Lección de Lasa a Portero

Haber sido víctima de la violencia injusta y despiadada de ETA no vacuna contra la miseria moral. Tuvimos la enésima prueba el pasado fin de semana, cuando Daniel Portero, hijo, efectivamente, de una persona asesinada por la banda, vertió quintales de ponzoña contra la viuda de Juan Mari Jauregi, al que también le arrebató la vida la siniestra cofradía del hacha y la serpiente. “[Maixabel] Lasa estaba separada o divorciada cuando asesinaron al que fue su marido. No le tenía el mismo cariño”, vomitó en Twitter el fulano, que para más inri, es representante del PP en la Asamblea de Madrid. Como muestra postrera de cobardía e indecencia, borró la bárbara andanada sin mediar nada remotamente similar a una petición de disculpas.

Lo que vino a continuación pudieron leerlo en este mismo diario. Lasa, imagino que después de contar hasta cien, le regaló a Portero —sin necesidad de nombrarlo— una lección de dignidad que, por demás, se basaba en el catón del sufrimiento. Simplemente, no existe una única manera de ser víctima del terrorismo. De hecho, hay víctimas que escogen libre y voluntariamente no convertirse en profesionales del daño padecido ni vivir a cuenta de su condición. Frente a los monopolistas del dolor con sigla adosada, hay personas que optan por su propio camino. Y eso merece todo el respeto.

Fue injusto y punto

No quise escribir en caliente sobre la aberrante teoría de Maddalen Iriarte según la cual el daño causado por ETA fue injusto o no dependiendo del relato. Lancé, es verdad, un par de tuits al aire, pero para extenderme más, preferí esperar una explicación de semejantes declaraciones a Vocento. Me refiero a algo que fuera más allá del socorrido “El perro me ha comido los deberes”, equivalente en este caso a “Han manipulado mis palabras”, que fue la decepcionante salida de Iriarte. Esa y, de propina, otro comodín de carril: “Mi compromiso con los derechos humanos está fuera de toda duda”. Pues no. Quizá lo estuviera hasta el instante mismo en que pronunció esas palabras, las vio publicadas y no corrió a aclarar que jamás quiso decir lo que apareció en el entrecomillado.

Una rectificación a tiempo es una victoria y en la cuestión de la que hablamos habría evitado la frustración de ver cómo la persona que representa la superación de los viejos tabúes de la izquierda soberanista acaba profiriendo una frase que hiela la sangre en el más rancio y descorazonador estilo de los irreductibles del matarile. ¿De verdad, señora portavoz parlamentaria de EH Bildu, los asesinatos de Brouard o Muguruza fueron justos o injustos en función del relato? Claro que no. Y lo mismo con los de Blanco, Buesa, Jauregi…

Una víctima que no se calla

La pandemia está mandando al córner de la actualidad hechos de enorme relevancia. Permítanme que hoy les haga una finta a los cada vez más preocupantes números para rescatar una de esas cuestiones que ha pasado de puntillas por el escaparate informativo. Ocurrió el pasado domingo, un día después de que destacados dirigentes de la sucursal autonómica del PP se fotografiaran en el cementerio de Zarautz junto a la tumba de José Ignacio Iruretagoyena, concejal popular en la localidad gipuzkoana asesinado por ETA hace 23 años. El consiguiente tuit de carril de Pablo Casado para glosar el pretendido homenaje tuvo la descarnada y hastiada réplica del hijo de la víctima, Mikel, que era un crío cuando acabaron con la vida de su padre.

“Señor Casado, efectivamente soy yo el niño que aparece en esa foto. Te quería comentar que os ha quedado muy bonito el homenaje realizado a mi aita. Tanto, que ni un solo miembro de la familia ha asistido al acto”, anotaba de saque Mikel. Era solo el aperitivo. El postre fue demoledor: ”Dejad de vivir de las víctimas, ya es hora de que vuestra política se base en algo más que en nuestros muertos. ¡Dejad a mi aita en paz, por favor!”. A la hora en que tecleo estas líneas, ni Casado ni su bienmandado Iturgaiz han acusado recibo del recado. Miran al suelo hasta la próxima foto.

Los héroes de Burgos

Me alegra infinitamente el relieve que se le está dando en los medios al 50 aniversario del Proceso de Burgos. Salvando los inevitables ventajistas que han pretendido llevar el agua de la conmemoración a su molino ideológico, son también muy de agradecer los planteamientos de los diferentes reportajes. Resulta imprescindible la vertiente humana de los supervivientes y ayudan mucho las aportaciones documentadas de los historiadores o los analistas. Sumando lo uno y lo otro, creo que nos acercamos a la verdadera dimensión de un episodio que, más allá de los tópicos habituales, marcó un antes y un después.

