¿Se desinflan?

Por estos lares se entierra tan rápido como se encumbra. Muchos de los mismos que no hace ni nueve meses nos pronosticaban que Podemos se llevaría por delante el supuesto viejo orden han comenzado a pregonar el principio del fin de la supernova. “Se desinflan”, aseguran los adivinos de lance copiándose unos a otros la fórmula y apoyando sus sentencias en encuestas tan creíbles o increíbles como las que —insisto— apenas anteayer anunciaban el famoso asalto a los cielos.

Es innegable que en no pocas ocasiones, las profecías tienden a cumplirse a sí mismas. Máxime, si ello depende de un cierto número de seres humanos que se dejan acarrear de arre a so y de so a arre con despreocupación ovina y en la paradójica creencia, manda pelotas, de que están tomando las riendas de la Historia. Puesto que el milagro morado ha ido creciendo, no totalmente pero sí en buena medida, a partir de estas personalidades volubles y gregarias que van donde va Vicente, habrá que ver cuántos de los que se apuntaron alegremente se desapuntan con idéntica ligereza. En este sentido, parece cierto, y no deja de resultar divertido, que una cantidad reseñable de los primeros adeptos se han pasado a la nueva formación emergente, es decir, Ciudadanos. Y la prueba es que Iglesias Turrión ha empezado a atizar a Rivera con la parte gorda del zurriago.

Entonces, ¿eso es que, en efecto, se desinflan? Francamente, no me precipitaría con el augurio. Quizá el fenómeno haya perdido algo de fuelle, pero el 24 de mayo está a medio tiro de piedra. Bastará un par de campanadas (nada descabelladas) para que vuelvan a cambiar las apuestas.

Y siguen negándolo

A instancias del Gobierno español, faltaría más, el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco ha tumbado varios aspectos del decreto de Lakua que reconoce moral y económicamente a las víctimas de abusos policiales. Desde la Secretaría de Paz y Convivencia aseguran que, en todo caso, lo laminado no afecta a lo básico del texto, aunque en prevención de males mayores y para no ponérselo fácil a los buscavueltas, anuncian que convertirán el decreto en ley antes de fin de año.

Ya ven que las cuestiones de principios básicos acaban sepultadas por el enjambre judicioso, como si estuviéramos ante un asunto de tecnicismos para juristas muy cafeteros y no ante una flagrante y desvergonzada maniobra para seguir negando que las llamadas Fuerzas de Seguridad del Estado vulneraron a saco los derechos humanos. Y ojo, que ni siquiera estamos hablando de hoy o de anteayer porque, conociendo el paño y mostrando una buena voluntad infinita, los redactores del texto se cuidaron de establecer el periodo de los abusos reconocibles entre 1960 y 1978; cualquiera se mete con los más recientes.

Lo tremendo es que ni aún con ese pragmatismo magnánimo se ha conseguido que el búnker arroje la menor señal de humanidad. ¿Por qué? Ante semejante obcecación numantina, no caben más explicaciones que las evidentes. Por de pronto, se trata de preservar el monopolio del sufrimiento en manos de las únicas víctimas que, al parecer, merecen tal nombre. Y por el mismo precio, es una forma de retratarse como orgullosos herederos de aquellos uniformados que lo dieron todo —pero todo, todo— por la una, la grande y la libre España.

Sufrimiento de segunda

“50 horas en el aeropuerto sin agua. Nos han tratado como a perros”, moqueaba las penas de Murcia, o sea, las de Katmandú, un enfadadísimo turista (silabeo: tu-ris-ta) español que, además de poder contarlo, a esta hora duerme plácidamente en su casa mientras decenas de miles de nepalíes solo tienen escombros a su alrededor. Los que no han perdido la vida, claro. Como comentaba alguien en Twitter, el gachó debió de pensar que con la pulserita del hotel tenía prioridad en el rescate.

