La decisión de Arantza

A la hora de enviar estas líneas a los diarios que las publican, Arantza Quiroga no ha dimitido. Desconozco, pues, la decisión final, así que puedo comerme con patatas lo que escriba, pero me consta que la idea le ha rondado por la cabeza. Y no como calentón ni para hacerse la despechada. Mucho menos para marcarse un órdago, pues de sobra sabe que se juega los cuartos con profesionales del navajeo político que no solo no cederían en su vil comportamiento, sino que lo recrudecerían hasta arrancarle la última tira de piel. La triple A —Alfonso Alonso Aranegui— no deja heridos, salvo para reconvertirlos en fieles lamepunteras.

Sí, eso es lo jodido de todo este vodevil para los que ni somos, ni hemos sido, ni seremos del PP. Aquí la normalización —o la paz, como nos gusta decir exagerando— no tiene ningún pito que tocar. Como tantas veces, solo ha servido de coartada. En este caso, para dirimir una riña de familia, o más exactamente, para satisfacer una vieja afrenta. Es verdad que la talibanada que juega al victimeo (no se confunda con las auténticas víctimas) ha montado la barrila de rigor por los términos de la ponencia que iban a presentar los populares vascos. Eso estaba, sin embargo, amortizado. Con más datos que ayer, puedo anotar que Génova no vivía en el limbo. Si algo caracteriza a Quiroga aparte de su candidez, es su lealtad. Jamás habría dado un paso que perjudicase a sus superiores jerárquicos, y menos, sin consultarlo.

Se vaya o se quede, le deseo lo mejor a quien, aunque tarde, ha dado un paso muy valiente. Lástima que esté rodeada de esos amigos que hacen innecesarios los enemigos.

Quiroga, otro papelón

Le salva a Arantza Quiroga que el personal está a otras cosas, y solo los muy cafeteros, que apenas sumamos un puñado, hemos asistido al ridículo estratosférico que ha hecho con su propuesta de ponencia que ha durado medio suspiro. Miren que a un par de horas de la presentación de la iniciativa vista y no vista, le pregunté a la secretaria general del PP en la demarcación autonómica, Nerea Llanos, si en casa les iban a dejar quedarse hasta tan tarde, y me dio a entender que a ciertas edades ya no hay que pedir permiso. Servidor, que es bastante mal pensado porque las ha visto de casi todos los colores, imaginó que estaba asistiendo a una de tantas escenificaciones con que nos deleitan los políticos.

En mi errónea composición de lugar, se habría tratado de aparentar que el PP pop, camino de la irrelevancia sin remisión en Euskadi, sacaba su genio, daba un golpe sobre la mesa que conseguía la atención mediática y una cierta consideración, y Génova rezongaba un poco, pero no llegaba a cortar el vacilón. No me cuadraba la proximidad de las elecciones generales para montar un happening así, pero menos me entraba en la cabeza que los siempre dóciles dirigentes populares de por aquí arriba se tirasen a la piscina sin consultarlo a sus señoritos en Madrid.

Pues ya ven. En menos que se dice Mariano, Alfonso Alonso, que le debe unas cuantas a Quiroga, le ordenaba el freno y marcha atrás desde los micrófonos de COPE, nada menos, y a pregunta lanzada para provocar tal efecto por Carlos Herrera, que por lo visto, manda más que la de Irun. Al PP vasco le debería hacer el himno Sabina. Qué manera de palmar.

Miguel Ángel Blanco

18 años. Yo sí me acuerdo. Sin cerrar los ojos, sé dónde estaba en cada uno de los instantes críticos. Desde la noticia del secuestro hasta la de su muerte tras una infame agonía. Tengo memoria, cómo no, de la zozobra, del alma en vilo, del estupor, de la rabia, de la impotencia. También, claro, de los que ya entonces sacaron la calculadora y supieron que habían encontrado una mina que explotarían sin rubor; en esta tierra de emprendedores se han hecho incontables y pingües negocios con el dolor. Y no, no me olvido de los que callaron, de los que justificaron ni, ¡ay!, de los que celebraron que el estado opresor recibiera no sé qué golpe en la línea de flotación. Muchos de ellos dan hoy lecciones de dignidad a granel y andan señalando enemigos de la paz por aquí y por allá, o estableciendo suelos éticos a ojo de buen cubero, pero siempre a beneficio de obra.

