Chistes de Carrero

El primer chiste sobre Carrero del que tengo constancia lo parió el propietario del bar Mikeldi de Bilbao el mismo día del atentado contra el llamado a ser continuador de la obra franquista. En el local de la calle María Muñoz que luego sería el legendario Muga —¡enfrente mismo de la comisaría de la Policía Armada!— apareció un cartel que rezaba: “Hoy solo servimos vino tinto. El Blanco está por las nubes”. La cosa acabó en una clausura de seis meses, aunque no tengo claro si fue por la carga de profundidad sobre el recién difunto o por otras causas. Desde luego, la resolución del Gobierno Civil la obviaba y mencionaba algo distinto: “En el frontal del mostrador se habían colocado varios carteles con inscripciones en vascuence y adornados con cintas que juntamente formaban la bandera separatista de la región”.

Después de esa gracia vinieron muchas más. Las chirigotas se multiplicaban en cada esquina sin disimulo. El desparpajo llegó a tal punto que no había verbena en que no se corease a voz en grito la célebre canción con el estribillo “¡Carrero voló y hasta el alero llegó!” acompañado del consabido lanzamiento al aire de prendas diversas. Eso, con Franco vivo. En 1984, hasta Tip y Coll se permitieron colgarle al almirante la cita “De todos mis ascensos, el último fue el más rápido”.

No hubo consecuencias penales. Hasta ayer. 43 años después del magnicidio, la Audiencia Nacional ha condenado a un año de cárcel a una joven murciana por haber publicado trece tuits jocosos. Le atribuye humillación a las víctimas del terrorismo, cuando el único delito era, si cabe, la dudosa calidad de los chistes.

Antiespañolismo cañí

Perdonen la descarga de cinismo impúdico, pero yo estoy encantado con la bronca a cuenta del a esta hora ya celebérrimo programa de ETB 1. De hecho, creo que si no fuéramos tan tiquismiquis y postureros, veríamos esta presunta escandalera de diseño como parte del servicio público que le corresponde cumplir al ente.

Bromeo lo justo. Para empezar, parece haber descubierto, y más a los propios que a los ajenos, que en Euskal Herria tenemos ejemplares perfectamente homologables a los que gañanean en el hispanísimo Foro Coches. Modificando levemente la maldad de Josep Pla, siempre he sostenido que no hay nada más parecido a un antivasco desorejado que un antiespañol de caca, culo, pedo y pis. Son el yin y el yan perfecto, oigan, como se puede comprobar en las mendrugadas que se están arrojando los ofendidos y los ofensores. Que si levantar piedras, que si el flequillo cortado a hachazo, que si lengua que suena a serrería. Nivel de pozo séptico hasta en el insulto.

Otra gran virtud del espacio en la picota ha sido revelar la cara auténtica de ciertos ilustres locales. Algunos de los que aparecen mostrando su falta de respeto son de esos que suelen cantarnos las mañanas con la diversidad, la acogida y la convivencia con los diferentes. Y no pasen por alto a los que, conforme a lo absolutamente previsible, han salido en defensa cerril de los susodichos. Entre ellos tengo contados a varios —especialmente a uno— que se pasan la vida sermoneándonos sobre lo peligrosos e injustos que son los estereotipos.

Termino con algo en positivo: este antiespañolismo infantilón es un residuo ínfimo y da más pena que miedo.

Enaltecimientos o así

Como para creer en el influjo de las conjunciones astrales. O para pensar que la Justicia se distribuye a granel. Claro que también la explicación puede ser más simple. Por ejemplo, que de un tiempo a esta parte se haya puesto el punto de mira en el derecho al pataleo o al exabrupto, que es lo más parecido a ese unicornio azul que llamamos libertad de expresión. En la misma semana, siete juicios —¡siete!— en la Audiencia Nacional por bocachancladas de variado octanaje en las redes sociales. Tipificadas todas, ahí está lo grave, como enaltecimiento del terrorismo.

