Supongo que a la vista de decenas de decisiones anteriores que tiraban de las orejas al Estado español, dábamos por hecho que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminaría que los jóvenes condenados por el Caso Altsasu fueron víctimas de un proceso judicial aberrante. Sin embargo, esta vez los magistrados han optado por no entrar siquiera a estudiar las alegaciones. El asunto se va al cajón y no hay más recorrido. Leo y escucho que este triste desenlace se debe a una cuestión de forma. No dudo que sea así, pero es una explicación que me sabe a consuelo amargo. Y lo mismo digo sobre la afirmación voluntarista que sostiene que, pese a todo, la sociedad vasca tiene una idea clara de lo que ocurrió y eso en sí mismo ya merece la pena.

Como escribía ayer mi compañero Joseba Santamaría, estamos ante el injusto punto final a una injusticia. Y también a un enorme despropósito. Utilizando una fórmula que no me convence nada, lo de aquella noche en aquel local es algo que jamás debió ocurrir. No fue una pelea de bar, pero muchísimo menos, un atentado terrorista. Ocurre que los denunciables hechos originales palidecen frente a desmesura de lo que vino después. El sector más fanático de la Justicia española, con el aliento de ciertas siglas y terminales mediáticas, buscaron (y lograron) dar un escarmiento ejemplarizante. El proceso se convirtió en un auto de fe moderno. Se pisotearon sistemáticamente las garantías de los encausados y las condenas finales fueron brutalmente desproporcionadas. Todo, en un estado que se dice, ¡ay!, de Derecho.

El timo de los bonos de alquiler

Aunque ni en la demarcación autonómica ni en la foral será de aplicación —por lo menos, inmediata— el bono de 250 euros mensuales para ayuda al alquiler de los jóvenes, la cuestión merece que le dediquemos unas líneas. A primera vista, se diría que no cabría la menor objeción. Todo lo contrario, ¿verdad? En apariencia, se trata una medida de hondísimo calado social que aliviará las estrecheces (a veces, las penurias) de los jóvenes que viven en techo ajeno y servirá de empujón para que se emancipen los que siguen atornillados por obligación al domicilio de sus padres. Basta rascar muy poquito, sin embargo, para que se pinche el globo propagandístico.

De entrada, la pasta destinada a tan noble fin apenas alcanzaría para un 8 por ciento de quienes cumplen los requisitos para solicitar la ayuda. Es decir, que como ya está pasando con el Ingreso Mínimo Vital, decenas de miles de personas se van a sentir defraudadas. Y luego está lo que señalan la pura intuición y la experiencia de otras medidas populacheras en metálico. El precio de los alquileres subirá tanto como la cantidad de la subvención. En el mejor de los casos, empatarán los que la reciban, pero saldrán palmando, independientemente de su edad, el resto de los inquilinos. Lo expresó perfectamente anteayer Iñigo Errejón. Salvo que se establezca un tope a los alquileres, algo bastante complicado desde el punto de vista legal y no necesariamente justo, este bono es un bizum directo a los caseros. Experiencias similares en esos estados de Europa que miramos embobados confirman que estas medidas no han cumplido su pomposo objetivo. Ahora, como propaganda, son de lo más resultonas.