Lo tremendo es que una mayoría de edad después, con todo lo que ha llovido y lo que ha dejado de llover —principalmente plomo y metralla— , la evocación justa y necesaria de Miguel Ángel Blanco siga devolviéndonos al peor de los pasados. ¿Por qué otra vez la ausencia clamorosa en el homenaje en el ayuntamiento de Ermua, con cinco siglas que están y una que no? ¿Por qué en ese mismo acto, que debería haber sido de puro recuerdo emocionado, la presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, sintió la necesidad de excusar la creciente irrelevancia de su partido y atribuyó la hegemonía actual de las fuerzas abertzales nada menos que a una presunta limpieza étnica perpetrada por ETA? Algún día venceremos la inercia, la nostalgia o la simple ineptitud.

Desnudos sin ETA

Sin la amenaza de ETA, en el PP vasco se han quedado, de alguna manera, desnudos. Brutal frase que se me podría afear, si no fuera porque no me corresponde su autoría. Tan tremenda confesión de parte salió de labios de la mismísima presidenta local de los populares, Arantza Quiroga, en una entrevista en la radio pública. En la misma largada reconoció también que no pensaba dimitir por los ruinosos resultados del 24 mayo porque ya los esperaba. Un once sobre diez en sinceridad y un quince en cinismo.

Empezando por la segunda afirmación, que es la más suave, Quiroga nos está contando —a los que no votamos al PP pero también a los cuatro o cinco que sí lo hicieron— que su campaña fue una inmensa trola. Los indecentes meneos del avispero xenófobo, las exaltaciones provincianistas, los tantarantanes al euskera rescatados del túnel del tiempo y hasta la grotesca competición con EH Bildu por soltar la mayor demasía sobre Markel Olano o Eneko Goia eran pura filfa. No tenían más sentido que el de los penúltimos cartuchos disparados a la desesperada en la estrategia de la huida hacia delante. Y la cosa es que actuando con tal impudicia, algún mueble se salvó. Ahí tienen, por lo menos de momento, a Maroto con el mentón enhiesto.

Sumen los sobres, la caja B y demás salsa marrón y tendrán el retrato aproximado de un partido que daba lecciones de dignidad al por mayor apoyándose en la sangre desgraciadamente cierta de muchos de sus miembros. Ahora, como ya no se derrama, el discurso ha caído hecho añicos. Insisto, no soy yo sino su presidenta la que dice que sin ETA se han quedado “de alguna manera, desnudos”.

La ética de Toña

En ese papel de latigadora que sus asesores aún no le han dicho que le va fatal y lo pone en práctica peor, Arantza Quiroga le espetó al lehendakari en sede parlamentaria que en lo sucesivo, cualquier cargo del Gobierno puesto en entredicho pediría que se le aplicase “la ética de Toña”. Aludía la (artificialmente) encocorada presidenta del PP vasco al dictamen de la comisión correspondiente que había concluido que dos y dos son cuatro. Es decir, que el intento de convertir al recién nombrado Consejero de Empleo en el que mató a Manolete, además de cantar la Traviata a oportunismo ramplón, no colaba y, en consecuencia, no existía el menor desdoro en que el aludido ocupara el cargo público para el que había sido legítimamente elegido.