O quizá fueron varios. Lo ocurrido en aquel diciembre de hace medio siglo supuso cambios decisivos en el régimen franquista, en la oposición, en la mirada internacional sobre la dictadura y, por descontado, en ETA. Poco calcularon los prebostes totalitarios que lo que planearon como venganza y escarmiento acabaría mostrando su debilidad y, en el mismo viaje, engrandeciendo a quienes se le enfrentaban, un amplio cajón de sastre de credos que iban desde la democracia cristiana a la extrema izquierda. Emociona ver en las imágenes de la época esa unidad y valentía tanto de quienes defendieron con la toga a los acusados como de los que se la jugaron en las calles o en los manifiestos. Hicieron Historia.

Desmemorias

El martes pasado, una juez de Iruña mandó al fondo del cajón la querella que pedía que se esclareciera lo que ocurrió en los sangrientos sanfermines de 1978 y, particularmente, la muerte de Germán Rodríguez a consecuencia de un balazo de la policía postfranquista. Sostenía su señoría que el asunto estaba ya dilucidado en tribunales —era cosa juzgada, según la jerga—, en referencia a diversos procedimientos judiciales llenos de trampas y agujeros que habían establecido que no había forma de relacionar a los uniformados señalados con los hechos. En resumen: como los culpables se fueron de rositas una vez, así será para los restos. Impunidad se llama la vaina.

Como es no solo lógico, sino justo y humano, la decisión de la togada nos removió las tripas a los que creemos en una memoria completa. Que hayan transcurrido 42 años de los oprobiosos hechos no puede servir de excusa para echar tierra sobre el asunto. Las heridas de quienes padecieron aquello siguen abiertas. No creo que sea nada difícil de comprender, ¿verdad? Pues si tuviéramos una gotita de honradez personal e intelectual, veríamos que exactamente por el mismo principio, cuando se descubre un zulo con material que sirvió para matar, no es de recibo alegar que el arsenal tiene diez años y que en este caso sí procede pasar página.

Abusar, violar, matar

Había que superar la milonga de la acetona y no defraudó el gran repentizador que atiende por Arkaitz Rodríguez. Con el pie que le brindaba una pregunta sobre el enésimo guateque a mayor gloria de alguien que había participado en vaya usted a saber cuántos crímenes, el secretario general de Sortu enhebró otra seguidilla para las antologías: “Los presos políticos no son violadores ni pederastas y tienen el respaldo de parte del pueblo”. Hay que tomar aire, contar hasta mil y darse a la gimnasia ayurvédica para no responder con un mecagontodo a la altura. Pero es que ni siquiera merece la pena. Quien no esté definitivamente envenenado de fanatismo ciego encuentra a la primera la réplica: ¿acaso llevarse por delante la vida de seres humanos es menos grave que abusar de menores o que violar?

Lo terrible llega al pensar que uno sabe con absoluta seguridad que, más allá del propio individuo que soltó semejante desatino, unas cuantas decenas de miles de nuestros convecinos creen sin lugar a dudas que determinados asesinatos fueron una minucia que solo nos emperramos en recordar los enemigos de la paz. Lástima, como anoté hace no demasiado, que yo no tenga la intención de comulgar con tal rueda de molino. Pero lástima mayor, albergar la terrible certeza de que ahora mismo formo parte de una minoría.

Otra vez ‘Patria’

No deja de maravillarme la capacidad de Patria para encabritar al personal. Mayormente, también es verdad, a los que tienen predisposición congénita a sulfurarse y a entrar como Miuras a cualquier trapo que les pongan delante. Primero fue la novela, convertida en fenómeno editorial del carajo de la vela por quienes ni se la habían leído y, en el bote consecuente, despreciada con exagerados aspavientos por los que, reclamando otras memorias, creen que en el caso de ETA debe imponerse la amnesia balsámica; lo que hablábamos ayer sobre las páginas que se deben pasar y las que no.

Como sabrán, la penúltima bronca de diseño ha venido con el cartel promocional de la serie que la plataforma HBO va a estrenar —a ver si es verdad, porque van tres anuncios— dentro de unos días. Lo entretenido es que esta vez los que se suben por las paredes son los que se pretenden monopolistas del dolor causado por el terrorismo. Como quiera que el afiche en cuestión muestra la imagen de un torturado en comisaría enfrentada a la de un asesinato de la banda, ya han decretado que la versión filmada de la obra incurre en una intolerable equidistancia. Resulta divertido que hasta el propio autor, Fernando Aramburu, reniegue ahora de esa imagen que, como sabemos los que sí la hemos leído, forma parte —¡ay!— de su propia novela.