Otra vez los límites del humor

Uno de los mil afluentes del ya archicomentado soplamocos que le atizó Will Smith a Chris Rock en la ceremonia de los Oscar desemboca en el proceloso mar de los límites del humor. Una parte de los justificadores a medias de la galleta sostiene que, por feo que esté arrearle un mandoble a un congénere, hay que consignar como eximente el hecho de que el agredido hubiera hecho méritos para que le untaran el morro. Méritos que aluden, claro, a la indignidad de hacer un chiste sobre una enfermedad (en este caso, la alopecia) ante decenas de millones de espectadores. La argumentación de este sector es que lo menos que se merece alguien que se casca una gracieta tan miserable es un galleta. Y luego están los que llaman al boicot, la cancelación o la denuncia en el juzgado de guardia.

Como esto va de banderías extremas e irreconciliables, enfrente se sitúan quienes sostienen que no hay ningún asunto sobre el que no se puedan hacer chanzas. Según ellos, no hay nada que objetar a las bromas sobre el cáncer, las violaciones, los atentados terroristas mortales, el holocausto, la discapacidad o las patologías mentales. Incluso, como hemos visto no hace demasiado, se defiende a un tipo (de nombre, David Suárez) cuya especialidad son las chacotas sexuales sobre mujeres con síndrome de Down. Lo tristemente gracioso, valga la paradoja, es que al tiempo que se defienden estas demasías en nombre de la sagrada libertad de creación y expresión, se pretende cerrar la boca a los que, justamente en uso de esa libertad de expresión, y sin ánimo censor alguno, nos ciscamos en la puñetera calavera de los despojos humanos que se ríen de la desgracia ajena.

¿Solo un chiste sin gracia?

Duró, como canta Sabina, lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks. Aun así, los que hacemos guardia en Twitter llegamos a cazarlo al vuelo y a compartir la brutal melonada del PP sin salir de nuestro asombro. Miren que las hemos visto de todos los colores y que cada segundo se bate un nuevo récord de pasada de frenada, pero ni por el forro sospechábamos que el (todavía) partido con mayor representación en el Congreso de los Diputados llegaría a semejante extremo de desparpajo. Por si fuera poco utilizar a un niño a cara descubierta para su hedionda propaganda, el mensaje final del vídeo de marras era que había que mandar a criar malvas a Pedro Sánchez. Tirando, por cierto, y aunque sea un dato menor, de un chiste que ya llevaba unas semanas en esos grupos de guasap con aroma a Farias y Sol y Sombra.

¿Da la cosa para llevarlo a la Fiscalía? Me dirán, con toda la razón, que gracietas más leves han tenido su recorrido judicioso, hasta con cárcel y/o exilio. Sin embargo, me toca recordar que si nos hemos rasgado las vestiduras ante esos atropellos, quizá convendría tirar de una única vara de medir. Francamente, yo no dejaría el asunto en manos de las togas. Basta, creo humildemente, con la descarga de cagüentales que ya hemos evacuado contra los emisores de la bochornosa pieza que, por lo demás, no es más que una reproducción a escala de la deriva del actual Partido Popular y de sus jóvenes turcos, que se han soltado sin pudor los correajes y van de autorretrato en autorretrato, a ver si ganan por la mano en ranciedad a la creciente tribu del vividor Abascal. Claro que esto es solo una opinión.

Chistes que sí y chistes que no

Por si no lo han visto, trataré de no destriparles el ya tradicional anuncio navideño de una famosa marca de embutidos. Sí les cuento que, quizá porque de un tiempo a esta parte ando con la guardia baja, me gustó, y hasta juraría que al irse la imagen a negro, pensé para mis adentros que cuánta razón o algo así. Y eso que empecé a mirar la pantalla con una ceja enarcada, esperando la consabida ración de natillas con música de violín y moralina final. Es verdad que eso último, la moralina urbi et orbi, sí está y hasta me sobra, pero tampoco le vamos a pedir peras al olmo. El formato es el formato.