No quisiera generalizar, porque me consta que no todos los forasteros a los que les sorprendió el terremoto han mantenido la misma actitud. Sin embargo, este y otros berrinches de occidental mimado han sido lo suficientemente frecuentes —véanse los titulares, incluso de este mismo diario— como para que nos detengamos a pensar en su significado. Comprendo, cómo no hacerlo, el tremendo susto, la zozobra, y seguramente la angustia por vivir una experiencia límite. Pero justo hasta ahí. El resto es pataleo de pésimo gusto que delata una nula empatía y, en el mismo bote, ese neocolonialismo paternalista que rezuman —creyendo ellos y ellas lo contrario— estos Marco Polos de Decathlon.

En uno de mis libros de cabecera, La tentación de la inocencia, Pascal Bruckner señala la querencia por la autovictimización tantas veces gratuita que gastamos en la parte fetén del mundo. En el afán por monopolizar el infortunio, nuestros contratiempos de andar por casa acaban eclipsando el sufrimiento genuino y las auténticas tragedias. A los del lado chungo del planeta les hemos expropiado hasta la posibilidad de sentirse desgraciados.

La lección de Gaizka

Un cateto a babor y otro a estribor. Los dos, rezongando porque el invitado en la tribuna de prensa está teniendo la osadía de responder ¡en euskera! a una pregunta que le ha hecho ¡en euskera! un periodista de un medio de comunicación ¡en euskera! Hasta ahí podíamos llegar. Malditos vascos, les das la mano y te cogen el codo. ¿Para eso ganaron sus abuelos una guerra? Pues de eso nada, a cada intento por seguir con la respuesta en la diabólica lengua vernácula, un rebuzno en cristiano (probablemente con las zetas y las eses a la virulé; así suelen ser estos filólogos de ocasión) para que el aludido entre en razón y suelte las obviedades futboleras en el idioma de Cervantes, Queipo de Llano y Belén Esteban.

Quizá otro más melindroso se habría achantado. Pero Gaizka Garitano, que tiene el culo pelado de aguantar a plumillas garrulos por esos campos de Dios, no llegó al tercer aviso. El entrenador del Eibar se levantó, se estiró la chaqueta, e hizo el paseillo hasta la puerta con la cabeza muy alta, dejando con la copla al par de gañanes que le habían boicoteado con sus regüeldos. Juanjo Moreno, jefe de prensa del Almería y tipo que se viste por los pies, como demostró durante todo el chusco incidente, estaba verde por el sofoco: “¡Señores, que llevamos seis años en primera división!”, afeó a los palurdos.

Aunque ha habido quienes han contado el episodio como imaginan, me quedaré con lo positivo. Además del aplauso casi unánime que le hemos tributado aquí al deriotarra, la Asociación de la Prensa de Almería y muchos periodistas a título individual han pedido perdón por el espectáculo. Les honra.

Pujalte, comisionista

Con la fauna política que gastamos, resulta difícil hacer la lista de los culiparlantes más despreciables que nos ha tocado sufrir. No me cabe ninguna duda, sin embargo, de que en los primeros puestos debe estar esa náusea andante —con o sin bigote— que atiende por Vicente Martínez-Pujalte. Uso calificativos de grueso calibre para ir a juego con su única virtud reconocible en los 22 añazos que lleva pastando en las cortes [sí, con minúscula] españolas: su matonismo dialéctico agravado por el tono de voz grillesco y la dicción castellana manifiestamente mejorable que le concedió la naturaleza. Pocos —y vuelve a ser amplia la competencia— han vertido tanto guano verbal desde la tribuna de oradores, el escaño o los pasillos como este hijo de la Valencia más pútrida que encarna a la perfección. Al servicio del Gobierno de su señorito Aznar o como martillo pilón opositor contra Rodríguez Zapatero, Pujalte ha injuriado a las bancadas rivales sin piedad y ha convertido el parlamento [otra vez en minúscula] en una cantina cada vez que veía que con los argumentos no había nada que hacer. No es casualidad que fuera el primer diputado expulsado en treinta años por montar la barrila.