Anotemos como primera gran paradoja que sea justamente el momento en que deja de existir en nuestro entorno inmediato el terrorismo que mancha de verdad el asfalto de sangre, cuando se multiplican por ene las causas contra el que se practica con un teclado. La segunda es que los razonamientos más lúcidos al respecto los estén aportando víctimas de ETA y familiares de víctimas de ETA. Una de ellas, Lucía Carrero Blanco, escribía lo siguiente sobre la petición de dos años y medio de cárcel para una joven de 21 años que se mofó del asesinato de su abuelo: “Me asusta una sociedad en la que la libertad de expresión, por lamentable que sea, pueda acarrear penas de cárcel”. Y concluía calificando los chistes como enaltecimiento, en todo caso, del mal gusto y la falta de sensibilidad. No es muy diferente a lo que le hemos escuchado a Irene Villa sobre las macabras chanzas que se han hecho a su costa: “Es algo que afecta a la falta de tacto de quienes las hacen. Si se persiguieran todas, habría colas en los juzgados”. Pues es exactamente lo que está pasando.

No ser como ‘ellos’

Empiezo exactamente donde lo dejé ayer. Si has fundamentado el famoso asalto a los cielos en marcar las diferencias con quienes encarnan y sostienen el sistema decrépito, en cuanto te pintan los primeros bastos, no puedes utilizar su comportamiento como término para la comparación, y menos, la justificación. Unilateralidad es una palabra no solo jodida de escribir o pronunciar, sino de llevar a cabo. ¿Que es que ellos son muy malos y una y otra vez hacen cosas peores que las tuyas y, aun así, se van de rositas? Pues claro, por eso hay que derribar los andamiajes que aguantan y alimentan tales actitudes, pero sin perder la coherencia en el mensaje.

Para mi desazón, aunque no para mi sorpresa, el asunto este de la arqueología de los tuits de los electos del nuevo gobierno capitalino madrileño está sirviendo para retratar a muchos espolvoreadores de verdad, dignidad y justicia a granel. En lo humano, se entiende que se trate de defender al compañero ante un ataque feroz y, desde luego, no basado en principios sino en hacer sangre. Pero esa defensa se convierte en ofensa a la inteligencia, amén de autorretrato, si su argumento es que los otros han acreditado mayores niveles de vileza. Se diría que más que a erradicar las canalladas, se aspira a repartirlas equitativamente.

Eso, en el mejor de los casos. No pocos de los que han entrado a esta gresca están reivindicando, supongo que en función de su probada supremacía moral, la patente de corso para hacer gracietas brutalmente machistas o xenófobas. Y si alguien se molesta, es un puñetero plasta de lo políticamente correcto. Y un fascista, claro.

Pieza cobrada

Cuánta murga sobre la nueva política, para que al final consista en que media docena de tuits antiguos pongan en el disparadero a un concejal recién nombrado. Debe de ser tremendo el viaje en catapulta desde el conocimiento en un ámbito reducido a ver tu careto en todas las portadas sin excepción. Claro que, si es comprensible el cabreo por las malas artes, lo que no se entiende es la sorpresa. ¿Tantos Doctores en Ciencias Políticas por centímetro cuadrado, y nadie había previsto que los expulsados del paraíso emprenderían la madre de todas las acometidas cuando los buenos aún anduvieran con la resaca de la verbena —anticastas, sí; pero castizos— en Las Vistillas?

Era de parvulitos de agit-prop que así sería y así fue, con el resultado seguramente no esperado ni por los linchadores de cobrarse la pieza. Eso también merece una apostilla: cae Guillermo Zapata, un tipo que quizá estuvo muy desafortunado pero que claramente no es un desalmado, y se va de rositas el tal Pablo Soto, autor de kilo y medio de piadas abogando por la elegancia social del apiolamiento de enemigos del pueblo. Háganselo mirar los perros de presa, pero también los que han preferido sacrificar a uno y salvar al otro. Que con 36 añazos es muy joven y tiene mucho que aprender, le justificó Manuela Carmena. Toda la razón, otra vez, Don José Mujica, hablando del infantilismo eterno de cierta izquierda.