Ya en el mismo instante en que escuché a Quiroga hablar de “la ética de Toña” con ánimo descalificador y tono de desprecio, me dio en pensar lo positivo que sería que estuviera más extendido el sistema de valores que rige la conducta del consejero. Me refería, sobre todo, a su actuación en el caso por el que lo habían querido crucificar, pero este domingo en los diarios del Grupo Noticias encontré el refuerzo definitivo para mi buena impresión. En un aparte de la entrevista donde avanzaba las líneas básicas de su gestión, [Enlace roto.]. A la muerte de sus padres, con los que le unía una íntima amistad, se había hecho cargo de los dos hermanos del joven, que entonces estaba huido. Una vez detenido y encarcelado, también se comprometió con él. Ojalá cundiera la “ética de Toña”, ¿no creen?

Participación inútil

Se pregunta uno a santo de qué se vendrán tan arriba algunos partidos con la milonga de la participación, si a la hora de la verdad, de lo que tiran es del dedazo de toda la vida. ¿Cuántas primarias (supuestamente) abiertas de par en par están acabando estos días en el vertedero de las buenas intenciones? Se pierde la cuenta. En IU de Madrid, la candidata escogida por militantes y simpatizantes tiene que montarse un partido porque la dirección no deja de hacerle la trece-catorce. También en la villa, corte y comunidad, pero en el PSOE, la cúpula se cepilla sumarísimamente a Tomás Gómez, el tipo que había recibido el respaldo de las bases. En el PSE alavés, a la aspirante a la alcaldía de la capital, que además era la única que había optado a ello, no le queda otra que tirar la toalla porque la ejecutiva pretende calzarle en la lista a dos menganos que no entraban en sus planes.

Si bien el PP no le echa tanta literatura a lo de la democracia interna a gogó, cabe añadir a los casos que enumero el de su candidatura a la alcaldía de Donostia. Como es bien sabido, la que escogió la directiva de Gipuzkoa fue laminada y sustituida por una más conveniente desde el despacho de Arantza Quiroga. Tirando no sé si de cinismo o de honestidad brutal, un miembro de la formación gaviotil con el que comentaba el episodio me situó en la que podría ser la clave correcta. En su experimentada opinión, un partido debe funcionar de acuerdo con el principio de máxima eficacia. Eso implica organigrama claro y verticalidad. Si no se actúa así, me decía, el remedio es peor que la enfermedad. A la vista parece que está.

Leyes no escritas

A su edad, con su currículum, su carácter y su patrimonio, Mario Fernández es uno de los pocos seres humanos de nuestro entorno que pueden permitirse el lujo de no andar midiendo las palabras. O de conducirse con una sinceridad que, rozando la soberbia en algunos casos —Kutxabank c’est moi —, resulta singular cuando lo que se lleva alrededor son los sobreentendidos, los eufemismos, las miradas hacia otro lado y, como muchísimo, las medias verdades. Quizá hubo un tiempo en el que el expresidente de la-entidad-más-solvente-de-españa tuvo que vestirse de lagarterana, pero parece que ya no está por la labor. Y la prueba es la torrencial nota que hizo pública el viernes, coincidiendo con su declaración ante la fiscalía del País Vasco por el caso (más bien casillo) de los 243.000 euros perdidos y hallados en el templo.

Sin pelos en la pluma, Fernández deja negro sobre blanco que quien le pidió el favor de buscarle una canonjía remunerada a Mikel Cabieces fue “un líder del PP”. Bonito ¡zasca! para la sustituta del aludido aunque no nombrado, Arantza Quiroga, que días atrás había bocabuzoneado que el marrón era obra del binomio PNV-PSE. Anotado el enésimo ridículo de la irundarra, no perdamos de vista el meollo, que está en la justificación de los hechos que, como si tal cosa, deja caer el veterano banquero. La colocación de cesantes obedece a “una ‘ley no escrita’ que ha funcionado con todos los gobiernos y todos los partidos durante los últimos 30 años”. Si bien se refiere a cargos relacionados con la lucha anti-ETA, no recuerdo una explicación tan clara del funcionamiento de las puertas giratorias.