Relegado a la tercera fila por Rajoy, que tiene bocachanclas más efectivos, el chisgarabís pendenciero vuelve a ser noticia al descubrirse accidentalmente (ejem) que durante año y pico cobró 5.000 euros al mes por asesorar (más ejem) a una constructora que contrata obra pública. Sostiene el gachó que fue algo legal puesto que recibió todas las bendiciones del Congreso para arramplar dos sueldos. Y lo jodido es que es verdad.

Medir el sufrimiento

Hasta hace un par de días ni se me había ocurrido que pudiera existir una tabla de pesos y medidas para determinar científicamente la cantidad y la calidad del sufrimiento. Lo descubrí escuchando, debo decir que atónito, a uno de los forenses que han intervenido en el juicio al que en los medios llamamos teatralmente ‘el falso shaolín’ cuando quizá bastaría referirnos a él como ‘el asesino del gimnasio’. El experto hablaba, en concreto, de Ada Otuya, la última víctima del matarife, la que tenía casi literalmente entre las manos en el momento de su detención. Fue hallada agonizante, ingresó en el hospital en estado de coma, y falleció tres días después.

Al impresionable común de los mortales como usted y yo se le ponen los pelos como escarpias y se le encoge el alma imaginando los padecimientos de la mujer. Pues con la cinta métrica oficial en la mano, no tenemos motivos para ello. Según afirmó el perito con una mezcla de frialdad y lo que parecía cierta molestia por tener que explicar cosas que en su círculo profesional son de parvulitos, Ada no fue sometida a un sufrimiento excesivo ni inhumano. Vamos, que fue el dolor corriente y moliente de cuando a alguien de complexión fuerte le está matando un tipo bajito con conocimientos de artes marciales.

Seguramente, desde el punto de vista técnico, la argumentación es impecable y, desde luego, imposible de refutar por quien, como servidor, sabe de la ciencia forense lo que ha visto en las películas y en las mil series sobre la materia. No puedo, sin embargo, dejar de anotar mi estupor y mi desazón al comprobar que hasta lo más íntimo es tasable.

Los nuevos jacobinos

Noticias frescas: el figurín Albert Rivera está a favor de eliminar el Concierto vasco y el Convenio navarro. Manda pelotas que una obviedad de cajón de madera de alcornoque se destaque en los titulares como si fuera el descubrimiento de un nuevo sistema solar. ¿Tan floja memoria tenemos que no recordamos que la hoy segunda formación emergente fue parida en la disolvente Catalunya para enarbolar la bandera de la indivisibilidad de la patria y que una de sus martingalas de cuna es la denuncia de los supuestos privilegios de los que llaman (insultando) reinos de taifas? Lo sorprendente habría sido que el nuevo niño mimado —ya veremos por cuánto tiempo— del Poniente y el Levante mediático español saliera cantando las bondades de la foralidad y los derechos históricos.

Si somos honestos, no hay nada que reprochar a Ciudadanos en esta cuestión, pues en ningún momento han ocultado sus cartas. Al contrario, quizá debamos agradecer a los pujantes naranjas que su coherencia esté provocando que Podemos, que venía jugando a sí, a no y a ya veremos, se esté retratando como el partido centralista y jacobino que sospechábamos los peor pensados. Ahora que se ha visto claro que los de los círculos compiten por el mismo electorado —oh, sí, así de triste— que los de Rivera, los del politburó sacan a paseo los discursos más rancios. Tras Monedero hablando de sueños irreales, disparates y aventuras comunes de 500 años, Iñigo Errejón acaba de rematar alertando contra la “fragmentación y regionalización extrema” y anunciando una ofensiva para “romper la dinámica cantonalista”. A ver quién les paga la próxima Fanta.