Respecto a las otras mil lecciones de este episodio, anoten las fuerzas del cambio —lejanas y cercanas, ojo— que si conquistaron los votos asegurando que no son como los de enfrente, ahora les toca demostrarlo… aunque duela.

Nigeria, qué risa

Como se sabe, el secuestro de más de doscientas niñas en Nigeria es un asunto de mucha risa. ¿Que digo una barbaridad? Pues vayan y háganselo ver a la legión de guasones irreductibles que se lo están pasando cañón tuneando la foto en la que María Dolores de Cospedal aparece con el cartel de la campaña por la liberación de las jóvenes. Ha sido el penúltimo gran éxito de ese pastizal de ovejas que a veces —no siempre, ojo— son las redes sociales. Las adaptaciones bufas, muchas de innegable ingenio, han corrido como la pólvora hasta conseguir ese peculiar fenómeno que consiste en erigirse en noticia de más repercusión que los propios hechos de fondo, es decir, el cautiverio de las alumnas y la movilización para conseguir que vuelvan a sus hogares.

Lo curioso y a la par revelador es que llamar la atención sobre ello le convierte a uno en un avinagrado cortarrollos que no deja que el personal se descojone de lo que le venga en gana. Es la vigencia eterna del gag de Gila sobre aquellos gañanes: “Le quemamos la casa y se enfada; pues si no aguanta una broma, que se vaya del pueblo”. Puede que aquí el incendio haya sido metafórico e incluso quepa citar como atenuante que no había mala intención. Casi peor, porque eso denota que no se está dispuesto a detenerse un segundo a pensar acerca de la pertinencia o no de hacer gracias sobre determinadas cuestiones. Y sí, también sé que la excusa de carril es señalar que en este caso, como diría García Márquez, no hay que buscarle el pelo al huevo. Ocurre que se trata de un huevo melenudo, leñe. Hay mil motivos para hacer mofa y befa de Cospedal. Pero no este.

Ocho apellidos

Perdí la cuenta de las veces que en Ocho apellidos vascos se hace una chanza sobre el peinado de la protagonista femenina. No se me pasó por alto, sin embargo, que en cada una de ellas, la respuesta de la sala abarrotada fue una estentórea carcajada, acompañada con hipidos, palmas, y en el caso del ser humano que tenía a mi izquierda, puñetazos en el reposabrazos de la butaca. Y así, con absolutamente todas las guasas requetesobadas que espolvorean el guion —por llamarlo de alguna manera— de la película que, conforme a lo previsto, ha reventado las taquillas en el primer fin de semana de su estreno y que gracias al boca a oreja y a la promoción salvaje lo seguirá haciendo en las próximas fechas.

¿Es ahora cuando me pongo estupendo y les aconsejo que, si no lo han hecho ya, no pierdan ni su tiempo ni su dinero echándose a la retina una amalgama de chirigotas que se sabrán de memoria a nada que hayan visto media docena de sketches de Vaya Semanita? Pues miren, no me da el ego para tanto. De las seiscientas bulliciosas almas que llenaban el cine, la única que al encenderse las luces tenía cara de sota era la mía. Sé cuándo estoy en abrumadora minoría, del mismo modo que soy capaz de reconocer que en caso de tan aplastante desequilibrio, lo más probable es que el equivocado sea yo.

Confieso, además, que todo lo que no me reí frente a la pantalla lo estoy compensando con el despiporre que me provocan ciertas lecturas sobre el presunto mensaje de la cinta. Es intolerable que echen sacarina a la ETA, claman unos. Indignante burla al pueblo vasco, se encabritan otros. Un poco de chiste sí somos.