Efectivamente, Rajoy puede ser todas las cosas que parece que es y algunas más, pero hay una que se le atribuye gratuitamente. No es el único que impide encontrar una salida a la cuestión catalana. Ni de lejos. Es más, ojalá lo fuera, porque la solución sería extremadamente simple. Pasando por alto la evidencia histórica de que este asunto viene incluso de antes del nacimiento de los bisabuelos del actual inquilino de Moncloa, carece de todo rigor darle la exclusiva del encabritamiento creciente de la ciudadanía en Catalunya. Puede ser verdad que sus actuaciones —o, según los casos, su falta de ellas— sean la materia prima para fabricar independentistas en serie y a tutiplén. Sin embargo, eso no ocurre porque Rajoy sea Rajoy, sino porque es el presidente del gobierno español. Cualquier otro ser humano de su partido o, incluso de uno de los históricamente mayoritarios haría prácticamente lo mismo. No es una conjetura. De nuevo, es un hecho documentado.
Conclusión: dejémonos de timos de la estampita y autoengaños. Basta ya de concederle aura de estadista al fulano, basta de usarlo como comodín y excusa. No puede colar lo de “Primero quitemos a Rajoy, y luego se verá”. Llevamos las suficientes caídas del guindo como para haber aprendido que hay que pedir la pasta por delante. En este caso, la lista de propuestas concretas para satisfacer lo que parece la demanda mayoritaria de la sociedad catalana. Recalco que han de ser precisas. Ya pasó el tiempo de los peines evanescentes del tipo “Nos sentamos y hablamos”. Se debe señalar qué, cuándo y cómo.
Ya… Obviamente, es más fácil echarle la culpa a Rajoy.