Me quedo, en todo caso, con el resto de la pieza, que va —ya imagino a los lectores impacientándose por la demora en entrar en materia— de lo caro que se ha puesto hacer chistes, especialmente sobre algunas materias en concreto. Sobre la monarquía, por ejemplo, se apunta expresamente, lo que sorprende cuando la marca promocionada es de indudable adhesión al régimen. Luego viene la mención de la exhumación de Franco, y cuando la hinchada progresí está a punto de prorrumpir en aplausos con las orejas, llega el jarro de agua fría del feminismo, lo étnico y la discapacidad, con el refuerzo de la presencia de figuras conocidas que en lugar de montar el cirio, optan por entrar en las bromas sobre sí mismos. También es cierto que con un cheque de por medio, pero alabo el valor de no esquivar ese charco, y más, después de comprobar que el anuncio está siendo una especie de profecía autocumplida. No vean lo encabronados que andan los sumos sacerdotes de la ortodoxía en cuestión de gracias y gracietas. Que les vayan dando.

Límites del humor, ¡ja!

Vaya con los límites del humor. Nunca sabes dónde los vas a encontrar. Ayer estaban aquí, hoy se han desplazado cuatro traineras a estribor, y mañana, seguramente, habrá que recorrer una docena de leguas para dar con ellos. Se mueven, los muy jodidos, al capricho de los seres superiormente morales que saben distinguir, incluso en lo más profundo de las tinieblas, el bien del mal, sin dejar lugar jamás para nada entre los extremos. Y a partir de ahí, aplican su filosofía inspirada en Chimo Bayo: esta sí, esta no, los límites son los que digo yo.

Acabamos de sacar otro doctorado al respecto. Los mismos que hace unos días se hacían cruces por la campaña contra el cómico televisivo que se sonó los mocos con la bandera española callan como tumbas ante el sablazo de 70.000 euros que le ha cascado un juez a un desventurado que escribió un cagarro de poema satírico sobre Irene Montero, Pablo Iglesias y Tania Sánchez en una revistilla gremial. Y eso, los que callan, que no son pocos los que se han liado la manta justiciera a la cabeza y han salido a proclamar la pertinencia del castigo, amorrados a su pilo argumental favorito, el que se expresa con la fórmula mágica “No es lo mismo”.

Ahí nos las van dando todas. No es lo mismo sonarse con la rojigualda que, pongamos, con la del pueblo romaní. No es lo mismo hacer una gracieta machirula sobre Irene Montero o sobre Letizia Ortiz. Cómo estará este patio de la hipocresía, que hasta el TMO, la publicación campeona sideral de la transgresión, acaba de dar la patada al dibujante Santi Orue por hacer chistes sobre Podemos, el procés o la inmigración. Qué risa… más triste.

Jijí-jajá

Los límites del humor son según, sin, so, sobre, tras, y me llevo una. Ni con el kit antinevada de la DGT está uno a salvo de naufragar en ese proceloso mar donde una aparente gracieta puede ser un delito de odio del nueve largo y, a la inversa, lo que se diría una intolerable falta de respeto acaba siendo un chistaco que lo flipas. Lo pistonudo es que la clasificación corre siempre a cargo de los mismos señoritos Rottenmeier y supertacañones del chachipirulismo King Size.

¿Que ponga ejemplos? A ello iba. Empiezo citando las collejas dialécticas que le han caído a una individua, jueza de profesión, que a título personal —porque bajo las togas hay, aunque a veces no lo parezca, seres humanos— se ha dirigido en términos muy duros a la publicación satírica El Mundo Today a cuenta de una chanza en la que los pastores quedaban retratados, jijí-jajá, como practicantes de zoofilia. ¿Se pasaba de frenada la magistrada? Es probable, porque parece que exigía una rectificación y hasta amenazaba con no sé qué acciones legales. Sin embargo, no deja de resultar curioso que prácticamente los mismos que la lincharon en las redes sociales actuando en nombre de la sacrosanta libertad de expresión están montando un pifostio considerable porque una chirigota del carnaval de Cádiz ha hecho un gag en el que se simula, jejé-jojó, la decapitación de Puigdemont.

Como ya anoté en una ocasión anterior, me abstengo de opinar sobre el trato que deberían recibir una y otra mofas. Me limito a rogar que ambas sean medidas con la misma vara. Si vale todo, vale todo. Si no vale todo, no vale todo. Pero no me tomen en serio.

De farol

“Era consciente de que la estrategia soberanista era un farol”. ¿Palabras de algún españolazo del recopón? No. Entonces, ¿de un tibio aguafiestas peneuvero? Qué va. De hecho, ni siquiera de un renegado de la causa, sino de uno de los representantes más genuinos del independentismo fetén en su frente, digamos, intelectual. Quizá no conozcan de nombre a Toni Soler, pero seguro que sí tienen noticia de su obra más famosa, el (con motivo) exitoso programa de TV3 Polònia, probablemente una de las herramientas —no diré armas— más dañinas para el unionismo, que sabe responder a las hostias pero no al humor. Si hubo un tiempo en que el espacio repartía por babor y por estribor, desde que el Procés tomó carrerilla, las chanzas, cada vez menos sutiles y por eso mismo, más hilarantes, han ido siempre en la misma dirección. Busquen en Youtube, si no lo han visto, el gag de Franco, que no estaba muerto, sino tomando cañas. Y por si quedaran dudas sobre las querencias, el programa se borró de la parrilla el día en que encarcelaron a la parte del Govern que no había puesto tierra de por medio porque, según dijeron, no tenían ganas de reír.

Les aporto todos esos detalles para completar el contexto de la frase que abre esta columna y de su autor, que en la misma declaración añadía, sin disimular su rebote, que pese a saber que todo era de fogueo —o simbólico, en definición de Carme Forcadell y sus compañeros de la Mesa del Parlament— “lo que no sospechaba es que no habría nada previsto para esa noche y los días siguientes». A ver quién se lo dice a los que están seguros de vivir en una república independiente.

Gracias sin gracia

Pues miren, lo Cortez no quita lo Atahualpa. Reitero que la condena a la tuitera de los chistecillos sobre Carrero me parece una barbaridad del más alto octanaje, pero con la misma firmeza y convicción les digo que la individua en cuestión me da muy poquita pena tirando a ninguna. Primero, porque por mucho que nos engorilemos en la denuncia posturera, no va a ir a la cárcel. Quienes dictaron su sentencia son también unos cachondos del carajo de la vela y dejaron la sanción en una especie de broma pesada. Por esas cosas divertidísimas de la Justicia española, una pena de un año de cárcel es igual a cero. Te la imponen, pero no entras al trullo. ¿Qué susto, eh? Jajaja.

¡Ah! Que tiene maldita la gracia. Bueno, es que esto del humor va por barrios y hay barra libre para ofender. ¿No era eso? Venga, ya sé que no, pero no paso por hacer de esta mengana una mártir de la libertad de expresión. Anda ahora plañendo que le han arruinado la vida [sic] porque se quedará sin beca y no podrá cumplir su proyecto de ser docente. Lo suelta quien en varias ocasiones ha vomitado en público y por escrito que odia a los niños y le dan asco.

Eso, en el gran bebedero de patos que es su cuenta de Twitter. Como les apuntaba ayer, las jerigonzas de Carrero eran, sobre todo, malas. Más ilustrativas sobre la inconmensurable miseria moral de la tal Cassandra me parecen otras supuestas gracietas. Por ejemplo: “El asesinato de Rajoy va a ser #UnaTravesuraInfantil”. O esta otra: “Lo único que lamento es que Adolfo Suárez no hubiera muerto con una bomba debajo de su coche”. No merecerá ir a la cárcel, pero tampoco salir bajo palio.